R. Señor, danos sacerdotes santos.
V. Para que nos acompañen a la hora de nuestra muerte, y ofrezcan la Santa Misa por nosotros



♰♰♰

domingo, 25 de diciembre de 2022

Feliz Navidad

 

Lucas 2:11 os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor.

 - Lc 2,8-12 -

Estaban velando en aquellos contornos unos pastores, y haciendo centinela de noche sobre su grey, cuando de improviso un ángel del Señor apareció junto a ellos, y cercóles con su resplandor una luz divina; lo cual les llenó de sumo temor. Díjoles entonces el ángel: "No tenéis que temer, pues vengo a daros una nueva de grandiosísimo gozo para todo el pueblo, y es que hoy ha nacido en la ciudad de David el Salvador, que es el Cristo o Mesías, el Señor nuestro: y sírvaos de señal que hallaréis al Niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre". (vv. 8-12)
 
 
Catena Aurea Santo Tomás  de Aquino:
 
San Ambrosio
Consideremos cómo la providencia divina se cuida de afirmar la fe. Un ángel instruye a María, un ángel instruye a José y un ángel instruye a los pastores, de quienes se dice: "Estaban velando en aquellos contornos unos pastores", etc.
 
San Crisóstomo, in Cat. graec. Patr
Un ángel se había aparecido a José en sueños. En cambio a los pastores se aparece de una manera visible, como a hombres más ignorantes. El ángel no fue, pues, a Jerusalén, ni buscó a los escribas y fariseos, porque estaban corruptos y atormentados por la envidia. Pero los pastores eran sencillos, y observaban la antigua ley de los patriarcas y de Moisés. Hay, pues, un cierto camino que conduce la inocencia a la sabiduría.
 
Beda, homilia in nativ. Dom
En todo el antiguo testamento no encontramos que los ángeles, que con tanta frecuencia se aparecían a los patriarcas, se apareciesen rodeados de luz. Esta gracia debía estar reservada al tiempo en que ha nacido entre las tinieblas la luz para los de corazón recto ( Sal 111), y prosigue: "Y cercóles con su resplandor una luz divina".
 
 
San Ambrosio
Sale del seno de su Madre, pero resplandece como si estuviera en el cielo; yace en un pesebre de la tierra, pero brilla con la luz del cielo.
 
Griego
Pero se asustaron con el milagro, según lo que sigue: "Lo cual los llenó de sumo temor", etc. Pero el ángel que les había causado aquel temor, lo disipa con alegría. Y continúa: "Pues vengo a daros una nueva de grandísimo gozo", etc. No sólo al pueblo de los judíos, sino a todos los pueblos. La causa de la alegría se manifiesta en el nuevo y admirable parto, el cual se da a conocer por los mismos nombres, pues prosigue: "Y es que hoy os ha nacido en la ciudad de David el Salvador, que es el Cristo, o Mesías, el Señor nuestro ". El primero de estos nombres, esto es, Salvador, significa la acción, y el tercero, Señor, representa la majestad
 
San Cirilo, de incarnationis unigenitis, 1
El que se coloca en medio, a saber, Cristo, expresa la unción y no significa la naturaleza, sino la unión hipostática. Confesamos que en Jesucristo, nuestro Salvador, hay unción verdadera. Y no simbólica por una gracia profética (como en otro tiempo sucedía con los reyes por el óleo), ni para llevar a término con acierto algún asunto particular, según las palabras de Isaías ( Is 45,1). "El Señor dice esto a mi ungido Ciro" (cap. 45). Este es llamado Cristo (aunque era idólatra), por cumplir el decreto del cielo ocupando toda la provincia de Babilonia. Pero el Salvador fue ungido, como hombre en la forma de siervo, por el Espíritu Santo; y, como Dios, El unge con el Espíritu Santo a todos los que creen en El.
 
Griego
Manifiesta también el tiempo en que tuvo lugar este nacimiento diciendo: "Hoy"; el lugar, cuando dice: "En la ciudad de David"; y las señales, al añadir: "Y sírvaos de señal", etc. He aquí cómo los ángeles anuncian a los pastores el nacimiento del Pastor principal, que nace y se manifiesta como un cordero en un establo.
 
Beda
La infancia del Salvador se nos ha dado a conocer con frecuencia por la voz de los ángeles y por los testimonios de los evangelistas, con el objeto de que se grabe más profundamente en nuestros corazones lo que se ha hecho por nosotros. Y debe notarse que la señal del nacimiento del Salvador no es la púrpura de Tiro, sino los pobres pañales que lo envolvían; no hemos de encontrarlo en cunas doradas, sino en pesebres.
 
San Maximino, in sermone Nativitatis, 4
Pero, si a nuestra vista aparecen acaso humildes los pañales, admiremos los conciertos de los ángeles. Si menospreciamos el pesebre, levantemos un poco la vista y miremos esa estrella nueva en el cielo anunciando al mundo el nacimiento del Señor. Si creemos en las cosas viles, creamos también en las cosas admirables. Si discutimos lo que es humilde, veneremos lo que es alto y celestial.
 
San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia, 8
En sentido místico, la aparición del ángel a los pastores cuando están despiertos y la claridad divina que los rodeó, significan que a los que saben guiar con solicitud su fiel rebaño, la gracia divina resplandece sobre ellos con más abundancia.
 
Beda, in homil. in nativ. Dom
Aquellos pastores de rebaños representan, pues, a los doctores y directores de las almas fieles. La noche durante la cual velaban sobre sus rebaños, representa los peligros de las tentaciones, respecto de las cuales los pastores no deben dejar de precaverse y vigilar a los demás que les están encomendados. Velan con mucha razón los pastores sobre sus rebaños cuando nace el Señor, porque ha nacido Aquel que dice: "Yo soy el buen pastor" ( Jn 10,11), y se acercaba el tiempo en que este mismo pastor había de atraer a sus ovejas, que andaban errantes, a los pastos de la vida eterna.
 
