R. Señor, danos sacerdotes santos.
V. Para que nos acompañen a la hora de nuestra muerte, y ofrezcan la Santa Misa por nosotros



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jueves, 9 de abril de 2020

Jueves Santo: La Última Cena del Señor





Año Litúrgico - Dom Prospero Gueranger
Católicos Alerta


OFICIO DE LA NOCHE

CARÁCTER DEL OFICIO. — El oficio de Maitines y Laudes de los tres últimos días de la Semana Santa difiere en muchas cosas del de los demás días del año. La Iglesia suspende las aclamaciones de alegría y esperanza con que suele comenzar la alabanza divina. Ya no se oye resonar en el templo el Domine labia mea aperies. Señor abre mi boca para que te alabe; ni Deus in adiuiorium meum intende. Señor, apresúrate a socorrerme; ni Gloria Patri al fin de los salmos, de los cánticos y de los responsorios. Los oficios no conservan sino lo que les es esencial en la* forma y se han suprimido todas estas aspira-, ciones vivas que se habían añadido al sucederse de los siglos.
EL NOMBRE. — Dase vulgarmente el nombre de Tinieblas a los Maitines y Lardes de estos tres últimos días de la Semana Santa, porque se los celebra muy de mañana, antes de salir el sol.
EL CANDELABRO. — Un rito imponente y misterioso, propio únicamente de estos oficios confirma también este nombre. Se coloca en el presbiterio, cerca del altar, un gran candelabro triangular sobre el cual se hallan quince velas. Estas velas, así como las seis del altar, son de cera amarilla como en el oficio de difuntos. Al fin de cada uno de los salmos o cánticos se va apagando una vela del gran candelabro; sólo queda encendida la que se halla en la extremidad del triángulo. Igualmente se apagan mientras el Benedictus las velas del altar. Entonces toma un acólito la vela que quedó encendida en el candelabro y la tiene apoyada sobre el altar mientras el coro canta la Antífona que le sigue. Luego esconde la vela (sin apagarla) detrás del altar. La mantiene así, oculta a las miradas, durante la recitación de la oración final que sigue al Benedictus. Acabada esta oración, ya no se hace como antiguamente se hacía al terminar este oficio.
EL SIMBOLISMO DE LOS RITOS. — Expliquemos ahora el sentido de las diversas ceremonias. Nos hallamos en los días, en que la gloria del Hijo de Dios es eclipsada ante las ignominias de la Pasión. "Era la luz del mundo", poderoso en obras y palabras, vitoreado poco ha por las aclamaciones de la muchedumbre, pero vedle hoy despojado de toda grandeza, el hombre de dolores, un leproso, como dice Isaías. "Un gusano de la tierra y no un hombre", dice el Rey Profeta; "causa de escándalo para sus discípulos", dice el mismo Jesús. Todos le abandonan: Pedro incluso llega a negar que le ha conocido. Este abandono, esta defección casi general se halla figurada por la extinción sucesiva de las velas del candelabro triangular y de las del altar.
Sin embargo de eso, la luz desconocida de Cristo no se apaga. Se coloca un momento la candela sobre el altar. Está allí como Cristo en el Calvario donde padece y muere. Para significar la sepultura de Jesús, se coloca la candela detrás del altar; su luz no aparece más. Entonces un ruido confuso se deja oír en el santuario. Este ruido expresa las convulsiones de la naturaleza en el momento en que al expirar Jesucristo en la Cruz, tembló la tierra, se resquebrajaron las rocas y se abrieron los sepulcros. Pero de repente aparece de nuevo la candela sin haber perdido nada de su luz; el ruido cesa y todos adoran al glorioso vencedor de la muerte.
LAS LAMENTACIONES DE JEREMÍAS SOBRE JERUSALÉN. — Todas las lecciones del primer nocturno de estos tres días están sacadas de las Lamentaciones de Jeremías. En ellas se nos manifiesta el espectáculo desolador, que ofrece la ciudad de Jerusalén, cuando sus habitantes fueron conducidos cautivos a Babilonia, en castigo de su idolatría. La cólera de Dios se manifiesta en estas ruinas, que Jeremías deplora con palabras tan verdaderas y terribles. Con todo eso este desastre no es sino figura de otro más espantoso. Jerusalén tomada y asolada por los Asirlos guarda por lo menos el nombre; y el Profeta, que se lamenta ante sus muros anuncia que esta desolación no durará más de setenta años, pero en su segunda ruina, la ciudad infiel pierde hasta su nombre. Reconstruida por sus vencedores, lleva durante más de dos siglos el nombre de Aelia Capitalina; y si con la paz de la Iglesia, se la llamó otra vez Jerusalén, esto no era un homenaje a Judá, sino un recuerdo del Dios del Evangelio que Judá había crucificado en esta ciudad. Ni la piedad de Santa Elena y de Constantino, ni los valientes esfuerzos de los cruzados, no han podido conservar en Jerusalén de un modo permanente ni la sombra de una ciudad secundaria. Su suerte es la de permanecer esclava y esclava de los infieles hasta el fin del mundo. En estos días precisamente se atrajo sobre sí la maldición: he aquí por qué la Iglesia, para hacernos comprender la grandeza del crimen cometido, hace resonar en nuestros oídos los llantos del Profeta que es el único que pudo igualar con sus lamentaciones a los dolores. Esta emocionante elegía se canta de un modo muy simple que se remonta a una gran antigüedad. Los nombres de las letras del alfabeto hebreo, que dividen cada una de las estrofas, indican la forma acróstica que contiene este poema en el original. Se cantan estas lamentaciones porque los mismos judíos las cantaban.
OFICIO DE LA MAÑANA
LA PREPARACIÓN DE LA PASCUA. — Este día es el primero de los ácimos. A la puesta del sol los judíos tienen que comer la Pascua en Jerusalén. Jesús aun está en Betania, pero entrará en la ciudad antes de comenzar la cena pascual; asi lo manda la Ley; y Jesús quiere observarla escrupulosamente hasta que la abrogue con la efusión de su sangre. Por lo cual envía a Jerusalén a dos de sus discípulos para que preparen el convite legal, sin darles a conocer de qué modo concluirá. Nosotros que conocemos ya este mis-» terio cuya institución se remonta a esta última j cena, comprendemos bien por qué escogió Jesús con preferencia, en esta ocasión, a Pedro y Juan < para que cumpliesen sus intenciones '. Pedro quel fué el primero en confesar la divinidad de Cris-.; to, representa la fe; y Juan que inclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús, representa el amor. ¡ El misterio que se va a promulgar en la cena de; esta tarde, se revela el amor por la fe; tal es la; enseñanza que nos da Jesucristo al escoger a es-- tos dos apóstoles; pero éstos no podían penetrar j las intenciones del corazón de su divino Maestro.
EL CENÁCULO. — Jesús que sabía todo, les indica el medio de conocer la casa a la cual va a honrar hoy con su presencia. No tendrán más que seguir a un hombre, que lleva un cántaro de agua sobre la cabeza. La casa en que entra este hombre la habita un judío opulento que reconoce la misión celeste de Jesús. Los dos discípulos propusieron a esta persona las intenciones de su Maestro; y al momento les mostró una gran sala bien aderezada. En efecto, convenía que no fuese un lugar cualquiera el que había de servir para la celebración del más augusto misterio. Esta sala, en la cual había de suceder la realidad a las figuras era muy superior al templo de Jerusalén. En su recinto había de levantarse el primer altar. Allí se ofrecería "la oblación pura", que había sido anunciada por el Profeta.
En este mismo lugar comenzará el sacerdocio cristiano unas horas más tarde. Allí, en fin, cincuenta días más tarde la Iglesia de Cristo, reunida y visitada por el Espíritu Santo, había de anunciarse al mundo y promulgar la nueva y universal alianza de Dios con los hombres. Este santuario de nuestra fe no ha sido borrado de la tierra; su asiento se encuentra para siempre señalado en el monte Sión.
Jesús ha vuelto a Jerusalén con sus discípulos. Todo lo ha encontrado preparado. El Cordero Pascual, después de haberle presentado en el templo, ha sido conducido al cenáculo; se le prepara para la cena legal; los panes ácimos con las hierbas amargas son presentadas a los comensales. Pronto, alrededor de una misma mesa, de pie, con la cintura ceñida, el bastón en la mano, el Maestro y sus discípulos cumplirán- por última vez el solemne rito, que les había prescrito Dios a la salida de Egipto.
LAS CEREMONIAS DE ESTE DÍA. — Pero esperemos la hora de la Santa Misa para tomar de nuevo esta narración, y recorramos antes en detalle las numerosas ceremonias, que darán carácter peculiar a este día. En primer lugar nos encontramos, con la reconciliación de los Penitentes. Hoy no es más que un mero recuerdo pero es interesante el describirla para dar de este modo un complemento necesario a la liturgia de Cuaresma. Viene después la Consagración de los Santos Oleos. Sólo tiene lugar en las iglesias catedrales, pero interesa a todos los fieles. Después de haber expuesto sumariamente estos ritos, trataremos de la Misa de hoy.
LA RECONCILIACION DE LOS PENITENTES
Antiguamente se celebraban hoy tres misas solemnes (Una por la mañana para la reconciliación de los penitentes; otra para la consagración de los Santos Oleos; y finalmente otra, al atardecer, in Cena Domini en memoria de la Cena), a la primera de las cuales precedía la absolución de los Penitentes públicos y su reintegración en la Iglesia. La reconciliación tenía lugar de este modo. Se presentaban a la puerta de la Iglesia con vestidos de penitencia, descalzos, y con la barba y los cabellos largos, porque los habían dejado crecer desde el día que se les impuso la penitencia, en Miércoles de ceniza. El obispo recitaba los siete Salmos Penitenciales y a continuación las Letanías de los Santos.
