R. Señor, danos sacerdotes santos.
V. Para que nos acompañen a la hora de nuestra muerte, y ofrezcan la Santa Misa por nosotros



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miércoles, 31 de mayo de 2023

31 de mayo - Fiesta de María Mediadora de todas las gracias. Del Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranger


La fiesta de María Mediadora de Todas las Gracias la instituyó el papa Benedicto XV en 1921.

“No hay gracias que no descienda del cielo a la tierra que no pase por las manos de la Virgen María”. – Doctrina admirable que fue confirmada en un acto pontificio de la mayor relevancia: la institución, por el Papa Benedicto XV, de una fiesta, el 31 de mayo en honor de la Mediación universal de María.

Y en ella se nos invita a recurrir siempre con confianza a esta mediación incesante de la Madre del Salvador.


MARIA MEDIADORA DE TODAS LAS GRACIAS





El mes consagrado a Nuestra Señora concluye hoy con la fiesta de su mediación universal. Su objeto es glorificar a María por su elección por Dios, como dispensadora de todas las gracias, lo que significa que cualquiera de ellas antes de sernos dadas pasan por sus manos. Así como el 11 de octubre celebramos su maternidad divina, de la misma manera honramos hoy su maternidad espiritual que es consecuencia de la primera.

INTERCESIÓN TODOPODEROSA.

— Nada más consolador para nuestras almas de que en el cielo tenemos una Madre que ejerce en nuestro favor su intercesión omnipotente con todo el cariño de la mejor de las madres. Dios no necesita de nadie, pero quiso misericordioso, asociar a María a la Redención del mundo. Para nuestro provecho la ha dado junto al segundo Adán el lugar que Eva había tenido, para nuestra perdición, junto al primero. Su maternidad espiritual comenzó el día de la Encarnación. Al pronunciar el Fiat María sabía que no recibía al Hijo de Dios para guardarlo celosamente, sino para darlo al mundo, para ofrecerlo un día sobre el altar de la cruz como sacrificio perfectísimo. Se diría que desde que posee a Jesús solo tiene un deseo: el de darle. Para darlo a Juan se apresura a visitar a Isabel. Para ofrecerlo al Padre y ofrecerse ella con Él, sube al templo el día de la Purificación, y treinta años después se la ve junto a la cruz presentando la víctima que había alimentado y custodiado para el sacrificio. 

“La consecuencia de la comunidad de sentimientos, y sufrimientos entre María y Jesús es que María mereció con todo derecho llegar a ser la reparadora de la humanidad caída, y por tanto la dispensadora de todos los tesoros que Jesús nos ha conseguido con su muerte, y con su sangre y de ser la todo-poderosa mediadora, y abogada del mundo entero ante su Hijo unigénito.

“Habiendo querido Dios una vez, dice Bossuet, darnos a Jesucristo por la Santísima Virgen, ya no revocará esta orden puesto que Dios no se arrepiente de sus dones. Es y será siempre verdad, que habiendo recibido por su caridad el principio universal de la gracia, recibimos también, por su mediación, sus diversas aplicaciones a todos los diferentes estados que integran la vida cristiana”. Al solicitar el primer milagro de Jesús en Caná, María suscitó la fe de los Apóstoles; después de la Ascensión su plegaria atrae al Espíritu Santo, y con él el establecimiento y la rápida difusión de la Iglesia. Poco después sube a los cielos “pero no por eso nuestros intereses le son menos queridos y menos sagrados. Allí vela por nuestra desdichada tierra; todo lo que la vida presente y en la futura puede haber de feliz para nosotros, nos viene por ella porque continuamente, y de todas las maneras nos hace propicios al Hijo, y al Padre de las misericordias”.

Qué confianza no deberemos tener en las súplicas de una Madre tan poderosa, y tan benévola! Si la eficacia de la oración de los santos depende de su grado de santidad y de unión con Dios, ¡cuán poderosa debe ser la de María que fue llamada la llena de gracia por cuanto pertenecía a Dios sin reserva, y fue asociada a Jesús hasta el punto de merecernos de congruo, es decir, por mérito de conveniencia, lo que El nos merecía de condigno, por mérito de justicia! De aquí que la tradición católica la haya llamado “la omnipotencia suplicante.” Dios lo ha querido así, y en consecuencia ninguna gracia nos es dada sin pasar por manos de María, ya que ella es “como por derecho natural, la dispensadora de los tesoros” de su Hijo.

