R. Señor, danos sacerdotes santos.
V. Para que nos acompañen a la hora de nuestra muerte, y ofrezcan la Santa Misa por nosotros



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lunes, 31 de enero de 2022

La antidoctrina de Bergoglio contradice las enseñanzas católicas de Don Bosco


La antidoctrina anticatólica de Bergoglio está corrompiendo a la juventud. Bergoglio los está llevando a la apostasia y los 
está confirmando en la practica de los vicios. 

En lugar de lograr el arrepentimiento de la juventud, la está conduciendo a la impenitencia final, que es un pecado imperdonable contra el Espíritu Santo que se opone a la santificación de las almas. 

Don Bosco juzga las herejías de Bergoglio


San Juan Bosco…

 

juzga la idea del uso de la internet para la educación católica que tiene Francisco

  • Formar el corazón con las enseñanzas de la fe y el celo por la gloria de Dios

La infancia, la adolescencia, la juventud, son épocas de un extraordinario florecimiento de sentimientos y de afectos. El educador lo debe aprovechar. El corazón presenta sectores poco explorados, casi desconocidos. El centro del corazón, digamos, es el amor. Hay que purificar el amor, transformar la sentimentalidad humana en amor fino y sublime; en caridad, en caridad para con Dios y para con el prójimo. Refrenar la ira, ayudar al prójimo, sujetar la sensibilidad a la razón, a las enseñanzas de la fe, al celo por la gloria de Dios. (San Juan Bosco. Biografía y escritos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1967, p. 411)

  • Sin la religión, no se consigue ningún fruto

Solo la religión es capaz de comenzar y acabar la gran obra de una verdadera educación. Sin religión no se consigue ningún fruto entre los jóvenes. (San Juan Bosco. Biografía y escritos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1967,  p. 428)

  • Mantener a los niños siempre ocupados con cosas buenas

La impureza es el vicio que más estragos ocasiona en la juventud. Moralidad: ¡he aquí lo que más importa! […] Es menester tener siempre ocupados a los muchachos. […] Si nosotros no los ocupamos, ellos se buscarán ocupación, y ciertamente con pensamientos y cosa no buena. (San Juan Bosco. Biografía y escritos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1967,  p. 429)

  • Hay que desprenderse de lo terreno para elevarse al cielo

Hijos míos, desprendeos de lo terreno. Imitad a los pajarillos cuando quieren desanidar. Empiezan a salir al borde del nido, sacuden las alitas, intentan levantarse en los aires, hacen prueba de sus fuerzas. Así debéis hacer vosotros: sacudir un poco las alas para elevaros as cielo… Comenzad con cosas pequeñas, con las que son necesarias para la eterna salvación. (San Juan Bosco. Biografía y escritos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1967, p. 412)

  •  El mundo es muy ingrato

Jóvenes, acostumbraos a decir al demonio: ¡No puedo: tengo un alma sola! Esta es la verdadera lógica cristiana. Por eso, pureza de intención, hacer lo que agrada a Dios, obedecer a Dios. Es esta conveniencia: el mundo es muy ingrato; es imposible tenerlo contento; el mejor consejo que se puede dar es no esperar del mundo la recompensa, sino de Dios solo. (San Juan Bosco. Biografía y escritos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1967, p. 410-411)

… juzga la idea de Francisco de no ser necesario decir los pecados en la confesión

  • El demonio procura que se oculten los pecados en la confesión

Ante todo, os recomiendo pongáis el mayor cuidado para no caer en pecado; y si por desgracia incurrís en alguno, no deis oído al demonio tentador; procurará lo ocultéis en la confesión. […] He querido deciros estas cosas para que nunca os dejéis engañar por el demonio, callando por vergüenza algún pecado en la confesión. (San Juan Bosco. Biografía y escritos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1967, p. 826)

  • El demonio roba las almas de Dios para siempre, al ponerles gran vergüenza

No tengáis miedo de manifestar al confesor vuestros defectos o vuestras faltas. […] Nada, mis queridos hijos, os quite esta confianza: Ni la vergüenza, pues las miserias humanas bien sabemos que son miserias humanas, y ciertamente que no vais a confesaros para contar milagros. […] Ni el miedo de que el confesor pueda manifestar nada de lo oído en confesión; esto es un secreto terrible para él; la mínima venialidad manifestada bastaría para condenarlo al infierno. Ni el temor de que recuerdes después lo que le habéis confesado. […] Animo, pues, hijitos míos; no hagamos reír al demonio. Confesaos bien, diciéndolo todo. […] El lazo con el que comúnmente suele el demonio atrapar a los jóvenes es precisamente este: hacerles sentir gran vergüenza cuando tratan de confesar un pecado. Cuando impulsa a cometerlos, les quita entonces toda la vergüenza y les hace creer que son nonadas; pero después, cuando se trata de confesarlos, se la devuelve, aún más, se la aumenta y hace lo posible para meterles en la cabeza la idea de que el confesor se asombrará viéndolos tan caídos y perderá la estima en que los tenía. De esta manera intenta llevar siempre más las almas hacia el báratro de la eterna perdición. ¡Oh, cuántas almas, especialmente de jóvenes, roba el demonio a Dios, y con frecuencia para siempre! (San Juan Bosco. Biografía y escritos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1967, p. 527-528)