Durante estas oraciones, los penitentes estaban postrados en el pórtico sin traspasar el umbral de la puerta de la Iglesia. Tres veces durante las Letanías, el obispo mandaba a algunos de los clérigos para que les llevasen palabras de esperanza y de consuelo. La primera vez dos diáconos iban a decirles: "Vivo yo, dice el Señor, no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva." La segunda vez otros dos subdiáconos les hacían esta advertencia: "Dice el Señor: Haced penitencia porque el reino de Dios está cerca."
Finalmente el diácono les llevaba el tercer mensaje: "Levantad el rostro, pues se acerca vuestra redención."
Después de estos avisos que anunciaban la inminencia del perdón, el obispo salía del santuario y descendía hasta el centro de la nave principal; en este lugar se le había preparado un asiento vuelto hacia el umbral de la puerta de la Iglesia, donde los penitentes continuaban postrados. Sentado el Pontífice el arcediano le dirigía este discurso:
"Venerable Pontífice: He aquí el tiempo favorable, los días en que Dios se apiada, el hombre se salva, se destruye la muerte y comienza la vida. Este es el tiempo en que nacen nuevas plantas en la viña del Señor de los ejércitos, para reemplazar a las degeneradas. Y aunque no hay día en que Dios no derrame sobre los hombres su bondad y misericordia, con todo eso, hoy la gracia de Cristo es más abundante para la remisión de los pecados en los que reciben un nuevo nacimiento. El número de los nuestros aumenta por los recién nacidos y por aquellos que, habiéndose apartado vuelven otra vez a nuestra compañía. Si hay un baño puriflcador hay otro no menos eficaz: El de las lágrimas. Por tanto se presenta un doble motivo de alegría para la Iglesia: El alistamiento de los que han sido llamados y la absolución de los que vuelven por el arrepentimiento. He ¿ aquí a tus servidores, que, habiendo olvidado los man-í damientos del cielo y la ley de las santas costumbres^ habían caído en diversos delitos: helos aquí humillados y postrados. Invocan al Señor con el Profeta, diciendo: "Hemos pecado, hemos obrado inicuamente; ten piedad de nosotros, Señor." Han esperado con entera con-" fianza en aquellas palabras del Evangelio: "Bienaven-, turados los que lloran porque serán consolados." Han comido, como está escrito, el pan del dolor; han bañado el lecho con sus lágrimas; han mortificado su corazón con el dolor y su cuerpo con el ayuno: para recobrar la salud del alma. La penitencia es una;¡ pero está a la disposición de todos los que quieren acudir a ella."
El Obispo se levantaba y se acercaba a los catecúmenos. Les dirigía una exhortación sobre la misericordia divina y les enseñaba cómo debían vivir en adelante. Después les decía: "Venid, hijos míos, escuchadme; yo os enseñaré el temor de Dios." El coro cantaba esta antífona sacada del Salmo XXXIII: "Acercaos al Señor y El os iluminará; y no seréis confundidos." Los penitentes, levantándose de la tierra iban a postrarse a los pies del Pontífice; el arcediano le dirigía esta súplica.
"Devolvedles, Pontífice apostólico, todo lo que han destruido en ellos las sugestiones diabólicas; haced que estos hombres se acerquen a Dios por la eficacia de vuestras oraciones, y por la gracia de la reconciliación divina. Hasta ahora eran culpables; pero de ahora en adelante, después de haber triunfado del autor de su muerte, se regocijarán sirviendo a Dios en la tierra de los vivientes."
El Obispo respondía: "¿Pero sabes si son dignos de ser reconciliados?"
Y después que el Arcediano había respondido: "Yo sé y atestiguo que son dignos" un diácono les mandaba que se levantase. Entonces el obispo tomaba uno de ellos por la mano; éste se la ofrecía al siguiente y sucesivamente todos los demás penitentes unidos del mismo modo se dirigían a la cátedra del Obispo, colocada en el centro de la nave. Durante este tiempo se cantaba esta antífona: "Yo os digo que aun los ángeles del cielo se regocijan por un solo pecador que hace penitencia"; y esta otra: "Alégrate, hijo mío; porque tu hermano había muerto y ha resucitado, se había perdido y ha sido encontrado." El Obispo, tomando la palabra en el tono solemne del Prefacio se dirigía a Dios de este modo:
"Es justo darte gracias, Señor Santo, Dios Omnipotente, Padre Eterno por Jesucristo Nuestro Señor, a quien has concedido en el tiempo un nacimiento inefable para pagar la deuda que habíamos contraído en Adán, destruir nuestra muerte con la suya, recibir en su cuerpo nuestras heridas y lavar nuestras mánchas con su sangre, de modo que los que habíamos caído por la envidia del antiguo enemigo pudiésemos volver a la vida por la misericordia del Salvador. Por El, Señor, te suplicamos olvides los pecados de otros, ya que nosotros no somos dignos de suplicarte por los nuestros. Acuérdate, Señor misericordiosísimo, de estos hombres separados de Ti por sus pecados. Tú, Señor, no rechazaste la humillación de Acab: pero suspendiste la venganza que merecían sus crímenes para que se arrepintiese dignamente. Tú escuchaste las lágrimas de Pedro y al punto le confiaste las llaves del reino de los cielos. Dígnate, Señor misericordioso, acoger favorablemente a estos tus siervos que son el objeto de nuestras súplicas; condúcelos por el camino de tu Iglesia para que no triunfe más sobre ellos el enemigo; antes bien, que tu Hijo los purifique de sus pecados, qüe se digne admitirlos al festín de esta santísima Cena, que los alimente con su carne y sangre y que después de esta vida los lleve a la vida eterna."
Después de esta Oración, todos los asistentes, clérigos y laicos, se postraban con los penitentes ante la majestad divina y recitaban los tres Salmos que comienzan por la palabra Miserere. El Obispo se levantaba luego y pronunciaba sobre los penitentes, qüe aun permanecían echados en tierra, así como todos los asistentes, seis oraciones solemnes de las cuales damos aquí los los principales trozos:
"Escucha nuestros ruegos, Señor, y aunque yo esté necesitado más que ningún otro de tu misericordia, con todo eso dígnate escucharme. Tú me has dado, no por mis méritos, sino por el don de tu gracia, tu ministerio en esta obra de reconciliación; dame la confianza necesaria para cumplirla y obra tú mismo en mi ministerio que es tuyo. Tú has devuelto al redil la oveja descarriada; Tú, que escuchaste la oración del publicano, devuelve la vida a estos tus siervos, puesto que no quieres su muerte. Tú, cuya bondad nos sigue cuando nos apartamos de ti, acoge en tu servicio a los ya arrepentidos. Apiádate de sus suspiros y lágrimas; cura sus heridas y alárgales tu mano salvadora. No permitas que tu Iglesia sufra la menor pérdida en ninguno de sus miembros, que tus seguidores sufran detrimento; que el enemigo se alegre de los daños de tu familia; que la segunda muerte devore a los que habían nacido de nuevo en el baño sagrado. Perdona, Señor, a estos hombres que confiesan sus pecados; que no caigan en las penas que dará la sentencia del juicio futuro; que ignoren el horror de las tinieblas y el chisporroteo de las llamas. Sacados del camino del error y entrados en el de la justicia, no reciban en adelante nuevas heridas; sino que, la integridad del alma que habían recibido y que había reparado tu misericordia permanezca en ellos para siempre. Han macerado su cuerpo y se han dado a la penitencia; devuélveles el manto nupcial y permíteles se sienten de nuevo en el festín real, del cual habían sido excluidos."
Después de estas oraciones el Obispo extendiendo la mano sobre los penitentes, los reintegraba con esta fórmula:
"Jesucristo, nuestro Señor, que se ha dignado borrar todos los pecados del mundo, entregándose a la muerte y derramando su sangre purísima por nosotros; y que dijo a sus discípulos: "Todo lo que atareis sobre la tierra, será atado en el cielo, y todo lo que desatareis en la tierra, será desatado en el cielo"; que ha tenido a bien admitirme, aunque indigno, entre los depositarios de su poder, se digne, por la intercesión de María, Madre de Dios, del bienaventurado Arcángel San Miguel, del Apóstol San Pedro, a quien se dió el poder de atar o desatar, de todos los santos y por mi ministerio absolveros por los méritos de su sangre derramada por la remisión de los pecados, todo lo que habéis faltado en pensamientos, palabras y obras y que después de desatar las cadenas de vuestros pecados os lleve a la vida eterna. Por J. C. N. S. que vive y reina en unión con el Padre y Espíritu Santo por los siglos de los siglos." Amén.
El Obispo se acercaba después a los penitentes que se hallaban postrados; les rociaba con agua bendita y les incensaba.
Finalmente les decía como despedida estas palabras del Apóstol: "Levantaos los que dormís y salid de entre los muertos y Cristo os iluminará." Entonces se levantaban los penitentes y, como señal de la alegría que experimentaban de verse reconciliados con Dios, se apresuraban a deponer su vestido exterior y descuidado y a revestirse de hábitos decentes para acercase a la mesa del Señor con los demás fieles (En el siglo XII, la misa de los penitentes había caído, sin duda, en desuso; el Ordo Romano X menciona simplemente que el Papa, a mediodía, hacía le leyesen la lista de los que habían sido heridos por la censura, y daba a continuación al pueblo la indulgencia acostumbrada ( d . Schuster, Líber Sacr).
LA BENDICION DE LOS SANTOS OLEOS
La segunda misa que se celebraba el Jueves Santo en la antigüedad iba acompañada de la consagración de los Santos Oleos, rito anual y que requiere siempre el ministerio del Obispo como consagrante. Esta importante ceremonia se verifica ahora en la única misa que se celebra hoy por la mañana en las catedrales. No siendo, pues, esta ceremonia común a todas las iglesias, no daremos aquí todos su detalles; con todo eso, no queremos privar a nuestros lectores de la instrucción que pueden sacar del misterio de los Santos Oleos. La fe nos enseña, que si somos regenerados por el agua, somos confirmados y fortificados por el óleo consagrado; en fin, el óleo es uno de los principales elementos que el autor divino de los Sacramentos ha escogido para justificar y a la vez obrar la gracia en nuestras almas.
