San Jerónimo: “Es difícil encontrar a un hereje que ame la castidad; aunque la pueda recomendar por palabras y alabarla”
Arzobispo Viganò: La defensa de la Fiducia Suplicante por parte del P. Fernández (y Bergoglio) demuestra su 'herejía manifiesta'
Sermón de San Antonio de Padua:
Pero estos pecadores, como dice Isaías, transgredieron las leyes, cambiaron el derecho, violaron el pacto eterno. Por esto, la maldición devorará a la tierra; sus habitantes pecarán y por esto sus cultivadores enloquecerán (Isaías 25,5-6). Transgreden las leyes de la letra y de la gracia, porque no quieren guardar ni la ley de la letra como esclavos, ni la de la gracia como hijos. Cambian el derecho natural... Quebrantan la eterna alianza, que juraron en el bautismo. Y por esto la maldición de la soberbia (del Orgullo) devorará la tierra, es decir, a los mundanos, y sus habitantes caerán en el pecado de la avaricia, aquellos a quienes se dice en el Apocalipsis: Ay de los que habitan la tierra! (8, 13); y los que la cultivan enloquecerán en el pecado de la lujuria, la cual es locura (falta de carácter) y desequilibrio mental.
Las siete herejías de Bergoglio en «Amoris laetitia»
Sermones de San Bernardo
¿Por qué se manda apresar a las raposas, más bien que matarlas o espantarlas y por qué las llama raposillas?
II. 6. Ahora volvámonos a lo que dice el esposo sobre estos pequeños y astutos animales que destruyen las viñas. Pequeños he dicho, no por su malicia, sino por su sutileza. Es un género de animales astutos por naturaleza, habilísimos para hacer daño a ocultas. Yo creo que con toda propiedad designan ciertos vicios muy sutiles, aparentemente camuflados entre las virtudes, de cuya forma ya dije algo para conocerlos con algunos ejemplos, aunque pocos. No son capaces de hacer daño de otra manera sino presentando virtudes falsas con el oropel de la virtud. Vienen a ser o pensamientos vanos de los hombres o sugestiones de los ángeles malos, los de Satanás, que se transforman en ángeles de luz y preparan sus flechas dentro de sus aljabas, esto es, a escondidas, para disparar en la sombra contra los rectos de corazón. Por esto creo que se las llama raposillas. Mientras los demás vicios se presentan abiertamente por sus proporciones, estos otros no se pueden distinguir con facilidad por su sutileza. Por eso sólo pueden precaverse contra ellos los hombres perfectos, experimentados e iluminados con los ojos del corazón para discernir el bien del mal, especialmente para el discernimiento de espíritu. Ellos pueden decir con el Apóstol: no ignoramos la astucia de Satanás y sus maquinaciones. Piensa si no será ésta la razón por la que nos manda el esposo, no que los exterminemos, los espantemos o los matemos, sino que los apresemos. Porque a estos animalillos engañosos debemos observarlos y examinarlos con toda vigilancia y cautela, para agarrarlos, es decir, apoderarse de ellos en su misma astucia. Por tanto, cuando queda manifiesto el engaño, cuando se descubre el fraude, cuando se demuestra la falsedad, entonces podemos afirmar que hemos cazado a la raposilla que destrozaba la viña. Finalmente, solemos decir que al hombre se le sorprende por sus palabras, y así lo afirma el Evangelio: Se reunieron los fariseos para ver si lograban cazar a Jesús con sus propias palabras. 7. En consecuencia, el esposo manda agarrar las raposillas que destruyen las viñas, es decir, sorprenderlas, descubrirlas, hacerlas salir. Esta raza maldita tiene una característica: en cuanto es descubierta ya no daña; conocerla equivale a vencerla. ¿Quién, de no estar loco, una vez descubierta la trampa mete el pie en ella a sabiendas y de intento? Basta, por tanto, agarrarlas, esto es, descubrirlas y sacarlas a la luz, pues para ellas aparecer es perecer. No sucede así con los demás vicios, porque se presentan abiertamente y dañan sin rodeos; cautivan aun conociéndolos, vencen a los que se resisten, pues actúan a base de fuerza y no de engaño. A estas bestias crueles no debemos examinarlas, sino evitarlas. Sólo cuándo se trata de esas raposillas tan ladinas, basta sacarlas a la luz y prenderlas en su astucia; tienen su madriguera, pero una vez descubiertas ya no hacen daño. Por esta razón se manda apresar a estas raposas, y por eso se las llama raposillas. Son tan pequeñas que al brotar esos vicios recién nacidos, y mientras aún son tiernos, debes vigilarlos con atención y apresarlos al punto, para que no sean más dañinos si crecen, y sea más difícil capturarlos.
Las raposas son los herejes, ¿cómo se debe aprésalos y cuales nos manda el esposo que no los detengamos?