 
Orígenes, in Lucam, 12
Si profundizamos más el sentido, diremos que los ángeles eran como los pastores encargados de conducir las cosas humanas. Y como cada uno de éstos hacía su guardia, apareció el ángel después de nacido el Salvador y anunció a los pastores que había nacido el verdadero Pastor. Además, antes de la venida del Salvador, de poco podían servir a los que les estaban confiados, porque apenas alguno de aquellos pueblos creía en Dios. Pero ahora los pueblos enteros abrazan la fe de Jesucristo.


lunes, 19 de diciembre de 2022

En Argentina para los curas bergoglianos el fútbol es más importante que celebrar la Misa

Perdida de la FE en Argentina. El fútbol más importante que la Santa Misa. El fútbol más importante que Jesucristo


Catedral argentina suspende una Misa por la final de fútbol

Nuevo Diario de Salta: CURAS NO SE PERDERÁN EL PARTIDO

Domingo sin misa de las 12 en la Catedral, por la final del mundial

A través de las redes sociales, la Catedral de Salta informó que el domingo 18  se suspende la misa de 12, “por razones de público conocimiento”, es decir porque se disputa la final del mundial entre Argentina y Francia. 

sábado, 17 de diciembre de 2022

COMIENZO DE LAS ANTIFONAS “O”

 La Iglesia abre hoy el septenario que precede a la Vigilia de Navidad, días célebres en la Liturgia, con el nombre de Ferias mayores. El Oficio ordinario de Adviento vuélvese más solemne; en Laudes y en las Horas del día las Antífonas son propias del tiempo y relacionadas directamente con el gran acontecimiento. En Vísperas, se canta todos los días una solemne Antífona que es un suspiro por el Mesías, en la cual se le da diariamente uno de los títulos que le atribuye la sagrada Escritura. En la Iglesia Romana, estas Antífonas, a las que vulgarmente se les da el nombre de Antífonas O, porque así comienzan, son siete, una para cada día de las Ferias mayores, y se dirigen todas a Jesucristo.

En la Edad Media, algunas Iglesias añadieron otras dos, una a la Santísima Virgen, ¡O Virgo Virginum! y otra al Arcángel Gabriel, ¡O Gabriel! o también a Santo Tomás, cuya fiesta cae durante estas Ferias mayores, y que comienza así: O Thomas Didyme Hubo Iglesias que tuvieron hasta doce grandes Antífonas, añadiendo otras tres a las ya mencionadas, es decir: una a Cristo, O Rex pacifice! otra a la Santísima Virgen, O mundi Domina! y finalmente la última, dirigida a modo de apóstroíe, a Jerusalén, O Jerusalem!

El momento escogido para dirigir esta sublime llamada a la caridad del Hijo de Dios, son las Vísperas, porque fué al atardecer del mundo, vergente mundi vespere cuando vino el Mesías. Son cantadas antes del Magníficat, para indicar que el Salvador esperado nos ha de llegar por María. Se las repite dos veces, una antes y otra después del Cántico, para mayor solemnidad, lo mismo que en las fiestas Dobles; algunas antiguas Iglesias las cantaban incluso tres veces, a saber: antes del Cántico, antes del Gloria Patri, y después del Sicut erat. Finalmente, estas admirables Antífonas, que contienen toda la medula de la Liturgia de Adviento, llevan un canto armonioso y solemne; y todas las Iglesias las acompañaron de particular pompa, cuyas demostraciones, siempre expresivas, variaron según los lugares. Entremos en el espíritu de la Iglesia, y recojámonos a fln de unirnos a ella con todo nuestro corazón, cuando dirija a su Esposo esas últimas y tiernas invitaciones a las que habrá de ceder finalmente.

PRIMERA ANTIFONA
Oh Sabiduría, que saliste de la boca del Altísimo, que tocas de una extremidad a la otra y dispones todas las cosas con fuerza y dulzura al mismo tiempo: ven a enseñarnos los caminos de la prudencia.

¡Oh Sabiduría increada, que vais a haceros pronto visible al mundo, cuán bien aparece en estos momentos que todo lo gobiernas! He aquí que por tu permisión divina, va a salir un edicto del emperador Augusto, para empadronar al mundo. Todos los ciudadanos del Imperio deberán acudir a su ciudad de origen. En su orgullo, creerá el emperador haber conmovido en favor suyo a todo el género humano. Agítanse los hombres por todas partes a millones, y atraviesan en todos los sentidos el inmenso imperio romano; piensan que obedecen a un hombre y es a Dios a quien obedecen. Todo ese gran movimiento no tiene más que una finalidad: la de llevar a Belén a un hombre y a una mujer que tienen su humilde morada en Nazaret de Galilea; para que la mujer desconocida de los hombres y amada del cielo, al concluir el mes noveno de la concepción de su hijo, le diese a luz en Belén, según lo anunciado por el Profeta: “Es su salida de los días de la eternidad: ¡O Belén, de ningún modo eres la más pequeña entre las mil ciudades de Judá, porque El saldrá de ti!” ¡Oh Sabiduría divina, cuán fuerte eres para conseguir tus ñnes de manera infalible aunque oculta la mirada de los hombres! ¡cuán suave para no forzar su libertad y cuán paternal previendo nuestras necesidades! Escogiste Belén para nacer en ella, porque Belén significa Casa de Pan. Con esto nos quieres demostrar que eres nuestro Pan, nuestro manjar, nuestro alimento de vida. Nutridos por un Dios, no podremos ya morir. ¡Olí Sabiduría del Padre, Pan vivo bajado del cielo! ven pronto a nosotros, para que nos acerquemos a tí, y seamos iluminados por tus destellos; concédenos esa prudencia que conduce a la salvación.

jueves, 8 de diciembre de 2022

La Hora de la Gracia 8 de Diciembre 12h a 13h

 


 🌹Hora de Gracia- En la Solemnidad de la Inmaculada Concepción  


 Rezar tres veces al día , el Salmo 50, Miserere, con los brazos abiertos pidiendo la gracia de que la Iglesia pronto sea liberada del heresiarca Bergoglio y que muchos hermanos católicos puedan ver quien realmente es y rechazarlo para poder permanecer fieles a Cristo.

Oremos en este tiempo de Gran Apostasía que la Virgen interceda por nuestros hogares para que esta peste apocalíptica no contamine a ningún de nuestros seres queridos. Pidamos por la conversión de nuestros familiares que se encuentran alejados de Dios y por el don de la perseverancia final.
 

"El 8 de diciembre alrededor del mediodía vendré otra vez aquí y será la hora de gracia. La hora de gracia será un acontecimiento de numerosas y grandes conversiones, almas totalmente endurecidas en el mal y frías como este mármol, tocados por la divina gracia volverán a ser amantes y fieles a Dios".