La Iglesia ha fijado desde muy antiguo este día, cada año, para renovar los Santos Oleos, cuya virtud es tan grande en sus diferentes formas; porque se acerca el momento en que debe hacer uso en los neófitos que ahí hará en la noche pascual. A todos los fieles importa el conocer detalladamente la doctrina sagrada de tan admirable elemento y nosotros la explicaremos aquí brevemente a fin de excitar su reconocimiento hacia el Salvador, que ha llamado a las criaturas visibles a servir en las obras de su gracia y les ha dado, por su sangre, la virtud sacramental, que en adelante residirá en ellas.
OLEO DE LOS ENFERMOS. — El primero de los Santos Oleos que recibe la bendición del Obispo, es el llamado "Oleo de los enfermos3' qüe es la materia de la Extremaunción. Borra las reliquias del pecado en el cristiano moribundo, le fortifica en su último combate, y, por la virtud sobrenatural que posee, le devuelve a veces la salud del cuerpo. En la antigüedad, la bendición de este óleo no se había fijado en el día del Jueves Santo, sino que podía ser otro día cualquiera, porque su uso, por decirlo así, es continuo ("Los Cánones de Hipólito" (s. III) nos muestran que esta ceremonia tenía lugar en todas las misas pontificales. Al terminar el Canon de la misa, el Obispo bendecía los frutos o las legumbres que se le presentaban, igualmente consagraba el óleo que servía para la unción de los enfermos, en el Sacramento de la Extrema Unción, y para devoción privada, como hoy dia se guarda el aceite de que se sirven ciertos santuarios). Mas tarde se aplazó esta bendición al día én que se consagraban los otros dos óleos por la igualdad del elemento que les es común. Los fieles deben asistir con recogimiento a la consagración de este óleo que ungirá sus desfallecidos miembros y purificará sus sentidos. Que piensen en su hora postrera y bendigan la inagotable bondad del Salvador, cuya sangre corre tan abundante con este precioso licor" (BOSSUET, Oraison fun&bre d'Henriette d'Angleterre).
EL SANTO CRISMA. — El más noble de los Santos Oleos es el Crisma; su consagración reviste mayor solemnidad. Por el Crisma, el Espíritu Santo imprime su sello inefable sobre el cristiano, miembro ya de Cristo por el Bautismo. El agua nos da la vida; pero el óleo nos confiere la fuerza y hasta que no hayamos recibido la unción no poseemos aún la perfección del carácter de cristiano. Ungido con este óleo, el fiel se convierte en miembro del Hombre-Dios, cuyo nombre, Cristo, significa la unción que recibió como Rey y como Pontífice, Esta consagración del cristiano por el Crisma está de tal suerte en el espíritu de nuestros misterios que al salir de la pila bautismal, antes de ser admitido a la Confirmación, el neófito recibe sobre su cabeza la primera unción, aunque no sacramental, de este óleo regio, para indicarle que participa ya de la realeza de Jesucristo.
Para expresar con signo sensible la alta dignidad del santo Crisma, la tradición apostólica manda que el Obispo mezcle en él bálsamo, que representa lo que el Apóstol llama "el buen olor de Cristo", de quien está escrito también; "corremos tras el olor de sus perfumes". La rareza y el alto precio de los perfumes de Oriente, ha obligado a la Iglesia a emplear el bálsamo sólo en la confección del Santo Crisma; la Iglesia Oriental más favorecida por el clima y los productos de las regiones en que mora, emplea en su composición hasta treinta y tres clases de perfumes, de suerte que condensados con el Santo Oleo forman una especie de ungüento de un olor delicioso.
El Santo Crisma, además de su uso sacramental en la Confirmación, y del que la Iglesia hace en los nuevos bautizados, es usado para la unción de la cabeza y las manos en la consagración de los Obispos; para la consagración de cálices, altares, bendición de campanas, en fin, en la dedicación de las Iglesias, en las que el Obispo unge las doce cruces que atestiguarán a las edades futuras la gloria de la casa de Dios.
EL OLEO DE LOS CATECÚMENOS. — El tercero de los Santos Oleos es el llamado de los Catecúmenos. Aunque no es materia de algún sacramento, con todo eso también es de institución apostólica. Se usa en las ceremonias del Bautismo para las unciones que se hacen al Catecúmeno, en el pecho y en las espaldas, antes de la inmersión o infusión en el agua. Se emplea también en la ordenación de los presbíteros para la unción de las manos y para la consagración de reyes y reinas. Tales son las nociones que el fiel debe tener para darse una idea de la función que tendrá el Obispo en la misa de la mañana de hoy, en la que, como canta Fortunato en el himno que indicaremos en seguida, salda su deuda obrando esta triple bendición que sólo puede venir de él.
EL RITO LITÚRGICO. — La Iglesia despliega en esta circunstancia una ceremonia desacostumbrada. Doce Presbíteros revestidos de casulla, siete diáconos y siete subdiáconos, todos revestidos con los ornamentos propios de sus órdenes, asisten a la función. El Pontifical romano nos enseña que asisten los doce sacerdotes para ser testigos y cooperadores del Santo Crisma. La misa comienza y continúa con los ritos propios para este día; pero antes de comenzar la Oración Dominical, el obispo deja inacabada la oración del Canon que la precede, y baja del altar y se dirige a la silla que se le ha preparado, junto a una mesa sobre la que se halla la ampolla llena del Oleo que servirá para ungir a los moribundos. Preludia esta bendición pronunciando los exorcismos sobre el óleo, para alejar de él toda influencia de espíritus malignos, que guiados por el odio que tienen al hombre, buscan el infectar los elementos naturales; después le bendice con estas palabras:
"Envía, Señor, de lo alto del cielo, tu Espíritu Santo Paráclito a este óleo que te has dignado producir de un árbol fecundo para alivio del alma y del cuerpo; tu bendición sea medicamento celestial que nos proteja y que aleje todos los dblores y todas las enfermedades del alma y del cuerpo; ya que ungiste a los sacerdotes, a los reyes, a los profetas y a los mártires. Sea, Señor, una unción perfecta que tú has bendecido para nosotros y que permanezca en nuestros corazones. En el nombre de nuestro Señor Jesucristo."
Después de esta bendición el subdiácono, que había traído la ampolla, vuelve a llevarla con respeto y dignidad; y el Pontífice vuelve al altar para consumar el sacrificio. Terminada la distribución de la comunión al clero, vuelve otra vez a la silla preparada junto a la mesa. Los doce sacerdotes, los siete diáconos y los siete subdiáconos vuelven al lugar donde se han depositado las otras dos ampollas. La una, contiene el óleo que será el Crisma de la salud, y la otra el licor que servirá como Oleo de los Catecúmenos. En el mismo momento reaparece el cortejo y avanza hacia el Pontífice. Cada ampolla la lleva un diácono; mientras que un subdiácono lleva el vaso que encierra el bálsamo. El obispo bendice, en primer lugar el bálsamo, al que en la oración llama "lágrima olorosa salida de la corteza de una rama fructífera para convertirse en perfume sacerdotal". Después da comienzo a la bendición del Oleo del Crisma aspirando tres veces sobre él en forma de Cruz. Los doce sacerdotes hacen alternativamente la misma insuflación, cuyo primer ejemplo vemos en el Evangelio. Significa la virtud del Espíritu Santo, figurado por el aliento, a causa de su nombre "espíritu" que pronto hará de este Oleo un instrumento de su divino poder. Pero antes el obispo pronuncia sobre él los exorcismos; y después de haber preparado esta sustancia para recibir la acción de la gracia de lo alto, canta la dignidad del Santo Crisma en este magnífico Prefacio que se remonta a los primeros siglos de nuestra fe.
"En verdad es justo y equitativo que en todo tiempo y lugar, te demos gracias, Señor Santo, Padre omnipotente, Dios eterno. En el principio de la creación entre otros dones de tu bondad hiciste producir a la tierra los árboles y entre ellos el olivo, que nos proporciona este precioso licor, que había de servir para el Santo Crisma. David con espíritu profético, previendo los Sacramentos de tu gracia, cantó en sus salmos al óleo que había de devolvernos la alegría, y cuando los crímenes del mundo fueron expiados por el diluvio, la paloma vino a anunciar la paz de vuelta a la tierra, trayendo una rama de olivo, símbolo de la gracia futura. Esta llega a ser realidad hoy, en estos últimos tiempos, en que, después de borrados todos nuestros pecados por el agua del Bautismo, la unción del óleo viene a darnos serena alegría. Por lo mismo ordenaste también a tu siervo Moisés, después de haber purificado a su hermano Aarón con el agua, consagrarle sacerdote con la unción del Oleo. Pero aún mayor honor recibió cuando tu hijo Jesucristo, nuestro Señor, pidió a Juan le bautizara en las aguas del Jordán y enviaste sobre sü cabeza el Espíritu Santo en figura de paloma, señalando así a tu Unigénito Hijo, en quien declaraste, por una voz que se dejó oír, tenías puestas todas tus complacencias. De este modo hiciste saber que era quien, según el Profeta David, debía recibir la unción del óleo de alegría entre todos los hombres. Te suplicamos, pues, Señor santo, Dios Eterno, por el mismo Jesucristo tu Hijo y Señor nuestro, te dignes santificar con tu bendición este óleo y colmarlo de la virtud del Espíritu Santo por el Poder de Cristo, tu Hijo, de cuyo santo nombre ha tomado el suyo el Crisma, con el cual consagraste Sacerdotes y Reyes, Profetas y Mártires. Confirma, por tanto, en el sacramento de la salud y vida perfecta, mediante Crisma, a los que han de renacer por el baño espiritual del Bautismo, para que, por la unción santificadora quede aniquilada la corrupción del primer nacimiento, el santo templo, que es cada uno, exhale la fragancia de una vida pura, y, conforme a las condiciones por Ti establecidas en este misterio, reciban en él la dignidad de reyes, de sacerdotes y de profetas y sean revestidos de la inmortalidad. Haz, finalmente, que este óleo sea para los que renacieren del agua y del Espíritu Santo, un Crisma de salud que los haga partícipes de la gloria celeste." El Pontífice, después de estas palabras toma el bálsamo que ha mezclado de antemano en una patena y vertiendo esta mezcla en la ampolla acaba la consagración del Santo Crisma. Inmediatamente, para honrar al Espíritu Santo que debe obrar por este óleo sacramental, saluda a la ampolla que lo contiene diciendo "Santo Crisma, yo te saludo". Los doce sacerdotes siguen el ejemplo del pontífice quienes proceden inmediatamente a la bendición del Oleo de los Catecúmenos.
