III Domingo, preanuncia la alegría mesiánica.
San Gregorio Niceno, ubi sup
Por esta vigilancia que, como queda dicho, nos mandó tener el Señor, dice que ciñamos nuestros lomos, teniendo encendidas las antorchas. Porque la luz puesta delante de nuestra vista rechaza el sueño, y cuando nuestros lomos están ceñidos con un cíngulo nuestro cuerpo no se duerme fácilmente. Porque el que está ceñido por la castidad e ilustrado por una conciencia limpia, vela siempre.
Teofilato
Después que el Señor estableció a su discípulo en la moderación despojándolo de todo cuidado de la vida y del orgullo, lo induce ahora a servir diciendo: "Tened ceñidos vuestros lomos" -es decir estad siempre dispuestos a imitar a vuestro Dios-. "Y antorchas encendidas", esto es, no viváis entre tinieblas, sino que la luz de la razón os alumbre siempre dándoos a conocer lo que habéis de evitar. Este mundo es una noche, pero tienen ceñidos sus lomos los que llevan una vida práctica o activa. Porque tal es costumbre de los que trabajan, a quienes convienen antorchas ardientes, esto es el don de la discreción, para que puedan conocer en la práctica, no sólo lo que conviene hacer, sino cómo debe hacerse. De otra manera, los hombres caen en el precipicio de la soberbia. Y debe observarse que primero manda ceñir los lomos y después encender las antorchas, porque primero es la acción y después la reflexión, que es la luz del espíritu. Por tanto, estudiemos el modo de ejercer nuestras facultades y entonces tendremos dos antorchas ardientes, a saber: la inhabitación del Espíritu -que nos ilumina brillando en nuestra mente- y la doctrina con la que ilustramos a los demás.
San Cirilo, ubi sup
Así pues, cuando venga el Señor y encuentre a los suyos despiertos y ceñidos, teniendo la luz en su corazón, entonces los llamará bienaventurados. Prosigue pues: "En verdad os digo que se ceñirá". En lo que comprendemos que nos retribuirá con lo mismo, porque se ceñirá El mismo con los que están ceñidos.
San Gregorio, in homil. 13, ut sup
La primera vela es el primer tiempo de nuestra vida, esto es, la infancia. La segunda, la adolescencia o la juventud. La tercera, la ancianidad. Por tanto, el que no quiso vigilar en la primera vela, vigile en la segunda y el que no quiso vigilar en la segunda, no pierda el remedio de la tercera, para que aquellos que no se hayan convertido en la infancia se conviertan al menos en la juventud o en la ancianidad.
San Cirilo, ubi sup
No hace mención de la primera vigilia porque la niñez no es castigada por Dios, sino que merece perdón. Pero la segunda y la tercera edad deben obedecer a Dios y llevar una vida honesta para complacerlo.
TERCER DOMINGO DE ADVIENTO Año Litúrgico - Dom Prospero Gueranger
En este domingo se aumenta todavía la alegría de la Iglesia. Continuamente suspira ella por el Señor; pero ahora siente que se aproxima y cree poder mitigar un poco la austeridad de este tiempo de penitencia, con la inocente alegría de las pompas litúrgicas. En primer lugar, este Domingo ha recibido el nombre de Gavdete por la primera palabra de su Introito; pero, además en él se observan también las prácticas características del cuarto Domingo de Cuaresma llamado Laetare. Se toca el Organo en la Misa; los ornamentos son de color rosa;- el Diácono vuelve a tomar la dalmática, y el Subdiácono la túnica; en las Catedrales asiste el Obispo con la mitra preciosa. ¡Admirable condescendencia de la Iglesia que tan armónicamente sabe unir la seriedad de su doctrina con la graciosa poesía de las formas litúrgicas! Entremos en su espíritu y regocijémonos hoy a causa de la proximidad del Señor. Mañana, nuestros gemidos tomarán otra vez su vuelo; porque aunque no ha de tardar, no ha llegado todavía.