III. 8. Siguiendo la alegoría, las viñas son las iglesias; las raposas, las herejías, o mejor, los herejes. Quiere esto decir con toda evidencia que los herejes deben ser apresados más que alejados. Y deben ser sorprendidos, no con las armas, sino con argumentos que rechacen sus errores. Y si fuera posible deben ser reconciliados con la Iglesia Católica, reconduciéndolos a la verdadera fe. Porque éste es su designio: Quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Así manifiesta que éste es su deseo, cuando dice: Agarradnos las raposas, y no simplemente: «Agarrad las raposas». Él manda alcanzar a estas raposas para sí y para su Esposa la Iglesia Católica, cuando dice: «Agarrádnoslas». Por tanto, si un hombre de Iglesia experimentado y docto entabla una discusión con un hereje, debe hacerlo con la única intención de convencerlo de su error y convertirlo, pensando en lo que dice el apóstol Santiago: El que endereza a un pecador de su extravío se salvará él mismo de la muerte y sepultará un sinfín de pecados. Si no quisiera convertirse, ni se convence después de la primera y segunda amonestación, porque sigue obstinado, no tendrás que ver con él, como dice el Apóstol. Por eso, en mi opinión, será mejor ahuyentarlo o detenerlo que dejarle arrasar los viñedos. 9. El que ha vencido y convencido a un hereje, distinguiendo con claridad y evidencia lo verosímil de lo verdadero, no piense que ha obrado inútilmente; ha demostrado con razones claras e irrefutables que los dogmas corrompidos son perniciosos; ha hecho prisionera, además, a una inteligencia perversa que se enfrenta con la ciencia de Dios. A pesar de todo, ha conseguido detener a la raposa, aunque no la haya sanado; y la ha agarrado para el Esposo y la Esposa, pero de distinta manera. Pues el hereje no se levantó de la hez, pero la Iglesia se ha afianzado en la fe; y el Esposo se congratula sin duda de los progresos de la Esposa, porque el gozo del Señor es nuestra fuerza. No considera ajenos nuestros éxitos, pues se ha dignado asociarse con nosotros de tal manera, que no manda cazar las raposas para él, sino para nosotros en él, diciendo: Agarrad para nosotros. Hay que subrayar que dice para nosotros. ¿Hay algo más familiar que esta palabra? ¿No crees que habla como un padre de familia que no posee nada para sí mismo, porque todo lo tiene en común con su mujer, sus hijos y criados? El que aquí habla es Dios; pero no se expresa como Dios, sino como esposo. 10. Agarradnos las raposas. ¿Ves con qué sentido social habla el que carece de socios? Podía haber dicho: «para mí», pero prefirió decir para nosotros, feliz en compartir. ¡Qué dulzura! ¡Qué gracia! ¡Qué amor tan intenso! ¿Así se hace como uno de tantos el que es el sumo entre todos? ¿Quién lo hizo? El amor que ignora su propia dignidad, rico en benignidad, fuerte en sus afectos, eficaz en sus consejos. ¿Hay algo más violento? El amor vence a Dios. ¿Hay algo menos violento? Es amor. ¿Cuál es esta fuerza tan violenta en la victoria y tan vencida por la violencia? En una palabra: se anonadó a sí mismo, para que sepas que se debe al amor el que la plenitud se derramara, la altura se igualara y la divinidad se asociara con nosotros. ¿Con quién, admirable Esposo, tienes tan íntima familiaridad? Agarradnos, dice. ¿Para quién juntamente contigo? ¿Para la Iglesia de los pueblos? Es una congregación de hombres mortales y pecadores. Ya sabemos quién es. Y tú ¿quién eres, tan devoto de esta mujer cusita, amante tan ambicioso? No eres otro Moisés, sino mucho mayor que él. Porque tú eres el más bello de los hombres. Me he quedado corto: eres reflejo de la vida eterna, esplendor y figura de la sustancia de Dios, finalmente Dios sobre todo, bendito por siempre. Amén.
SERMÓN 65 I. Los nuevos herejes, especialmente los de Tolosa, son unas verdaderas raposas, porque ocultan su secta con perjurio. – II. De qué manera se descubren estas raposas cohabitando con mujeres. – III. Cómo se cazan estas raposas, si no suprimen el escándalo en cuanto pueden. I. 1. Os he dirigido dos sermones sobre el mismo versículo y me dispongo a exponeros el tercero, si no os causa tedio. Porque lo creo necesario. Los dos anteriores fueron en defensa de nuestra viña doméstica que sois vosotros, contra las asechanzas de tres clases de raposas, como son los aduladores, los detractores, y ciertos espíritus seductores, hábiles y curtidos en presentar el mal bajo especie de bien. Pero en las viñas del Señor no sucede eso. Me refiero a la que se extendió por toda la tierra, de la cual nosotros somos su porción. Viña demasiado grande, plantada por la mano del Señor, rescatada con su sangre, regada por su palabra, propagada por la gracia, incrementada por el Espíritu. Por ocuparme más de la viña propia, apenas me fijé en la común. Pero al ver que tantos la desbaratan, qué pocos son sus defensores y cuánto cuesta defenderla, me decido a salir en su favor. La dificultad nace de que sus enemigos se ocultan. Porque a la Iglesia desde sus orígenes la atacaron siempre las raposas, pero muy pronto fueron descubiertas todas y capturadas. El hereje combatía abiertamente —porque su máximo deseo era vencer en público— y sucumbía. Aquellas raposas se prendían con facilidad. Es verdad que una vez descubierta la verdad, el hereje solía empecinarse en las tinieblas de su obstinación y se endurecía maniatado y a solas. Pero al menos veían que la raposa había sido agarrada, condenada la impiedad y sacado afuera el impío, cuya ostentación ya se había vencido, aunque sin fruto. Según el profeta, se secaron sus pechos y su vientre quedó infecundo; porque el error refutado en público no vuelve a retoñar, y no germina la falsedad descubierta.
