R. Señor, danos sacerdotes santos.
V. Para que nos acompañen a la hora de nuestra muerte, y ofrezcan la Santa Misa por nosotros



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sábado, 17 de diciembre de 2022

COMIENZO DE LAS ANTIFONAS “O”

 La Iglesia abre hoy el septenario que precede a la Vigilia de Navidad, días célebres en la Liturgia, con el nombre de Ferias mayores. El Oficio ordinario de Adviento vuélvese más solemne; en Laudes y en las Horas del día las Antífonas son propias del tiempo y relacionadas directamente con el gran acontecimiento. En Vísperas, se canta todos los días una solemne Antífona que es un suspiro por el Mesías, en la cual se le da diariamente uno de los títulos que le atribuye la sagrada Escritura. En la Iglesia Romana, estas Antífonas, a las que vulgarmente se les da el nombre de Antífonas O, porque así comienzan, son siete, una para cada día de las Ferias mayores, y se dirigen todas a Jesucristo.

En la Edad Media, algunas Iglesias añadieron otras dos, una a la Santísima Virgen, ¡O Virgo Virginum! y otra al Arcángel Gabriel, ¡O Gabriel! o también a Santo Tomás, cuya fiesta cae durante estas Ferias mayores, y que comienza así: O Thomas Didyme Hubo Iglesias que tuvieron hasta doce grandes Antífonas, añadiendo otras tres a las ya mencionadas, es decir: una a Cristo, O Rex pacifice! otra a la Santísima Virgen, O mundi Domina! y finalmente la última, dirigida a modo de apóstroíe, a Jerusalén, O Jerusalem!

El momento escogido para dirigir esta sublime llamada a la caridad del Hijo de Dios, son las Vísperas, porque fué al atardecer del mundo, vergente mundi vespere cuando vino el Mesías. Son cantadas antes del Magníficat, para indicar que el Salvador esperado nos ha de llegar por María. Se las repite dos veces, una antes y otra después del Cántico, para mayor solemnidad, lo mismo que en las fiestas Dobles; algunas antiguas Iglesias las cantaban incluso tres veces, a saber: antes del Cántico, antes del Gloria Patri, y después del Sicut erat. Finalmente, estas admirables Antífonas, que contienen toda la medula de la Liturgia de Adviento, llevan un canto armonioso y solemne; y todas las Iglesias las acompañaron de particular pompa, cuyas demostraciones, siempre expresivas, variaron según los lugares. Entremos en el espíritu de la Iglesia, y recojámonos a fln de unirnos a ella con todo nuestro corazón, cuando dirija a su Esposo esas últimas y tiernas invitaciones a las que habrá de ceder finalmente.

PRIMERA ANTIFONA
Oh Sabiduría, que saliste de la boca del Altísimo, que tocas de una extremidad a la otra y dispones todas las cosas con fuerza y dulzura al mismo tiempo: ven a enseñarnos los caminos de la prudencia.

¡Oh Sabiduría increada, que vais a haceros pronto visible al mundo, cuán bien aparece en estos momentos que todo lo gobiernas! He aquí que por tu permisión divina, va a salir un edicto del emperador Augusto, para empadronar al mundo. Todos los ciudadanos del Imperio deberán acudir a su ciudad de origen. En su orgullo, creerá el emperador haber conmovido en favor suyo a todo el género humano. Agítanse los hombres por todas partes a millones, y atraviesan en todos los sentidos el inmenso imperio romano; piensan que obedecen a un hombre y es a Dios a quien obedecen. Todo ese gran movimiento no tiene más que una finalidad: la de llevar a Belén a un hombre y a una mujer que tienen su humilde morada en Nazaret de Galilea; para que la mujer desconocida de los hombres y amada del cielo, al concluir el mes noveno de la concepción de su hijo, le diese a luz en Belén, según lo anunciado por el Profeta: “Es su salida de los días de la eternidad: ¡O Belén, de ningún modo eres la más pequeña entre las mil ciudades de Judá, porque El saldrá de ti!” ¡Oh Sabiduría divina, cuán fuerte eres para conseguir tus ñnes de manera infalible aunque oculta la mirada de los hombres! ¡cuán suave para no forzar su libertad y cuán paternal previendo nuestras necesidades! Escogiste Belén para nacer en ella, porque Belén significa Casa de Pan. Con esto nos quieres demostrar que eres nuestro Pan, nuestro manjar, nuestro alimento de vida. Nutridos por un Dios, no podremos ya morir. ¡Olí Sabiduría del Padre, Pan vivo bajado del cielo! ven pronto a nosotros, para que nos acerquemos a tí, y seamos iluminados por tus destellos; concédenos esa prudencia que conduce a la salvación.

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