  El Papa León XIII, en la Encíclica Adíutricem populi se complace en numerar los beneficios que Dios ha concedido a la Iglesia por la intercesión de la Santísima Virgen: 

      “Debido principalmente a su protección, y ayuda, la doctrina, y las leyes del Evangelio se han propagado tan rápidamente, que la cruz bendita sea ensalzada, y adorada en el mundo entero, y que las herejías hayan sido destruidas.” 

El Papa Pío Décimo atribuye igualmente a María los insignes favores concedidos a la Iglesia en los cincuenta años transcurridos hasta él después de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción.

MEDIACIÓN UNIVERSAL. 

— Lo que es verdad respecto a los medios generales de salvación, lo es también de cada gracia en particular. La Santísima Virgen, nos dice San Bernardo, y los Papas han hecho suya esta doctrina, interviene en la distribución de todos los dones sobrenaturales, es mediadora para cada uno, y cada una de las circunstancias de nuestra vida, como una madre que se ocupa individualmente de cada uno de sus hijos. Para esto Dios le ha dado un conocimiento proporcionado a su papel maternal universal, y mientras un fiel prosiga la obra de su santificación, María pondrá todo su poder, y todo su amor a su favor para aplicarle los frutos de la redención.

Debemos, pues, dirigirnos con reconocimiento, y confianza a quien, y por quien recibimos todos los bienes sobrenaturales. Pero si la Virgen es dispensadora de los tesoros celestiales, si es la mediadora que nos da a Jesús, lo es también para conducirnos a Dios, para presentarle nuestras plegarias, y nuestra misma vida. Sin duda Jesucristo es nuestro abogado, y mediador ante el Padre, ¿Pero acaso tenemos suficiente grado de pureza para dirigirnos directamente a El? 

Digamos con el bienaventurado Grigñon de Monfort en su admirable librito de “La verdadera devoción a la Santísima Virgen”: “Tenemos necesidad de un mediador ante el mismo Mediador, y para ello María es la más capaz de ejercer esta caritativa función. 


Por ella Jesús ha venido a nosotros, y por ella debemos ir nosotros a El. Si no nos atrevemos a ir directamente a Jesucristo-Dios debido a su infinita grandeza, o a nuestra pequeñez, o a nuestros pecados, imploremos la ayuda, y la intercesión de María nuestra Madre; es buena, y cariñosa; en ella no hay nada ... que nos impida acercarnos; viéndola a ella, contemplamos nuestra misma naturaleza… Es tan dadivosa que no rechaza a nadie, tan poderosa que no desoye las súplicas; sólo necesita presentarse ante su Hijo, que no podrá negar nada a las instancias y súplicas de su amantísima Madre. Para ir a Jesús es necesario ir a María que es nuestra mediadora por su intercesión; para ir al Padre es necesario ir a Jesús, nuestro Mediador por la redención.”

PLEGARIA.


 Oh excelsitud de nuestra raza, diremos con Santiago el Monje, que tal mediadora ha conseguido! ¡ Qué boca, aunque cante sin descanso himnos de alabanza, podrá darte, Señor, dignas acciones de gracias por este beneficio!’, ¡Oh Madre divina, eres la dispensadora y depositaria de las gracias, no para guardarlas para ti sola, sino para repartirlas a manos llenas sobre todas las criaturas. Como dispensadora de inagotables tesoros está encargada de su distribución; ¿cómo ha de guardar celosamente unas riquezas que no disminuyen nunca? Derrama, pues, con mano generosa sobre tu pueblo y tu herencia tus misericordias y tus gracias. Líbranos de los males que nos oprimen. Mira las múltiples y difíciles pruebas que pesan sobre nosotros: pruebas interiores y exteriores que vienen de hermanos y de extraños. Restablece con tu poder el orden y la paz. Reconcilia a los hermanos entre sí, expulsa lejos a los enemigos que nos rodean, y atormentan como bestias feroces. Proporciona a nuestras miserias tu socorro, y ayuda, y concede a nuestras almas una gracia abundante con la que podamos triunfar de todo, a fin de que si no podemos avanzar lo logremos con ella. Concédenos, en fin, que fortificados, y salvados por tantas misericordias podamos glorificar ahora y siempre por los siglos sin fin al Verbo eterno encarnado en ti por nosotros, junto con el Padre sin principio, y el Espíritu Vivificador”.



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