Salmo 51 se recita tres veces con los brazos extendidos en la reparación, y las gracias generosa de la misericordia y la pureza se liberan en la fiesta que celebra la plenitud de la gracia y la pureza de María.


Pidamos para que muchos  sacerdotes y religiosas se mantengan fieles a Cristo y rechacen la actual apostasía y se separen del heresiarca Bergoglio.


La Mistica Ana Catalina  Emmerich profetizó «Luego ví una aparición de la Madre de Dios diciendo que la tribulación sería enorme. Dijo que la gente (de aquellos tiempos) debe orar fervientemente con los brazos extendidos, y rezar tres Padrenuestros. Sobre todo deben rezar para que la iglesia de la Oscuridad se vaya de Roma.»
 

8 de Diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen

 


La fiesta de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen es la más solemne de todas las que celebra la Iglesia en el Santo tiempo de Adviento; ninguno de los Misterios de María más a propósito, y conforme con las piadosas preocupaciones de la Iglesia durante este místico período de expectación. Celebremos, pues, esta fiesta con alegría, porque la Concepción de María anuncia ya el próximo Nacimiento de Jesús.

Es intención de la Iglesia en esta fiesta, no sólo el celebrar el aniversario del momento en que comenzó la vida de la gloriosa Virgen María en el seno de la piadosa Ana, sino también honrar el sublime privilegio en virtud del cual fué preservada María del pecado original, al que se hallan sujetos, por decreto supremo y universal, todos los hijos de Adán, desde el instante en que son concebidos en el seno de sus madres. La fe de la Iglesia católica, solemnemente reconocida como revelada por el mismo Dios, el día para siempre memorable del 8 de diciembre de 1854, esa fe que proclamó el oráculo apostólico por boca de Pío IX, con aclamaciones de toda la cristiandad, nos enseña que el alma bendita de María no sólo no contrajo la mancha original, en el momento en que Dios la infundió en el cuerpo al que debía animar sino que fué llena de una inmensa gracia, que la hizo desde ese momento, espejo de la santidad divina, en la medida que puede serlo una criatura.

Semejante suspensión de la ley dictada por la justicia divina contra toda la descendencia de nuestros primeros padres, fué motivada por el respeto que tiene Dios a su propia santidad. Las relaciones que debían unir a María con la divinidad, relaciones no sólo como Hija del Padre celestial, sino como verdadera madre de su Hijo, y Santuario inefable del Espíritu Santo; todas esas relaciones, decimos, exigían que no se hallase ninguna mancha ni siquiera momentánea en la criatura que tan estrechos vínculos habla de tener con la Santísima Trinidad, y que ninguna sombra hubiese empañado nunca en María, la perfecta pureza que el Dios tres veces santo quiere hallar aun en los seres a los que llama a gozar en el cielo de su simple visión; en una palabra, como dice el gran Doctor San Anselmo: “Era justo que estuviese adornada de tal pureza que no se pudiera concebir otra mayor, sino la del mismo Dios”, porque a ella habíala de entregar el Padre a su Hijo, de tal manera, que ese Hijo habría de ser por naturaleza, Hijo común y único de Dios y de la Virgen; era esta Virgen la elegida por el Hijo para hacer de ella substancialmente su Madre, y en su seno quería obrar el Espíritu Santo la concepción y Nacimiento de Aquel de quien El mismo procedía.” (De Conceptu Virginali, CXVIII.)

Del mismo modo, presentes al pensamiento del Hijo de Dios las relaciones que habían de ligarle a María, relaciones inefables de cariño y respeto filial, nos obligan a concluir que el Verbo divino sintió por la Madre que había de tener en el tiempo, un amor infinitamente mayor al que podía sentir por los demás seres creados por su poder. Sobre todo quiso la honra de María, que había de ser su Madre, y que lo era ya en sus eternos y misericordiosos designios. El amor del Hijo guardó, por consiguiente a la Madre; y aunque ella en su sublime humildad no rechazó la sumisión a todas las condiciones impuestas por Dios a las demás criaturas, ni el sujetarse a las exigencias de la ley mosaica que no había sido dictada para ella; con todo, la mano de su divino Hijo derribó en su favor la humillante barrera que detiene a todos los hijos de Adán que vienen a este mundo, cerrándoles el camino de la luz y de la gracia, hasta que son regenerados en un nuevo nacimiento.

No debía hacer él Padre celestial por la segunda Eva, menos de lo que había hecho por la primera, creada lo mismo que el primer hombre, en estado de justicia original que no supo conservar. El Hijo de Dios no podía consentir que la mujer de la que iba a tomar su naturaleza humana, tuviese nada que envidiar a la que fué madre de la prevaricación. El Espíritu Santo que debía cubrirla con su sombra y fecundarla con su acción divina, no podía permitir que su Amada estuviese un solo momento afeada con la vergonzosa mancha con que todos somos concebidos. La sentencia es universal: pero la Madre de Dios debía quedar libre. Dios autor de la ley, Dios que libremente la dictó ¿no había de ser dueño de exceptuar de ella a la criatura a la que habla determinado unirse con tantos lazos? Lo podía, lo debía: luego lo hizo.

¿No era esta la gloriosa excepción que él mismo anunciaba cuando comparecieron ante su divina majestad ofendida, los dos prevaricadores de los que todos descendemos? La misericordiosa promesa descendía sobre nosotros, al caer la maldición sobre la serpiente. “Pondré enemistad, decía Dios, entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; ella aplastará tu cabeza.” De esta forma anunciaba al género humano la redención, como una victoria sobre Satanás; y la mujer era la encargada de conseguir esta victoria para todos nosotros. Y no se diga, que este triunfo ha de lograrlo sólo el hijo de la mujer; nos dice el Señor que la enemistad de la mujer contra la serpiente será personal, y que aplastará la cabeza del odioso reptil con su pie vencedor; en una palabra, que la segunda Eva será digna del segundo Adán, y triunfadora como él; que el género humano será un día vengado, no sólo por el Dios hecho hombre, sino también por la Mujer exenta milagrosamente de toda mancha de pecado, de manera que vuelva a aparecer la creación primitiva en justicia y santidad. (Efes., IV 24) como si no hubiese sido cometido un primer pecado.