  • La vergüenza, en vez de llevar a la salvación, lleva a la perdición

Miré y vi [en un sueño] otros tres jóvenes en una postura espantosa. Tenía cada uno un gran mono sobre sus espaldas. Observé atentamente, y vi que los monos tenían cuernos. Cada una de aquellas terribles bestias, con las patas de delante sujetaban a los infelices por el cuello, estrechándoselo de tal manera, que tenían el rostro completamente congestionado, y los ojos, inyectados en sangre, casi saltándose de sus órbitas; con las patas de atrás les apretaban los muslos de tal manera, que apenas podían moverse, y con la cola, que era larguísima, les enredaban también las piernas, de modo que les era casi imposible el caminar. Esto significa que aquellos jóvenes, aun después de los ejercicios espirituales, están en pecado mortal: el demonio les aprieta el cuello, no dejándoles hablar cuando deben; infundiéndoles una vergüenza tal, que pierden la cabeza y no saben qué hacer. Esta vergüenza, en vez de llevarlos a la salvación, los lleva a la perdición. (San Juan Bosco. Biografía y escritos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1967, p. 577-578)

  •  Es necesario “labor, sudor y fervor” para quitar el demonio de la vergüenza

Pregunté qué debían hacer estos jóvenes para echar de sus espaldas tan horrible monstruo. El dijo de prisa: “Labor, sudor, fervor”. No entiendo, habla más claro. De nuevo repitió: “Labor, sudor, fervor”. […] “Entiendo materialmente las palabras, pero conviene que me des explicación de ellas”. “Labor in assiduis operibus; sudor in poenitentiis continuis; fervor in orationibus ferventibus”. (San Juan Bosco. Biografía y escritos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1967, p. 578)

  • Gran número de cristianos se pierden eternamente por no haber declarado con sinceridad algunos pecados en la confesión

Yo os aseguro, jóvenes muy amados, que mi mano tiembla al escribir estos renglones ante la consideración del gran número de cristianos que se pierden eternamente por no haber declarado con sinceridad algunos pecados en la confesión. Si, por acaso, alguno de vosotros, repasando su vida anterior, recordase que ocultó algún pecado en sus confesiones o tuviera la más pequeña duda acerca de la validez de alguna de ellas, oiga lo que voy a decirle con el mayor encarecimiento: “Amigo, por amor de Jesucristo y por la preciosa sangre que derramó por salvarte, te suplico que arregles el estado de tu consciencia la primera vez que vayas a confesarte y expongas con sinceridad todo lo que amargaría tu alma si te hallaras en el momento de la muerte”. (San Juan Bosco. Biografía y escritos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1967, p. 826)

  • Mayor es el número de los que se condenan confesándose que el de los que se condenan por no confesarse

He tenido un sueño. Muchísimas de las cosas vistas no pueden ser descritas, porque… para expresarlas no me bastan ni la inteligencia ni la palabra. […] Había cuatro jóvenes atados con gruesas cadenas y con candados en los labios. Los observé atentamente y los conocí. […] Yo, aturdido y apesadumbrado por aquellas rarezas, le pregunté por qué causa el candado apretaba los labios de aquellos tales. El me respondió: “¿Y no lo entiendes? Estos son los que callan”. “¿Pero, que callan?” “Callan”. Entonces comprendí que quería significar que callaban en la confesión. Son los que, aun interrogados por el confesor, no responden, o responden evasivamente, o contra la verdad. Responden que no, cuando es que sí. […] Tan así es que, en todo el mundo, es mayor el número de los que se condenan confesándose que el de los que se condenan por no confesarse, porque aun los más malos se confiesan alguna vez, pero muchísimos se confiesan mal. (San Juan Bosco. Biografía y escritos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1967, p. 574.576-577)

  • El sacerdote debe ayudar a los penitentes a exponer el estado de sus consciencias

Quien por la Divina Providencia tenga el dificilísimo cargo de confesar jóvenes, humildemente le suplico me permita que, omitiendo otras muchas cosas, le haga, con el mayor respeto, las siguientes observaciones: […] Ayudadles a exponer el estado de su consciencia e instadles a frecuentar el santo sacramento de la penitencia. Este es el medio más seguro de tenerlos alejados del pecado. (San Juan Bosco. Biografía y escritos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1967, p. 827)

… juzga los métodos educativos de la juventud que tiene Francisco

  • La moderna pedagogía reduce la religión a puro sentimiento

Uno de los defectos o vicios de la moderna pedagogía es reducir la religión a un puro sentimiento. Por eso no quieren que se hable a los chicos de las verdades eternas ni que se los nombre siquiera la muerte, el juicio, y mucho menos el infierno. Hay que instruirlos a fondo y ponerlos en grado de continuar instruyéndose por sí mismos. Es necesaria la reforma de las costumbres. Esto no se logra sino repartiendo el pan de la divina palabra a los pueblos. Catequizad a los niños, inculcad el desapego de las cosas de la tierra. […] Todos los maestros expliquen y hagan estudiar el catecismo diocesano. Es de suma importancia. Dos veces al año verifíquese con toda solemnidad un examen de catecismo, y el que no apruebe, no sea admitido a los demás exámenes. Dense premios especiales a los que se distinguen en este examen. Y para asegurar mejor este estudio, llévese con particular cuidado el registro de las notas semanales y mensuales. (San Juan Bosco. Biografía y escritos, 2 ed. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1967, p. 421)

