R. Señor, danos sacerdotes santos.
V. Para que nos acompañen a la hora de nuestra muerte, y ofrezcan la Santa Misa por nosotros



♰♰♰

domingo, 26 de junio de 2022

San Pelayo Mártir de la Pureza y la Fe por rechazar la homosexualidad y el Islam

  Mártir por la fe y la Castidad.

Memorial: 26 de junio
Martirio de San Pelayo, el mártir que convirtió a muchos en la prisión.


Patronazgo: Castidad y jóvenes, personas abandonadas, víctimas de tortura, Castro Urdiales, España.
Ejemplo de virtud de castidad juvenil frente a la homosexualidad.
Modelo de pureza, de heroísmo y de fe para sacerdotes y seminaristas.
Leemos en el “Martirologio”: “En Córdoba, en la región hispánica de Andalucía, san Pelayo, mártir, que a los trece años, por querer conservar su fe en Cristo y su castidad ante las costumbres deshonestas de Abd al-Rahmán III, califa de los musulmanes, consumó su martirio glorioso al ser despedazado con tenazas (925)”.

Urna-relicario con los restos óseos de San Pelayo. Monasterio de San Pelayo (Oviedo)

Pretiosa in conspectu Domini, mors sanctorum eius
Martirio de San Pelayo -Maestro de Becerril.



San Pelayo es el patrono del Seminario Menor de Tui, sus restos fueron trasladado a León y posteriormente a Oviedo, donde es venerado en un monasterio de monjas benedictinas.




Juan Soreda. El califa seduciendo a Pelayo
Detalle del retablo mayor de la iglesia de San Pelayo en Olivares de Duero (Valladolid)





Año  Litúrgico – Dom Prospero Gueranger, Abad de Solesmes

SAN PELAYO, MARTIR
Mala época empezó para España cristiana con la pérdida de la batalla del Guadalete. Los árabes, esos hijos del desierto, como aluvión, la cubrieron por completo. Todo desapareció a su paso: monarquía, sociedad, instituciones, leyes, fortunas…, sólo quedó en pie la Iglesia. Sus califas fundaron un imperio brillante, edificaron ciudades suntuosas, levantaron palacios magníficos y mezquitas que rivalizaron con las de Damasco, Babilonia y Jerusalén. Más trajeron también sus vicios y fanatismo.
Pasados los primeros tiempos de desconcierto, los españoles, refugiados en las montañas del norte de la Península y gracias a su fe Cristiana —esencialmente espiritualista en contraposición a la sensualista de los mahometanos—, empezaron a sacudir el yugo del invasor y a reconquistar, palmo a palmo, todo el terreno, en una cruzada heroica que había de durar ocho siglos. ¡Cuántos combates, cuántas guerras, cuántas lágrimas y cuántas ruinas habría de costar hasta arrojar el moro a Africa!

Precisamente en los primeros años de siglo X los Reyes de León y Navarra, en su empeño de ir desalojando al árabe de sus posiciones, se atrevieron a desafiar al inmenso poderío del Califa de Córdoba, Abderrahmán III. Pero fueron derrotados, y bastantes de sus soldados y de su séquito cautivos y llevados a Córdoba. Entre estos se encontró Hermogio, obispo de Túy, cuya sustitución por un sobrino suyo llamado Pelayo, niño de 10 años, fué consentida por el Califa. La cárcel, las cadenas y el látigo le esperaban allí, pero también la firmeza en la fe y el amor a la castidad, que había aprendido en su hermosa tierra, y que los clérigos concautivos afianzaron.


Cinco años pasó cumpliendo penosos y viles trabajos, hasta que un día el sensual Califa puso los ojos en su belleza para nombrarle su copero y agruparle a la muchedumbre de efebos que eran objeto de sus infames pasiones. Presentado al Califa cordobés, le dijo éste: “Niño, grandes honores te aguardan; ya ves mi riqueza y mi poder: pues una gran parte de todo ello será para ti. Tendrás oro, plata, vestidos, alhajas, caballos. Pero es preciso que te hagas musulmán, como yo, porque he oído que eres cristiano, y que empiezas ya a discutir en defensa de tu religión”. Con serenidad y energía contestó el muchacho; Si, oh rey, soy cristiano; lo he sido y lo seré. Todas tus riquezas no valen nada. “Es possible que Abderrahmán no comprendiera toda la decision que había en esta respuesta; la gracia del muchacho y el encanto de su voz le cegaban. Llevado de su instinto brutal se adelantó hacia él y le tocó la túnica con las manos. Lleno de ira, el santo adolescente retrocedió diciendo; “¡Atrás, perro!” ¿Crees acaso que soy como esos jóvenes que te acompañan?” Y al mismo tiempo hizo añicos su túnica de seda. “Llevadle de aquí, dijo el príncipe, y educadle mejor, si podéis; de lo contrario, ya sabéis lo que merece.” Vinieron después los ruegos y las amenazas, pero nada pudo vencer el amor heroico del mártir. Pelayo decía sin cesar: “Señor líbrame de las garras de mis enemigos.” Colocado en una máquina de guerra, fué lanzado desde un patio del alcázar hasta el lado opuesto del río, y, como todavía diese muestras de vida, un negro de la guardia le segó la cabeza. Recogidas sus reliquias por los cristianos, fueron llevadas a Oviedo y puestas en un arca por Fernando I, que entregó a un monasterio de benedictinas, que todavía subsiste.




SÚPLICA POR ESPAÑA. 

— Oh Pelayo, ¡cuán grande es tu gloria en el cielo! Con Justo y Pastor, con Dominguito del Val, con Eulalia y Julia y con Flora formas un manojito de encendidos claveles y de blancas azucenas digno de presentarse al Rey de la gloria. Ni la brillante corte del Califa de Córdoba, ni sus deslumbrantes promesas engañaron tus ojos. Preferiste a esos engañosos y caducos placeres la incomparable gloria prometida por Jesucristo a los que dan su vidá por él. Acuérdate de pedir por España, libre ya de musulmanes pero no de marxistas, para que conserve su fe. Sobre todo ruega por la juventud, cuya fe trata de pervertirse con doctrinas de perversas filosofías, y cuya castidad se encuentra amenazada por un sensualismo pagano.

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