Las profecías bíblicas nos dicen que al final de los tiempos muchos judíos se convertirán y aceptarán a Cristo como su Mesías. La fiesta que celebramos el 11 de octubre y que los herejes modernistas suprimieron en el calendario Novus Ordo demuestra que la antigua alianza fue anulada por la Nueva Alianza que Cristo selló con su Preciosísima Sangre. Por lo tanto para que los Judíos puedan salvarse necesitan convertirse. Esto demuestra que son heréticas, anti bíblicas y apóstatas la Nostra Aetate y Lumen Gentium del Vaticano II.
La fiesta fue suprimida por muchos de los herejes modernistas que ahora se han quitado la careta y abiertamente atacan a la Iglesia.
Año litúrgico de Don Próspero GuérangerEL TÍTULO DE MADRE DE DIOS. — Entre todos los títulos de alabanza tributados a Nuestra Señora no hay ninguno más glorioso que el de Madre de Dios. Ser Madre de Dios es el porqué de María, el secreto de sus gracias y de sus privilegios. Para nosotros este título encierra en sustancia todo el misterio de la Encarnación; y no hay otro por el que podamos con más razón felicitarla a ella y regocijarnos nosotros. San Efrén justamente pensaba que, para dar uno prueba cierta de su fe, le bastaba confesar y creer que la Santísima Virgen María es Madre de Dios.
Y por eso la Iglesia no puede celebrar ninguna fiesta de la Virgen María sin alabarla por este augusto privilegio. En su Inmaculada Concepción, en su Natividad, e igualmente en su Asunción, siempre saludamos en ella a la Santa Madre de Dios. Y eso es precisamente lo que hacemos nosotros también al repetir tantas veces a diario el Ave María.
LA HEREJÍA NESTORIANA. — “Teotokos, Madre de Dios”: así se la llamó a María en todo tiempo. Hacer la historia del dogma de la maternidad divina sería hacer toda la historia del cristianismo. El nombre Teotokos de tal forma había penetrado en el espíritu y en el corazón de los fieles, que se armó un escándolo enorme el día el que ante Nestorio, obispo de Constantinopla, un sacerdote, portavoz suyo, tuvo la osadía de pretender que María no era Madre más que de un hombre, porque era imposible que un Dios naciese de una mujer.
Pero entonces ocupaba la silla de Alejandría un obispo, San Cirilo, a quien Dios suscitó para defender el honor de la Madre de su Hijo. Al punto hizo pública su extrañeza: “Estoy admirado de que haya hombres que pongan en duda que a la Santísima Virgen se la pueda llamar Madre de Dios. Si Nuestro Señor es Dios, ¿cómo podrá ser que María, que le dió al mundo, no sea Madre de Dios? Esta es la fe que nos transmitieron los discípulos, aunque no se sirviesen de este término; es también la doctrina que nos enseñaron los Santos Padres.”
EL CONCILIO DE EFESO.—Nestorio no admitió cambio alguno en sus ideas. El emperador convocó un Concilio, que inauguró sus sesiones en Efeso el 22 de junio del 431; en él presidió San Cirilo, como legado del Papa Celestino. Se juntaron 200 obispos; proclamaron que “la persona de Cristo es una y divina y que la Santísima Virgen tiene que ser reconocida y venerada por todos como realmente Madre de Dios”. Al saberse esta noticia, los cristianos de Efeso entonaron cantos de triunfo, iluminaron la ciudad y acompañaron a sus domicilios con antorchas a los obispos “que habían venido, gritaban, a devolvernos la Madre de Dios y a ratificar con su autoridad santa lo que estaba escrito en todos los corazones”.
Y, como ocurre siempre, los esfuerzos del diablo sólo sirvieron para preparar y suscitar un triunfo magnifico a Nuestra Señora; los Padres del Concilio, así cuenta la tradición, para perpetua memoria añadieron al Ave María esta cláusula: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”: oración que desde entonces recitan todos los días millones de almas para reconocer en María la gloria de Madre de Dios que un hereje la quiso arrebatar.
LA FIESTA DEL 11 DE OCTUBRE. — El año 1931, al celebrarse el centenario XV del Concilio, pensó Pío XI que sería “útil y grato a los fieles el meditar y reflexionar sobre un dogma tan importante” como es el de la maternidad divina. Para que quedase perpetuo testimonio de su piedad a María, escribió la Encíclica Lux Veritatis, restauró la basílica de Santa María la Mayor de Roma y además instituyó una fiesta litúrgica, que “contribuiría al aumento de la devoción hacia la Soberana Madre de Dios entre el clero y los fieles, y presentaría a la Santísima Virgen y a la Sagrada Familia de Nazaret como un modelo para las familias”, para que así se respeten cada vez más la dignidad y la santidad del matrimonio y la educación de la juventud.
