Quiénes no debe ser promovidos al gobierno
de las almas.
Examínese cada cual detenidamente a sí mismo, y no se atreva a asumir la dignidad de pastor si aún dominan en él los vicios con todos sus estragos; pues aquél que se ve agobiado con sus propios crímenes, no ha de pretender hacerse intercesor por las culpas ajenas. Por esto Dios mismo ordenó a Moisés: “Dile a Aarón: Ninguno en las familias de tu prosapia que tuviera algún defecto, ofrecerá los panes a su Dios, ni ejercerá su ministerio”. Y añade inmediatamente: “Si fuere ciego, si cojo, si de nariz chica, o enorme, o torcida, si de pie quebrado o mano manca, si corcovado, si legañoso, si tiene nube en el ojo, o sarna incurable, si algún empeine en el cuerpo, o fuere potroso” (Lv 21, 17, 18).
–Es ciego aquél que no conoce las luces de la alta contemplación; que rodeado de las tinieblas de esta vida terrenal, no sabe a dónde dirigir los pasos de sus obras, porque no alcanza a percibir la luz de la vida futura. Y por eso exclama Ana en su profecía: “El Señor dirigirá los pasos de sus santos; mas los impíos serán por él reducidos a silencio en medio de las tinieblas” (1 S 2, 9).
–Es cojo aquel que, si bien sabe a dónde ha de caminar, no es capaz de seguir derecho el camino de la vida a causa de la debilidad de su espíritu, pues mientras el inconstante no se decida resueltamente a abrazar el estado de la virtud a que debe aspirar con sus buenos propósitos, no puede haber firmeza en sus pasos para llegar a él. Y así exhorta San Pablo: “Levantad vuestras manos lánguidas y caídas, fortificad vuestras rodillas debilitadas y marchad con paso firme por el recto camino, no sea que alguno, por andar claudicando en la fe, se descamine de ella, sino antes bien se corrija” (Hb 12, 12-13).
–Tiene chica la nariz aquel que no es capaz de guardar medida en la discreción. Con la nariz distinguimos los buenos olores y los malos; y así con razón significamos por la nariz la discreción, virtud con la cual abrazamos el bien y desechamos el mal. La Escritura canta en loor de la esposa: “Tu nariz es graciosa como la torre del Líbano” (Ct 7, 4), pues la Iglesia de Dios, con alta discreción y sabiduría, conoce el origen de las tentaciones con sus causas particulares y desde la altura en que está colocada, presiente los combates que el mal ha de desencadenar. Pero hay algunos que, para no ser tenidos por necios, se dejan llevar por una curiosidad extremada en sus indagaciones y se engañan a sí mismos a fuerza de sutilezas. Y por esto añade el Señor: Si tienen la nariz enorme o torcida. Tener demasiado grande o torcida la nariz es ser extremoso y sutil en la discreción, la cual, al excederse más de lo que permiten las conveniencias, extravía la rectitud de las acciones.
–Es de pie cojo o mano manca aquel que no es capaz de emprender los caminos del Señor y está completamente privado de hacer buenas obras; y esto, no a manera de los cojos, que al menos caminan aunque con dificultad, sino como quien está absolutamente ajeno a todo bien.
–Es corcovado el que anda agobiado bajo el peso de los cuidados terrenales, de suerte que, desentendiéndose de los intereses del cielo, pone únicamente su atención en los intereses rastreros que caen bajo sus plantas; y si alguna vez llega a sus oídos algo de la felicidad de la patria celestial, no consigue levantar a ella los ojos del corazón, por hallarse encorvado bajo el peso de sus malas costumbres: pues aquel quien tiene abrumado la práctica de los cuidados mundanales no consigue elevar el vuelo de sus pensamientos. Y teniendo en vista a estos tales, dice el Salmista: “Me he visto agobiado y abatido en gran manera” (Sal 38, 8), cuyos defectos condena la eterna Verdad con estas palabras: “La semilla caída entre espinas son aquellos que escucharon la palabra, pero con los cuidados y riquezas y delicias de la vida, al cabo la sofocan y nunca llegan a dar fruto” (Lc 8, 14).