Alzad, pues, la cabeza, hijos de Adán, y sacudid vuestras cadenas. Hoy ha quedado aniquilada la humillación que sobre vosotros pesaba. Ahí tenéis a María, de vuestra carne y de vuestra sangre, que ha visto retroceder ante si el torrente del pecado que inunda a todas las generaciones: el hálito del infernal dragón ha sido desviado para que no la manche: en ella ha sido restaurada la dignidad primera de vuestro origen. Saludad, pues, el bendito día en que fué renovada la pureza original de vuestra sangre; ha sido creada la segunda Eva, y dentro de poco tiempo, de su sangre, que es igual que la vuestra, fuera del pecado, os va a dar al Dios-Hombre que procede de ella según la carne, y de Dios por generación eterna.

Y ¿cómo no admirar la pureza incomparable de María en su concepción inmaculada, cuando oímos en el Cántico sagrado, que el mismo Dios que la preparó para ser Madre suya, la dice con acento impregnado de amor: “Toda hermosa eres, Amada mía, no hay en ti mancha alguna.” (Cant., IV, 7)? Es la santidad de Dios quien habla; el ojo que todo lo penetra, no encuentra en María rastro alguno, ni cicatriz de pecado; por eso se regocija con ella y la felicita por el don que la ha otorgado. ¿Nos extrañaremos después de eso, que Gabriel, bajado del cielo para comunicarla el divino mensaje, quedase admirado ante el espectáculo de aquella pureza cuyo punto de partida había sido tan glorioso como infinito su perfeccionamiento; nos extrañaremos de que se inclinara profundamente ante semejante maravilla, y exclamase: “DIOS TE SALVE MARÍA, LLENA ERES DE GRACIA?” Gabriel vive vida inmortal en medio de las magnificencias de la creación y de todos los tesoros celestiales; es hermano de los Querubines y de los Serafines, Tronos y Dominaciones; su mirada se pasea de continuo por las nueve jerarquías de los Angeles donde la luz y la santidad resplandecen con soberanos destellos, y crecen de grado en grado; mas, he aquí que en la tierra, y en una criatura de condición inferior a los Angeles, ha encontrado la plenitud de la gracia, de esa gracia que aun a los Espíritus celestiales les ha sido dada con medida, y de la que goza María desde el primer instante de su creación, por ser la futura Madre de Dios, siempre santa, siempre pura, siempre inmaculada.

Esta verdad, revelada a los Apóstoles por el Hijo divino de María, recogida por la Iglesia, enseñada por los santos Doctores, y creída por el pueblo cristiano con una fidelidad constante, estaba de suyo contenida en la misma noción de Madre de Dios. Confesar a María Madre de Dios, era ya creer implícitamente que la mujer destinada a llevar ese título, no había tenido nunca nada de común con el pecado, y que había hecho Dios una excepción con ella preservándola. Pero, en lo sucesivo el honor de María se apoya ya en el fallo explícito dictado por el Espíritu Santo. Pedro ha hablado por boca de Pío IX; y cuando Pedro habla, todos los fieles deben creer; porque el Hijo de Dios afirmó: “He rogado por ti, Pedro, para que tu fe no decaiga.” (S. Lucas, XXII, 32); y también: “Yo os enviaré el Espíritu de la verdad, que permanecerá siempre con vosotros, y os recordará todo lo que yo os he enseñado.” (S. Juan, XIV, 26.)

Por consiguiente, nuestro símbolo posee, no una nueva verdad, sino una nueva luz sobre una verdad que ya era objeto de universal creencia. La infernal serpiente sintió de nuevo en ese día la planta triunfante de la Virgen Madre, y el Señor se dignó concedernos la mejor prenda de su misericordia. Señal es de que aún ama a la tierra, pues tuvo a bien iluminarla con uno de los más bellos rayos de la gloria de su Madre. Y ¡cómo se estremeció de gozo el mundo! Fué un verdadero acontecimiento lo sucedido a mitad del siglo xix; en adelante, podremos vivir más confiados, pues si el Espíritu Santo nos previene que debemos temer los tiempos en que disminuyen las verdades entre los hijos de los hombres, parece decirnos también con eso, que podemos considerar como días felices aquellos en que veamos que las verdades aumentan entre nosotros en luz y autoridad. Antes de la solemne proclamación de este dogma, confesábalo ya la Santa Iglesia con la celebración de su fiesta en este día. Es verdad que no se la llamaba inmaculada Concepción, sino simplemente la Concepción de María. Con todo, el hecho de su institución y celebración demostraba ya suficientemente la creencia del pueblo cristiano. San Bernardo y el Doctor Angélico Santo Tomás, están de acuerdo en enseñar que la Iglesia no puede celebrar la fiesta de lo que no es santo; por eso, la Concepción de María, celebrada por la Iglesia desde tiempo inmemorial, debió ser santa e inmaculada. Si la Natividad de María es objeto de una fiesta en la Iglesia, es porque María nació llena de gracia; por consiguiente, si el primer instante de su existencia hubiese sido afeado por la mancha original, su Concepción no hubiera podido ser objeto de culto. Ahora bien, hay pocas fiestas tan generales y más firmemente establecidas en la Iglesia que la que hoy celebramos.

¿No habían de poner los hombres toda su dicha en honrarte, oh divina aurora del Sol de justicia? ¿No eres tú en estos días, la mensajera de su redención? ¿No eres tú, oh María, la radiante esperanza que va a brillar de repente hasta en el centro del abismo de la muerte? ¿Qué sería de nosotros sin Cristo que viene a salvarnos?, pues tú eres su Madre queridísima, la más santa de las criaturas, la más pura de las vírgenes, la más amorosa de las Madres.