La Estación se celebra en San Pedro del Vaticano. Este sagrado templo que contiene el sepulcro del Príncipe de los Apóstoles, es el asilo universal del pueblo cristiano; es natural que sea testigo de las tristezas y de las alegrías de la Iglesia.
El Oficio nocturno comienza por un nuevo Invitatorio: el grito de la Iglesia es un grito de alegría; todos los días, hasta la Vigilia de Navidad, comienza sus Maitines por estas magníficas palabras:
El Señor está ya próximo: venid, adorémosle.
Tomemos ahora el libro del Profeta y leamos con la Santa Iglesia;
Del Profeta Isaías.
Confianza en Dios: El humilla a los soberbios
En aquel día, se cantará este cántico en la tierra de Judá:
Tenemos una ciudad fuerte, nos dará el Señor su ayuda por muralla y fortaleza. Abrid las puertas para que entre un pueblo justo que guarde fidelidad. Esperanza inquebrantable, tú nos conservarás la paz, porque en ti reina la confianza. Tened siempre confianza en el Señor; porque el Señor es un refugio eterno. El ha destruido a los moradores de las alturas, ha echado por tierra la ciudad soberbia; la humilló hasta el suelo, la arrojó en el polvo, y fué pisoteada por los pies del pobre y del mendigo.
El justo espera el reinado de la justicia y permanece fiel a Dios
El sendero del justo está en línea recta; no se desvía de ella la senda que Tu abres al justo. En efecto, en la senda de tus juicios, hemos puesto, oh Señor, nuestra confianza; tu nombre y tu recuerdo son el deseo del alma.
Mi alma te deseó en la noche y te buscarán mis más íntimos suspiros. (ls„ XXVI, 1-9.)
¡Oh santa Iglesia Romana, nuestra ciudad fuerte!, hénos aquí reunidos en tus muros, alrededor del sepulcro de este pescador cuyas cenizas te amparan en la tierra, mientras que, con su doctrina inconmovible, te ilustra desde el cielo. Mas, si eres fuerte, lo eres por el Salvador que va a llegar. El es tu muralla; porque El es quien rodea a todos tus hijos con su misericordia; El es la fortaleza invencible; gracias a El, jamás los poderes infernales prevalecerán contra ti. Ensancha tus puertas, para que puedas acoger dentro de ti a todos los pueblos; pues eres maestra de la santidad y guardiana de la verdad. ¡Termine cuanto antes el antiguo error que se opone a la fe y difúndase la paz sobre todo tu rebaño! ¡Oh Santa Iglesia Romana! Tú has puesto para siempre la esperanza en el Señor; y El a su vez, fiel a su promesa, ha humillado delante de ti a las alturas de la soberbia y a las ciudades del orgullo. ¿Dónde están los Césares que creyeron haberte ahogado en tu propia sangre? ¿dónde los Emperadores que quisieron violentar la inviolable virginidad de tu fe? ¿dónde los sectarios que en cada siglo, por decirlo así, combatieron sucesivamente todos los artículos de tu doctrina? ¿dónde aquellos desagradecidos príncipes que se empeñaron en avasallarte, cuando fuiste tú quien los ensalzó? ¿dónde está el Imperio de la Media Luna que tantas veces se enfureció contra ti, y cuyas orgullosas conquistas, tú desarmada, rechazaste tan lejos? ¿dónde están los Reformadores que trataron de fundar un Cristianismo sin ti? ¿dónde estos modernos sofistas, a cuyos ojos no eras tú más que un impotente y apolillado fantasma? ¿dónde estarán, dentro de un siglo, esos reyes perseguidores de la Iglesia,. esos pueblos que buscan la libertad fuera de la Iglesia? Habrán pasado, como un torrente, en su fracaso; y tú, tú estarás siempre tranquila, siempre joven, siempre sin arrugas, ¡oh Santa Iglesia Romana! sentada sobre la roca inconmovible. Tu camino a través de los siglos habrá sido recto como el del justo; y siempre te volverás a hallar semejante a ti misma, como lo has sido durante diecinueve siglos, bajo el sol que, fuera de ti, sólo ilumina las vicisitudes humanas. ¿De dónde a ti esa solidez sino de Aquel que es la misma Verdad y la justicia? ¡Gloria sea a El en ti! Todos los años te hace su visita; todos los años te renueva sus dones, para ayudarte a terminar tu peregrinación; hasta el fln de los siglos vendrá igualmente a visitarte, a renovarte, no sólo por la virtud de aquella mirada con la que renovó a Pedro, sino llenándote de sí mismo, como llenó a la Virgen gloriosa, objeto de tus más dulces amores después del de tu Esposo. Contigo suplicamos, oh Madre nuestra, diciendo: ¡Ven, Señor Jesús! "Tu nombre y tu recuerdo son el ansia de nuestras almas; en la noche te desean ellas y te buscan nuestros más íntimos suspiros."