2. ¿Qué podemos hacer para cazar estas pésimas raposas que desean destrozar más que vencer, y no quieren darse a ver sino arrastrarse? Todos los herejes tuvieron siempre la misma intención: granjearse la gloria con la singularidad de su ciencia, pero éstas son más dañinas y astutas que los demás herejes: desprecian su propia gloria y se nutren con el daño ajeno. En mi opinión están amaestradas por el ejemplo de sus antepasados, que una vez descubiertos ya no podían escaparse, porque eran atrapados al instante; por eso procuran perpetrar el misterio de la iniquidad con una seducción nueva y cuanto más camuflados más libres se ven. Además se han conjurado, como suele decirse, con las tinieblas: Se ligaron entre sí con inicuos juramentos:
«Jura, perjura, pero no reveles el secreto». Aunque por otra parte no consienten jurar jamás ni levemente, conforme a aquello del Evangelio: No juréis ni por el cielo ni por la tierra, etc. ¡Torpes y lentos de corazón, poseídos en todo por el espirito farisaico, coláis el mosquito y os tragáis el camello! No es lícito jurar ¿y se puede perjurar? ¿O están permitidas ambas cosas en este caso? ¿De qué lugar del Evangelio me sacáis esa excepción vosotros que os granjeáis en falso de no comeros una sola letra? Está claro: sois escrupulosos para observar lo del juramento y os permitís la infamia del perjurio. ¡Qué perversidad! Observan a porfía como si fuese un mandamiento lo que está aconsejado como una cautela: no jurar; y se dispensan a su antojo, como de algo indiferente, de lo que está sancionado con obligación inamovible: no perjurar. Dicen: «No; es para no divulgar el misterio». Como si no fuese gloria de Dios revelar un asunto. ¿Os preocupa acaso la gloria de Dios? Yo creo más bien que les sonroja descubrir lo que carece de gloria. Porque se dice que cometen ocultamente infames obscenidades; como las raposas dejan a su paso gran hedor. 3. Me callo lo que ellos negarían; que respondan a lo que es público. ¿Se atienen acaso al Evangelio y evitan dar lo sagrado a los perros o echar las perlas a los cerdos? Sólo con esto ponen en evidencia que no pertenecen a la Iglesia; pues piensan que son perros y puercos los que viven en la Iglesia. Les parece que quienes no pertenecen a su secta, sin excepción deben ser excluidos de todo lo suyo. Y aunque lo sientan así, no responderán de ello para no ser descubiertos; por eso huyen por todos los medios, aunque no podrán escapar.
II. Respóndeme tú, que te tienes en más de lo que debes tenerte y eres más necio que cuanto pueda decirse; el misterio que ocultas ¿es de Dios o no? Si es, ¿por qué no lo manifiestas para su gloria? Porque es gloria de Dios revelar un asunto. Y si no es, ¿por qué cifras tu fe en lo que no es de Dios, sino porque eres un hereje? Por tanto, deben descubrir el secreto de Dios para gloria de Dios, o deben negar que es un misterio de Dios y confesar que son herejes; por lo menos declárense como enemigos de la gloria de Dios quienes se resisten a confesar lo que reconocen como gloria de Dios. Porque subsiste la verdad de la Escritura: Es gloria de reyes ocultar la palabra, es gloria de Dios revelarla. ¿Tú no quieres revelarla? Luego no quieres dar gloria a Dios, o quizá no aceptas esta Escritura. Así es: confiesan que ellos son los únicos que practican el Evangelio. Pues que respondan al Evangelio: Lo que os digo de noche, decidlo en pleno día, y lo que escucháis al oído pregonadlo desde la azotea. Ya no es lícito encubrir nada. ¿Hasta cuándo se puede ocultar lo que Dios manda manifestar? ¿Hasta cuándo soterráis vuestro Evangelio? Yo sospecho de vosotros, no de Pablo: éste confiesa que el suyo no está encubierto. Si mi Evangelio, dice, sigue velado, es para los que se pierden. Mirad a ver si se dirige a vosotros que ocultáis el Evangelio. ¿Hay algo más claro que vuestra perdición? ¿Rechazáis también al mismo Pablo? Así lo he oído de algunos. Porque no estáis de acuerdo en todo entre vosotros, aunque todos discrepáis de nosotros. 4. Pero si no me engaño, todos aceptáis sin distinción y con la misma autoridad del Evangelio las palabras, escritos y tradiciones de los que convivieron corporalmente con el Salvador. ¿Es que alguno de ellos guardó oculto su Evangelio? ¿Es que se callaron las debilidades de la carne de Dios, los horrores de su muerte, la ignominia de la cruz? No: A toda la tierra alcanza su pregón. ¿Qué sucedió con la forma de vida apostólica de la que vosotros os jactáis? Ellos vocean, vosotros susurráis. Ellos hablan en público, vosotros en los rincones. Ellos atraviesan las nubes, vosotros os escondéis en las tinieblas y en los subterráneos de las casas. ¿Os parecéis a ellos en algo? ¿Acaso en que no lleváis mujeres con vosotros, porque las encerráis con vosotros? No levantan las mismas sospechas la compañía y la cohabitación. ¿Quién podía sospechar algo funesto de aquellos que resucitaban a los muertos? Haz tú lo mismo, y creeré que acostarte con una mujer es igual que hacerlo con un hombre. De lo contrario, ¿no es temerario usurpar su derecho sin gozar de su santidad? Estar siempre con una mujer y no pecar con ella ¿no es mucho más que resucitar un muerto? ¿Te supera lo fácil y quieres que te crea lo más difícil? Todos los días te sientas a la mesa al lado de una jovencita, tiene su lecho junto al tuyo en la misma habitación, charláis fijos los ojos tuyos en los suyos, trabajas mano a mano con ella ¿y quieres que os considere continentes? Concedido que lo seáis; pero yo tengo que sospechar lo peor. Me escandalizas: quita la causa del escándalo y me demostrarás que sigues el Evangelio, como lo pregonas. Al que escandaliza a un miembro de la Iglesia ¿no lo condena el Evangelio? Tú escandalizas a la Iglesia; eres una raposa que destroza la viña. Ayudadme, amigos, a prenderla, o más bien vosotros, ángeles santos, agarrádnosla. Es muy astuta, la encubre su impía iniquidad, es tan pequeña como sagaz, y elude con facilidad la agudeza humana. ¿Acaso también vuestra mirada? Por eso se dirigen a vosotros, sus amigos, aquellas palabras del esposo: Agarradnos las raposillas. Haced, pues, lo