¡Oh María, cuán deliciosamente recreas con tus suaves destellos nuestros ojos fatigados! Pasan los hombres de generación en generación sobre la tierra; miran al cielo inquietos, esperando en cada momento ver apuntar en el horizonte el astro que ha de librarles del horror de las tinieblas; pero la muerte viene a cerrar sus ojos antes de que puedan siquiera entrever el objeto de sus deseos. Estaba reservado a nosotros el contemplar tu radiante salida ¡oh esplendoroso lucero matutino, tus rayos benditos se reflejan en las olas del mar y le devuelven la calma despiiés de las noches tormentosas! Prepara nuestra vista para que pueda contemplar el potente resplandor del Sol divino que viene detrás de ti. Dispón nuestros corazones, ya que quieres revelarte a ellos. Pero, para que podamos contemplarte, es necesario que sean puros nuestros corazones; purifícalos, pues ¡oh purísima Inmaculada! Quiso la divina Sabiduría que, entre todas las fiestas que dedica la Iglesia a honrarte, se celebrase la de tu Inmaculada Concepción en el tiempo de Adviento, para que, conociendo los hijos de la Iglesia el celo con que te alejó el Señor de todo contacto con el pecado, en consideración a Aquel de quien debías ser Madre, se preparasen también ellos a recibirle, por medio de la renuncia absoluta a todo cuanto significa pecado o afecto al pecado. Ayúdanos oh María, a realizar este gran cambio. Destruye en nosotros, por tu Concepción Inmaculada, las raices de la concupiscencia y apaga sus llamas, humilla las altiveces de nuestro orgullo. Acuérdate que si Dios te eligió para morada suya, fué únicamente como medio para venir luego a morar en nosotros.




¡Oh María, Arca de la alianza, hecha de madera incorruptible, revestida de oro purísimo! ayúdanos a corresponder a los inefables designios de Dios, que después de haberse honrado en tu pureza incomparable, quiere también serlo en nuestra miseria; pues sólo para hacer de nosotros su templo y su más grata morada nos ha arrebatado al demonio. Ven en ayuda nuestra, tú que, por la misericordia de tu Hijo, jamás conociste el pecado. Recibe en este día nuestras alabanzas. Tú eres el Arca de salvación que flota sobre las aguas del diluvio universal; el blanco vellón, humedecido por el rocío del cielo, mientras toda la tierra está seca; la Llama que no pudieron apagar las grandes olas; el Lirio que florece entre espinas; el Jardín cerrado a la infernal serpiente; la Fuente sellada, cuya limpidez jamás fué turbada; la casa del Señor, sobre la que tuvo siempre puestos sus ojos, y en la que jamás entró nada con mancilla; la mística Ciudad, de la que se cuentan tantos prodigios. (Salmo. LXXXVI.) ¡Oh María! nos es grato repetir tus títulos de gloria, porque te amamos, y la gloria de la Madre pertenece también a los hijos. Sigue bendiciendo y protegiendo a cuantos te honran en este augusto privilegio, tú que fuiste concebida en este día; y nace cuanto antes, concibe al Emmanuel, dale a luz y muéstrale a los que le amamos.



miércoles, 7 de diciembre de 2022

Vigilia de la Inmaculada Concepcion (7 de diciembre)

  

 

                                                  
 
EJERCICIO PIADOSO
A LA INMACULADA VIRGEN


Oh Dios, que por la Inmaculada Virgen, preparasteis digna morada a vuestro Hijo; os suplicamos que, así como a ella la preservasteis de toda mancha en previsión de la muerte del mismo Hijo, nos concedáis también que, por medio de su intercesión, lleguemos a vuestra presencia puros de todo pecado. Por el mismo Jesucristo, nuestro  Señor. Amén.

1. Bendita sea la santa e inmaculada Concepción de la gloriosa Virgen María, Madre de Dios. Avemaría.

2. Oh María, que entrasteis en el mundo sin mancha de culpa, obtenedme de Dios que pueda yo salir de él sin pecado. Avemaría.

3. Oh Virgen María, que nunca estuvisteis afeada con la mancha del pecado original, ni de ningún pecado actual, os encomiendo y confío la pureza de mi corazón. Avemaría.

4. Por vuestra Inmaculada Concepción, oh María, haced puro mi cuerpo y santa el alma mía. Avemaría.

5. Oh María, concebida sin pecado, rogad por nosotros, que recurrimos a Vos. Avemaría.

San Ambrosio, Obispo y doctor de la Iglesia

 

Figura este santo Pontífice dignamente al lado del gran Obispo de Mira. Aquel confesó en Nicea, la divinidad del Redentor de los hombres; éste fué, en Milán, el blanco del furor de los Arríanos, y con su indomable valor venció a los enemigos de Cristo. El puede unir su voz de Doctor a la de San Pedro Crisólogo, y anunciarnos las grandezas y humillaciones del Mesías. Es tan grande la gloria de Ambrosio como Doctor, que, entre las cuatro brillantes lumbreras de la Iglesia latina que van como ilustres Doctores al frente del cortejo de los sagrados intérpretes de la Fe, figura este glorioso Obispo de Milán, completando con Gregorio, Agustín y Jerónimo ese místico número.

El honor de ocupar Ambrosio tan noble lugar en estos días, lo debe a la antigua costumbre de la Iglesia, que en los primeros siglos excluía de la Cuaresma las fiestas de los Santos. El día de su salida de este mundo y de su entrada en el cielo fué el 4 de abril; ahora bien, ese aniversario se halla casi siempre dentro de la santa Cuaresma: hubo, pues, que escoger otro día del año, y era el siete de diciembre el que por sí mismo se recomendaba para celebrar dicha fiesta, por ser el Aniversario de su Ordenación episcopal.

Por lo demás, el recuerdo de Ambrosio es uno de los más dulces aromas que embalsaman el camino que conduce a Belén. Porque ¿cuál más glorioso y encantador, que el de este santo y amable Obispo que supo unir la fuerza del león a la dulzura de la paloma? En vano pasaron los siglos sobre su memoria; sólo consiguieron hacerla más viva y añorada. ¿Cómo podríamos olvidar al joven gobernador de Liguria y Emilia, tan prudente, tan culto, que hace su entrada en Milán, todavía simple catécumeno, y de repente se ve elevado por aclamación del pueblo fiel, a la silla episcopal de aquella gran urbe? Y aquel bello presagio de su encantadora elocuencia, el enjambre de abejas que según la leyenda, le rodeó y penetró en su boca cuando todavía niño dormía un día sobre el césped del jardín paterno, como queriendo indicar la dulzura que había de tener su palabra; o aquella profética seriedad con la que el amable joven ofrecía a besar su mano a su madre y hermana, porque según él, aquella mano sería un día la de un Obispo.

