Esta fiesta se comenzó a celebrar en Lieja en 1246, siendo extendida a toda la Iglesia occidental por el Papa Urbano IV en 1264, teniendo como finalidad proclamar la fe en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, que es digna de ser adorada en la exposición solemne y en las procesiones con el Santísimo Sacramento.
«Mi carne es verdadera comida,
y mi Sangre verdadera bebida;
el que come mi Carne, y bebe mi Sangre,
en Mí mora, y Yo en él.»
(Jn 6, 56-57)
San Agustín (Catena Aurea):
Esto es, pues, comer aquella comida y beber aquella bebida, a saber: permanecer en Cristo y tener a Cristo permaneciendo en sí. Y por esto el que no permanece en Cristo y aquél en quien Cristo no permanece, sin duda alguna ni come su carne ni bebe su sangre, sino que, por el contrario, come y bebe sacramento de tan gran valía para su condenación.
San Agustín De verb. Dom. serm. 11
Y en realidad, muchos que comen aquella carne y beben aquella sangre hipócritamente, se hacen apóstatas. ¿Acaso permanecen en Cristo y Cristo en ellos? Pero hay cierta manera de comer aquella carne y de beber aquella sangre, para que el que la coma y la beba permanezca en Cristo y Cristo en él.
San Agustín De civ. Dei. 21, 25
Esta es el haber recibido el Cuerpo de Cristo no sólo sacramentalmente, sino efectivamente, por estar incorporados en su cuerpo.
Alcuino
Mi vida es la que vivifica. Por esto sigue: "Si alguno comiere de este pan, vivirá", no sólo en la vida presente por medio de la fe y de la santidad, sino "vivirá eternamente. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo".
San Agustín De verb. Dom serm. 11
Como diciendo: Yo vivo como el Padre. Y para que no se crea que es ingénito, añadió: "por el Padre", manifestando, aunque veladamente, que el Padre es su principio. Y cuando dice: "Así también el que come, él mismo vivirá por mí", no dice esto sencillamente de la vida, sino de la vida de santidad. Porque viven también los infieles, aunque no comen de aquella carne. Y tampoco dice esto en cuanto a la resurrección general, porque también resucitarán; sino que habla de la vida de la gloria y que tiene recompensa.
San Agustín De civ. Dei. 22, 19
Hay algunos que, por lo que dice aquí, ofrecen la salvación a los hombres purificados por el bautismo de Jesucristo, con tal que participen de su cuerpo (aunque vivan de cualquier modo). Pero les contradice el Apóstol, diciendo: "son bien conocidas las acciones de la carne, como son la fornicación, la inmundicia" ( Gál 5,19), etc. Acerca de lo que os predico, como ya os llevo dicho, que los que así obran, no alcanzarán el reino de Dios... Y ellos no deben considerarse como seguros por sus costumbres malas y depravadas, porque por la maldad de su vida abandonaron la misma santidad de la vida, que es Jesucristo, ya fornicando, o ya haciendo otras cosas por el estilo. Y no puede decirse que éstos coman el cuerpo de Jesucristo, porque ni aun deben contarse entre los miembros de Jesucristo. Y pasando otras cosas en silencio, no pueden ser a la vez miembros de Jesucristo y miembros de una mujer impúdica.
Crisóstomo, ut supra
Mas como San Pedro había dicho: "Y nosotros hemos creído", el Señor exceptuó a Judas del número de los que creían. Por esto sigue: "Jesús le respondió: ¿no os escogí yo a los doce, y uno de vosotros es el diablo?" Y es notable esto que dice. No creáis que porque me habéis seguido, no castigaré a los malos.
Beda
El Señor concedió este pan cuando instituyó el sacramento de su cuerpo y su sangre y lo dio a sus discípulos y cuando se ofreció a Dios Padre en el ara de la cruz. Cuando dice: "Por la vida del mundo", no debemos entender que por los elementos, sino por todos aquéllos que se designan en el nombre del mundo.
San Agustín In Ioannem tract., 25.
El que viene a mí, esto es, el que cree en mí. Y cuando dijo: no tendrá hambre, debe entenderse esto mismo, y cuando dice que nunca tendrá sed, con una y otra cosa significa aquella saciedad eterna en donde nunca hay hambre.