–Es legañoso aquel cuyo talento sobresale en el conocimiento de la verdad, pero que al mismo tiempo la deshonra con sus obras carnales. En sus ojos, las pupilas están sanas, pero sus débiles párpados se hinchan por el humor que destilan, y por esta continua pérdida de humor la misma intensidad de la vista disminuye. Hay algunos que tienen lastimados sus ojos con las obras de su vida carnal; podrían ellos muy bien descubrir con su talento el recto camino, pero con la práctica continua del mal viven rodeados de tinieblas; la naturaleza les ha dotado de una vista aguda, pero su mala conducta se la ha ofuscado. A ellos les podría repetir el ángel del Apocalipsis: “Unge tus ojos con colirio para que veas” (Ap 3, 18). Ungir los ojos con colirio para ver, equivale a aplicar a nuestros entendimientos la medicina de las buenas obras.
–Padece nube en la vista aquel que no puede percibir bien la luz de la verdad por impedírselo la jactancia de sus propias perfecciones y de su saber. El que conserva oscuras las niñas de sus ojos, ve; pero el que padece nube en ellos no ve nada; así también aquél que, por virtud de su natural raciocinio, comprende que es un ignorante y pecador, llega a conseguir la gracia de la luz interior; pero aquél que blasona de inocente, sabio y justo se ve privado de todo conocimiento sobrenatural, y se halla tanto más lejos de percibir la claridad de la luz verdadera cuanto más se engríe con su propia jactancia, como de algunos afirmaba el Apóstol: Y mientras se jactaban de sabios pararon en ser unos necios (Rm 1,22).
–Padece sarna incurable el que está dominado por las rebeldías de la carne. La irritación de las entrañas revienta en sarna en la piel, y con razón se la toma como símbolo de la lujuria: pues a la manera que las tentaciones del corazón se traducen en malas acciones, la irritación interior brota en sarna por la piel, manchando el cuerpo mismo por de fuera; así también desde el momento en que no se reprime la lascivia en el pensamiento, se hace dueña de las acciones. Quería en cierto modo San Pablo curar la comezón de la piel, cuando decía: No os asalten sino tentaciones humanas (1 Co 10, 13); como si dijera: Cosa humana es padecer tentaciones en el corazón, pero es cosa diabólica verse vencidos en el combate y en las obras.
–Tiene empeines en el cuerpo aquél que en su espíritu está dominado por la avaricia, defecto que, si no se le combate en sus comienzos, pronto se propaga y arraiga sin medida. El empeine llega a cubrir el cuerpo sin producir dolor y, propagándose sin ocasionar gran molestia, desfigura y afea la hermosura corporal; del mismo modo la avaricia, al par que entretiene el ánimo en que ella domina, lo exacerba; ofrece a la imaginación grandes bienes que adquirir, pero enciende los odios, y parece no sentir el escozor de sus llagas, porque en la misma culpa, presenta caudales de riquezas al alma entusiasmada. Piérdese además la belleza corporal en cuanto la avaricia apaga el brillo de las demás virtudes e indispone el organismo entero, en cuanto abate el ánimo con el peso de todos los vicios, según afirma San Pablo, que la raíz de todos los males es la avaricia (1 Tm 6,10).
–Potrosos son los que, aunque no se entreguen a torpes acciones, llevan el alma dominada de malos pensamientos sin freno ni medida; los que no llegan, es cierto, a consumar las obras de la carne, pero se deleitan en su interior en imaginaciones lascivas sin escrúpulo alguno. Consiste este defecto en que, fluyendo los humores de las entrañas a las partes vergonzosas, estas se hinchan produciendo pesadez y fealdad. De aquí que se designan con el nombre de potrosos a los que, concentrando todos sus pensamientos en la lujuria, llevan sobre su corazón el peso de sus torpezas, y aunque no realicen con obras sus malos propósitos, no saben apartar de ellos sus ideas: son incapaces de elevarse resueltamente a la práctica del bien, porque los dominan en secreto sus malas inclinaciones.
Todos los que viven sujetos a cualquiera de los vicios mencionados, están excluidos del honor de ofrecer sacrificios al Señor, pues no es apto para combatir delitos ajenos aquél que es esclavo de los suyos propios.
Hemos procurado demostrar en breves consideraciones quiénes son dignos de ejercer el magisterio pastoral, y quiénes deben ser rechazados como indignos; veamos ahora cómo debe portarse en su ministerio aquél que ha sido elegido como capaz para desempeñarlo.
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