Pero ¡cuántas luchas aguardaban al neófito de Milán, una vez regenerado en las aguas del bautismo y consagrado sacerdote y obispo! Debía dedicarse inmediatamente al estudio de la ciencia sagrada, para acudir en defensa de la Iglesia atacada en su dogma fundamental, por la falsa doctrina de los Arríanos; en poco tiempo fué tan grande la plenitud y seguridad de su saber, que no sólo se opuso como muro de bronce al avance de aquel error, sino que mereció que sus libros hayan sido considerados por la Iglesia como uno de los arsenales de la verdad, hasta el fin de los siglos.

Pero, no sólo en el terreno de la controversia debía pelear el nuevo doctor; los sectarios de la herejía que había combatido amenazaron más de una vez su propia vida. ¡Qué sublime espectáculo el de este Obispo, sitiado en su iglesia por las tropas de la emperatriz Justina, y custodiado en su interior día y noche por su pueblo! ¡Qué pastor, y qué redil! Una vida entera consagrada al bien de la ciudad y de la provincia le valieron a Ambrosio aquella fidelidad y aquella confianza por parte de su pueblo. Por su celo, abnegación y constante olvido de sí mismo era fiel retrato de Cristo a quien predicaba.

En medio de los peligros que le rodeaban, permanecía su noble alma tranquila e imperturbable. Incluso fué el momento que escogió para introducir en la Iglesia de Milán el canto alternado de los Salmos. Hasta entonces sólo se dejaba oír la voz del lector entonando desde lo alto del ambón los cánticos sagrados; bastó un momento para organizar en dos coros a la asamblea, encantada de poder en adelante tomar parte activa en los inspirados cantos del real Profeta. Nacida de esta suerte en medio de 18 tormenta y de un heroico asedio, la salmodia alternada fué ya una conquista para los pueblos fieles de Occidente. Roma adoptará aquella institución ambrosiana, y de esta manera seguirá en la Iglesia hasta el fin de los siglos. Durante aquellas horas de lucha, el santo Obispo hace todavía otro obsequio a aquellos fieles católicos que hicieron para él un muro con sus cuerpos. Es poeta, y más de una vez ha cantado en versos llenos de dulzura y majestad las grandezas de Dios de los cristianos y los misterios de la redención del hombre. Ahora, entrega a feu devoto pueblo aquellos himnos sagrados, que de suyo no estaban destinados a un uso público; pero en seguida resuena su melodía, en todas las basílicas de Milán. Más tarde se oirá en toda la Iglesia latina el canto de los Himnos durante mucho tiempo llamados Ambrosianos, en honor del santo Obispo que (inició así) una de las mas ricas fuentes de la sagrada Liturgia.

La Iglesia Romana aceptará en sus Oficios ese nuevo modo de cantar las divinas alabanzas, que proporciona a la Esposa de Cristo un medio más de expresar sus sentimientos.

Así pues, nuestro canto alterno de los Salmos y nuestros Himnos, son otros tantos trofeos de la victoria de Ambrosio. Sin duda fué suscitado por Dios no sólo para bien de su tiempo sino para el del futuro. Por eso el Espíritu Santo le infundió el sentido del derecfco cristiano, junto con la misión de defenderlo, en aquella época en que el paganismo, aunque debilitado respiraba todavía, y en que el cesarismo decadente conservaba aún muchos resabios del pasado. Ambrosio vigilaba apoyado en el Evangelio. No comprendía que la autoridad imperial pudiese entregar a capricho a los Arríanos por el bien de la paz, una basílica en la que se habían reunido los católicos. Estaba dispuesto a derramar su sangre en defensa de la herencia de la Iglesia. Cortesanos del emperador se atrevieron a acusarle de tiranía ante el príncipe. Su respuesta fué: “No; los obispos no son tiranos, pero con frecuencia son víctimas de ellos.” El eunuco Calígono, camarero de Valentiniano II, le dijo en cierta ocasión: “¿Cómo te atreves delante de mí a despreciar a Valentiniano? Te voy a cortar la cabeza.” — “Ojalá te lo permita Dios, respondió Ambrosio: de esa manera podré sufrir lo que sufren los obispos; y tú no habrás hecho más que lo que saben hacer los eunucos.”

Esta valentía en la defensa de los derechos de la Iglesia apareció todavía con mayor evidencia, cuando el Senado romano, o más bien la minoría del Senado, pagana aún, probó por instigación del Prefecto de Roma Símaco, conseguir el restablecimiento del altar de la Victoria en el Capitolio, con el vano pretexto de poner un remedio a los desastres del imperio. Ambrosio se opuso como un león a esta última pretensión del politeísmo, diciendo: “Detesto la religión de los Nerones.” Protestó, en elocuentes memorias dirigidas a Valentiniano, contra una tentativa que pretendía hacer reconocer a un príncipe cristiano los derechos del error, y frustrar las conquistas de Cristo, único señor de las naciones. Rindióse Valentiniano a las enérgicas advertencias del Obispo, el cual le había hecho saber “que un emperador cristiano no debe tener respeto más que por el altar de Cristo”; y así, este príncipe respondió a los senadores paganos que amaba a Roma como a madre, pero que debía obedecer a Dios como al autor de su salvación.

Es lícito creer que, si los decretos divinos no hubiesen ordenado irrevocablemente la ruina del imperio, influencias como las de Ambrosio, ejercidas sobre príncipes de recto corazón, hubieran podido evitar aquella ruina. Sus máximas eran enérgicas; pero sólo podían aplicarse a las nuevas sociedades que se establecerían después de la caída del imperio, y que el cristianismo modeló a su gusto. Decía él: “No hay para un Emperador título más honroso que el de Hijo de la Iglesia. El Emperador está dentro de la Iglesia, no por encima de ella.”

¿Hay algo más emocionante que la protección que con tanta solicitud ejerció Ambrosio sobre el joven Emperador Graciano, cuya muerte le hizo derramar copiosas lágrimas? Y Teodosio, ese sublime dechado del príncipe cristiano, Teodosio, en cuyo favor retrasó Dios la caída del imperio, dando siempre a sus armas la victoria, ¿con qué ternura no fué amado por el obispo de Milán?