que os ordena: prendednos esa raposilla tan taimada, que hace tanto tiempo acechamos. Enseñad y advertirnos cómo se atrapa su engaño. Porque a eso equivale agarrar la raposa, ya que es mucho más perjudicial el falso católico que el verdadero hereje. El hombre no puede saber lo que hay en el hombre, a no ser que alguien sea iluminado para ello por el Espíritu de Dios, o sea instruido por el saber del ángel. ¿Qué señal daréis para que salga a la luz esta pésima herejía, amaestrada para mentir no sólo con la lengua, sino con la vida?: 5. La reciente desolación de la viña muestra la presencia de la raposa; pero ignoro con qué arte borra sus huellas este animal tan ladino, para que el hombre no pueda advertir por dónde entró y salió. Está a la vista la obra, pero no el autor: hasta ese extremo sabe disimularlo todo con su presencia. Si le interrogas por su fe, ninguno es tan cristiano; si observas su modo de vivir, le encontrarás irreprensible en todo; y lo que predica lo prueba con sus obras. Verás que frecuenta la iglesia como testimonio de su fe, honra a los presbíteros, da sus limosnas, se confiesa, participa en los sacramentos. ¿Hay alguien más fiel? Repasando su vida y costumbres, con nadie es violento, a nadie envuelve, con nadie se sobrepasa. Además palidece por los ayunos, no come su pan de balde, trabaja con sus manos para ganarse la vida. ¿Dónde está la raposa? La habíamos agarrado: ¿cómo se nos ha ido de las manos? ¿Cómo ha desaparecido de repente? Volvamos otra vez, busquémosla: por sus frutos la conoceréis. Es claro que la destrucción de las viñas la delata. Las mujeres dejan sus maridos y los hombres sus mujeres para irse con ellos. Los clérigos y los sacerdotes abandonando sus pueblos e iglesias han aparecido muchas veces sin afeitar y con largas barbas, mezclados entre los tejedores y las tejedoras. ¿No se trata de una nueva demolición? ¿No es obra de las raposas?
¿Cómo se puede cazar a estas raposas si no se suprime el escándalo lo antes posible?
III. 6. Pero no siempre se aprecian tan claramente todos los casos; y si resultan ciertos, no se pueden probar. ¿Cómo los podemos sorprender? Volvamos al consorcio y amancebamiento con las mujeres: porque no hay uno entre ellos que se vea exento. Vamos a someter a interrogatorio a cualquiera de ellos, «¡eh tú, buen hombre!, ¿quién es esta mujer y de dónde la has tomado? ¿Es tu esposa?» —«No», responde, «porque mis votos no me lo permiten». —«¿Es hija tuya acaso?» —«No» —«¿Entonces? Si no es tu mujer, ni tu hija, ¿no tiene contigo ninguna relación de parentesco o de afinidad?» —»No, ninguna». —«¿Y cómo puedes guardar segura tu continencia con ella? Ya sabes que eso no te es lícito. Por si no lo sabes, la Iglesia prohíbe la cohabitación entre hombres y mujeres a los que han hecho voto de continencia. Si no quieres escandalizar a la Iglesia, despide a esa mujer. De lo contrario, por esto solamente podremos sospechar de ti todo lo demás que no conocemos». 7. El responde: »¿En qué lugar del Evangelio me puedes mostrar que esto está prohibido?» —«¿Apelaste al Evangelio? Al Evangelio irás. Si obedeces al Evangelio no debes cometer escándalo; lo prohíbe terminantemente el Evangelio y tú lo haces, no despidiendo a esta mujer según las leyes de la Iglesia. Se sospechaba de ti, pero ahora caes en manifiesta censura por despreciar el Evangelio y ser enemigo de la Iglesia». ¿Qué pensáis, hermanos? Si se obstina y no obedece al Evangelio ni complace a la Iglesia, ¿a qué puede recurrir? ¿No os parece que ya se ha descubierto el engaño y agarrado a la raposa? Si no despide a la mujer no elimina el escándalo; si no arranca el escándalo cuando puede hacerlo, se le tendrá como transgresor del Evangelio. ¿Qué puede hacer la Iglesia sino prescindir del que no está dispuesto a remover el escándalo, para no ser semejante a aquel desobediente? Porque el Evangelio le ha ordenado no perdonar ni a su propio ojo si le escandaliza, ni a su mano, ni a su pie, sino arrancarlo o cortarlo y alejarlo de sí. Dice: Si no escucha a la Iglesia, considéralo como a un pagano o un recaudador.
8. ¿Hemos conseguido algo? Pienso que sí. Hemos sorprendido a la raposa, porque hemos descubierto un fraude. Se ha sacado a luz lo que estaba oculto: los falsos católicos, los verdaderos salteadores de la Iglesia. Porque mientras tomábamos juntos dulces alimentos —me refiero al Cuerpo y la Sangre de Cristo—, mientras paseábamos unidos en la casa de Dios, pudieron desorientarnos, e incluso tuvieron ocasiones para seducirnos, según lo que dice la Sabiduría: El impío hunde a su amigo con la boca. Pero ahora, según el saber de Pablo, después de la primera y segunda monición hemos dado de lado al hereje, sabiendo que ha caído por tierra, y por ello procederemos con cautela para que no sea nuestro quebrantador. De momento no es poco, como dice la Sabiduría, que los malvados queden prendidos en sus lazos, especialmente los inicuos que recurrieron a las asechanzas para usarlas como armas. Porque en el enfrentamiento y la defensa lo pierden todo. Es gente vil y aldeana, analfabeta e inepta. No pasan de ser unas raposillas; es imposible defender los desatinos que se les ocurren; es mayor su astucia que su fuerza de persuasión; sólo se mueven entre mujercillas incultas y groseras, como son, y lo sé muy bien, todas las que pertenecen a esa secta. No recuerdo haber oído nada nuevo o inaudito en todas sus afirmaciones, que son muchas, sino cosas trilladas y suscitadas hace tiempo entre los antiguos herejes, pulverizadas y disipadas por nosotros. Sin embargo, hay que decir y diré cuáles son sus necedades, que en parte ellos mismos las confesaron como incautos, interrogados por los católicos; y en parte las dieron a conocer, discutiendo de sí mismos entre sí, o las descubrieron algunos de entre ellos que volvieron a la Iglesia. No es que vaya a refutarlas todas ellas —porque no es necesario—, sino sólo darlas a conocer. Pero tendrá que ser en otro sermón, para alabar y dar gloria al nombre del Esposo de la Iglesia, Jesús, Cristo nuestro Señor, que es Dios bendito sobre todo y por siempre. Amén.
