Como Vara de Almendro.
En 1933, cuando el movimiento ecuménico comenzó a ponerse en marcha, San Maximiliano Kolbe, lo vio tal como lo que era y definió el ecumenismo como el enemigo de la Santa Virgen María; un movimiento para combatirlo y destruirlo.
La misión que San Maximiliano Kolbe confió a sus Caballeros de la Inmaculada era la de convertir el mundo entero a la Iglesia Católica. Él dijo: «Sólo hasta que todos los cismáticos y protestantes profesen el Credo católico con convicción y cuando todos los judíos pidan voluntariamente el Santo Bautismo, sólo entonces la Inmaculada habrá logrado sus objetivos».
«…En otras palabras – insistió San Maximiliano – no hay mayor enemigo de la Inmaculada y de su Milicia que el ecumenismo actual, contra el cual cada Caballero no sólo debe combatir, sino también realizar obras de neutralización a través de una acción diametralmente opuesta que en última instancia lo derrote.
Debemos llevar a cabo la meta de la Milicia Inmaculada lo más rápido posible: es decir, conquistar el mundo entero, y cada alma individual que existe hoy o existirá hasta el fin del mundo, para la Inmaculada, y a través de ella para el Sacratísimo Corazón de Jesús».
El Padre Edward Hanahoe, un gran teólogo de los años 50’s expone la maldad intrínseca del nuevo ecumenismo. Él explicó que tiene el efecto nefasto de «perpetuar el estado de separación, sirviendo más bien para mantener a la gente fuera de la Iglesia en lugar de llevarla a ella». Un retrato más perfecto del ecumenismo posconciliar difícilmente podría escribirse.
Aquellos que promueven el nuevo ecumenismo conciliar nunca recuerdan a los no católicos que tienen que convertirse a la Iglesia Católica para salvarse.
El verdadero principio de la conversión de los no católicos se ha remplazado ahora con el nuevo principio de «convergencia con los no católicos». Así como advirtió el padre Hanahoe, el ecumenismo actual sirve para perpetuar el estado de separación de los que están fuera de la Iglesia, en lugar de atraerlos hacia ella.
El ecumenismo adoptado por los católicos a partir del Concilio es en realidad un modelo adulterado de unidad impulsado por el Consejo Mundial de las Iglesias, que niega implícitamente la doctrina infalible y definitivamente definitiva: «Fuera de la Iglesia no hay salvación».
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