  • Sin la religión no se consigue ningún fruto entre los jóvenes

Sólo la religión es capaz de comenzar y acabar la gran obra de una verdadera educación. Sin religión no se consigue ningún fruto entre los jóvenes. Las almas juveniles, en el período de su formación, tienen necesidad de experimentar los benéficos efectos que se derivan de la dulzura sacerdotal. (San Juan Bosco. Biografía y escritos, 2 ed. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1967, p. 428)

  • La Eucaristía y la confesión son los sostenes de la juventud

El primer grado para educar bien a los jóvenes consiste en trabajar por que confiesen y comulguen con las debidas disposiciones. Estos sacramentos son los más firmes sostenes de la juventud. La frecuente confesión y comunión y la misa diaria son las columnas que deben sostener un edificio educativo del cual se quiere tener lejos el castigo y la amenaza. No obligar a los jóvenes la frecuencia de los sacramentos, no; sino animarlos y darles facilidad para que puedan aprovecharse de ellos. En ocasión de ejercicios espirituales, triduos, novenas, sermones, catecismos, etc., debe hacerse resaltar la belleza, la grandeza, la santidad de una religión que propone medios tan fáciles, tan útiles a la sociedad civil, a la tranquilidad del corazón, y a la salvación del alma como son los santos sacramentos. (San Juan Bosco. Biografía y escritos, 2 ed., Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1967, p. 428-429)

  • Los educadores deben tener como fin la salvación de las almas

Razón y religión son los instrumentos de que debe hacer uso constante el educador, enseñarlos y practicarlos él mismo si quiere ser obedecido y obtener su fin. Este fin supremo consiste en tornar buenos a los jóvenes y salvarlos eternamente; todo lo demás: letras, ciencias, artes, oficios, se ha de considerar como medios.(San Juan Bosco. Biografía y escritos, 2 ed., Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1967, p. 423-424)

  • Educador cristiano es el que encamina por la senda de la santidad

¿Cuál es la obligación del educador cristiano? Según el espíritu de Jesucristo y la plática de su moral, el educador, sea padre o maestro, evita dar a los niños que la Providencia le ha confiado esa educación viciada; debe encaminarlos inmediatamente por la senda de la santidad, cuyas guías son renuncia y generosidad. Para comunicarles el espíritu de sacrificio debe dirigir sus cuidados, sobre todo, a cultivar su razón y su voluntad, sin descuidar ningunas de las demás facultades. (San Juan Bosco. Biografía y escritos, 2 ed., Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1967, p. 415)

  • Formar el corazón con el celo por la gloria de Dios

La infancia, la adolescencia, la juventud, son épocas de un extraordinario florecimiento de sentimientos y de afectos. El educador lo debe aprovechar. El corazón presenta sectores poco explorados, casi desconocidos. El centro del corazón, digamos, es el amor. Hay que purificar el amor, transformar la sentimentalidad humana en amor fino y sublime; en caridad, en caridad para con Dios y para con el prójimo. Refrenar la ira, ayudar al prójimo, sujetar la sensibilidad a la razón, a las enseñanzas de la fe, al celo por la gloria de Dios. (San Juan Bosco. Biografía y escritos, 2 ed., Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1967, p. 411)

  • La instrucción debe comenzar por el conocimiento del fin

No hay instrucción verdadera sin que sea al mismo tiempo educación. La inteligencia es la luz que Dios nos ha dado para alumbrar nuestro camino. Es al mismo tiempo el grande instrumento para todo trabajo humano. Es lo que distingue al hombre del bruto. Es el reflejo de Dios. Conviene cultivarla y educarla debidamente. La instrucción camina paralela a la vida y al obrar humano, que comienza siempre, y debe comenzar, por el conocimiento del fin, para proceder luego a escoger y aplicar concretamente los medios que conducen al fin mismo. Este pensamiento es el que preside la formación intelectual. (San Juan Bosco. Biografía y escritos, 2 ed., Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1967, p. 408-409)

  • No descuidar la facultad soberana, la voluntad

La sabiduría es el arte de gobernar la propia voluntad. La educación de la voluntad consiste ante todo en fortificarla, alejando de ella todos los impedimentos que puedan obstaculizarla en su recto ejercicio y dándole ocasiones y motivos para ejercitarse debidamente según su vida natural y sobrenatural. Todos o casi todos los educadores miran como el principal privilegio del niño el desarrollo de su inteligencia. Pero es una falta de prudencia ésta, porque desconocen o fácilmente pierden de vista la naturaleza humana y la recíproca dependencia de nuestras facultades. Dirigen todo esfuerzo a desarrollar la facultad cognoscitiva y el sentimiento, que errónea y dolorosamente confunden con la facultad de amar y en cambio descuidan completamente la facultad soberana, la voluntad, única fuente del verdadero y puro amor, de la cual la sensibilidad no es más que una especie de apariencia. (San Juan Bosco. Biografía y escritos, 2 ed., Madrid,Biblioteca de Autores Cristianos, 1967, p. 413)

