R. Señor, danos sacerdotes santos.
V. Para que nos acompañen a la hora de nuestra muerte, y ofrezcan la Santa Misa por nosotros



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jueves, 5 de mayo de 2022

“Firmes en la fe, Mal que le pese a Roma (Bergoglio)”—Monseñor Héctor Aguer

 



«Seguros en la Fe, Mal que le pese a Roma»



Es causa de asombro, desconcierto y preocupación de muchísimos fieles la persistencia del máximo exponente del magisterio eclesial en criticar -burlonamente a veces- a quienes están seguros de la identidad de la fe,  y se afirman en ella con alegría; agradecidos a Dios por hallarse enraizados en la gran Tradición de la Iglesia. Estos cristianos son vituperados como rigurosos fariseos. La insólita postura de la Santa Sede contradice la enseñanza de San Juan Pablo II y de Benedicto XVI; que tanto amaron y glorificaron el esplendor de la verdad. El moralismo relativista que actualmente profesa Roma, hunde la realidad de la fe y sus consecuencias éticas y espirituales en el ámbito kantiano de la Razón práctica. Peor aún: los “nuevos paradigmas” propuestos por el pontificado se someten a los dictados de un Nuevo Orden Mundial, manejado por la masonería y financiado por el imperialismo internacional del dinero. Desde hace tiempo se sabe que el Vaticano es una cueva de masones, que se ayudan a trepar a los cargos más influyentes, según los pactos secretos que desde sus orígenes caracterizan a la secta; los cuales han sido repetidas veces denunciados por los pontífices, que alertaron sobre el peligro que la tradicional enemiga de la Santa Iglesia implica para el orden social basado en la ley natural, y para el sostén y desarrollo de la fe en la vida de los pueblos. Soy consciente de la verdad y exactitud de lo que acabo de escribir, por eso no temo que mi libertad sea coartada por medidas que nadie se atreverá a tomar.



         Los errores, y las herejías, pueden procesarse y difundirse ampliamente, ante el silencio cómplice de quienes deberían condenarlos, según fue hecho desde los tiempos apostólicos. El testimonio del Nuevo Testamento es por demás elocuente: “Conviene que haya herejías, para que se manifieste quiénes son fieles” (1 Cor 11, 19: hina kai hoi dokimoi phaneroi genōntai). El sínodo alemán, ante el silencio de Roma, distingue en ese pueblo germánico a los verdaderos creyentes de los atrapados por los errores, que deben hacer sonreír a Martín Lutero (allí donde se encuentre). En la misma carta que citamos, el Apóstol Pablo recuerda a los fieles el Evangelio que les ha predicado, el que ellos recibieron, en el cual estamos firmes (estēkate: 1 Cor 15, 1) por el cual son salvados, si permanecen firmes (ei katechete: 1 Cor 15, 2) porque de lo contrario han creído en vano (ektos ei mē eikē episteusate). Lo fundamental, que Pablo les recuerda, es lo que él les ha entregado. Resulta escandaloso que Roma descalifique la tradición. San Pedro, en su Segunda Carta, hace notar a sus lectores -¡y a nosotros!- que su propósito es asegurarlos, hacerlos más firmes, estērigmenous (2 Pe 1, 12); les advierte contra los maestros mentirosos (pseudodidáskaloi) que se introducen en la Iglesia, como los falsos profetas en el pueblo de Israel; por ellos es blasfemado el camino de la verdad (2 Pe 2, 2). Las epístolas pastorales del Apóstol Pablo describen una situación que se ha verificado periódicamente en la historia de la Iglesia: se precipitan “tiempos peligrosos” (kairoi chalepoi, 2 Tim. 3, 1) por la introducción de errores que debilitan la fe y la seguridad de los fieles, respecto de la tradición en la que se apoyan. Por eso anima a sus discípulos y colaboradores a resistir. Muchas veces he citado el pasaje de 2 Tim. 4, 1 ss: los pastores de la Iglesia deben predicar incansablemente la verdad, deben argüir e increpar (epitimēson: 2 Tim. 4, 2). El problema era, y es, el de los falsos maestros que halagan los oídos que buscan actualidad, procuran reubicarse en un mundo más amplio, de aquellos que se entregan a los mitos abandonando la verdad (apo men tēs alētheias…epi de tous mythous, ib 4, 4). Como los textos asumidos en estas citas se encuentran numerosos pasajes, en los que se expresa todo lo contrario de la orientación del actual pontificado. El contraste aparece en la simple comparación.

