R. Señor, danos sacerdotes santos.
V. Para que nos acompañen a la hora de nuestra muerte, y ofrezcan la Santa Misa por nosotros



♰♰♰

jueves, 29 de julio de 2021

Santa Marta: "Creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo"

 



Sensus Fidelium

HOSPEDERA DEL SEÑOR. — “En cualquiera ciudad o aldea que entréis, informaos de quién hay en ella digno, y quedaos allí”, decia el Hombre- Dios a sus discípulos. Ahora bien, nos narra San Lucas, sucedió que, yendo de camino, entró él en una aldea, y una mujer llamada Marta le acogió en su casa. ¿Dónde encontraremos un elogio más bello y alabanza más cierta de la hermana de Magdalena, que en la confrontación de estos dos textos evangélicos?

Este lugar donde se acogió como digno de él, y que fué escogido por Jesús para darle hospedaje: este villorrio, dice San Bernardo, era nuestro humilde planeta, perdido, como obscura aldehuela, en la inmensidad de las posesiones del Señor. El Hijo de Dios, abandonados los cielos, caminaba en busca de la obeja perdida, llevado del amor. Oculto en el disfraz de nuestra carne pecadora vino a este mundo, hechura de sus manos, mas el mundo no le conoció. Israel, pueblo suyo, no le puso ni siquiera una piedra donde recostar su cabeza; y le abandon en su sed viéndose obligado a mendigar el agua de los Samaritanos. Nosotros los rescatados a la gentilidad por él, a quienes buscaba amorosamente con sacrificios y renuncias, ¿no es cierto que debemos unir nuestro agradecimiento al suyo para aquella que, no haciendo caso de la impopularidad del presente y de las amenazas de persecución en el futuro, quiso saldar para con él una deuda común a todos nosotros?.

PRIVILEGIO DE MARTA. — ¡Gloria, pues, sea dada a la hija de Sión que, fiel a las tradiciones hospitalarias recibidas de sus antepasados los patriarcas, fué bendecida mucho más que ellos en el ejercicio de tan noble virtud! Con más o menos claridad, supieron, eso no obstante, estos antecesores de nuestra fe que el deseado de Israel y esperado de las naciones debía aparecer como viajero y peregrino sobre la tierra. Por eso, ellos mismos, peregrinos de una patria major y sin morada fija, honraban al futuro Salvador en todo desconocido que a su tienda se acercaba; lo mismo que nosotros debemos venerar a Cristo en el huésped que su bondad nos envía. Para ellos, lo mismo que para nosotros, esta relación que se les indicaba entre el que había de venir y el forastero que buscaba un asilo, hacia de la hospitalidad una de las más ilustres allegadas de la caridad. Más de una vez la visita de Angeles, presentándose bajo apariencias humanas en los buenos servicios de su celo, manifestó, efectivamente, la complacencia del cielo. Pero, si es justo estimar en su debido valor estas celestiales finezas de las que en manera alguna era digna la tierra, no hay que olvidar que mucho más elevado fué el privilegio de Marta, verdadera dama y princesa de la santa hospitalidad, desde el momento en que colocó su bandera en la cumbre hacia donde convergen todos los siglos que precedieron a aquel momento y los que seguirán.

Si fué meritorio honrar a Cristo, antes de su venida, a aquellos que, de lejos o de cerca, eran figura suya; si Jesús promete la eterna recompense a cualquiera que le ampare y sirva en sus miembros místicos, sin duda más laudable fué y más mereció aquella que recibió en persona a Aquel cuyo simple recuerdo o memoria comunica a la virtud, en todos los tiempos, mérito y grandeza. Y así como supera Juan a todos los Profetas por haber mostrado presente al Mesías a quienes ellos anunciaron desde lejos, así el privilegio de Marta, que recibe su excelencia de la propia y directa excelencia del Verbo de Dios a quien ella socorrió en la misma carne que había tomado para salvarnos, la coloca por encima de todos los que practicaron las obras de misericordia.