Después de las insuflaciones y exorcismos que tienen lugar como para el Santo Crisma, el Obispo se dirige a Dios con esta Oración:
"Oh Dios, remunerador de todos los esfuerzos y progresos de las almas, que por la virtud del Espíritu Santo, confirmas los gérmenes que hay en ellas, te rogamos, Señor, envíes tu bendición a este Oleo y a los que vienen al baño de la feliz generación, les des polla unción de esta- creatura, la purificación de alma y cuerpo, de modo que si les hubieren impreso algunas manchas los espíritus malos, se disipen al contacto del óleo santificante; que no deje ningún lugar a los espíritus malos, ninguna facultad a su poder, ninguna libertad para sus pérfidas asechanzas; sino que a los siervos que vienen a la fe y que deben ser lavados por obra del Espíritu Santo les sea esta unción útil; que les disponga para la salud, que obtendrán en la natividad de la regeneración celeste en el Sacramento del Bautismo. Por Jesucristo nuestro Señor que vendrá a juzgar a los vivos y los muertos y destruir al mundo por el fuego."
El Obispo saluda a la ampolla que contiene el óleo a quien acaba de conferir tan altas prerrogativas diciendo "Oleo Santo, yo te saludo". Los doce sacerdotes le imitan. Después que dos diáconos han cogido el uno el Santo Crisma y el otro el Oleo de los Catecúmenos, el cortejo se pone en marcha para llevar las dos ampollas a un lugar digno en que deben guardarse. Están, junto con el Oleo de los enfermos, cubiertas con un paño de seda, blanco para el Santo Crisma, verde para el de los Catecúmenos y morado para el de los enfermos.
Aquí están resumidos los detalles de esta importante ceremonia, mas, con todo eso no queremos privar al lector del hermoso himno compuesto por Venancio Fortunato, Obispo de Poitiers, siglo VI, y cuyas majestuosas estrofas, tomadas por la Iglesia romana de la antigua liturgia galicana acompañan la llegada y retorno de las santas ampollas.
HIMNO
Oh Redentor, recibe los cánticos del coro que te alaba. El coro repite: Oh Redentor...
Juez de los muertos, única esperanza de los mortales, oye las voces de los que se adelantan llevando el jugo del olivo, símbolo de la paz.
Oh Redentor...
Un árbol fértil, bajo un sol fecundo lo produjo, para que fuera consagrado; este cortejo viene humildemente a ofrecerlo al Salvador del mundo.
Oh Redentor...
De pie ante el altar ofreciendo oraciones, el pontífice revestido de sagrados ornamentos, paga su deuda anual consagrando el Crisma.
Oh Redentor...
Dígnate bendecir, oh Rey de la patria eterna, este óleo, símbolo de la vida, instrumento de la victoria contra los demonios.
Oh Redentor...
La unción del Crisma renueva ambos sexos, restablece al hombre en su dignidad violada.
Oh Redentor...
Cuando el alma es lavada en la fuente sagrada huye de ella el pecado; cuando se unge la frente con el óleo santo, descienden sobre ella los dones divinos.
Oh Redentor...
Tú, que salido del seno del Padre, habitaste en el seno de la Virgen, conserva en la luz y preserva de la muerte a quienes por el mismo Cristo han sido ungidos.
Oh Redentor...
Sea para nosotros este día como una fiesta, sea un día santo y glorioso y su recuerdo perdure resistiendo al tiempo.
Oh Redentor...
MISA DEL JUEVES SANTO
LA CENA. — Proponiéndose hoy la Santa Iglesia renovar con una solemnidad especial, la acción del Salvador en la última Cena, según el precepto dado a los Apóstoles: "Haced esto en memoria mía", vamos a tomar el relato evangélico que hemos interrumpido en el momento en que Jesús entraba en la sala del festín pascual.
LA PASCUA JUDÍA. — Ha llegado de Betania; todos los Apóstoles están presentes, aun el mismo Judas, que guarda su secreto. Jesús toma asiento en la mesa sobre la que está el cordero preparado; los discípulos se sientan con El; se observan fielmente los ritos que el Señor prescribió a Moisés siguiese su pueblo. Al principio de la cena, Jesús toma la palabra y dice a sus Apóstoles: "Ardientemente he deseado comer con vosotros esta Pascua antes de mi pasión." Hablaba de este modo, no porque esta Pascua llevase ventaja a las de los años anteriores, sino porque tendría ocasión de instituir la Pascua nueva que amorosamente había preparado a los hombres; pues habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, dice San Juan, los amó hasta el fin".
Durante la comida, Jesús, para quien no había nada oculto en los corazones, profirió estas palabras que dejaron mudos de estupor a los discípulos: "En verdad os digo que uno de vosotros me traicionará; sí, uno de los que meten, en este momento, la mano en el plato conmigo es mi traidor." ¡Qué amargura encierra esta queja! ¡Cuánta misericordia para el culpable, que conocía la bondad de su Maestro! Jesús le abría la puerta del perdón, pero él no se aprovecha de ella. ¡Tanta era la pasión que le había dominado que él quería satisfacer con su infame venta! Se atreve a decir como los demás: ¿Soy yo, Señor? Jesús le responde en voz baja, para no comprometerle ante sus hermanos: "Sí, tú eres; tú lo has dicho." Judas no se rinde; se queda tranquilo y espera la hora de la traición. Los convidados, según el uso oriental, se colocaban de dos en dos sobre unos lechos de madera, preparados, por la munificencia del discípulo que presta su casa al Salvador, para esta última Cena. Juan, el discípulo amado, está al lado de Jesús, de suerte que puede en su tierna familiaridad, apoyar su cabeza sobre el pecho de su Maestro. Pedro, sentado en el lecho vecino, junto al Señor, que se halla así, entre los dos discípulos que había enviado por la mañana para preparar todas las cosas y que representan, el uno la fe y el otro el amor. La cena fué triste. Los discípulos estaban inquietos por la confidencia que les había hecho Jesús; se comprende que el alma de Juan tuviese necesidad de desahogarse con el Salvador, por las tiernas demostraciones de su amor.
Los Apóstoles no esperaban que una nueva comida sucedería a la primera. Jesús había guardado secreto; pero, teniendo que sufrir, debía cumplir su promesa. Había dicho en la Sinagoga de Cafarnaún: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno comiere de este pan vivirá eternamente. El pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo. Mi carne es verdaderamente comida y mi sangre verdaderamente bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él" '. Había llegado el momento, en que el Salvador iba a realizar esta maravilla de su caridad para con nosotros. Esperaba la hora de su inmolación para cumplir su promesa. Mas he aquí que su pasión ha comenzado. Ya ha sido vendido a sus enemigos; su vida en adelante estará en sus manos; puede ofrecerse en sacriñcio y distribuir a sus discípulos la propia carne y la propia sangre de la víctima.
LAVATORIO DE LOS PIES. — La cena acababa, cuando Jesús levantándose, ante la extrañeza de los Apóstoles, se despoja de sus vestidos exteriores, toma una toalla, se la ciñe como un siervo, echa agua en el lebrillo y da a entender que se propone lavar los pies a los convidados. El uso oriental era que se lavasen los pies antes de tomar parte en el festín; pero el más alto grado de hospitalidad era, cuando el señor de la casa cumplía él mismo este cuidado con sus huéspedes. Jesús, es quien invita en este momento a sus Apóstoles a la divina cena y se digna hacer con ellos como el huésped más diligente; pero como sus acciones encierran siempre un fondo inagotable de enseñanzas, quiere, por lo mismo, darnos un aviso sobre la pureza que se requiere en los que han de sentarse a la mesa: "El que está limpio ya, dice, no necesita lavarse los pies" '; como si dijera: tal es la santidad de esta mesa, que para aproximarse a ella no sólo es necesario que el alma esté limpia de sus más graves manchas; sino que debe tratar de borrar las más leves, que por el contacto con el mundo hemos podido contraer y que son como ligero polvo que se pega a los pies. Explicaremos más adelante otros misterios significados en el lavatorio de los pies. Jesús se dirige primeramente hacia Pedro, futuro jefe de su Iglesia. El Apóstol rehusa tal humillación de su Maestro; Jesús insiste y Pedro se ve obligado a ceder. Los otros Apóstoles que, como Pedro, habían quedado sobre los lechos, ven sucesivamente a su Maestro acercarse a ellos para lavarles los pies. No exceptúa al mismo Judas. Había recibido un segundo y misericordioso llamamiento, algunos momentos antes, cuando Jesús hablando a todos dijo: "Vosotros estáis limpios, pero no todos." Este reproche había sido insensible. Jesús, cuando acabó de lavar los pies de los doce se recostó en el lecho, junto a la mesa, al lado de Juan. A Pedro le ha herido la insistencia de su Maestro. Quiere conocer al traidor, que deshonra el colegio apostólico; mas no atreviéndose a preguntar a Jesús, a cuya derecha está recostado, hace unas señas a Juan que está a la izquierda del Salvador para procurar obtener una aclaración. Juan se recuesta sobre el pecho de Jesús y le dice en voz baja: "Maestro, ¿quién es"? Jesús le responde: "Aquel a quien yo dé un bocado de pan mojado." Jesús toma un poco de pan y habiéndolo mojado se lo ofreció a Judas. Era una nueva invitación, pero inútil a esta alma impasible a toda acción de la gracia; el evangelista añade: "Después que recibió el bocado entró en él Satanás." Jesús aún le dice dos palabras: "Lo que vas a hacer hazlo pronto." Y el desdichado sale de la sala para ejecutar su crimen.
INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA. — Entonces, tomando del pan ácimo que había sobrado de la Cena, levanta los ojos al cielo, bendice el pan y lo distribuye a sus discípulos diciéndoles: "Tomad y comed, este es mi cuerpo." Los Apóstoles reciben este pan, hecho cuerpo de su Maestro; se alimentan de él; y Jesús no está sólo con ellos a la mesa, sino que está en ellos.
Como este divino misterio, no es sólo el más augusto de los Sacramentos, sino que es un Saorificio verdadero, que requiere la fusión de sangre, Jesús toma la copa, y transformando el vino en su propia sangre, le da a sus discípulos y dice: "Bebed todos de él; es la Sangre de la Nueva Alianza, que será derramada por vosotros." Los Apóstoles participan uno tras otro de esta divina bebida.
INSTITUCIÓN DEL SACERDOCIO. — Estas son las circunstancias de la Cena del Señor, cuyo aniversario nos reúne hoy; pero no las habríamos relatado todas lo bastante, si no añadiésemos un hecho esencial. Lo que pasa hoy en el Cenáculo, no es un suceso acaecido una vez en la vida al hijo de Dios, y los Apóstoles no son los solos convidados privilegiados a la mesa del Señor. En el Cenáculo, así como ha habido más de una comida, así también ha habido algo más que un Sacrificio, por divina que haya sido la víctima ofrecida por el Soberano Pontífice. Ha habido la institución de un nuevo Sacerdocio. ¿Cómo habría dicho Jesús a los hombres: "Si no coméis mi carne y bebéis mi sangre, no tendréis vida en vosotros", si no se hubiese propuesto establecer en la tierra un ministerio por el cual se renovase, hasta el fin de los tiempos, lo que acaba de hacer en presencia de sus discípulos? Mas dice a los hombres que ha escogido: "Haced esto en memoria mía." Les da por estas palabras el poder de cambiar también ellos el panen su cuerpo y el vino en su sangre; y este poder se transmitirá en la Iglesia por la ordenación, hasta el fln de los siglos. Jesús continuará obrando por el ministerio de hombres pecadores la maravilla que ha hecho en el Cenáculo; Y, al mismo tiempo, que dota a su Iglesia del único Sacriñcio, nos da a nosotros, según su promesa, por el pan del cielo, el medio de "vivir en El y El en nosotros". Vamos, pues, a celebrar hoy otro aniversario no menos maravilloso que el primero: La institución del Sacerdocio Cristiano.
LA MISA DEL JUEVES SANTO. — Para expresar de manera sensible a los ojos de los fieles, la majestad y unidad de esta Cena que el Salvador dió a sus discípulos y a todos nosotros en su persona, la Iglesia prohibe hoy a los sacerdotes, la celebración de toda misa privada, fuera del caso de necesidad. Quiere que sólo se ofrezca un sacrificio, al que asisten todos los sacerdotes; a la comunión se acercan al altar, revestidos de estola, insignia de su sacerdocio, para recibir el Cuerpo del Señor de manos del celebrante.
La misa del Jueves Santo es una de las más solemnes del año; y aunque la institución de la fiesta del Santísimo Sacramento tiene por objeto honrar con el mayor esplendor este misterio, la Iglesia, al instituirlo, no ha querido que el aniversario de la Cena del Señor pierda ninguno de los honores que se le deben. El color de las vestiduras es el blanco como en los días de Navidad y de Pascua; todo duelo ha desaparecido. Muchos ritos anuncian que la Iglesia teme por su Esposo, pero suspende por un momento los dolores que la oprimen. En el altar el sacerdote ha entonado el himno angélico: "Gloria a Dios en las alturas". Las campanas lanzadas a vuelo, acompañan el canto hasta el ñn; pero a partir de este momento permanecerán mudas y durante las largas horas de su silencio, darán a la ciudad un tono de soledad y de abandono. La Iglesia quiere hacernos sentir, que este mundo, testigo de los padecimientos y muerte de su Creador, ha dejado toda melodía y se ha quedado triste y desierto. Y añadiendo a esta impresión general, un recuerdo más preciso, nos trae a la memoria que los Apóstoles pregoneros de Cristo figurados por las campanas cuyo sonido llama a los fieles a la casa de Dios, han huido y han dejado a su Maestro en manos de sus enemigos.
Después del canto del Evangelio, suspéndese en cierta manera la Misa, para dar lugar a la ceremonia del Mandato o lavatorio de los pies, que, antiguamente se verificaba después de mediodía, y que el Decreto del 16 de noviembre de 1955 prescribe se haga ahora en este sitio de la Misa, al menos allí donde es posible.
LOS MONUMENTOS. — Aun cuando la Iglesia suspende por algunas horas la celebración del Sacrificio eterno, no quiere con eso que su divino Esposo pierda ninguno de los honores que le son debidos en el Sacramento del Amor. La piedad católica ha hallado medio para transformar en un triunfo para la Eucaristía los instantes, en los que la Hostia Santa parece como inaccesible a nuestra indignidad. Prepara un monumento en cada templo. Allí traslada el cuerpo del Señor; y aunque esté cubierto de velos los fieles le asediarán con sus aspiraciones y adoraciones. Vendrán a honrar el reposo del Hombre-Dios; "donde estuviere el cuerpo allí se congregarán las águilas"'. De todas las partes del mundo se elevarán a Jesús un concierto de vivas y afectuosas oraciones, en compensación de los ultrajes que recibió en estas mismas horas de parte de los judíos. Allí se reunirán las almas fervientes, donde ya mora Jesús, y los pecadores arrepentidos por la gracia y en vías de reconciliación.
LA ESTACIÓN. — En Roma la Estación se celebra en San Juan de Letrán. La grandeza de este día, la Reconciliación de los Penitentes, y la consagración del Crisma, piden unánimemente esta metrópoli de la ciudad y del mundo. Hoy con todo eso tiene lugar la función en el Palacio Vaticano (Antiguamente como las dos primeras misas ocupaban gran parte del día, esta tercera misa comenzaba en el Canon. Se advierte que los textos de la Ante-misa, no tienen relación directa con la Cena; el Introito es del Martes precedente ; la Colecta pertenece a la liturgia de mañana; la Epístola está tomada del oficio de la noche; el Evangelio se leyó en otro tiempo el Martes Santo).
En el Introito la Iglesia se sirve de las palabras de San Pablo para glorificar la Cruz de Jesucristo; celebra con entusiasmo al divino Redentor que muriendo por nosotros, ha sido nuestra salvación; que por su pan divino es vida de nuestras almas y por su Resurrección, autor de la nuestra.
INTROITO
Mas a nosotros nos conviene gloriarnos de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo: en quien están nuestra salud, nuestra vida y nuestra resurrección: por el cual hemos sido salvados y libertados. — Salmo: Compadézcase Dios de nosotros, y bendíganos: brille sobre nosotros su rostro, y tenga piedad de nosotros.—Mas a nosotros...
En la Colecta la Iglesia pone ante nuestros ojos la suerte tan diferente de Judas y el buen Ladrón los dos culpables, pero el uno condenado y el otro perdonado. Pide al Señor, que la Pascua de su Hijo en cuyo relato se ven cumplidas esta justicia y esta misericordia, sea para nosotros remisión de los pecados y fuente de gracia.
COLECTA
Oh Dios, de quien recibió Judas el castigo de su pecado, y el ladrón el premio de su confesión, concédenos a nosotros el efecto de tu propiciación: para que, así como Jesucristo, nuestro Señor, en su Pasión dió a los dos el diverso galardón de sus méritos, así nos dé a nosotros, destruido el error de la vejez, la gracia de su Resurrección. El, que vive y reina contigo.
EPISTOLA
Lección de la Epístola del Apóstol San Pablo a los Corintios (I. Cap. XI, 20-32).
Hermanos: Cuando os reunís, ya no es para comer la cena del Señor. Porque cada cual pretende comer su propia cena. Y el uno tiene hambre, y el otro está embriagado. ¿No tenéis acaso vuestras casas para comer y beber? ¿O despreciáis la Iglesia de Dios, y confundís a los que no tienen? ¿Qué os diré? ¿Os alabaré? En esto no os alabo. Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fué entregado, tomó el pan, y, dando gracias, lo partió, y dijo: Tomad, y comed: Este es mi cuerpo, que será entregado por vosotros: haced esto en memoria mía. Asimismo tomó también el cáliz, después de haber cenado, diciendo: Este cáliz es el Nuevo Testamento en mi Sangre: haced esto, cuantas veces lo bebiereis, en memoria mía. Porque siempre, que comiereis este pan, y bebiereis este cáliz, anunciaréis la muerte del Señor hasta que El venga. Por tanto, cualquiera que comiere este pan, o bebiere el cáliz del Señor indignamente será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Pruébese, pues, el hombre a sí mismo, y coma así de este pan, y beba de este cáliz. Porque, el que come y bebe indignamente, juicio come y bebe para sí, no discerniendo el cuerpo del Señor. Por eso hay muchos enfermos y débiles entre vosotros, y muchos duermen. Si nos examináramos nosotros mismos, no seríamos juzgados ciertamente. Pero, si fuéramos juzgados, seremos castigados por el Señor, para que no nos condenemos con este mundo.
PUREZA NECESARIA PARA COMULGAR. — El gran Apóstol de las Gentes después de haber reprendido a los Cristianos de Corinto, por los abusos a que daban lugar las cenas llamadas Agapes, que el espíritu de fraternidad había instituido y que no tardaron en suprimirse, relata la *Cena del Señor. Insiste en el poder, que el Salvador dió a sus discípulos, de renovar la acción que acababa de efectuar. Pero nos enseña de un modo particular que, cada vez que el sacerdote consagra el cuerpo y la sangre de Jesucristo, "anuncia la muerte del Señor", dando a entender por estas palabras, la unidad de sacrificios en la cruz y en el altar. "Examínese pues, cada hombre a sí mismo dice San Pablo y después coma de este pan y beba de este cáliz." En efecto, para participar de un modo íntimo del misterio de la Redención, para contraer una unión estrechísima con la divina víctima, debemos desterrar de nosotros todo lo que sea pecado, o afecto al pecado. "El que come mi carne y bebe mi sangre mora en mí y yo en él", dice el Salvador. ¿Puede haber algo más íntimo? ¡Con Qué cuidado debemos purificar nuestra alma, unir nuestra voluntad a la de Jesús, antes de acercarnos a esta mesa que ha preparado para nosotros y a la cual nos invita! Pidámosle que nos prepare El mismo, como preparó a los apóstoles lavándoles los pies. Lo hará, ahora y siempre, si nos entregamos por completo a su amor.