éstos, a éstos se refería. Prohíben casarse, obligan a abstenerse de alimentos que Dios creó; ya hablaremos de ello. Ahora fijaos si ésta no es una ilusión propia de demonios y no de hombres, como lo predijo el Espíritu. Pregúntales por el autor de su secta: no nombrarán a hombre alguno.
¿Hay alguna herejía humana que no tenga su propio heresiarca? El jefe y maestro de los maniqueos fue Manes, el de los sabelianos Sabelio, el de los arrianos Arrio, el de los eunomianos Eunomio, el de los nestorianos Nestorio. Y así todas las demás pestes de este tipo han tenido cada una sus propios mentores, hombres conocidos, en los cuales tuvieron su origen y tomaron su nombre. ¿A éstos con qué nombre o apelación puedes catalogados? Porque su herejía no la inventó hombre alguno ni la tomaron de ningún hombre. Por supuesto no se la reveló Jesucristo, sino más bien y sin duda, como lo predijo el Espíritu Santo, por intervención y seducción de los demonios, impostores hipócritas que prohibieron el matrimonio. 3. Esto lo afirman con astucia de zorra, fingiendo que lo dicen por amor a la castidad; pero lo inventaron para fomentar y propagar la deshonestidad. No puede estar más claro; lo que pasma es que hayan podido convencer a personas cristianas. A no ser que sean tan animales que no acierten a soltar las riendas de toda deshonestidad los que condenan el matrimonio. O los invade de tal modo la maldad, devorados por la malignidad diabólica, que viéndolo lo encubren, porque les deleita la perdición de los hombres.
II. Arranca de la Iglesia el deshonesto connubio y el inmaculado lecho nupcial: ¿no la invadirán los concubinarios, incestuosos, sodomitas, impúdicos, invertidos y todo género de inmundicias? Elegid, pues, una de las dos cosas: salvar a todos estos monstruos humanos o reducir a muy pocos los que se salven por su continencia. ¡Qué pocos por una parte y cuántos por otra! Ninguna de las dos corresponde al Salvador. ¿Entonces encumbraremos la inmundicia? Nada tan impropio para el Autor de la continencia. ¿Se condenará todo el mundo a excepción de unos pocos continentes? Eso equivaldría a no ser Salvador. La continencia es rara en el mundo; el que es la plenitud no se vació de sí mismo para conseguir tan poco fruto en la tierra. ¿Cómo recibimos todos de su plenitud, si sólo concedió a los continentes su participación? A esto ellos no saben qué responder. Y tampoco a lo primero: si en el cielo sólo hay lugar para la honestidad, y son incompatibles la honestidad y la impureza, como la luz y las tinieblas, ningún impuro tiene sitio en el lugar de la salvación. Al que piense de otro modo la voz apostólica lo inculpará, afirmando sin rodeos: Los que se dan a eso no heredarán el reino de Dios. ¿Por dónde saldrá de su madriguera esta insidiosa raposilla? Pienso que está apresada en la hura que se hizo con dos agujeros: uno para entrar y otro para salir. Esa es su costumbre. Pero salga por donde quiera, en los dos tiene cerrada la salida. Si coloca en los cielos sólo a los continentes, se condena la gran mayoría; si equipara la impureza con la continencia, perece la honestidad. Pero con mayor rigor perece ella, porque no tiene salida, cerrada para siempre y aprisionada en la fosa que hizo. 3. Algunos disienten de los demás, confesando que el matrimonio pueden contraerlo sólo los vírgenes. Pero no veo qué razón pueden aducir para hacer esta distinción: a no ser que, como venenosa víbora, cada uno de ellos luche a su capricho para despedazar con dientes de víbora los sacramentos de la Iglesia como entrañas maternas. Al parecer se apoyan en que los primeros esposos eran vírgenes. ¿Por qué va a condicionar esto la libertad del matrimonio, de modo que no puedan contraerlo los no vírgenes? Entre ellos comentan que han encontrado no sé qué en el Evangelio para reforzar en vano su ignorancia. Creo que es aquel testimonio inicial del Génesis: Dios creó al hombre a su imagen y semejanza; varón y hembra los creó; a lo cual añade el Señor: Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. «A éstos, dicen, los unió Dios porque eran vírgenes y ya no pueden separarse; pero toda unión contraria ésta no provendrá de Dios». —. «¿Quién te ha dicho que Dios los unió porque eran vírgenes? Porque esto ni lo menciona la Escritura». —.«¿Que no eran vírgenes?», dice. —. Eran vírgenes; pero no es lo mismo decir que cuando los unió eran vírgenes o que por ser vírgenes los unió. Ni siquiera encontrarás expresamente escrito que eran vírgenes, aunque lo eran. Cuando dijo: Varón y hembra los creó, indicó la diferencia sexual, no la virginidad. Y con razón: porque la cópula marital no requiere integridad corporal, sino aptitud sexual. Por eso el Espíritu Santo al instituir esta unión expresó el sexo, pero silenció la virginidad; así no dio ocasión a las insidiosas raposillas para retorcer la palabra. «Y lo habrían hecho muy a gusto, aunque habría resultado inútil. ¿Qué hubiera sucedido si hubiese dicho: «Los creó vírgenes?» ¿Acaso habrías conseguido la posibilidad de afirmar que sólo pueden casarse lícitamente los vírgenes? ¡Cómo habrías saltado de gozo simple y exclusivamente por poder argüir con esa palabra! ¡Qué exorcismos habrías lanzado sobre las segundas y terceras nupcias! ¡Cuánto te mofarías de la Iglesia, que une entre sí a rameras y alcahuetes con tanta mayor satisfacción, cuanto más segura está de que así pasarán de la impureza a la honestidad! Quizá echarías también en cara a Dios que mandó al Profeta unirse a una fornicaria. Pero ahora te ves privado de esa ocasión y puedes ser hereje sólo porque sí. Pues el testimonio del que te apoderaste para levantar tu error, vale más para derribar, ya que no consigue nada a su favor y sí mucho contra ti. 5. »Mas ahora escucha algo que puede