  • El niño, sobreexcitado por la cultura intensa, es juguete del maligno

La inteligencia y la sensibilidad, sobreexcitada por una cultura intensa, atraen todas las fuerzas del alma, absorben toda su vida y adquieren prematuramente una extrema vivacidad, unida a la más exquisita delicadeza. El niño así concibe rápidamente; su imaginación es ardiente y móvil; la memoria retiene con escrupulosa exactitud y sin esfuerzo los más pequeños detalles, dando origen al memorismo; la sensibilidad encanta a cuantos se le acercan. Pero todas estas brillantes cualidades esconden la insuficiencia más vergonzosa, la debilidad más fatal. El niño hoy, y, por desgracia, más tarde el joven, arrastrado por la prontitud de las concepciones, no sabe pensar ni obrar con criterio, le falta buen sentido, el tacto, la medida; en una palabra, el espíritu práctico. […] Demasiado somero para leer en el fondo de su alma, no ve más que la superficie, es decir, las conmociones pasajeras, y, apresurado a captar sus pequeños movimientos, cree haber decidido con firmeza lo que parece querer; incapaz de dominarse, se apresura a ponerlo en práctica. ¡Triste y ridículo juguete del espíritu maligno, que no cesa de engañarlo, suscitándole impresiones que él, pobre ciego, toma por propósitos firmes y largamente meditados! […] La virtud lo seduce, pero como repugna a la debilidad su naturaleza, interpreta esta repugnancia como voluntad contraria. Y cede. En vano caen las gracias más abundantes sobre su alma, porque no las sabe recoger; su conciencia es como un mar en borrasca, agitado sin cesar por las más contrarias corrientes. (San Juan Bosco. Biografía y escritos, 2 ed., Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1967, p. 413-414)

  • Todo debe concurrir para la formación de la conciencia

Formación de la conciencia que es como decir formar en los alumnos ese intelecto práctico que conoce la ley moral y a su luz valúa cada acción, descubriendo su consonancia o discrepancia con dicha ley y obrando en conformidad con ella. Todo debe concurrir a esto: lecturas, conversaciones, coloquios, clases, pláticas, conferencias, públicas y privadas han de mirar a insinuar en las inteligencias el recto juicio acerca de las cosas y de las acciones de la vida. Deben aprender a huir del mal y hacer el bien no por temor o miramiento al hombre, sino por amor a Dios; no por el premio o castigo del superior, sino por deber de conciencia. (San Juan Bosco. Biografía y escritos, 2 ed., Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1967, p. 410-411)

  • Moralidad: ¡he aquí lo que más importa!

La impureza es el vicio que más estragos ocasiona en la juventud. Moralidad: ¡he aquí lo que más importa! […] Es menester tener siempre ocupados a los muchachos. […] Si nosotros no los ocupamos, ellos se buscarán ocupación, y ciertamente con pensamientos y cosa no buena. (San Juan Bosco. Biografía y escritos, 2 ed., Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1967, p. 429)

  • La educación física es importante para hacer del cuerpo colaborador del espíritu

Jamás perderá su actualidad el conocido programa de la antigüedad greco-romana: Mens sana in corpore sano. Y debe entenderse en un sentido integral: lograr una justa colaboración entre los dos constitutivos del hombre. Hacer del cuerpo un digno colaborador del espíritu para la gloria de Dios y el bien del prójimo. […] Convenientísima y hasta necesaria es la educación física, pero no se la debe convertir en un mero ejercicio mecánico ni en un mero conjunto de movimientos más o menos acompasados, sino que ha de ser una disciplina, un perfeccionamiento en todo sentido, también en el estético. La agilidad y robustez del cuerpo para que sirva mejor al alma y a la vida social. (San Juan Bosco. Biografía y escritos, 2 ed., Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1967, p. 406)

  • Los juegos que apasionan por intereses materiales no son recomendables

El juego está hecho para descansar y aventar malos humores. Por eso no son recomendables los juegos sedentarios, ni los que exigen demasiado cálculo, ni los que apasionan por intereses materiales. […] Debe prohibirse todo juego que incluya peligro de ofender a Dios, causar daño al prójimo y hacerse mal a sí mismo. (San Juan Bosco. Biografía y escritos. 2 ed., Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1967, p. 406-407)

  • En los años de la juventud el hombre debe habituarse al trabajo

El hombre, queridos hijos, ha nacido para trabajar. Adán fue colocado en el paraíso terrenal para que lo cultivase. El Apóstol San Pablo dice: “No merece comer quien no quiere trabajar: Si quis non vult operari, nec manducet (cf. 2 Ts 3, 10). Por trabajo se entiende el cumplimiento de los propios deberes, ya de estudio, ya del arte, u oficio. Trabajadores somos todos. Recordad que, mediante el trabajo, podéis haceros beneméritos de la sociedad, de la religión, y hacer el bien a vuestras almas, especialmente si ofrecéis a Dios las ocupaciones de cada día. […] Recordad que vuestra edad es la primavera de la vida. El que no se habitúa al trabajo durante la juventud, por lo regular será un holgazán hasta la vejez, para deshonra de la patria y de sus parientes, y quizá con irreparable daño para su propia alma, porque el ocio trae consigo toda clase de vicio. (San Juan Bosco. Biografía y escritos, 2 ed., Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1967, p. 489)