Es verdad que un día quiso reaparecer en este hijo de la Iglesia el César pagano; pero Ambrosio, con una severidad tan inflexible como profundo había sido su cariño al culpable, hizo que Teodosio volviese en sí mismo y a Dios. “Cierto, dijo el santo Obispo en el elogio fúnebre de tan gran príncipe, he amado a este hombre que estimaba más a quien le reprendía que a sus aduladores. Supo arrojar por tierra todas las insignias de su dignidad imperial, lloró públicamente en la Iglesia el pecado al que se le había pérfidamente instigado, e imploró el perdón con lágrimas y gemidos. Simples particulares ceden ante la vergüenza, todo un Emperador no se sonrojó cumpliendo la penitencia pública; y en adelante no pasó un sólo día que no llorase su pecado.”

¡Cuán bellos aparecen este César y este Obispo, en su amor por la justicia! El César sostiene al imperio vacilante y el Obispo sostiene al César.

Pero no se crea que sólo se cuida Ambrosio de obras de categoría y resonancia. Sabe ser también pastor cuidadoso de las más pequeñas necesidades de sus ovejas. Poseemos su vida íntima escrita por su diácono Paulino. Nos declara este testigo que, cuando Ambrosio oía la confesión de los pecadores, derramaba tan copiosas lágrimas que hacía llorar también al que iba a descubrir sus faltas. “Parecía, dice el biógrafo, que había caído él también con el delincuente.” Es conocido el interés paternal con que acogió a San Agustín, cautivo aún en las cadenas del error y de las pasiones; quien quiera conocer a Ambrosio no tiene más que leer en las Confesiones del Obispo de Hipona, sus expansiones de gratitud y admiración. Anteriormente había recibido Ambrosio a Mónica, la afligida madre de Agustín; la había consolado y fortalecido con la esperanza de la vuelta de su hijo. Llegó el día tan ardientemente deseado; y fué la mano de Ambrosio la que le infundió las aguas puriflcadoras del Bautismo a aquel que debía de ser el príncipe de los Doctores.

Un corazón tan fiel en sus afectos, no podía dejar de derramarse sobre sus propios familiares. Conocido es el cariño que le unió a su hermano Sátiro; él mismo publicó sus virtudes en el doble elogio fúnebre que le dedicó con acentos de conmovedora ternura. No fué para él menos querida su hermana Marcelina. La noble patricia había despreciado el mundo y sus placeres desde la más tierna edad. Vivía en Roma en el seno de su familia, bajo el velo de las vírgenes, que había recibido de manos del papa Liberio. Pero el cariño de Ambrosio no conocía distancias; sus cartas iban a buscar a la sierva de Dios en su misterioso retiro. No ignoraba él su celo por la Iglesia, y el ardor con que se asociaba a todas las obras de su hermano; conservamos todavía muchas de las cartas que le dirigía. Es ya emocionante el sólo encabezamiento de ellas: “El hermano a la hermana”, o también: “A mi hermana Marcelina, para mí más querida que mis ojos y mi vida.”

Viene luego el texto de la carta, rápido, animado, como las luchas que describe. Una de ellas la escribió en los momentos en que bramaba la tempestad, cuando el valeroso obispo se hallaba sitiado en la basílica por las tropas de la emperatriz Justina. Sus discursos al pueblo milanés, sus éxitos como sus desgracias, los sentimientos heroicos de su temple de obispo, todo se halla retratado en estas fraternales comunicaciones, todo revela en ellas la fuerza y la santidad del lazo que une a Ambrosio y Marcelina. La basílica Ambrosiana conserva todavía el sepulcro de ambos hermanos; sobre uno y otro se ofrece diariamente el santo Sacrificio de la Misa.

Así fué Ambrosio; de él dijo Teodosio un día: “No hay más que un obispo en el mundo.” Alabemos al Espíritu Santo que quiso ofrecernos tan sublime modelo, y pidamos al santo Pontífice se digne hacernos partícipes de aquella fe viva y ferviente amor hacia el misterio de la Encarnación divina, que se manifiesta en sus dulces y elocuentes escritos. Ambrosio debe ser uno de nuestros más poderosos abogados en los días de preparación a la venida del Verbo.

Su devoción a María, nos enseña también cuál debe ser nuestro amor y admiración para con la Virgen bendita. El Obispo de Milán es, con San Efrén, uno de los Padres del siglo iv que más fervientemente han expresado las grandezas del ministerio y de la persona de María. Todo lo conoció, lo sintió y lo declaró. La exención de María de toda mancha de pecado, la unión con su Hijo al pie de la Cruz, para la salvación del género humano, la primera aparición de Jesús resucitado a su Madre, y otros muchos puntos en los que Ambrosio se hace eco de una creencia anterior, y que le colocan en primera fila entre los testigos de la tradición sobre los Misterios de la Madre de Dios.

Esta tierna predilección por María explica su entusiasmo por la virginidad cristiana, de la que es especial Doctor. Ninguno, entre los Padres, le igualó en la gracia y elocuencia con que supo ensalzar la dignidad y dicha de las Vírgenes. Dedicó cuatro de sus obras a glorificar este sublime estado cuya imitación trataba de ensayar nuevamente el paganismo en su ocaso, con la institución de las vestales, que en número de siete y colmadas de honores y riquezas, eran declaradas libres después de cierto tiempo. Opóneles Ambrosio el innumerable enjambre de vírgenes cristianas, que embalsaman el mundo entero con el perfume de su humildad, constancia y abnegación. Pero, sobre este tema, su palabra era aún más sugestiva que sus escritos, pues sábese, por relatos contemporáneos, que en las ciudades que visitaba o donde dejaba oír su voz, las madres retenían a sus hijas en su casa, por miédo a que la palabra de tan santo e Irresistible seductor las convenciera a no aspirar más que a las bodas eternas.

Vida. — Nació Ambrosio en la primera mitad del siglo rv. Su padre era prefecto de la Galla Cisalpina, Educóse en Roma en las artes liberales, y se le encomendó el gobierno de las provincias de Liguria y Emilia. Hallándose en la basílica de Milán, con el objeto de salvaguardar el orden en la elección del obispo, un niño gritó: ¡”Ambrosio Obispo”! El grito fué repetido por toda la muchedumbre, y el emperador, halagado al ver elegido para obispo a uno de sus prefectos, le animó a aceptar. Obispo ya, fué campeón intrépido de la fe y de la disciplina eclesiástica; convirtió a muchos arríanos a la verdad y bautizó a San Agustín. Consejero y amigo del emperador Teodosio, no dudó en imponerle una pública penitencia con motivo de la matanza de Tesalónica. Murió en Milán el 4 de abril del 397. San Ambrosio es uno de los cuatro grandes doctores de la Iglesia latina.