         He señalado una causa en el predominio del moralismo, que despoja a la doctrina de la fe del dinamismo que la orienta hacia su dimensión mística. La fe es contemplativa; su aplicación al obrar depende de aquel reposo  fruitivo y seguro en la verdad que es su objeto: es theoría antes que práxis; y la segunda acierta con lo que hay que hacer, en cada circunstancia, porque es iluminada por esta lumbre superior que permite discernir con sabiduría. El moralismo es necesariamente pragmático y relativista. La crítica que dirijo a esta corriente hoy día oficial incluye la observación de que ya no se predica íntegramente la doctrina de la fe. San Juan Pablo II nos ha dejado en el Catecismo de la Iglesia Católica una síntesis actualizada de lo que hoy debemos creer y difundir. En ese corpus que abarca dogma, moral y espiritualidad se halla la identidad del catolicismo, en la cual los cristianos en este “tiempo peligroso” podemos asegurarnos, dirigiendo la mirada de nuestro espíritu al Señor que está con nosotros “todos los días” (pasas tas hēmeras, Mt. 28, 20).

         Parece mentira -pero es una penosa realidad- que, después de más de medio siglo, se cumplan aquellas palabras de Pablo VI: “Por alguna rendija entró el humo de Satanás en la Casa de Dios”. El sedicente “espíritu del Concilio”, contra el cual reaccionó tan sabiamente Jaques Maritain en “El campesino de Garona”, asoma nuevamente, esta vez desde la mismísima Colina vaticana. Los discursos pontificios eluden expresamente las verdades que habría que recordar con claridad, con magnanimidad y paciencia; y se detienen exclusivamente en aquellos “nuevos paradigmas”, que golpean en vano a los verdaderamente fieles, que intentan vivir con fidelidad lo que han recibido. El cristiano es alguien que ha recibido lo que cree y que, merced a los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía, procura ordenar su vida de hombre nuevo según el ejemplo de Cristo.

         No debe extrañarnos que en los programas pastorales que se alientan desde la usina de la sinodalidad, los sacramentos no tengan lugar. Sacramentum traduce el griego mysterion; el moralismo pragmático relativista es incapaz de percibir los misterios de la fe, y tiende espontáneamente a descartar la dimensión sobrenatural de una pastoral de los sacramentos, que asegura el don de la gracia ofrecido a todos: la liberación del pecado y expansión de la vida nueva de participación de la naturaleza divina. Somos participantes de la naturaleza divina, theias koinōnoi physeōs (2 Pe. 1, 4). Lo que constituye la vida de un cristiano es mantenerse en lo que ha recibido, en el “mandato viejo”, que dice San Juan en su Primera Carta, la entolēn palaiàn (1 Jn 2, 7) es decir la recepción de la luz que aleja la tiniebla: hē skotia paragetai (1 Jn 2, 8).

         Un hecho histórico que permite apreciar hasta dónde se extiende el “peligro” de este tiempo oscuro, ha sido el silencio, o quizá el repudio, que ha merecido la presentación respetuosa de dudas sobre el alcance de la innovación semi-disimulada en la Exhortación Amoris laetitia; obra de cuatro eminentes cardenales, Burke, Cafarra, Brandmüller y Meisner. La cuestión de la posibilidad de admitir a los sacramentos a las personas divorciadas que han pasado a una nueva unión, fue un globo de ensayo del moralismo relativista; para el cual ya no hay actos intrínsecamente malos. Es una estafa contra los mismos posibles beneficiarios de esa permisión el propósito de trazar un camino alternativo al que indica la Tradición; equívoco que no puede ser considerado un gesto de misericordia. La justicia -la justificación por la gracia- es la verdadera misericordia. No es algo menor la objetividad con que la praxis eucarística se inscribe en la vida cristiana contra el mero deseo subjetivo de comulgar; en este orden la Tradición católica, con el reconocimiento de la sana teología, es fiel a los orígenes, tal como inequívocamente aparece en el Nuevo Testamento. La seguridad que proporciona el abrazo a la verdad conocida y amada, no implica de ninguna manera desprecio de quienes vacilan o han sido ya ganados por el relativismo; al contrario, expresa la fraterna preocupación para hacerles participar de la alegría que brinda la integridad de la fe, recibida humildemente como un don inmerecido.