  • Del temor de Dios depende todo nuestro bien

Recordad, queridos jóvenes, que hemos sido creados para conocer, amar y servir a Dios, nuestro Creador, y que de nada nos servirá toda la ciencia del mundo y todas las riquezas del universo sin el temor de Dios. De este santo temor depende todo nuestro bien temporal y eterno. Para mantenernos en el temor de Dios nos sirven la oración, los sacramentos y la palabra de Dios. (San Juan Bosco. Biografía y escritos, 2 ed., Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1967, p. 489-490)

  • Las virtudes son el mejor ornamento de un joven

Recordad, queridos jóvenes, que sois la delicia del Señor. Feliz el que comienza desde pequeño a observar la ley de Dios. Dios merece ser amado, porque nos ha creado, nos ha redimido, nos conserva y nos ha hecho y nos hace innumerables beneficios, y tiene un gran premio reservado a quien guarda su ley. La caridad es la que distingue a los hijos de Dios de los hijos del demonio y del mundo. El que da buenos consejos a sus compañeros hace una grande obra de caridad. Obedeced a vuestros superiores, según el mandato de Dios, y todo saldrá bien. Las virtudes que forman el mejor ornamento de un joven cristiano son la caridad, la pureza, la humildad y la obediencia. (San Juan Bosco. Biografía y escritos, 2 ed., Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1967, p. 416)

  • Desde pequeño, caminar por la senda de la virtud

¡Qué difícil es desarraigar un vicio que haya echado raíces en la juventud! […] Esfuércese cada uno por adquirir hábitos buenos, porque de esta manera le será fácil practicar la virtud. Los hábitos formados en la juventud, generalmente duran toda la vida: si son buenos, nos conducen a la virtud y nos dan seguridad moral de salvación eterna. La Historia enseña que en todo tiempo fue amada la virtud y venerados y honrados los que la practican; el vicio, al contrario, fue siempre reprobado, y fueron despreciados los viciosos. Esto debe servirnos de acicate para huirlo constantemente y practicar la virtud. El que quiera ser grande debe comenzar desde pequeñito a caminar valientemente por la senda de la virtud. (San Juan Bosco. Biografía y escritos, 2 ed., Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1967, p. 416)

  • El cristiano debe procurar conocer la voluntad divina

Hijos míos: Dios, en sus eternos consejos, ha destinado a cada uno de vosotros una condición de vida con sus gracias correspondientes. Como en cualquier otra circunstancia, también en ésta, que es capitalísima, el cristiano debe procurar conocer la voluntad divina, imitando a Jesucristo, que protestaba haber venido a la tierra, únicamente para cumplir la voluntad de su Eterno Padre. Importa, pues, muchísimo, amados míos, que procuréis ver bien claro, para no empeñaros en ocupaciones a que el Señor no os destina. (San Juan Bosco. Biografía y escritos, 2 ed., Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1967, p. 422)

  • Desprendeos de lo terreno para elevaros al cielo

Hijos míos, desprendeos de lo terreno. Imitad a los pajarillos cuando quieren desanidar. Empiezan a salir al borde del nido, sacuden las alitas, intentan levantarse en los aires, hacen prueba de sus fuerzas. Así debéis hacer vosotros: sacudir un poco las alas para elevaros as cielo… Comenzad con cosas pequeñas, con las que son necesarias para la eterna salvación. (San Juan Bosco. Biografía y escritos, 2 ed., Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1967, p. 412)

  • El mundo es muy ingrato

Jóvenes, acostumbraos a decir al demonio: ¡No puedo: tengo un alma sola! Esta es la verdadera lógica cristiana. Por eso, pureza de intención, hacer lo que agrada a Dios, obedecer a Dios. Es esta conveniencia: el mundo es muy ingrato; es imposible tenerlo contento; el mejor consejo que se puede dar es no esperar del mundo la recompensa, sino de Dios solo. (San Juan Bosco. Biografía y escritos. 2 ed. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1967, p. 410-411)


⚠️ La secta bergogliana que se ha tomado ilicitamente el control de la Iglesia está reemplazando la orden salesiana con una secta apóstata satánica diabólica. 

Bergoglio apoya a un ‘cura’ indígena marxista apostata salesiano que continua practicando el paganismo


Don Bosco combatió la herejía valdense mientras el apóstata Bergoglio la promueve






miércoles, 19 de enero de 2022

Mons. Viganò: Cuando temía por mi vida redescubrí la Misa Tradicional

Mons. Carlo Maria Viganò celebrando la Santa Misa

 

Ab. Viganò insta a los sacerdotes a aprender celebrar la Santa Misa en latín: “Nos une a los Santos y Mártires del pasado” 

DILECTA MEA

Los que permitís que se prohíba la Misa Tradicional, ¿la habéis celebrado alguna vez? Los que desde lo alto de vuestras cátedras de liturgia dictáis amargas sentencias sobre la Misa de antes, ¿habéis meditado alguna vez en sus oraciones, sus ritos y sus sagrados gestos ancestrales? Me lo he preguntado muchas veces en estos últimos años. Porque yo mismo, que he conocido esa Misa desde pequeño, que cuando todavía llevaba pantalón corto aprendí a acolitarla, prácticamente la tenía olvidada y perdida. Introibo ad altare Dei. Me arrodillaba en invierno sobre las gradas heladas del presbiterio antes de ir al colegio. Sudaba bajo la ropa de monaguillo en algunos días de canícula. Me había olvidado de esta Misa, que fue precisamente aquella con la que me ordené sacerdote el 24 de marzo de 1968, en una época en la que ya se oteaban en el horizonte los primeros indicios de aquella revolución que en poco tiempo despojaría a la Iglesia de su más valioso tesoro para imponer en su lugar un rito adulterado.