vencerte del todo o corregirte, machacar y demoler tu herejía: La mujer está ligada mientras vive el marido; si se muere queda libre para casarse con el que quiera, con tal que sea cristiano. Es Pablo el que está de acuerdo en que se case la viuda que lo desea; ¿y tú vas a ordenar que no se case sino la que es virgen, y con otro virgen a su vez, y no con el que desee? ¿Por qué estrechas tanto la mano de Dios? ¿Por qué restringes la amplia bendición de las bodas? ¿Por qué asignas a la virginidad lo concedido al sexo? Pablo no lo permitiría si fuese ilícito. Me quedo corto diciendo que "lo permite"; incluso lo desea: Quiero que las jóvenes se casen; y es indudable que se refiere a las viudas. ¿Lo quieres más claro? Luego lo que permite porque es lícito lo desea porque es bueno. ¿Y el hereje prohíbe lo que es lícito y bueno? Lo único que prueba esta prohibición es la herejía».
III. 6. Nos falta examinarlos un poco sobre lo que resta de la profecía apostólica. Se abstienen de los alimentos que Dios ha creado para que los fieles los gusten con gratitud, como dice el Apóstol. Con esto nos muestran que son herejes, no por su abstinencia, sino porque se abstienen heréticamente. Yo también a veces me abstengo; pero mi abstinencia es una satisfacción por mis pecados, no una impía superstición. ¿Acaso condenamos a Pablo porque castiga su cuerpo y lo reduce a servidumbre? Me abstendré del vino porque esconde libertinaje; pero si me encuentro débil beberé un poco, siguiendo el consejo del Apóstol. Me abstendré de la carne, ya que comerla en demasía fomenta los vicios de la carne, incluso comeré con mesura el pan, para no sobrecargar el estómago y poder orar sin tedio; así no me censurará el Profeta que me he hartado de pan. Tampoco acostumbro atiborrarme de agua, para que la hinchazón del vientre no me provoque el halago de la lujuria.
8. También se jactan de que ellos solos son el cuerpo de Cristo; pero esto se lo imaginan ellos mismos, que también están convencidos de que tienen facultad de consagrar el cuerpo y la sangre de Cristo en su mesa, y convertirse en cuerpo y miembros de Cristo. Se glorían de ser los sucesores de los Apóstoles y se llaman apostólicos, pero no pueden mostrar una sola señal de su apostolicidad. ¿Hasta cuándo tenéis la luz bajo el celemín? Vosotros sois la luz del mundo, se dijo a los Apóstoles; por eso están sobre el candelero, para alumbrar a todo el mundo. ¿No les dará vergüenza a esos sucesores de los Apóstoles no ser la luz del mundo, sino la del celemín, y ser tinieblas para el mundo? Digámosles sin rodeos: «Vosotros sois las tinieblas del mundo», y pasemos a otra cuestión. Ellos se llaman la Iglesia; pero contradicen al que dijo: No se puede ocultar una ciudad situada en lo alto de un monte. ¿Creéis acaso que esa piedra desprendida del monte sin intervención humana, que se convirtió en monte y llena el mundo, la podremos cerrar en vuestros antros? Tampoco nos detendremos aquí; se satisfacen con susurrar ese error y se niegan a publicarlo. Cristo siempre tiene y tendrá íntegra su herencia, y posee la tierra hasta sus confines. Ellos se retiran más bien de esa herencia y se empeñan en quitársela a Cristo. 8. ¡Ojo con esos perros, ojo con esos detractores! IV. Se mofan de nosotros porque bautizamos a los niños, porque oramos por los difuntos, porque pedimos los sufragios de los santos. Se dan prisa en excluir de Cristo a toda clase de hombres y de ambos sexos, a los adultos y a los niños, a los vivos y a los muertos; a los niños, por su incapacidad natural; a los adultos, porque se lo impide la dificultad de su continencia; privan a los muertos de los auxilios de los vivos, y a los vivos les arrebatan los sufragios de los santos que ya murieron. De ninguna manera. El Señor no ha abandonado a su pueblo, innumerable como la arena de la playa; ni el que redimió a todos los hombres se contentará con un número tan corto de herejes. No es raquítica, sino copiosa su redención. ¿Hay proporción entre ese corto número y la inmensidad del rescate? Los que se empeñan en anularlo, ésos son quienes en verdad se privan de tanta riqueza. ¿Qué importa que un niño no sepa hablar en su favor, si la voz de la sangre de su hermano, y de ese hermano, está gritando a Dios desde la tierra? Ahí está su madre la Iglesia que clama por él. ¿Pero el niño? ¿No te parece que abre su boca en cierta manera hacia las fuentes del Salvador, que exclama a Dios y se queja con sus vagidos: Señor, que me oprimen: sal fiador por mí? Implora el auxilio de la gracia porque le oprime la naturaleza. Clama la inocencia del débil, la ignorancia del niño, la impotencia del condenado. Todos ellos gimen: la sangre del hermano, la fe de la madre, el abandono del desgraciado, la miseria del desvalido. E invocan al Padre; el Padre sin duda no puede negarse a sí mismo: es el Padre. 10. Que nadie me diga que el niño no tiene fe, si su madre le comunica la suya, envolviéndolo con el sacramento hasta que sea idóneo para percibirla desarrollada y pura, no ya con su propia sensación, sino con su asentimiento. ¿Acaso es tan corto su manto que no pueda cubrir a los dos? Grande es la fe de la Iglesia. ¿Por ventura es menor que la fe de la mujer Cananea, que, como sabemos, fue suficiente para ella y para su hija? ¡Qué grande es tu fe, mujer! Que se cumpla lo que deseas. ¿Acaso es menor que la fe de los que llevaban en la camilla al paralítico, para conseguir la salud del alma y del cuerpo? Ya sabes el final: Viendo Jesús la fe que tenían dijo al paralítico: hijo, se te perdonan los pecados. Y poco después: Carga con tu camilla y echa a andar. Quien crea estas cosas, fácilmente se persuadirá que la Iglesia puede prever con razón la salvación no sólo de los niños bautizados en su fe, sino la