ACCIÓN Y CONTEMPLACIÓN. — Mas no creamos que, porque María haya escogido la mejor parte a los pies del Señor, la de Marta haya de ser menospreciada. El cuerpo es uno solo, más tiene numerosos miembros; y todos estos miembros no tienen un idéntico oficio. Así, el empleo de cada miembro con Cristo es diverso según la gracia que haya recibido, ya sea para profetizar o sólo para server. Y el apóstol, exponiendo esta diversidad del divino llamamiento, decía: “Por la gracia que me ha sido dada, os encargo a cada uno de vosotros no sentir por encima de lo que conviene sentir, sino sentir modestamente, cada uno según Dios le repartió la medida de la fe”. ¡Oh discreción, custodia de la doctrina y madre de todas las virtudes, cuántas pérdidas en las almas y frecuentes naufragios podrías tú evitar!

“Quienquiera que se ha entregado plenamente a Dios—dice San Gregorio con su habitual criterio siempre tan exacto—debe cuidar de no darse sólo a las obras, sino que debe tender también a las cumbres de la contemplación. Conviene saber bien, eso no obstante, que existe una gran variedad de temperamentos espirituales. Uno que podría vacar pacíficamente a la contemplación de Dios, quizás sucumba aplastado bajo el peso de las obras; otro que habría llevado una vida honesta en medio de la acostumbrada ocupación de los negocios humanos, será tal vez mortalmente herido con la espada de una contemplación que excedería sus fuerzas; todo ello unas veces por falta de amor que impide al descanso degenerar en languidez, otras, por falta de temor que nos guarda de ilusiones orgullosas y sensuales. El hombre que quiere ser perfecto, debe primero andar por el camino trillado de la práctica de las virtudes, para ascender a las alturas con mayor seguridad, abandonando acá abajo todo impulso de los sentidos que sólo son capaces de extraviar la búsqueda del espíritu y toda imagen cuyos límites no puedan adaptarse a la luz sin término que él desea contemplar. A la acción, pues, el primer tiempo; a la contemplación el último. El Evangelio alaba a María, pero en manera alguna censura a Marta porque grandes son los méritos de la vida activa, aunque mejores los de la contemplativa”.

FIGURA DE LA IGLESIA. — Si queremos penetrar más en el misterio de las dos hermanas observemos que, aún cuando sea María la preferida, no fué en su casa ni en la de su hermano Lázaro, sino en la de Marta, donde el Hombre-Dios se manifestó morando acá abajo con aquellos a quienes amaba. Jesús—dice San Juan—amaba a Marta y a su hermana María y a Lázaro. Lázaro, figura a los penitentes que su misericordiosa omnipotencia llama cada día de la muerte del pecado a la vida divina; María, entregándose desde este mundo a las ocupaciones de la eternidad; Marta, finalmente, nombrada aquí la primera como de mayor edad que sus dos hermanos, la primera por el tiempo místicamente, como ha dicho arriba San Gregorio, mas también como de quien dependen el uno y la otra en esta morada cuya administración está encomendada a sus cuidados. ¿Quién no reconocerá aquí al tipo perfecto de la Iglesia, donde, en la abnegación de un fraternal amor bajo la mirada del Padre que está en los cielos, el misterio active tiene la precedencia del gobierno sobre todos aquellos a quienes la gracia conduce a Jesús? ¿Quién no comprendería por eso las preferencias del Hijo de Dios para esta casa bendita? La hospitalidad que recibía en ella, por más abnegada que fuese, le descansaba menos de su trabajoso camino que la vista tan perfilada ya de la Iglesia que le habrá arrastrado del cielo a la tierra.