Pues bien, aquella Misa que las reformas conciliares suprimieron y prohibieron en mis primeros años de sacerdocio permanecía como un lejano recuerdo, como la sonrisa de una persona querida lejana, la mirada de un pariente difunto y el amable tañido de las campanas en los domingos. Era algo relacionado con la nostalgia, la juventud, el entusiasmo de una época en que las obligaciones eclesiásticas aún estaban por venir, en la que todos creíamos que el mundo podía recuperarse de la posguerra y del peligro del comunismo con un renacimiento espiritual. Queríamos creer que el bienestar económico vendría acompañado de un renacimiento moral y religioso de nuestro país. A pesar del 68, las huelgas, el terrorismo, las Brigadas Rojas y la crisis de Oriente Próximo. Entre mil y un cometidos eclesiásticos, se consolidó en mi memoria el recuerdo de algo que en realidad había quedado sin resolver y que por el momento se había dejado de lado durante años. Algo que esperaba pacientemente, con la paciencia que sólo Dios tiene con nosotros.

Mi decisión de denunciar los escándalos de los prelados estadounidenses y la Curia Romana me brindó la oportunidad de ver desde otra perspectiva no sólo mi misión como arzobispo y nuncio apostólico, sino también el alma de aquel sacerdocio que mi servicio, primero en el Vaticano y más tarde en Estados Unidos, había dejado incompleto; más para mi sacerdocio que para el ministerio. Lo que hasta aquel momento no había entendido me resultó diáfano debido a una circunstancia inesperada, cuando mi seguridad personal pareció peligrar y, de mala gana, me vi obligado a vivir prácticamente en la clandestinidad, lejos de los palacios de la Curia. Entonces, gracias a aquella bendita separación, que actualmente considero una especie de vocación monástica, me llevó a redescubrir la Misa Tridentina. Recuerdo bien el día en que en lugar de la casulla me revestí con las vestiduras tradicionales, gorjal ambrosiano y manípulo. Recuerdo el temor que experimenté al pronunciar, al cabo de casi cincuenta años, aquellas oraciones del Misal que afloraban a mis labios como si las hubiese recitado hacía poco tiempo. Confitemi, Dominus, quoniam bonus en lugar del salmo Judica me, Deus del Rito Romano. Munda cor meum ac labia mea. Estas palabras ya no eran las del acólito o el joven seminarista, sino las del celebrante. De mí que, me atrevo a decir por primera vez, celebraba ante la Santísima Trinidad. Pues si bien es cierto que el sacerdote es una persona que vive esencialmente para los demás –para Dios y para el prójimo–, también es verdad que si no es consciente de su propia identidad y no cultiva la santidad su apostolado será estéril como címbalo que retiñe.

Sé bien que estas reflexiones pueden dejar indiferente, o incluso despertar compasión, en quien jamás haya tenido la gracia de celebrar la Misa de siempre. Pero supongo que pasará igual con quien nunca se haya enamorado y no entienda el casto éxtasis del amado ante la amada, para quien no conozca la dicha de perderse en la mirada de ella. El adusto liturgista, el prelado de clergyman con el pectoral en el bolsillo, el consultor de una congregación romana que va por ahí con el último número de Concilium o de Civiltà Cattolica bajo el brazo, observan la Misa de San Pío V con la atención que pone un entomólogo en el estudio de los insectos, o como un naturalista mira las venas de una hoja o las alas de una mariposa. Es más, a veces me pregunto si lo hacen con la asepsia del cirujano que corta con el bisturí un cuerpo vivo. Pero si un sacerdote con un mínimo de vida interior se acerca a la Misa antigua, independientemente de que la hubiera conocido antes o la acabe de descubrir, quedará hondamente impresionado por la majestuosidad del rito, como si saliera del tiempo y se adentrara en la eternidad de Dios.

Lo que me gustaría que entendieran mis hermanos en el episcopado y el sacerdocio es que esa Misa es intrínsecamente divina, porque en ella se percibe lo sagrado de un modo visceral; literalmente, uno se siente arrebatado al Cielo, en presencia de la Santísima Trinidad y la corte celestial y lejos del mundanal ruido. Es un canto de amor en el que la repetición de los gestos, reverencias y palabras sagradas no tiene nada de superfluo, del mismo modo que una madre nunca se cansa de besar a su hijo y una esposa de repetir a su esposo que lo quiere. Se olvida uno de todo lo demás, porque todo lo que se dice y canta en dicha Misa es eterno, todos los gestos son perennes, quedan fuera de la historia y se está inmerso en un continuum que une el Cenáculo, el Calvario y el altar donde se celebra. El celebrante no se dirige a la asamblea con la preocupación de que se le entienda, o de caer simpático o estar al día, sino que se dirige a Dios; y ante Dios sólo hay una sensación de infinita gratitud por el privilegio de transmitir las oraciones del pueblo cristiano, la alegría y el dolor de tantas almas, los pecados y faltas de quienes imploran perdón y misericordia, el agradecimiento por las gracias recibidas y el sufragio por nuestros seres queridos difuntos. Si se está solo, uno se siente al mismo tiempo íntimamente unido a una interminable multitud de almas que atraviesa el tiempo y el espacio.