M I S A
Mientras todo el pueblo está atento, la voz de los cantores entona la melodía gregoriana, y se oye el eco de estas consoladoras palabras del Apóstol:
INTROITO
Alegraos siempre en el Señor. Otra vez os lo digo: alegraos. Que vuestra dicha sea conocida de todos los hombres; porque el Señor está cerca. No os preocupéis por nada. Al contrario, en todas vuestras oraciones presentad a Dios vuestras peticiones. Salmo. Bendijiste, Señor, tu tierra; destruíste el cautiverio de Jacob. — V. Gloria al Padre.
La Iglesia pide, en la Colecta, la gracia de la visita que trae consigo la luz y disipa las tinieblas. Las tinieblas hacen temblar al alma; por el. contrario, la luz asegura y regocija al corazón.
ORACION
Oremos. Dígnate, Señor, escuchar nuestras súplicas, y disipa las tinieblas de nuestro espíritu con la gracia de tu visita. Tú, que Vives y reinas.
EPISTOLA
Lección de la Epístola del Ap. S. Pablo a los Filipenses. (IV, 4-7.)
Hermanos: Alegraos siempre en el Señor. Otra vez os lo digo: alegraos. Que vuestra dicha sea conocida de todos los hombres: el Señor está cerca. no os preocupéis por nada. Al contrario, en todas vuestras oraciones y ruegos, presentad a Dios vuestras peticiones, acompañadas de hacimiento de gracias. Y la paz de Dios, que supera todo sentido, custodie vuestros corazones y vuestras inteligencias en Nuestro Señor Jesucristo.
En efecto, debemos alegrarnos en el Señor; el Profeta y el Apóstol están de acuerdo en avivar nuestras ansias del Salvador: uno y otro nos anuncian la paz. Estemos, pues, tranquilos: El Señor está cerca; está cerca de su Iglesia; está cerca de cada una de nuestras almas. ¿Será posible que estemos junto a un fuego tan ardiente y permanezcamos helados? ¿Es que no sentimos ya su venida, a través de todos los obstáculos que le oponían su excelsa dignidad, nuestra profunda miseria y nuestros numerosos pecados?
Mas El todo lo arrolla. Unos pasos más y estará entre nosotros. Salgárnosle al encuentro, por medio de estas oraciones, súplicas y acción de gracias de que nos habla el Apóstol. Dupliquemos nuestro fervor y celo, para unirnos a la Santa Iglesia, cuyos deseos van a dirigirse cada día más encendidos hacia Aquel que es su luz y su amor. Repitamos ahora con ella:
GRADUAL
Señor, tú, que te sientas sobre los querubines, excita tu potencia y ven. — V. Tú, que riges a Israel, atiende: tú, que conduces a José como una oveja.
Aleluya, aleluya. — V. Señor, excita tu potencia y ven, para hacernos salvos. Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Juan, (I, 19-28.)