El Gradual está compuesto con las palabras que la Iglesia repite a cada instante durante esos tres días. San Pablo quiere con ellas reavivar en nosotros un reconocimiento profundo hacia el Hijo de Dios que se entregó por nosotros.
GRADUAL
Cristo se hizo por nosotros obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz. Por lo cual Dios le sobreensalzó y le dio un nombre que es sobre todo nombre.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Juan (XIII, 1-15).
Antes del día de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre: habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el final. Y, terminada la cena, cuando el diablo ya había sugerido al corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, el designio de entregarle, Jesús, sabiendo que el Padre había puesto en sus manos todas las cosas, y que había salido de Dios, y que a Dios iba, levantóse de la mesa, y se quitó su ropa: y, habiendo tomado una toalla, se la ciñó. Después echó agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a limpiarlos con la toalla con que estaba ceñido. Llegó, pues, a Simón Pedro. Y díjole Pedro: Señor, ¿me lavas tú los pies a mí? Respondió Jesús, y le dijo: Lo que yo hago, no lo entiendes tú ahora, pero lo entenderás después. Díjole Pedro: No me lavarás los pies jamás. Respondióle Jesús: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo. Díjole Simón Pedro: Señor, no sólo mis pies, sino también las manos, y la cabeza. Díjole Jesús: El que ya está lavado no necesita lavarse más que los pies, porque ya está limpio todo. Y vosotros estáis limpios, pero no todos. Porque sabía quién le había de entregar: por eso dijo: No estáis limpios todos. Así que les hubo lavado los pies y tomado de nuevo su ropa, volviendo a sentarse a la mesa, díjoles: ¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro, y Señor: y decís bien: porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro,* he lavado vuestros pies: vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque os he dado ejemplo, para que, como yo he hecho, hagáis también vosotros.
NUEVA LECCIÓN DE PUREZA. — La acción del Salvador de lavar los pies a sus discípulos antes de admitirles a participar de su divino misterio encierra para nosotros una lección. Hace unos momentos nos decía el Apóstol: Examínese cada uno a sí mismo; "Jesús dice a sus discípulos: "Vosotros estáis limpios" y añade después: "mas no todos". Del mismo modo nos dice el Apóstol que hay quienes se hacen reos del cuerpo y de la sangre del Señor". Temamos la muerte de éstos y examinémonos a nosotros mismos; examinemos nuestra conciencia antes de acercarnos a la Sagrada Mesa. El pecado mortal y el afecto al pecado, trocarían en veneno el alimento que da la vida al alma. Pero, si debemos tener gran reverencia a la Mesa del Señor, para presentarnos a ella sin las manchas por las cuales pierde el alma toda semejanza con Dios y le entrega a los dardos terribles de Satán, debemos también, por respeto a la santidad divina que va a venir a nosotros, purificar hasta las más leves manchas, con las que pudiéramos herirlos. "El que ya está limpio, no necesita lavarse más que los pies", dice el Señor. Los pies son los lazos terrestres por los cuales estamos expuestos a pecar. Vigilemos sobre nuestros sentidos y sobre los movimientos de nuestra alma. Purifiquémonos de estas manchas con una confesión sincera con la penitencia, con las penas y mortificaciones, a fin de que recibiendo dignamente este Santo Sacramento, despliegue en nosotros toda la plenitud de su virtud (En adelante éste es el lugar, al menos donde sea factible, para el Mandato, cuya explicación y texto damos más adelante),
En la antífona del Ofertorio, el cristiano fiel, apoyado en la palabra de Cristo que le ha prometido el pan de la vida, da rienda suelta a su gozo. Da gracias por este alimento que salva de la muerte a los que se alimentan de él.
OFERTORIO
La diestra del Señor ejerció su poder, la diestra del Señor me ha exaltado: no moriré, sino que viviré, y contaré las obras del Señor.
En la Secreta, la Iglesia, recuerda al Padre celestial que hoy es el día en que se instituyó el Sacrificio ofrecido en este momento.
SECRETA
Suplicárnoste, oh Señor, Padre santo, Dios omnipotente y eterno, Dios, que te haga acepto nuestro sacrificio el mismo Jesucristo, tu Hijo, y Señor nuestro, que en este día le instituyó y enseñó a los discípulos a celebrarle en su memoria. Tú que vives...
El sacerdote después de haber comulgado en las dos especies, distribuye la sagrada Eucaristía al clero; y, mientras los fieles a su vez comulgan, el coro canta la antífona de la Comunión a la que pueden añadirse los salmos 22, 71, 103 y 150.
COMUNION
El Señor Jesús, después de cenar con sus discípulos, lavó sus pies, y díjoles: ¿Sabéis lo que os he hecho yo, el Señor, y el Maestro? Os he dado ejemplo, para que también hagáis vosotros así.
En la poscomunión, la Iglesia pide para nosotros, la conservación del don que acabamos de recibir, hasta la eternidad.
POSCOMUNION
Saciados con estos vitales alimentos, suplicárnoste, Señor, Dios nuestro, hagas que, lo que celebramos durante el tiempo de nuestra mortalidad, lo consigamos con la gracia de tu inmortalidad. Por el Señor.
LA PROCESIÓN. — Terminada la Misa, una procesión se dirige hacia el lugar donde será depositado el Santísimo Sacramento. El celebrante lleva el sagrado copón bajo palio, como en la fiesta del Corpus Christi, pero hoy, el Cuerpo sagrado del Redentor contenido en el copón, va cubierto y no rodeado de rayos de esplendor como el día de su triunfo. Adoremos a este divino Sol de justicia y durante la marcha al monumento cantemos el Pange, lingua, el himno del Santísimo Sacramento, tan conocido de todos.
Llegado al monumento, el celebrante inciensa el sagrado copón y le encierra en el tabernáculo. Durante unos instantes se ora en silencio y luego el cortejo vuelve al coro en silencio e inmediatamente se procede a la denudación de los altares.
DESPOJO DE LOS ALTARES. El celebrante ayudado de los ministros, quita los manteles que cubren el altar. Este rito anuncia que se suspende el Sacrificio. El altar permanecerá desnudo, hasta que pueda ofrecerse a la Majestad divina la ofrenda sagrada; pero, para esto, es necesario que el Señor, vencedor de la muerte, salga triunfante de la tumba. En este momento, está en manos de los judíos, van a despojarle de sus vestidos, como nosotros despojamos su altar. Va a ser expuesto a los ultrajes de todo el pueblo; por eso la Iglesia manda se acompañe esta ceremonia con la recitación del Salmo XXI, en el que, el Mesías expone de una manera tan sorprendente la acción de los romanos, que, al pie de la Cruz, dividen sus despojos. Terminada la denudación de los altares, en el Coro se recitan las Completas.
EL LAVATORIO DE LOS PIES
LECCIÓN DE CARIDAD FRATERNA. — Después de haber lavado Jesús los pies a los discípulos les dijo: "¿Sabéis lo que acabo de hacer? Vosotros me llamáis Maestro y bien decís, pues lo soy, si pues, yo os he lavado los pies, yo el Maestro y Señor, cuánto más debéis vosotros lavaros los unos ^ los otros. Os he dado ejemplo, a ñn de que, así como lo he hecho yo, así también lo hagáis vosotros." La Iglesia ha recogido y puesto en práctica estas palabras. En todos los siglos se ha visto a los cristianos, a ejemplo del hombre Dios, cumplir este mandato a la letra, lavándose los pies unos a otros.
ANTIGÜEDAD DEL RITO. — En los comienzos del cristianismo, era frecuente este acto de caridad; San Pablo, enumerando las cualidades de la viuda cristiana recomienda a Timoteo que se ñje si se ocupa "en lavar los pies de los santos, eá decir, de los fieles"
Esta piadosa práctica la vemos usada por los mártires, y más tarde todavía en los siglos de paz. Las actas de los santos de los seis primeros siglos, las Homilías y los Tratados de los Padres hacen continuas alusiones. Poco a poco, en el andar del tiempo, se fué enfriando la caridad, quedando recluida esta práctica a los monasterios. Con todo eso, de cuando en cuando, han surgido ejemplos admirables, incluso entre los reyes, que para humillar el orgullo del hombre, quisieron imitar al Redentor. La Iglesia, que no puede dejar perder las tradiciones que la recomendó su Fundador, quiere que, al menos una vez al año, se ponga a los ojos de los fieles el ejemplo de humildad del Salvador. Quiere que en cada Iglesia importante, el prelado o el superior honre esta humillación del Hijo de Dios, observando el rito del lavatorio de los pies. El Padre Santo, en el Palacio del Vaticano, da ejemplo a toda la Iglesia, y en el mundo entero los obispos siguen sus pasos.
EL NÚMERO ESCOGIDO. — Ordinariamente se escogen doce pobres para hacer las veces de los doce Apóstoles; pero el Soberano Pontífice lava los pies a trece sacerdotes de diferentes nacionalidades; por eso la Santa Iglesia en su ceremonial exige este número en las Iglesias catedrales. Este uso ha sido interpretado de diversos modos. Unos han visto en ellos el número perfecto del colegio apostólico, que era de trece; el traidor Judas reemplazado por Matías y Pablo añadido por una disposición especial de Jesús. Otros mejor informados por Benedicto XIV ', dicen que la razón de este número hay que buscarla en un hecho de la vida de San Gregorio Magno, cuyo recuerdo Roma ha conservado. Este insigne Pontífice, lavaba cada día los pies a doce pobres, que eran admitidos a su mesa. Un día sucedió, que se halló uno desconocido, mezclado con los otros, sin que le hubiese visto; este personaje era un ángel, que Dios había enviado para dar testimonio, con su presencia, de cuán agradable le era este acto de Gregorio.