MARÍA EXTERMINADORA DE LAS HEREJÍAS.—”Alégrate, oh Virgen María, porque tú sola has destruido en todo el mundo todas las herejías.” Esta antífona de la Liturgia demuestra clara mente que el dogma de la maternidad divina es el sostén y la defensa de todo el cristianismo Confesar la maternidad divina, vale tanto como confesar, en el Verbo Encarnado, la naturaleza humana y la naturaleza divina, y también la unidad de persona; es afirmar la distinción de personas en Dios y la unidad de su naturaleza; es reconocer todo el orden sobrenatural de la gracia y de la gloria.
MARÍA ES CON TODA VERDAD MADRE DE DIOS.— Ahora bien, es fácil reconocer que María es con toda propiedad Madre de Dios. “Si el Hijo de la Santísima Virgen es Dios, escribía Pío XI en su Encíclica Lux Veritatis, la que le engendró debe llamarse Madre de Dios; si la persona de Jesucristo es una y divina, no cabe duda ninguna que todos tienen que llamar a María Madre de Dios y no sólo Madre de Cristo-hombre… Del mismo modo que a las demás mujeres se las llama madres, y lo son realmente, porque en su seno formaron nuestra sustancia caduca y no porque creasen el alma humana así alcanzó la Virgen la maternidad divina por el hecho de haber engendrado a la única persona de su Hijo.”
CONSECUENCIAS DE LA MATERNIDAD DIVINA. — De aquí se derivan como de una misteriosa y viva fuente la gracia especial de María y su suprema dignidad después de Dios. La Bienaventurada Virgen María tiene una dignidad casi infinita, dice Santo Tomás, y proviene del bien infinito que es Dios. Cornelio a Lapide explica así estas palabras: es Madre de Dios: sobrepuja, por consiguiente, en excelencia a todos los Angeles, Querubines y Serafines. Es Madre de Dios: es, por tanto, la más pura y las más santa de todas las criaturas, y, excepción hecha de Dios, no es posible figurarse mayor santidad que la de la Santísima Virgen. Es Madre de Dios: por eso, se la concedió a ella su privilegio antes que a cualquier Santo se concediese cualquier privilegio del orden de la gracia santificante”.
DIGNIDAD DE MARÍA.—Este privilegio de la divina maternidad relaciona a María con Dios con una relación tan particular y tan íntima, que no hay dignidad creada que pueda compararse con la suya. Esa dignidad la pone en relación inmediata con la unión hipostática y la hace entrar en relaciones íntimas y personales con las tres personas de la Santísima Trinidad.
MARÍA Y JESÚS. — La maternidad divina une a María con su Hijo con un lazo mucho más fuerte que el de las demás madres con respecto a sus hijos. Estas no son las únicas que intervienen en la generación, mientras que la Santísima Virgen fué ella sola la que produjo a su Hijo, el Hombre-Dios, de su propia sustancia, Jesús es fruto de su virginidad. Pertenece a su Madre porque ella le concibió y le dió a luz en el tiempo, ella le alimentó con la leche virginal de sus pechos, ella le educó, ella ejerció sobre El su autoridad maternal.
MARÍA Y EL PADRE. — La maternidad divina liga a María con el Padre de una manera que no se puede expresar con palabras humanas. María tiene por Hijo al mismo Hijo de Dios; imita y reproduce en el tiempo la generación misteriosa por la que el Padre engendra a su; Hijo en la eternidad. Y de ese modo llega a ser la coasociada del Padre en su Paternidad: “Si el Padre nos ha dado pruebas de un afecto sincero, decía Bossuet, porque nos ha dado a su Hijo por Maestro y Salvador, el amor inefable que siente por ti, oh María, le hizo concebir otros muchos planes en nuestro favor. Dispuso que fuese tan tuyo como de El; y, para formar contigo una sociedad eterna, quiso que fueses la Madre de su único Hijo y ser El el Padre del tuyo”
MARÍA Y EL ESPÍRITU SANTO. — La maternidad divina une igualmente a María con el Espíritu Santo, ya que por el Espíritu Santo concibió al Verbo en su seno. León XIII llama a María: Esposa del Espíritu Santo. Y María es su santuario privilegiado a causa de las maravillas inauditas de la gracia que ese Espíritu divino obró en ella.