En aquel tiempo los judíos enviaron de Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, para que le preguntasen: Tú, ¿quien eres? Y confesó y no negó, antes declaró: Yo no soy el Cristo. Y le preguntaron: ¿Qué, pues? ¿Eres Elias? y dijo: No soy. ¿Eres el Profeta? Y respondió: No. Dijéronle: ¿Quién eres, pues? Para que demos respuesta a los que nos han enviado. ¿Qué dices de ti mismo? Dijo: Soy la voz del que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor como dijo el Profeta Isaías. Y los que habían sido enviados eran de los Fariseos. Y preguntáronle y dijéronle: ¿Por qué. bautizas, pues, si no eres el Cristo, ni Elias, ni el Profeta? Juan les respondió diciendo: Yo bautizo con agua; pero en medio de vosotros está el que vosotros no conocéis. Este es el que vendrá detrás de mí, el que ha existido antes que yo y del cual no soy digno de desatar la correa del zapato.
Estas cosas acontecieron en Betania, al otro lado del Jordán, donde bautizaba Juan.
En medio de vosotros está el que vosotros no conocéis, dice San Juan Bautista a los enviados de los Judíos. Puede, por consiguiente, estar el Señor cerca; puede incluso haber venido, y no obstante eso, permanecer desconocido para muchos. Este Cordero divino es el consuelo del santo Precursor, quien considera un gran honor ser simplemente la Voz que invita a los hombres a preparar los caminos del Redentor. En esto es San Juan el símbolo de la Iglesia y de todas las almas que buscan a Jesucristo. Su gozo por la llegada del Esposo es completo; pero a su alrededor existen hombres para quienes este divino Salvador no significa nada. Pues bien, estamos ya en la tercera semana de este santo tiempo de Adviento; ¿están todos los corazones conmovidos por la gran noticia de la llegada del Mesías? Los que no quieren amarle como a Salvador, ¿le temen al menos como a Juez? ¿Han sido enderezados los caminos tortuosos? ¿piensan humillarse las colinas? ¿han sido atacadas seriamente la sensualidad y la concupiscencia en el corazón de los cristianos? El tiempo apremia: ¡El Señor está cerca! Si estas líneas cayeran bajo los ojos de quienes duermen, en vez de vigilar esperando al divino Infante, les conjurariamos para que abriesen los ojos y no retardasen por más tiempo el hacerse dignos de una visita, que será para ellos un gran consuelo en el tiempo, y un refugio seguro contra los terrores del último día. ¡Oh Jesús! envíales tu gracia con mayor abundancia todavía; oblígales a entrar, para que no se diga del pueblo cristiano, lo que San Juan decía de la Sinagoga: En medio de vosotros está el que vosotros no conocéis.
Durante el ofertorio, podemos unirnos al deseo de la Iglesia, pidiendo con ella al fln de la cautividad en la que nos retienen nuestros pecados, y la llegada del Salvador.
OFERTORIO
Bendijiste, Señor, tu tierra, destruíste el cautiverio de Jacob, perdonaste la iniquidad de tu pueblo.
SECRETA
Haz, Señor, que te inmolemos siempre el sacrificio de nuestra devoción, el cual realice el fln sagrado para que fué instituido y obre a la vez maravillosamente en nosotros tu salud. Por Nuestro Señor.
Las palabras que canta la Iglesia durante la comunión están tomadas del Profeta Isaías; tratan de infundir confianza en el corazón del hombre débil y pecador. No temáis, pues ¡oh cristianos! es Dios quien viene; pero viene a salvar, a darse a su criatura.
COMUNION
Decid: Pusilánimes, confortaos y no temáis; he aquí que vuestro Dios vendrá y nos salvará. En la Oración siguiente, la santa Iglesia pide que la visita privada que le acaba de hacer su Esposo, la prepare para la otra más solemne que ha de realizarse en la fiesta de Navidad.
POSCOMUNION
Imploramos, Señor, tu clemencia, para que estos divinos alimentos, nos purguen de los vicios y nos preparen para las futuras fiestas. Por Nuestro Señor.
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