Cuando celebro la Misa apostólica, pienso que en ese mismo altar consagrado con las reliquias de mártires han celebrado innumerables santos y millares de sacerdotes empleando las mismas palabras, los mismos gestos, haciendo las mismas inclinaciones y genuflexiones y vistiendo las mismas vestiduras. Y ante todo, comulgado el Cuerpo y Sangre mismos de Nuestro Señor, al que todos hemos sido asimilados en la ofrenda del Santo Sacrificio. Cuando celebro la Misa de siempre, me doy cuenta del modo más sublime y total del verdadero significado de lo que nos enseña la doctrina. Actuar in persona Christi no es la repetición mecánica de una fórmula, sino saber que mi boca dice las mismas palabras que pronunció el Salvador sobre el pan y el vino en el cenáculo; que mientras elevo la Hostia y el Cáliz repito la inmolación de Cristo en la Cruz; que al comulgar consumo la Víctima propiciatoria y me alimento de Dios, y no participo en un banquete. Y junto conmigo, toda la Iglesia: la triunfante, que se digna unirse a mi súplica; la purgante, que la espera para abreviar su paso por el Purgatorio; y la militante, que cobra fuerzas en la batalla espiritual de cada día. Pero si, tal como profesamos con fe, nuestra boca es la boca de Cristo; si de veras las palabras que pronunciamos en la Consagración son las de Cristo; si las manos con las que tocamos la Santa Hostia y el Cáliz son las de Cristo, ¿qué respeto no habremos de tener por nuestro cuerpo para mantenerlo puro e incontaminado? ¿Qué mejor estímulo para permanecer en gracia de Dios? Mundamini, qui fertis vasa Domini. Y, con las palabras del Misal: Aufer a nobis, quæsumus, Domine, iniquitates nostras: ut ad sancta sanctorum puris mereamur mentibus introire.

Me dirá el teólogo que eso es doctrina común, y que la Misa es ni más ni menos que eso, sea cual sea el rito. Racionalmente, no lo niego. Pero si bien la celebración de la Misa Tridentina es una constante exhortación a una continuidad ininterrumpida de la obra de la Redención constelada de santos y beatos, no me parece que eso se pueda decir del rito reformado. Si observo la mesa versus populum, veo el altar luterano o la mesa protestante; si leo las palabras de la Institución como una narración de la Última Cena, percibo las modificaciones introducidas por el Libro de oración común del anglicano Cranmer y el servicio de Calvino; si hojeo el calendario reformado, veo que faltan precisamente los santos que acabaron con los herejes de la pseudoreforma. Y lo mismo pasa con los cantos, que pondrían los pelos de punta a un católico inglés o alemán: oír bajo la bóveda de una iglesia corales de quienes martirizaban a nuestros sacerdotes y pisoteaban el Santísimo Sacramento en desprecio de una superstición papista, debería ayudar a entender el abismo que media entre la Misa católica y su falsificación conciliar. Y no digamos la lengua: los primeros en suprimir el latín fueron los herejes para que el pueblo entendiera mejor el rito; un pueblo al que engañaban impugnando la verdad revelada y propagando el error. En el Novus Ordo todo es profano. Todo es momentáneo, accidental, contingente, variable, mudable. No hay nada de eterno, porque la eternidad es inmutable, como es inmutable la Fe. Y como es inmutable Dios.

Hay otro aspecto de la Santa Misa Tradicional que me gustaría destacar y que nos une a los santos y mártires de otros tiempos. Desde la época de las catacumbas y hasta las últimas persecuciones, dondequiera que un sacerdote celebre el Santo Sacrificio, aunque sea en un sótano, un bosque, un granero o incluso una camioneta, místicamente está en comunión con innumerables testigos heroicos de la Fe, y sobre aquel altar improvisado se fija la mirada de la Santísima Trinidad, se postran adorantes todos los coros angélicos y contemplan las almas purgantes. También en esto, y sobre todo en esto, cada uno de nosotros comprende cómo establece la Tradición un vínculo indisoluble a través de los siglos o sólo con la celosa custodia de dicho tesoro sino también al afrontar las pruebas que supone, incluso la muerte. Teniendo esto presente, la arrogancia del tirano actual con sus delirantes decretos debe confirmarnos en la fidelidad a Cristo y hacer que nos sintamos parte integral de la Iglesia de todos los tiempos, porque la palma de la victoria no se alcanza si no se está dispuesto a combatir el bonum certamen, la buena batalla.