coronación del martirio de los niños matados por Cristo. Así las cosas, no les afectarán en nada a los renegados estas palabras: Sin fe es imposible complacer a Dios, pues no carecen de fe los que recibieron la gracia del bautismo en testimonio de la fe. Ni tampoco aquellas otras: Pero los que no crean se condenarán. ¿Y qué es creer sino tener fe? Así la mujer se salvará por su maternidad, si persevera en la fe; los niños se verán asistidos por el baño regenerador; los adultos que no pudieron ser continentes se redimirán por la cosecha del treinta por uno de su matrimonio; el fruto de las oraciones de los que viven y las oblaciones de los muertos, que las necesiten y lo merecen, lo percibirán por medio de los ángeles; no les faltará el socorro de los que ya murieron a los que aún viven, a través de Dios que está en todas partes, y en Dios no estarán ausentes en ningún lugar por el afecto de la caridad. Porque para eso murió Cristo y recobró la vida, para tener señorío sobre vivos y muertos. Para eso nació también como niño y se hizo adulto, pasando por todas las etapas de la edad sin privarse de ninguna. 11. No creen que después de la muerte exista un fuego purgatorio, sino que liberada el alma del cuerpo pasa inmediatamente a la paz o a la condenación. Que se lo pregunten al que dijo que hay un determinado pecado que no se perdona en este mundo ni en el otro. ¿Por qué lo diría, si en el más allá no hay ni remisión ni purificación del pecado? V. En cualquier caso no es de extrañar que quienes rechazan a la Iglesia desacrediten las instituciones de la Iglesia, critiquen a la jerarquía, desprecien los sacramentos y no obedezcan sus leyes. «Son pecadores», dicen, «los sucesores de los apóstoles, arzobispos, obispos, presbíteros; por eso no son idóneos ni para dar ni para recibir los sacramentos. Es totalmente contradictorio ser obispo y pecador». Eso es falso: obispo era Caifás y también un gran pecador, que dictaminó la sentencia de muerte contra el Señor. Si niegas que fue obispo te denunciará el testimonio de Juan: él nos dice que incluso profetizó como testimonio de su pontificado. Apóstol era Judas, aunque codicioso y malvado, pero elegido por el Señor. ¿Es que dudas de su apostolado, si lo eligió el Señor? ¿No os elegí yo, dice, a vosotros doce? Y, sin embargo, uno de vosotros es un diablo. Has oído que el mismo que fue elegido Apóstol a la vez fue diablo ¿y niegas que un pecador pueda ser obispo? En la cátedra de Moisés han tomado asiento los letrados y los fariseos, y quienes no los obedecieron como a obispos fueron reos de inobediencia, porque el mismo Señor manda obedecerlos: Haced lo que dicen. Es evidente: aunque son escribas, fariseos y los mayores pecadores, sin embargo, ocupan la cátedra de Moisés y a ellos se refieren estas palabras: El que os escucha a vosotros, a mí me escucha; el que os desprecia a vosotros, a mí me desprecia. 12. Los espíritus del error que predican como hipócritas el engaño, hicieron creer otros muchos males a este pueblo necio e insensato; pero no daremos cuenta de todos ellos. Porque ¿quién puede conocerlos? Además sería una tarea interminable e innecesaria. Por otra parte, no se les convence con razones, porque no las comprenden; ni es posible corregirlos con decretos, porque no los aceptan; ni los doblegan las persuasiones, pues viven vueltos del revés. Está comprobado: prefieren morir antes que convertirse. Su paradero es la ruina, su final es el fuego. La figura bíblica que los precedió es aquel momento en que Sansón encendió los rabos de las raposas. Los fieles detuvieron muchas veces a algunos de ellos y los llevaron a los tribunales. Interrogados por su fe sobre lo que de ellos se sospechaba, lo negaron todo rotundamente según su costumbre. Sometidos a la prueba del agua se descubrieron sus mentiras, y cuando ya no podían negarlo, descubiertos en sus mentiras por no salvarlos la sentencia del agua, se agarraron como suele decirse con los dientes a la brida. Ocultaron miserable y tenazmente la impiedad, pero atribuyéndose abiertamente la piedad proclamaron que estaban dispuestos a morir por ella; mientras los presentes no estaban menos decididos a darles muerte. Y así el pueblo se lanzó sobre ellos dándoles ocasión a los herejes para ser mártires de su propia perfidia. Aprobamos este celo, pero no aconsejamos este proceder, porque la fe no se impone, se propone. Aunque es mucho mejor sin duda que sean castigados por la espada de aquel que la lleva a cuestas no sin motivo, antes de permitirles que engañen a muchos con su error. Porque es el ministro de Dios, ejecutor de su reprobación contra el delincuente. 13. Algunos se admiran al verlos cómo iban a la muerte no sólo resignados, sino alegres al menos en apariencia; pero son los que no caen en cuenta del poder diabólico, no ya sobre los cuerpos sino sobre los corazones poseídos, una vez que se le permitió. ¿No es más extraño que el hombre se extermine a sí mismo, que soportar con gusto que otro lo mate? Tenemos experiencia frecuente de que el diablo pudo inducir a muchos a que se ahogaran o se ahorcaran a sí mismos. Judas se ahorcó sin duda, seducido por el diablo. Pero yo creo más grave y admiro más que el diablo le metiera en la cabeza entregar al Señor, que su propio suicidio. No se parece en nada la constancia de los mártires y la contumacia de los herejes: los primeros despreciaron la muerte por su devoción, los segundos por la dureza de su corazón. Por eso decía el Profeta, tal vez con la voz de los mártires: Tienen el corazón espeso como grasa, pero mi delicia es tu voluntad. Pues aunque el castigo sea el mismo, su interior es totalmente opuesto; uno está endurecido y su corazón rechaza al Señor, y el otro halla su delicia en la voluntad de Dios.