Aunque indignos, te alabamos ¡oh inmortal Ambrosio! Proclamamos los dones maravillosos con que te dotó el Señor. Por tu celestial doctrina eres Luz de la Iglesia y Sal de la tierra; eres Pastor vigilante, Padre afectuoso, invicto Pontífice: ¡cómo supo amar tu corazón a Jesús a quien esperamos! ¡Con qué indomable valor y exposición de tu vida te opusiste a los blasfemos del Verbo divino! Con razón mereciste que la Iglesia te escojiera para iniciar todos los años al pueblo cristiano en el conocimiento del que es su Salvador y Jefe. Haz, pues, que penetren en nuestros ojos los rayos de la verdad que aquí abajo esclareciste; haz que guste nuestro paladar el melifluo sabor de tu palabra; infunde en nuestros corazones el verdadero amor de Jesús que se aproxima por momentos. Haz que, como tú, sepamos defender su causa con energía, contra los enemigos de la fe, contra los espíritus de las tinieblas, contra nosotros mismos. Haz que ceda todo, que desaparezcan todos los obstáculos que toda rodilla se doble y todo corazón se declare vencido ante Jesucristo, Verbo eterno del Padre, Hijo de Dios e Hijo de María, nuestro Redentor, nuestro Juez, nuestro soberano bien.

¡Oh glorioso Ambrosio! humíllanos como humillaste a Teodosio; levántanos contritos y arrepentidos, como a él le levantaste con tu pastoral caridad.

Ruega por el Sacerdocio católico, del que eres gloria eterna. Pide a Dios para los Sacerdotes y Obispos de la Iglesia, esa humilde e inflexible fortaleza con la que deben resistir a los poderes seculares, cuando abusan de la autoridad que Dios ha puesto en sus manos. Haz que sea su frente, como dice el Señor, dura como el diamante; que sepan oponerse como un muro para la casa de Israel; que consideren como el mayor honor y su mejor suerte, el poder exponer sus bienes, su tranquilidad y su vida, en favor de la libertad de la Esposa de Cristo.


¡Campeón esforzado de la verdad! ármate de ese látigo vengador que te ha dado la Iglesia como atributo, y arroja fuera del redil de Jesucristo a esos restos inmundos del arrianismo que aparecen aún en nuestros días con diversos nombres. Haz que no sean más atormentados nuestros oídos por las blasfemias de esos hombres soberbios que se atreven a medir por su talla, a juzgar, absolver y condenar como a un semejante suyo al Dios temible que les creó y que sólo por amor a su criatura se dignó descender y acercarse al hombre, aun a trueque de ser por él despreciado.

Aleja de nuestras almas, oh Ambrosio, esas cobardes e imprudentes teorías que hacen olvidar a muchos cristianos que Jesús es Rey de este mundo, induciéndolos a creer que una ley humana que reconociese iguales derechos al error y a la verdad podría ser lo más perfecto para las sociedades. Haz que comprendan como tú, que si los derechos del Hijo de Dios y de su Iglesia pueden ser a veces atropellados, no por eso dejan de existir; que la convivencia de todas las religiones con unos mismos derechos, es el insulto más cruel para Aquel “a quien ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra”; que las sucesivas catástrofes de la sociedad son la respuesta que Dios da desde lo alto del cielo, a los que desprecian el Derecho cristiano, ese Derecho que El conquistó muriendo en la Cruz por los hombres; finalmente, que, si no depende de nosotros el restaurar ese sagrado Derecho en las naciones que han tenido la desgracia de rechazarlo, tenemos con todo eso la obligación de confesarlo con valentía, so pena de ser cómplices de los que no quisieron que Jesús reinara sobre ellos.

Consuela también oh Ambrosio en medio de las tinieblas que invaden el mundo, consuela a la Santa Iglesia que aparece como extraña y peregrina en medio de esas naciones de que fué madre y que han renegado de ella; haz que, en su camino, recoja aún entre los fieles las flores de la virginidad; que sea como el imán de las almas puras que saben apreciar la dignidad de las Esposas de Cristo. Así fué en los días gloriosos de las persecuciones, que señalaron el comienzo de su ministerio; séale dado también ahora consagrar a su Esposo una numerosa selección de corazones puros y generosos, para que su fecundidad sea vista por todos los que la abandonaron como a madre estéril, y que algún día sentirán cruelmente su ausencia.

* * *

Consideremos el último preparativo para la venida del Mesías al mundo: la paz universal. El silencio ha sucedido de repente al estruendo de las armas, y el mundo se reconcentra en sí mismo, esperando. “Ahora bien, nos dice San Buenaventura en uno de sus Sermones de Adviento, debemos señalar tres silencios: el primero, en tiempo de Noé cuando perecieron todos los pecadores en el diluvio; el segundo, en tiempo de César Augusto, cuando quedaron sometidas todas las naciones; finalmente el tercero que se hará a la muerte del Anticristo, cuando se conviertan todos los Judíos.” ¡Oh Jesús, Rey pacífico, es tu deseo que, al bajar a la tierra, esté en paz todo el mundo! Lo anunciaste ya por el Salmista, tu abuelo según la carne, cuando, hablando de ti dijo: “Hará cesar la guerra en todo el mundo; quebrará el arco, destruirá las armas, y arrojará al fuego los escudos.” (Salmo XLV, 10.) ¿Qué quiere decir todo esto, oh Jesús, sino que al hacer tu visita te gusta hallar corazones atentos y silenciosos? Antes de acercarte a un alma, tienes por costumbre conmoverla misericordiosamente, como hiciste con el mundo antes de aquella paz universal; luego le concedes la paz y por fin tomas posesión de ella. Ven, pues, a someter cuanto antes a nuestras rebeldes potencias, a humillar el orgullo de nuestra alma, a crucificar nuestra carne, y animar la flojera de nuestra voluntad, para que tu entrada en nosotros sea solemne, como la de un conquistador en una plaza fuerte rendida tras largo asedio. ¡Oh Jesús!, Príncipe de la Paz, concédenos esa Paz; establece tu morada en nuestros corazones de una manera fija, como la estableciste en la creación, para reinar en ella eternamente.

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