La ceremonia del Lavatorio de los pies llámase también Mandato por razón de la primera palabra de la antífona que se canta en esta función/. Después del Evangelio en que se relata la acción del Señor, el celebrante quítase la casulla, se ciñe con un lienzo y se dirige a aquellos a quienes ha de lavar los pies. Arrodíllase delante de cada uno de ellos y besa su pie después de habérsele lavado. Entretanto el coro canta las antífonas siguientes:
ANTÍFONA. — Un mandamiento nuevo os doy: que os améis mutuamente, como yo os he amado, dice el Señor. T. Bienaventurados los puros en su camino: los que andan en la Ley del Señor. — Un mandamiento nuevo...
Se repite la Antífona Mandatum y así las demás después de su versillo.
ANTÍFONA. — Después que se levantó el Señor de la cena, echó agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de sus discípulos: este ejemplo les dejó. 7. Grande es el Señor, y muy digno de alabanza: en la ciudad de nuestro Dios y en su santo monte. — Después que se levantó...
ANTÍFONA. — Jesús, nuestro Señor, después de cenar con sus discípulos, les lavó los pies y les dijo: ¿Comprendéis lo que yo, vuestro Señor y Maestro, he hecho con vosotros? Os he dado ejemplo para que también lo hagáis vosotros. 7. Has sido benévolo con tu tierra, Señor; has hecho repatriar los cautivos de Jacob.— Jesús, nuestro Señor...
ANTÍFONA. — Señor, ¿me lavas tú los pies a mí? Respondió Jesús, y díjole: Si no te lavare los pies, no tendrás parte conmigo. V. Llegó, pues, a Simón Pedro, y díjole Pedro: Señor, ¿me lavas tú los pies a mí? Respondió Jesús, y díjole: Si no te lavare los pies, no tendrás parte conmigo, V. Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: pero lo entenderás después. — Señor, ¿me lavas tú...?
ANTÍFONA.—; Si yo, vuestro Señor y Maestro, os he lavado a vosotros los pies: ¿cuánto más deberéis lavaros los pies unos a otros? — V. Oíd esto, gentes todas: escuchad con los oídos, los que habitáis la tierra.— Si yo, vuestro Señor...
ANTÍFONA. — En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si os tuviereis mutuo amor. V. Dijo Jesús a sus discípulos. En esto conocerán...
ANTÍFONA. — Permanezcan en vosotros estas tres cosas: la fe, la esperanza y la caridad; pero la mayor de ellas es la caridad. V. Ahora permanecen estas tres cosas: la fe, la esperanza y la caridad; pero la mayor de ellas es la caridad. — Permanezcan en vosostros...
Después de estas antífonas se canta el siguiente cántico, que nunca se ha de omitir, porque es una exhortación a la caridad, de quien es un símbolo el Lavatorio de los pies.
1. Donde hay caridad y amor, allí está Dios. V. Nos ha congregado juntos el amor de Cristo. J. Alegrémonos y gocémonos en él. J. Temamos y amemos al Dios vivo. T. Y amémonos nosotros con corazón sincero.
2. Donde hay caridad y amor, allí está Dios. y. Cuando, pues, nos reunamos juntamente. V. Evitemos el dividirnos en espíritu. V. Cesen las riñas malignas, cesen los pleitos, V. Y que, en medio de nosotros, esté Cristo, Dios.
3. Donde hay caridad y amor, allí está Dios. V. Veámonos juhtamente con los Santos, y. Alegremente tu rostro, oh Cristo, Dios. V. Y el gozo tuyo, inmenso y puro. y. Por los siglos de los siglos infinitos. Amén.
El celebrante revestido de nuevo con el pluvial, termina la función con las siguientes preces:
Padre nuestro.
El resto de la oración dominical se continúa en voz baja hasta las dos últimas peticiones.
V. Y no nos dejes caer en la tentación.
R. Mas líbranos de mal.
V. Tú ordenaste, Señor, que tus mandatos.
R. Se guardasen celosamente.
V. Tú lavaste los pies de tus discípulos.
R. No desprecies las obras de tus manos.
V. Señor, escucha mi oración.
R. Y llegue a ti mi clamor.
V. El Señor sea con vosotros.
R. Y con tu espíritu.
ORACION
Suplicárnoste, Señor, asistas a este obsequio de nuestra servidumbre: y, pues, tú te dignaste lavar los pies a tus discípulos, no desprecies las obras de tus manos, que nos mandaste conservar: para que, así como aquí nos lavan y nos lavamos las manchas exteriores, así sean lavados por ti los pecados interiores de todos nosotros. Lo cual te dignes conceder tú mismo, oh Dios, que vives y reinas por todos los siglos de los siglos. Amén.
NOCHE
DISPUTA ACERCA DE LA PRIMACÍA. — Judas salido del Cenáculo se dirige, aprovechando la oscuridad de las tinieblas, hacia el lugar donde se hallan los enemigos del Salvador. Jesús dirigiéndose entonces a sus fieles Apóstoles, les dice: "Ahora va a ser glorificado el Hijo del Hombre" '. Hablaba de la gloria que había de seguir a su Pasión; mas esta dolorosa Pasión comenzaba ya, y la traición de Judas era el acto primero. No obstante eso los Apóstoles, olvidando pronto la tristeza que les había embargado, al anunciarles Jesús que uno de ellos había de traicionarle, se liaron en una disputa. Discutieron quién de ellos tenía la primacía sobre los demás. Recordaban las palabras que Jesús había dirigido a Pedro al elegirle por fundamento de su Iglesia; observaban, que antes que a los demás, le lavó el Maestro los pies; pero la familiaridad de Juan con Jesús durante la^cena les había impresionado y sospecharon si el supremo honor estaría reservado a aquél que parecía ser el más amado.
Jesús pone fin a estos debates, dando a estos futuros Pastores de las almas una lección de humildad. Había ciertamente entre ellos un Jefe; mas, "el mayor entre vosotros" les dice, "hágase como el menor y el que manda como el que sirve". ¿No estoy yo en medio de vosotros como el que sirve'/". Después, dirigiéndose a Pedro le dice: Simón, Simón: Satanás te reclama para cribarte como el trigo; pero yo rogué por ti para que no desfalleciera tu fe; y tú, convertido ya, conforta a tus hermanos.
Con esto dictaba su testamento el Salvador: miró por la suerte de su Iglesia, antes de abandonarla.
Los Apóstoles serán hermanos de Pedro, mas Pedro será su Jefe. Esta cualidad será exteriorizada por la humildad; será el "siervo de los siervos de Dios". El Colegio Apostólico dominará el furor del infierno; pero sólo San Pedro bastará para confirmar a sus hermanos en la fe. La enseñanza será siempre conforme a la verdad divina, siempre infalible. Jesús ha rogado para que sea así. Oración omnipotente por la cual la Iglesia, dócil siempre a la voz de Pedro, guardará la doctrina del Hijo de Dios.
EL MANDAMIENTO NUEVO. — Jesús, después de haber asegurado el porvenir de su Iglesia por las palabras antes proferidas a San Pedro, se dirige a todos con incomparable ternura: "Hijitos, les dice, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Amaos los unos a las otros; en eso conocerán todos que sois discípulos míos, si os amáis mutuamente." Dícele San Pedro: "¿Señor, a donde vas?" "Donde voy yo, le respondió Jesús, no puedes ahora seguirme, pero me seguirás más tarde." "¿Y por qué no puedo seguirte ahora? respondió San Pedro." "Mi vida la daré por ti." A lo que respondió Jesús: ¿Tu vida darás por mí? En verdad, en verdad te digo, no cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces1. El amor de San Pedro para con Jesús era muy humano; no se fundaba en la humildad. La presunción viene del orgullo; y no sirve más que para preparar nuestras caídas. Para disponer a Pedro a su ministerio de perdón y para darnos también a todos una útil lección, Dios permite qúe quien había de llegar a ser el Príncipe de los Apóstoles, cayese en una falta vergonzosa y grave.
Recojamos todavía algunos rasgos de las penetrantes palabras del Salvador en este momento de despedida.
LA PAZ. — "Yo soy, les dice, el camino, la verdad y la vida. Si me amáis, guardaréis mis mancamientos, y yo rogaré al Padre, y os dará otro "abogado, para que esté con vosotros de conti- "nuo. No os dejaré huérfanos; vuelvo a vosotros.
"La paz os dejo, mi paz os doy, no como el mundo "la da, yo os la doy. No se contriste vuestro cora- "zón ni se acobarde. Si me amareis, os holgaríais "de que vaya al Padre. Ya no hablaré muchas co- "sas con vosotros, porque viene el príncipe de "este mundo, mas contra mí no puede nada; pe- "ro es menester que conozca el mundo que amo "al Padre, y que, como me lo mandó el Padre, "así lo hago. Levantaos, vamos de aquí"'.
JESÚS ES LA VERDADERA VIÑA. — El Salvador continúa sus desahogos celestiales y la viña le ofrece la ocasión de hacer una preciosa comparación que nos muestra la relación que la gracia divina establece entre El y nuestras almas. "Yo "soy, dice, la vid verdadera y mi Padre es el vi- "ñador. Todo sarmiento que no da fruto en mí, "lo arrancará; y todo el que da fruto le podará "para que dé fruto más copioso. Permaneced en "mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no pue- "de dar fruto de sí mismo si no permanece en "la cepa, así tampoco vosotros sino permanecéis "en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. "Quien permanece en mí y Yo en él, éste da fru- "to abundante, porque fuera de mí nada podéis "hacer. Si alguno no permanece en mí, será "arrancado como el sarmiento y se secará; y a "esos se les recogerá y arrojará al fuego y arde- "rán. No me escogisteis vosotros a mí, antes yo "os escogí a vosotros y os destiné para que va- "yáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca".