Me gustaría que mis hermanos en el sacerdocio se atreviesen a hacer algo a lo que muchos no se atreven: acercarse a la Misa Tridentina, no atraídos por los encajes de una sobrepelliz o el recamado de una planeta, ni siquiera por la mera convicción racional de su legitimidad canónica, o porque nunca haya sido abolida; sino con el temor reverencial con que se acercó Moisés a la zarza ardiente; sabiendo que cada uno de nosotros, al bajar del presbiterio después del último Evangelio, está interiormente transfigurado por haber estado en presencia del Santo de los santos. Sólo allí, sobre ese místico Sinaí, podemos captar la esencia misma de nuestro sacerdocio, que antes que nada es la entrega de uno mismo a Dios; la oblación total de uno mismo a Cristo Víctima para la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas; el sacrificio espiritual que saca fuerzas y vigor de la Misa; la renuncia de uno mismo para dejar lugar al Sumo Sacerdote; señal de verdadera humildad en el aniquilamiento de la propia voluntad y el abandono a la del Padre, siguiendo el ejemplo del Señor; un gesto de auténtica comunión con los santos participando de la misma profesión de fe y el mismo rito. Me gustaría que esta experiencia la tuvieran no solo quienes llevan décadas celebrando según el Novus Ordo, sino sobre todo los sacerdotes jóvenes y todos los que ejercen su ministerio en primera línea; la Misa de San Pío V es para espíritus indómitos, para almas generosas y heroicas, para corazones ardientes de caridad por Dios y por el prójimo.

Lo sé muy bien; hoy en día la vida del sacerdote supone miles de pruebas, estrés, la sensación de estar solo en el combate contra el mundo y ante el desinterés y el ostracismo por parte de los superiores; un lento desgaste que distrae e impide el recogimiento, la vida interior y el crecimiento espiritual. Sé de sobra que esa sensación de asedio, de sentirse como un marinero que gobierna solo una nave en medio de la tempestad, no es sólo cosa de tradicionalistas y progresistas; es el destino común de todos los que han ofrecido la vida al Señor en la Iglesia, cada uno con sus miserias, sus problemas económicos, incomprensión por parte del obispo, críticas de los hermanos y las peticiones de los fieles. Y esas horas de soledad, en las que la presencia de Dios y la compañía de la Virgen se sienten lejanas, como en la noche oscura de San Juan de la Cruz. Quare me repulisti? Et quare tristis incedo, dum affligit me inimicus? Cuando el Demonio se arrastra sinuosamente entre internet y la televisión, quærens quem devoret,aprovechándose traicioneramente de nuestro cansancio. En esos casos, que todos afrontamos como Nuestro Señor en Getsemaní, Satanás quiere atacar nuestro sacerdocio presentándose persuasivo como Salomé ante Herodes para pedirle la cabeza de Juan Bautista. Ab homine doloso et iniquo erue me. Todos somos iguales a la hora de la prueba. Porque el Enemigo no sólo quiere vencer sobre nuestras pobres almas de bautizados, sino sobre Cristo Sacerdote, cuya unción llevamos.

Por eso, hoy más que nunca la Santa Misa Tridentina es la única ancla de salvación del sacerdocio católico, ya que con ella el sacerdote renace todos los días en esos momentos privilegiados de íntima unión con la Santísima Trinidad y obtiene de ella gracias indispensables para no caer en pecado, avanzar en el camino de la santidad y encontrar un sano equilibrio para ejercer su ministerio. Pensar que todo se pueda despachar como una cuestión de simple ceremonia o estética significa que no han entendido nada de su vocación. Porque la Santa Misa de siempre –y lo es de verdad, y siempre se ha opuesto a ella el Adversario– no es una amante complaciente que se ofrece a cualquiera, sino una esposa celosa y casta, como también el Señor es celoso.

¿Queréis agradar a Dios o a quien os tiene alejados de Él? En el fondo, la pregunta siempre es la misma: hay que elegir entre el yugo suave de Cristo y la cadena de esclavitud del adversario. La respuesta se mostrará clara y nítida en el momento en que, deslumbrados por el inconmensurable tesoro que os estaba oculto, descubráis lo que significa celebrar el Santo Sacrificio no como ridículos presidentes de asamblea sino como «ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios» (1Cor.4,1).

Echad mano del Misal, pedid ayuda a un sacerdote amigo y subid al monte de la Transfiguración; Emitte lucem tuam et veritatem tuam: ipsa me deduxerunt, et adduxerunt in montem sanctum tuum, et in tabernacula tua. Como Pedro, Santiago y Juan, exclamaréis: Domine, bonum est nos hic esse, «Señor, qué bueno es estar aquí» (Mt.17,4). O, con las palabras del salmista que repite el celebrante durante el Ofertorio, Domine, dilexi decorem domus tuæ, et locum habitationis gloriæ tuæ.

Cuando lo hayáis descubierto, nadie os podrá arrebatar aquello por lo cual el Señor ya no nos llama siervos sino amigos (Jn.15,15). Nadie podrá convenceros jamás para que renunciéis a ello obligándoos a contentaros con su adulteración, fruto de una mentalidad rebelde. Eratis enim aliquando tenebræ: nunc enim lux in Domino. Ut filii lucis ambulate. «Fuisteis algún tiempo tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor; andad, pues, como hijos de la luz» (Ef.5,8). Propter quod dicit: Surge qui dormis, et exsurge a mortuis, et illuminabit te Christus. «Por lo cual dice: “Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos y te iluminará Cristo”» (Ef.5,14).

†Carlo Maria Viganò, arzobispo

(traducido por Bruno de la Inmaculada en Adelate la Fe)

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