EL HONOR DE SERVIR. — Marta comprendió, pues, anticipadamente que cualquiera que tenga la primacía debe ser el servidor. De la misma manera que el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir; del mismo modo que más tarde el Vicario de Cristo se llamará siervo de los siervos de Dios. Mas, sirviendo a Jesús como servía ella con El y por El a su hermano y a su hermana, ¿quién habrá que dude que más que nadie tenía ella parte en las promesas del Hombre-Dios, cuando decía: “Si alguien me sirve, que me siga, y donde yo esté, también estará allí mi servidor… y mi Padre le honrará?”. Y esta regla tan hermosa de la hospitalidad antigua, que creaba entre el huésped y el extranjero una vez admitido a su hogar, lazos semejantes a los de la sangre, ¿creeremos nosotros que en el caso presente el Emmanuel no habría reparado en ella, siendo así que su evangelista nos dice que “a cuantos le recibieron dióles potestad de llegar a ser hijos de Dios?'”. Efectivamente, nos dice El mismo, “quien me recibe a mí, no es a mí a quien recibe, sino al que me ha enviado”.

La paz prometida a toda casa que se mostrase digna de recibir a los enviados celestiales; la paz que va acompañada siempre del Espíritu de adopción de hijos, se posó sobre Marta con una incomparable abundancia. La exuberancia demasiado humana que al principio se había dejado entrever en su nerviosa solicitud, habla sido para el Hombre-Dios ocasión de mostrar su divino celo en la perfección de esta alma tan pura y sacrificada. Al contacto sagrado, la naturaleza viva .de la hospedera del Rey pacífico, despojóse de todo lo que le quedaba de febril inquietud; y más obsequiosa servidora que nunca, más estimada que ninguna otra, bebió con su ardiente fe en el Hijo de Dios vivo aquella inteligencia de lo único necesario y de la mejor parte que un día debía ser también la suya. ¡Cómo se nos muestra aquí Jesús como maestro de la vida espiritual y modelo de prudente firmeza, de dulzura paciente, de sabiduría celestial en la dirección de las almas a las cumbres!

BETANIA. — Hasta el final de su carrera mortal, según el consejo de estabilidad que El mismo había dado a los suyos, el Hombre-Dios permaneció fiel a la hospitalidad de Betania. De allí partió para salvar al mundo con su dolorosa Pasión y, cerca de la misma Betania quiso, al abandonar el mundo, volver a los cielos.

SERVIDA POR EL SEÑOR.— ¡Oh Marta!, envidiable es tu lugar en los cielos, una vez que has tomado posesión de la mejor parte para siempre. Pues, según dice San Pablo, “los que desempeñaren dignamente su ministerio alcanzarán honra y gran autoridad en la fe de Cristo Jesús”. El servicio ministerio que desempeñan los diáconos, de los que habla el Apóstol, en la Iglesia le has hecho tú con su Cabeza y Jefe. Tú has sabido gobernar bien tu propia casa que era figura de esta casa tan amada del Hijo de Dios. Ahora bien, nos dice el Doctor de las gentes “Dios no es injusto, no olvida vuestras obras y el amor que le habéis demostrado los que habéis servido a los santos'”. Y el Santo de los Santos, convertido en tu huésped y deudor, ¿no nos deja desde este momento entrever tus grandezas cuando, hablando del siervo fiel constituido como procurador de su familia, exclama: “Dichoso el siervo aquel a quien, al venir su amo, hallare que hace así. En verdad os digo que le pondrá al frente sobre toda su hacienda?”. Llegó ya el momento del eterno encuentro. Sentada desde hoy en la morada de este huésped, fiel más que ningún otro a las leyes de la hospitalidad, le verás hacer de su mesa la tuya y, cifiéndose a su vez, te servirá como tu le serviste a él.

AL SERVICIO DE LA IGLESIA. — Desde el lugar de tu descanso, protege a los que administrant los intereses de Cristo acá en la tierra en su cuerpo místico que es toda la Iglesia, en sus miembros fatigados o dolientes que son los pobres y los afligidos de cualquier manera. Bendice y multiplica las obras de la santa hospitalidad. Que el vasto campo de la misericordia y de la caridad vea acrecentar cada vez más en nuestros días sus prodigiosos frutos. ¡Qué no se pierda nada de la laudable actividad en donde se consume el celo de tantas almas generosas! Y con este motivo enséñanos, ¡oh santa hermana de María! a no anteponer nada al “único necesario”, a estimar en su debido valor “la major parte'”.

 

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