Teofilacto.
No se tendrá sed ni hambre, esto es, de oír la palabra de Dios, ni se cansará, ni será mortificado con sed intelectual, como sucedería cuando no tuviera el agua del bautismo y la santificación por el Espíritu Santo.
San Agustín, ut supra
No soy yo quien ha perdido al pueblo de Dios, porque vosotros me habéis visto y no me habéis creído. Por esto sigue: "Todo lo que me da el Padre, a mí vendrá, y aquél que a mí viene, no le echaré fuera".
Beda
Dice "Todo" en absoluto para designar la plenitud de los fieles. Porque éstos son los que el Padre da al Hijo, cuando por medio de una inspiración interior les hace creer en el Hijo.
Alcuino
Todo aquél a quien el Padre traiga con el fin de que crea en mí, vendrá a mí por medio de la fe, de tal modo, que a mí se una. Y a todo aquél que venga a mí por medio de la fe y de las buenas acciones, no lo echaré fuera, esto es, habitará conmigo en el secreto de su conciencia limpia y al fin lo recibiré en la eterna bienaventuranza.
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Jesús respondió y le dijo: "Si alguno me ama, guardará mi palabra; y mi Padre le amará y vendremos a él, y haremos morada en él.
San Gregorio ut supra.
Viene en verdad al corazón de algunos, y no hace morada en ellos, porque si bien se vuelven a Dios por la contrición, después, cuando están en la tentación, se olvidan del arrepentimiento y vuelven a sus pecados, como si no los hubieran deplorado. Pero en el corazón del que ama a Dios verdaderamente, Dios desciende y mora: porque de tal manera está penetrado del amor divino, que ni aun en el tiempo de la tentación lo echa en olvido. Verdaderamente ama a Dios aquel que no se deja dominar un momento en su alma por los malos deleites.
San Gregorio ut supra.
Tanto más se aleja uno del amor supremo cuanto más se acerca a las cosas inferiores. Por esta razón dice: "Quien no me ama, no guarda mis palabras". En el amor del Creador deben buscarse, pues, la lengua, el entendimiento y la vida.
¡Oh banquete precioso y admirable!
De las obras de santo Tomás de Aquino, presbítero.
Opúsculo 57, en la fiesta del Cuerpo de Cristo, lect. 1-4
El Hijo único de Dios, queriendo hacernos partícipe de su divinidad, tomó nuestra naturaleza, a fin de que hecho hombre, divinizase a los hombres.
Además, entregó por nuestra salvación todo cuan tomó de nosotros. Porque, por nuestra reconciliación ofreció, sobre el altar de la cruz, su cuerpo como víctima a Dios, su Padre, y derramó su sangre como precio de nuestra libertad y como baño sagrado que nos lava, para que fuésemos liberados de una miserable esclavitud y purificados de todos nuestros pecados.
Pero, a fin de que guardásemos por siempre jamás en nosotros la memoria de tan gran beneficio, dejó a los fieles, bajo la apariencia de pan y de vino, su cuerpo, para que fuese nuestro alimento, y su sangre, para que fuese nuestra bebida.
¡Oh banquete precioso y admirable, banquete saludable y lleno de toda suavidad! ¿Qué puede haber, en efecto, más precioso que este banquete en el cual no se nos ofrece, para comer, la carne de becerros o de machos cabríos, como se hacía antiguamente, bajo la ley, sino al mismo Cristo, verdadero Dios?
No hay ningún sacramento más saludable que éste, pues por él se borran los pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones espirituales.
Se ofrece, en la Iglesia, por los vivos y por los difuntos para que a todos aproveche, ya que ha sido establecido para la salvación de todos.
Finalmente, nadie es capaz de expresar la suavidad de este sacramento, en el cual gustamos la suavidad espiritual en su misma fuente y celebramos la memoria del inmenso y sublime amor que Cristo mostró en su pasión.
Por eso, para que la inmensidad de este amor se imprimiese más profundamente en el corazón de los fieles, en la última cena, cuando, después de celebrar la Pascua con sus discípulos, iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento como el memorial perenne de su pasión, como el cumplimiento de las antiguas figuras y la más maravillosa de sus obras; y lo dejó a los suyos como singular consuelo en las tristezas de su ausencia.