         La inquietud que provoca la actual postura del magisterio se agrava al considerar el sistema de promociones al Episcopado, y a la dignidad cardenalicia, por su abundancia y su orientación. En efecto, ¿qué sentido tiene que una diócesis que carece de vocaciones y cuenta con un número insuficiente de sacerdotes para cubrir las necesidades pastorales, disponga de dos obispos auxiliares? Me refiero a lo que ocurre en la Argentina, aunque la misma actitud puede verificarse en otros países. No es un pecado de suspicacia pensar que existe el propósito expreso de reformar la Iglesia, y difundir el criterio moralista y relativista que, como ya he dicho, se ha convertido en una política oficial. Desearía liberarme de tal inquietud y estar equivocado en el juicio que hago de la orientación impuesta desde Roma. Como muchos otros que en el mundo entero comparten esta inquietud mía, sólo puedo reposar en la confianza y el amor de Cristo, Señor y Esposo de la Iglesia; y en la intercesión de la Virgen Santísima, a la que invoco de corazón. No deseo caer en la pretensión de tener la razón en la crítica que no puedo menos que hacer, aunque las declaraciones y los hechos reseñados crévent mes yeux  me producen un dolor amargo, que inducen a pensar y a juzgar. ¡Que el Señor tenga piedad de nosotros, y alivie la duración de este “tiempo peligroso” que vivimos! Insisto en lo que observo al comienzo de esta nota: asombro, desconcierto, preocupación: ¿qué otros sentimientos podría suscitar el extraño fenómeno de apalear a los verdaderos católicos, y acariciar a los herejes? Nuestra sencilla gente de campo diría: “cosa ´e mandinga”; el “humo de Satanás que por una rendija se ha metido en la Casa de Dios”, según confesaba un desengañado Pablo VI.

 + Héctor Aguer

Arzobispo Emérito de La Plata


lunes, 2 de mayo de 2022

San Atanasio: “Ellos tienen los templos, ustedes la fe apostólica”

Obispo y Doctor de la Iglesia.
Fiesta: 2 de mayo
 
 
 
Principal opositor de la herejía del arrianismo. Padre de la Ortodoxia. Aclamado doctor el año 1568 por el Papa San Pío Quinto. 

Carta de San Atanasio, Obispo de Alejandría, a sus fieles, en la que les anima a permanecer fieles a la Tradición Apostólica, a perseverar en la verdadera fe católica, y a no desanimarse al ver cómo una gran cantidad de herejes se apoderaron de la estructura física de la Iglesia.

Hoy podemos hacer nuestra esta carta. Sus palabras también nos alientan:

"¡Que Dios os consuele! …lo que tanto os entristece es que los enemigos han ocupado por violencia vuestros templos, en tanto que vosotros, en todo este tiempo, os encontráis afuera. Es un hecho, que ellos tienen los edificios, los templos; pero, en cambio, vosotros tenéis la fe apostólica. Ellos han podido quedarse con nuestros templos, pero están fuera de la verdadera fe. Vosotros tenéis que permanecer fuera de los lugares del culto, pero permanecéis, en cambio, dentro de la fe.

Reflexionemos: ¿qué es más importante, el lugar o la fe? Evidentemente, la verdadera fe. En esta lucha, ¿quién ha perdido, quién ha ganado: el que ha guardado el lugar o el que ha guardado la fe?

El lugar, es verdad, es bueno, (pero) cuando se predica en él la fe apostólica. Es Santo, si todo lo que sucede y pasa en él es santo.

Sois vosotros afortunados, porque permanecéis en la Iglesia por vuestra fe, que ha llegado a vosotros por la Tradición apostólica y si, sometidos a la presión, un celo execrable ha pretendido quebrantar vuestra fe, esa presión no ha tenido éxito. Son ellos los que se han separado, en la crisis presente de la Iglesia.