“Si Dios está con los Santos, concluye San Bernardo, está con María de un modo particularísimo; porque, entre Dios y ella la conformidad es tan perfecta, que Dios se ha unido no sólo a su voluntad, sino también a su carne, y de su sustancia y de la sustancia de la Virgen, hizo un solo Cristo; Cristo, aunque no procede en lo que es, ni todo completo de Dios ni todo completo de lá Virgen, no deja de ser, esto no obstante, todo entero de Dios y todo entero de la Virgen; pues no hay dos hijos, sino uno solo, que lo es de Dios y de la Virgen. Por eso la dice el ángel: Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo. Está contigo no sólo el Señor Hijo, a quien tú revistes de tu carne, sino el Señor Espíritu Santo, de quien tú concibes y el Señor Padre, que ha engendrado al que tú concibes. El Padre está contigo y hace que su Hijo sea tuyo; el Hijo está contigo y, Para realizar en ti el admirable misterio, se abre milagrosamente para sí tu seno, pero respetando el sello de tu virginidad; el Espíritu Santo está contigo y juntamente con el Padre y el Hijo, santifica tu seno. Ciertamente, el Señor está contigo”.
MISA
El Introito recuerda la célebre profecía de Isaías que anuncia la concepción virginal del Mesías y su nombre de Emmanuel “Dios con nosotros”.
INTROITO
He quí que una Virgen concebirá y dará a luz un hijo, y se llamará su nombre Emmanuel. — Salmo: Cantad al Señor un cántico nuevo: porque ha hecho maravillas. ℣. Gloria al Padre.
Ya el día de la Anunciación nos encontramos con esta Colecta, en la cual la Iglesia se gloría de su fe en la maternidad divina y reclama, por este título, la intercesión omnipo tente de María cerca de Dios.
COLECTA
Oh Dios, que quisiste que, al anuncio del Angel, tu Verbo se encarnase en el seno de la Bienaventurada Virgen María: suplicárnoste hagas que, los que creemos que ella es verdadera Madre de Dios, seamos ayudados ante ti por su intercesión. Por el mismo Nuestro Señor Jesucristo.
EPISTOLA
Lección del libro de la Sabiduría (Ecli., XXIV, 23-31).
Yo, como la vid, exhalo suave olor: y mis flores dan frutos de gloria y de riqueza. Yo soy la Madre del amor hermoso, y del temor, y de la ciencia, y de la santa esperanza. En mí está la gracia de todo camino y de la verdad: en mí la esperanza de la vida y de la virtud. Venid a mí, todos los que me deseáis, y seréis colmados de mis frutos. Porque mí espíritu es más dulce que la miel y mi herencia más que la miel y el panal. Mi memoria durará por todos los siglos. Los. que me coman, tendrán aún más hambre: y, los que me beban, tendrán todavía mas sed. El que me escuche, no será confundido; y, los que obren movidos por mí, no pecarán. Los que me den a conocer, tendrán la vida eterna.
Con razón aplica la Iglesia aquí, también a Nuestra Señora; un texto que se escribió del Mesías. ¿No es ella pór ventura la verdadera viña, la que nos dió la vid generosa que recibimos todos los días en la Eucaristía? ¿Hay gloria comparable a la suya, que, sin cesar de ser virgen, ha llegado a ser la Madre de Dios? También la Iglesia la alaba con gozo por ser la Madre del amor hermoso y nos induce a ir con confianza a ella, ya que en María se encuentra toda esperanza de vida y de virtud y que los Que ia escuchan nunca serán confundidos. San Jerónimo, en el segundo domingo de Adviento, nos dió la explicación del texto de Isaías que constituye el Gradual: “La rama sin nudo ninguno que sale del tronco de Jessé, es la Virgen María y la Flor es el mismo Salvador, que dice en el Cantar de los Cantares: Yo soy la flor de los campos y el lirio de los valles”. Y el versículo del Aleluya canta la admiración de la Iglesia por la joven Virgen que lleva consigo al que encierra dentro de sí al universo.
GRADUAL
Saldrá una vara del tronco de Jessé, y brotará un vástago de su raíz. ℣. Y reposará sobre él el Espíritu del Señor.
Aleluya, aleluya. ℣. Oh Virgen, Madre de Dios: Aquel a quien todo el orbe no puede contener, se encerró, hecho hombre, en tus entrañas. Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Lucas (Lc., II, 43-51).
En aquel tiempo, al volver ellos, quedóse el Niño Jesús en Jerusalén y no lo notaron sus padres. Y, creyendo que estaría en la caravana, anduvieron camino de un día, y le buscaron entre los parientes y conocidos. Y, no encontrándole, tornaron a Jerusalén en busca suya. Y sucedió que, después de tres días, le hallaron en el templo, sentado en medio de los doctores, oyéndolos y preguntándoles. Y se admiraban todos los que le oían, de su prudencia y de sus respuestas. Y, al verle, se admiraron. Y díjole su Madre: Hijo, ¿por qué has obrado así con nosotros? He aquí que tu padre y yo te hemos andado buscando con dolor. Y díjoles: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es preciso que me ocupe en las cosas de mi Padre? Y ellos no entendieron la respuesta que les dió. Y bajó con ellos, y fué a Nazaret: y estuvo sujeto a ellos.