14. Con estos planteamientos no es necesario, como dije, decir muchas cosas contra unos hombres tan necios y obstinados; basta señalarlos para eludirlos. Para descubrirlos hay que obligarles a abandonar las mujeres o salir de la Iglesia, porque escandalizan a la Iglesia con sus orgías y contubernio con las mujeres. Lo deplorable es que no sólo los príncipes laicos, sino también, como se dice, algunos del clero e incluso del orden episcopal, que son quienes más debían perseguirlos, los toleran por el lucro y por los regalos que de ellos perciben. «¿Y cómo», dicen, «condenarlos si no son convictos ni confesos?» Razón, o más bien frívolo pretexto. Sólo por esto, aunque no existan otras razones, los descubrirás sin esfuerzo; haz lo que he dicho: separa entre sí a los hombres y mujeres que se llaman continentes, y obliga a las mujeres a cumplir sus votos junto con otras de su mismo sexo y condición, e igualmente a los hombres con otros de la misma profesión. Con esto atiendes a la vez al bien de sus votos y a su fama, porque tendrán testigos y guardianes de su continencia. Si no lo soportan, con sobrada razón se eliminarán de la Iglesia, a la que escandalizan por su cohabitación notoria e ilícita. Baste lo dicho para descubrir las artimañas de estas raposas, para conocimiento y cautela de la amada y gloriosa esposa de nuestro Señor Jesús, Cristo, que es Dios sobre todo y bendito por siempre. Amén.
Enciclopedia Católica 1914 (Vol. 11, p. 456):“Es clarísimo que la elección [como Papa] de un hereje, cismático o mujer sería nula y vacía”.
Magisterio de la Iglesia: Excomunión ipso facto para los que favorezcan a herejes
“Los herejes son anticristos y adversarios de Cristo”. (VII Concilio de Cartago)
San Jerónimo: El cabrito es animal lascivo, que en la ley antigua se ofrecía para víctima de los pecados; y no dice cabras, que pueden tener crías y salen esquiladas del lavadero.
Ha llegado el momento de la separación
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 79,1 Después los separa hasta de lugar, pues sigue: "Y colocará a las ovejas a la derecha, y los cabritos a la izquierda".
Una cosa distinta es orar por la conversion de los herejes y otra estar en comunión con los herejes.
“La negativa de tomar partido en las grandes cuestiones morales es en sí misma una decisión. Se trata de un consentimiento silencioso con el mal, (de una aquiescencia silenciosa, de una unión con el mal). La tragedia de nuestro tiempo es que los que todavía creen en la honestidad carecen de fuego y convicción, mientras que los que creen en la deshonestidad están llenos de apasionada convicción.”― Arb. Fulton J. Sheen
2 Pedro 2:2 Muchos los seguirán en su vida viciosa, y por causa de ellos se hablará mal del camino de la verdad.
Judas 1:4 Porque se han infiltrado en medio de ustedes ciertas personas ya señaladas para la condenación, gente impía que hacen de la gracia de nuestro Dios un pretexto para su libertinaje y niegan a nuestro único Dueño y Señor Jesucristo.
A alguien en sano Juicio se le ocurriría acercársele a un lobo?
Que es un hereje? Un asesino de almas.
Que representa la herejía? Un veneno mortal altamente contaminante.
Los herejes son como encantadores de serpientes seductores. A alguien en sano Juicio se le ocurriría escuchar a los herejes?
"No puede haber nada más peligroso que esos herejes que admiten casi todo el ciclo de la doctrina y, sin embargo, con una palabra, como con una gota de veneno, infectan la fe real y simple enseñada por nuestro Señor y transmitida por la tradición apostólica". -Papa León XIII
CARTA SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA A LOS EFESIOS: «No os equivoquéis, hermanos míos: aquellos que corrompen una familia "no heredarán el Reino de Dios"9. 2. Así, si los que hacen eso son condenados a muerte, ¡cuánto más aquél que corrompe por su mala doctrina la fe de Dios, por la que Jesucristo ha sido crucificado! Aquél que así sea, irá al fuego inextinguible y lo mismo aquél que lo escuchare.”
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