Nadie prevalecerá jamás contra vuestra fe, hermanos carísimos. Y nosotros sabemos que Dios nos devolverá un día nuestros templos.

Así, pues, mientras más se empeñen en quitarnos nuestros lugares de culto, más se separarán de la Iglesia. Pretenden representar a la Iglesia, cuando en realidad ellos se han expulsado a sí mismos de ella y se han extraviado.

Los católicos que se mantienen fieles a la Tradición, aún si se reducen a un manojo, son la verdadera Iglesia de Jesucristo”



“Si el mundo va contra la verdad, entonces Atanasio va en contra del mundo.” ― San Atanasio

Durante el Siglo III la mayoría de los obispos se dejaron contaminar por las herejías del sacerdote herético  Arrio. Este tiempo es una prefigura de la gran apostasía que estamos viviendo, pidamos a San Atanasio que nos guíe en esta batalla contra la herejía bergogliana para que podamos defender con eficacia la ortodoxia de nuestra santa fe.

El heresiarca Bergoglio contradice a San Atanasio de Alejandría

El que tenga oídos para oír, que escuche y entienda». San Marcos 4:23

PLEGARIA POR LA CONSERVACIÓN DE LA FE 

Del Año  litúrgico de Dom Prospero Gueranger

 — Tus trabajos, oh gran doctor, ahogaron el arrianismo; pero esta odiosa herejía ha levantado la cabeza en estos días. Extiende sus estragos a favor de esa caricatura de ciencia que se une al orgullo y que ha llegado a ser el gran peligro de los tiempos presentes. El Hijo eterno de Dios, consubstancial al Padre, es blasfemado por los adeptos de una filosofía perniciosa que no tiene inconveniente en ver en El al primero de todos los hermanos, con tal de afirmar que sólo fue hombre. En vano la razón y la experiencia demuestran que todo es sobrenatural en Jesús; ellos se obstinan en cerrar los ojos, y llenos de mala fe, a un lenguaje de admiración hipócrita mezclan el desprecio por la fe cristiana que reconoce en el Hijo de María al Verbo eterno, encarnado para la salvación de los hombres. Confunde a los nuevos arríanos, pon al descubierto su soberbia debilidad y sus artificios; disipa la ilusión de sus desgraciados adeptos; que al fin sea reconocido que esos pretendidos sabios que se atreven a blasfemar de la divinidad de Cristo, van a perderse en los vergonzosos abismos del panteísmo, o en el caos del escepticismo, en cuyo seno desaparece toda moral y toda inteligencia se apaga.

Conserva en nosotros, por tus méritos y oraciones, el don precioso de la fe que el Señor se dignó confiarnos; alcánzanos que confesemos y adoremos siempre a Jesucristo como a nuestro Dios eterno e infinito, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado y no hecho, que se dignó tomar carne de María por nosotros los hombres y por nuestra salvación. Revélanos sus grandezas hasta el día en que podamos contemplarlas contigo en la gloria. Entretanto conversaremos con El por la fe sobre esta tierra testigo de los esplendores de su resurrección.

Amaste a este Hijo de Dios, Creador y Salvador nuestro. Su amor fue el alma de tu vida, el móvil de tu consagración heroica a su servicio. Ese amor te sostuvo en las luchas en que el mundo entero parecía conspirado contra ti; te hizo más fuerte que todas las tribulaciones; alcanza para nosotros ese amor que nada teme porque es fiel, ese amor que debemos a Jesús, que siendo el esplendor eterno del Padre, su sabiduría infinita, se dignó humillarse hasta tomar la forma de esclavo, y hacerse por nosotros obediente hasta la muerte y muerte de Cruz ¡Cómo pagaríamos su entrega por nosotros sino dándole todo nuestro amor a ejemplo tuyo y celebrando tanto más sus grandezas, cuanto más El se humilló por nosotros!

San Atanasio ruega por nosotros. 





Quienes, ante todas las evidencias de la rebelión de Bergoglio contra Dios y la Iglesia, siguen llamando papa a Bergoglio perpetúan el Gran Engaño Mundial

 ¿Alguien que realmente ve puede llamar oveja a un lobo? PRIMER MANDAMIENTO: No tendrás dioses ajenos delante de mí...No te inclinarás ante ...