EL AMOR DE JESÚS PARA SU MADRE. — “Si nos fuese permitido, escribe el P. Lagrange, llevar hasta este extremo el análisis de su desarrollo humano, yo diría que en El, en Jesús, como en otros, se nota algo que denota la influencia de María. Su gracia, su exquisita delicadeza y su indulgente dulzura no son más que de María. Esto sobre todo distingue a los que con frecuencia han sentido su corazón templado por la ternura maternal y afinado su espíritu por las palabras de la mujer venerada y tiernamente querida que se complacía en formarlos para todas las más delicadas circunstancias de la vida.” De verdad que Jesús fué como lo decían sus paisanos, el “hijo de María”.
“Y si Jesús recibió tanto de ella, El la amó también infinitamente: como Dios, la escogió y otorgó sus prerrogativas únicas de virginidad y pureza inmaculada, junto con la gracia de la maternidad divina; y, como hombre, quísola con tanta ternura y lealtad, que su última solicitud, estando ya en la cruz en medio de torturas espantosas, fué para ella: “Mujer, ahí tienes a tu hijo; ahí tienes a tu Madre.”
“Este doble amor le hizo también escoger para su Madre la ocupación más digna de ella: el profeta le había vaticinado a El como servidor de Yahveh, y su Madre fué la esclava del Señor por el olvido de sí misma, por la devoción con que le sirvió y por el desprendimiento más perfecto: “Mejor es dar que recibir”. Cristo escogió para sí esta felicidad e hizo de ella participante a su Madre. Y, porque María apreció en todo su valor este regalo, quiso dejar señalados con particular detenimiento estos rasgos de la infancia que la superficialidad de algún lector encontrará demasiado severos: “¿Por qué me buscábais?” No sabíais que es preciso que me ocupe en las cosas de mi Padre?”. Y luego en Caná: “Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí?”. Y en Cafarnaum: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?”… Jesús tiene empeño en darnos este ejemplo del desprendimiento que nos exige a nosotros”.
OFERTORIO
Estando desposada su Madre María con José, fué hallada haber concebido del Espíritu Santo.
SECRETA
Con tu propiciación, Señor, y por la intercesión de la Bienaventurada siempre Virgen María, Madre de tu Unigénito, aprovéchenos esta oblación para la perpetua y presente prosperidad y paz. Por el mismo Nuestro Señor Jesucristo.
Alimentados ahora mismo con el Cuerpo y la Sangre del Señor, pensemos en la dicha que sentiría María llevando consigo durante nueve meses al Hijo eterno del Padre. Unámonos, pues, a la mujer que un día la ensalzó por su privilegio y, sobre todo, roguemos a María que nos haga partícipes de la salvación que ella recibió antes que nadie.
COMUNION
Bienaventuradas las entrañas de la Virgen María, que llevaron al Hijo del Padre eterno.
POSCOMUNION
Purifíquenos de todo pecado, Señor, esta Comunión: y, por intercesión de la Bienaventurada siempre Virgen María, Madre de Dios, háganos partícipes del remedio celestial. Por el mismo Nuestro Señor Jesucristo.
MARÍA, MADRE NUESTRA.—Al saludarte hoy con tu bello titulo de Madre de Dios, no olvidamos que “por haber nacido de ti el Redentor del género humano, por eso mismo, eres Madre benevolentísima de todos nosotros, a quienes Jesucristo ha tomado por hermanos. Al escogerte por Madre de su Hijo, Dios te inculcó sentimientos muy de madre que sólo destilan amor y perdón”
“Oh Virgen Santísima, dulce es a tus hijos afirmar de ti todo lo que hay de glorioso, todo lo que es magnífico; y, al hacer ésto, no se apartan de la verdad, quedan cortos en lo que te mereces. Porque tú eres la maravilla de las maravillas, y de cuanto existe o existirá, nada hay, excepto Dios, tan magnífico como tú”.
Acuérdate de nosotros en la gloria del cielo donde estás; te lo pedimos con sumo gozo y con toda confianza. “El Omnipotente está contigo y tú también eres omnipotente con El, omnipotente por El, y omnipotente cerca de El”, como dice San Buenaventura. Puedes presentarte ante Dios, no tanto para rogar como para disponer: sabes que Dios atiende infaliblemente a tus deseos. Es verdad que somos pecadores, pero por nosotros llegaste a ser Madre de Dios, y “nunca se ha oído decir que haya sido desamparado ninguno de los que acudieron a tu protección. Animados con tal confianza, acudimos a ti y, gimiendo por el peso de nuestros pecados, nos prosternamos a tus pies. Madre del Verbo Encarnado, no desprecies nuestras súplicas, antes bien dígnate oírlas y cumplirlas”.