Confieso. Tengo problemas para llamar a Bergoglio Papa Francisco.
Carece del aura de lo sagrado, del carisma religioso, de la gracia del Santo Padre. Lo veo más como el presidente de una ONG, jefe de una gran organización no gubernamental.
Su tema crucial no es la relación entre el hombre y Dios , ni el misterio de la fe y la resurrección, ni el alma inmortal y ni Nuestro Señor Jesucristo. Sino es la acogida, los migrantes, la asistencia de los pobres de todo el mundo, el diálogo con los no creyentes o los creyentes de otras religiones, empezando por el pueblo islámico, el deseo de agradar a los medios de comunicación y al Espíritu de la época, más que al Espíritu Santo.
Es un papa extrovertido, es decir, para uso externo, acercándose a los lejanos y alejados a los cercanos; de hecho, para ser más preciso o cáustico, el quisiera acercarse a los distantes, pero mientras tanto distancias a los cercanos, es decir, los creyentes y los hipo creyentes, los practicantes débiles e inciertos.
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Quiere transformar a Italia en un corredor humanitario y en Europa en un gran centro de acogida, ruge contra los muros de los demás y se olvida que él vive en el seguro recinto de las murallas vaticanas. […]
Bergoglio está haciendo que la Iglesia se precipite hacia un destino sindical-humanitario, tipo “Emergency” o “Comunidad de San Egidio”, o como una agencia por la restauración filantrópica universal; un ente espiritualmente apagado que prefiere dialogar con los progresistas ateos, que en lugar con los católicos no progresistas.
Y sin convertir a nadie a la Fe. La predilección por el sociólogo Bauman, la amistad con Scalfari y la preferencia declarada por el periódico de la República son otra evidencia. O el hecho de que ante tantas matanzas y persecuciones de cristianos él se calla o decide adoptar un grupo de islamistas en el Vaticano, esto dice mucho sobre sus prioridades.
O además, presentarse como el papa de la sonrisa, que dialoga con todos, que es indulgente con quienes yerran, pero al mismo tiempo despide a quienquiera en las jerarquías eclesiásticas que no esté de su parte o que se demuestre conservador: tiene una doble faz.
Y aún más: su ensordecedor silencio sobre los temas que conciernen a la vida y la muerte, los abortos y las mutaciones transgénicas, la propaganda de género, las parejas gays y las adopciones homosexuales, el vientre de alquiler y las fecundaciones artificiales, el nacimiento y la familia, que fueron los puntos cruciales en el papado de Juan Pablo II y de Benedicto XVI.
A pesar de los episodios impactantes, sentencias absurdas o manifestaciones en defensa de la familia y de los nacimientos, Bergoglio calla; pero está listo para intervenir cuando se trata de cuestiones sindicales o controversias humanitarias, ecológicas, pacifistas, sin ahorrarse la demagogia y el fácil moralismo.
Un papa de los migrantes, un papa formato import-export, un papa-portero del “hotel” Italia. Bergoglio aún se ha quedado mentalmente (fijo) en su primer viaje pastoral, en (la isla de) Lampedusa. No se da cuenta de que, entre la baja natalidad y los flujos migratorios, se está apagando la civilización cristiana.
Pero sobre todo en una cuestión el método de Bergoglio es inadecuado: no está acercando o volviendo a acercar a la Iglesia a nuevos o antiguos fieles, no está despertando las vocaciones y la asiduidad en frecuentar la Misa. La descristianización prosigue, las iglesias se quedan desiertas, y los datos lo confirman de modo dramático.
Él despierta simpatía personal y mediática, sobre todo entre los no creyentes; pero el aficionado del club de fans de Bergoglio no se convierte a la fe. […]
El pastor argentino, que ya se presentaba con la astuta jugada de llamarse “Francisco”, parecía ser capaz de responder a esta necesidad de empezar de nuevo. Solo un jesuita habría podido llamarse “Francisco”, un franciscano nunca se habría atrevido a tanto.
Pero este Papa pronto demostró que no tenía gracia y ni luz para actuar, al accionar, al declarar; demostró que no soportaba la Tradición, el Rito, la Liturgia, su rechazo por lo Sagrado, y por convertir lo que es santo en una revuelta humanitaria. Y la reciente exaltación de padre Milani y padre Mazzolari nos lo confirma. […]
Además, aquellos presagios nefastos, los dos papas vestidos de blanco, él que vive prácticamente en un hotel, la paloma que fue despedazada delante de sus ojos, las malas historias del Vaticano que reanudan su caída...
Es como si una energía espiritual se estuviese apagando, y que dos papas juntos se anularan recíprocamente. El papa emérito y el papa demérito …
Marcello Veneziani