PROMESA DEL ESPÍRITU SANTO. — Después les anunció las persecuciones que les aguardaban y el odio que el mundo les tendría. Les renovó la promesa que antes les había hecho, de enviarles un Espíritu Consolador, y les dijo cómo su partida les sería ventajosa; y que alcanzarían del Padre todo lo que le pidiesen en su nombre. "El Padre, añadió, os ama, porque vosotros me habéis amado y habéis creído que yo salí de Dios. Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre." Dícenle entonces sus discípulos: "Ahora conocemos que lo sabes todo, y no tienes necesidad de que nadie te pregunte: en esto creemos que saliste del Padre." ¿Ahora creéis? "les respondió Jesús". "Mirad que llega la hora y ya ha llegado en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Todos vosotros padeceréis escándalo por mí esta noche, porque escrito está: Heriré al Pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño; mas cuando hubiere resucitado, iré antes que vosotros a Galilea.
ORACIÓN SACERDOTAL. — Pedro intentó protestar de su fidelidad, que, según él decía, era mayor que la de los demás. Lo creía así, porque sabía que gozaba de una especial predilección por parte del Maestro, mas Jesús le repite la humillante predicción que antes les había hecho; después elevando los ojos al cielo, exclamó: "Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a Ti. He consumado la obra que Tú me encomendaste hacer; he manifestado tu nombre a los hombres, que me diste del mundo. Ahora han conocido que salí de Ti y han creído verdaderamente que Tú me enviaste." "Por "ellos ruego: No ruego por el mundo. Y desde "ahora no estoy en el mundo y éstos quedan "en el mundo y yo voy a Ti. Padre Santo, guard a en tu nombre a los que Tú me has dado; "para que sean uno con nosotros. Cuando con "ellos estaba, yo los guardaba en tu nombre; a "los que me diste he guardado y ninguno de ellos "ha perecido, sino el hijo de perdición, para que "se cumpliese la escritura. Yo les he comunicado "tu palabra y el mundo les aborreció, como yo "tampoco soy del mundo. No pido que los saques "del mundo, sino que los preserves del mal. No "ruego por estos sólo, sino también por los que "crean en mí por medio de su palabra: que todos "sean uno, como Tú, Padre, en mí y yo en ti, "a fin de que el mundo crea que Tú me enviaste. "Padre, quiero que, donde estoy yo, también es- "tén conmigo los que me has dado, para que contemplen la gloria que me has dado, porque me "amaste antes de la creación del mundo. Padre "justo, el mundo no te ha conocido, mas yo te "conocí: y estos también conocieron que Tú me "has enviado. Y yo les manifesté tu nombre y se "lo manifestaré, para que el amor con que me "amaste sea en ellos, y yo también esté en "ellos".
GETSEMANÍ. — Estos fueron los arranques de amor que salieron del Corazón de Cristo aquella noche en el Cenáculo. Después de esto se levantaron todos y se dirigieron al huerto de los Olivos. Llegado que hubieron a un lugar, conocido con el nombre de Getsemaní, entró Jesús en un huerto a donde solía conducir a sus Apóstoles para descansar con ellos. En ese momento, un sentimiento de dolor se apoderó de su alma; su naturaleza humana experimenta una como suspensión de esa dicha que le procuraba la unión con la divinidad. Con todo eso, interiormente, su naturaleza humana será sostenida hasta la consumación del sacriñcio, y El soportará todo lo que pueda. Jesús siente la necesidad de apartarse: quiere huir, en su abatimiento, de las miradas de sus discípulos. Quiere, con todo, que le acompañen los que fueron no ha mucho testigos de su gloriosa transfiguración: Pedro, Santiago y Juan. ¿Serán acaso más firmes que los demás al ver la humillación de su Maestro? Las palabras que les dirige manifiestan elocuentemente la conmoción repentina que se ha realizado en su alma. Aquel cuyo lenguaje era siempre tan sereno, sus modales tan dignos, su voz tan afectuosa, ahora dice: "Mi alma está triste hasta la muerte, quedaos aquí y velad conmigo".
LA AGONÍA. — Se aparta a la distancia de un tiro de piedra. Allí Jesús postrado sobre la tierra exclama: "Padre mío, todas las cosas te son posibles, aparta de mí este cáliz, mas no se haga lo que yo quiero sino lo que Tú". Al mismo tiempo corría por sus miembros un sudor de sangre que empapaba la tierra. No era esto abatimiento, ni pasmo: Una agonía verdadera. Entonces envía Dios auxilio a esta naturaleza que expira y un ángel recibe la misión de sostenerla. Jesús es tratado como simple hombre; su humanidad deshecha, debe, sin otra ayuda sensible que la del ángel, reanimarse y aceptar nuevamente el cáliz que le ha sido preparado. ¡Y qué cáliz era éste! Los dolores del alma y del cuerpo, el quebranto del corazón, todos los pecados de la humanidad que había cargado con ellos y gritaban contra El; la ingratitud de los hombres, que hará inútil para no pocos el sacrificio que va a ofrecer. Jesús tiene que aceptar todas estas amarguras en este momento en que parece, sirva la expresión, reducido completamente a la naturaleza humana; pero la virtud de la divinidad, que no le abandona, le sostiene, sin perdonarle ninguna angustia. Comienza su oración pidiendo no beber el cáliz; mas la termina diciendo a su Padre que no se cumpla otra voluntad que la suya.
SOLEDAD DE JESÚS. — Se levanta entonces Jesús dejando impresa sobre la tierra las huellas sangrientas del sudor que la violencia de la agonía había hecho correr por sus miembros; son las primeras gotas derramadas de la sangre redentora. Va a sus discípulos y los encuentra dormidos. ¿No habéis podido, les dice, velar una hora conmigo? Ya comienzan a abandonarle los suyos. Vuelve aún dos veces a la gruta, donde hizo la primera oración, desolado y sumiso. Dos veces se acerca a sus discípulos y las dos encuentra siempre la misma insensibilidad en esos hombres que El había escogido para que velasen junto a El. "Ya por mí, les dice, dormid y descansad. ¡Ea! Ha llegado la hora y el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores." Después reanimándose, dijo: "Levantaos, vamos; mirad que está aquí el que me entrega".
EL PRENDIMIENTO. — Aun estaba hablando cuando el jardín se vió invadido repentinamente por una chusma de gente armada, llevando teas y conducida por Judas. La traición se lleva a cabo por la profanación de la señal de la amistad. "¿Judas: con un beso entregas al Hijo del Hombre?'". Palabras expresivas y llenas de ternura que debieran haber abatido a este desventurado a los pies de su Maestro. Pero era tarde. El cobarde no se atrevió a provocar a la soldadesca que él mismo había conducido, ni los criados del Sumo Sacerdote osaron poner las manos sobre Jesús hasta que éste no les dió permiso para ello. Una palabra de su boca bastó para que cayesen de bruces sobre la tierra. Permíteles Jesús que se levanten y les habla con la majestad de un rey: "Si me buscáis a mí, dejad en 0 paz a éstos. Habéis venido con armas para prenderme. Todos los días me teníais en el templo y no fuisteis tentados de prenderme, pero ésta es vuestra hora y la del poder de las tinieblas." Y dirigiéndose a Pedro que había desenvainado la espada, le dijo: ¿Crees que, si quisiese, no podría rogar a mi Padre para que me enviase más de doce legiones de ángeles? Mas, entonces, ¿cómo se cumplirían las escrituras?
JESÚS CONDUCIDO ANTE EL SUMO SACERDOTE. — Después de dichas estas palabras, Jesús se deja maniatar. Entonces los Apóstoles, descorazona- . dos y embargados por el pavor, huyen. Solo Pedro con otro discípulo sigue desde lejos los pasos del Maestro. La chusma que llevaba consigo a Jesús le hace recorrer el mismo camino que el domingo precedente siguió triunfante, cuando otra turba entusiasmada le aclamaba batiendo palmas y ramos -de olivos. Pasaron el torrente Cedrón Entretanto llegaron a las murallas de Jerusalén. Se abre la puerta ante el prisionero divino; mas la ciudad, cubierta por las sombras de la noche, ignora el atentado que acaba de cometerse. Mañana al amanecer el día, sabrá que Jesús Nazareno, el gran Profeta ha caído en manos de los Príncipes de los Sacerdotes y de los Fariseos. Avanza la noche; pero aún tardará en aparecer la aurora. Los enemigos de Jesús han determinado entregarlo mañana al Gobernador Poncio Pilatos, como un perturbador del orden público. Mientras, le juzgan y le condenan como culpable en materia religiosa.
Su tribunal tiene el derecho de conocer las causas de esta índole, aunque nunca puede sentenciar a la pena capital. Jesús es conducido, pues, a casa de Anás, suegro del Sumo Sacerdote Caifás, donde, según las disposiciones tomadas de antemano debía verificarse el primer interrogatorio. Estos hombres sanguinarios pasan la noche sin darse ningún descanso. Después que sus guardias marcharon hacia el Huerto de los Olivos, contaron los momentos, inciertos del buen éxito de la conjuración; ya tenían en sus manos su codiciada presa; sus deseos crueles iban a realizarse.
Suspendamos este relato doloroso para reanudarlo mañana en que, siguiendo un orden cronológico, tuvieron lugar los áugustos misterios, que en él se obraron para nuestra instrucción y salvación.
La jornada pasada está repleta de los beneficios de nuestro Salvador: nos ha dado su carne por alimento, ha instituido el sacerdocio de la Nueva Ley. Su corazón se ha desbordado con las más tiernas expansiones. Le hemos visto luchando con la debilidad humana ante la inminencia del cáliz de la Pasión y su triunfo sobre ella para salvarnos. Le hemos visto traicionado, maniatado y conducido cautivo a la ciudad santa para consumar su sacrificio. Adoremos y amemos al Hijo de Dios, que pudo salvarnos a todos con la menor de sus humillaciones, y lo que hasta ahora ha hecho no es más que el exordio del gran acto del sacrificio que su amor para con nosotros le ha hecho aceptar.

 

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