R. Señor, danos sacerdotes santos.
V. Para que nos acompañen a la hora de nuestra muerte, y ofrezcan la Santa Misa por nosotros



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martes, 26 de noviembre de 2019

El pequeño número de los quese salvan Por San Leonardo de Puerto Mauricio

 San Alfonso María de Ligorio, en su libro de Teología Moral, afirma: “La impureza es la puerta más ancha del infierno. De cien condenados adultos, noventa y nueve caen en él por este vicio, o al menos con él”.

 
 “Cuantas almas se alejan del camino de la gloria y van al infierno!”. San Francisco Javier
 
 

Vi almas que caían al Infierno como hojas que caen en el otoño”. Santa Teresa de Jesús



Si el justo se salva a duras penas ¿en qué pararán el impío y el pecador? 1 Pedro 4:18 
 
San Leonardo de Puerto Mauricio fue un fraile franciscano muy santo que vivió en el monasterio de San Buenaventura en Roma. Él fue uno de los más grandes misioneros en la historia de la Iglesia. Solía predicar a miles de personas en las plazas de cada ciudad y pueblo donde las iglesias no podían albergar a sus oyentes. Tan brillante y santa era su elocuencia que una vez cuando realizó una misión de dos semanas en Roma, el Papa y el Colegio de Cardenales fueron a oírle. La Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen, la adoración del Santísimo Sacramento y la veneración del Sagrado Corazón de Jesús fueron sus cruzadas. No fue en pequeña medida responsable de la definición de la Inmaculada Concepción hecha poco más de cien años después de su muerte. También nos dio las Alabanzas Divinas, que se dicen al final de la Bendición. Pero el trabajo más famoso de San Leonardo fue su devoción a las Estaciones de la Cruz. Tuvo una muerte santa a sus setenta y cinco años, después de veinticuatro años de predicación sin interrupciones.    Uno de los sermones más famosos de San Leonardo de Puerto Mauricio fue "El Pequeño Número de los Que Se Salvan." Fue en el que se basó para la conversión de grandes pecadores. Este sermón, así como sus otros escritos, fue sometido a examinación canónica durante el proceso de canonización. En él se examinan los diferentes estados de vida de los cristianos, y concluye con el pequeño número de los que se salvan, en relación a la totalidad de los hombres.
    El lector que medite sobre éste notable texto aprovechará la solidez de su argumentación, la cual le ha valido la aprobación de la Iglesia. Aquí está el vibrante y conmovedor sermón de éste gran misionero.

Introducción:
    Gracias a Dios, el número de los discípulos del Redentor no es tan pequeño como para que la maldad de los escribas y fariseos sea capaz de triunfar sobre ellos. Aunque se esforzaron por calumniar su inocencia y engañar a la gente con sus sofismas traicioneros al desacreditar la doctrina y el carácter de Nuestro Señor, buscando puntos, incluso en el sol, muchos todavía Lo reconocieron como el verdadero Mesías, y, sin miedo ni de castigos o de amenazas, abiertamente se unieron a su causa. ¿Todos los que siguieron a Cristo, lo siguieron incluso hasta la gloria?. ¡Ah, aquí es donde yo venero el misterio profundo y adoro en silencio los abismos de los decretos divinos, en lugar de decidir precipitadamente sobre este asunto tan importante !. El tema que estaré tratando hoy es uno muy grave; ha causado que incluso los pilares de la Iglesia tiemblen, ha llenado a los más grandes santos de terror y ha poblado los desiertos de anacoretas. El objetivo de esta catequesis es decidir acerca de si el número de cristianos que se salvan es mayor o menor al número de cristianos que son condenados; lo cual espero que produzca en ustedes un temor saludable acerca de los juicios de Dios.
    Hermanos, por el amor que siento por ustedes,  me gustaría ser capaz de tranquilizarlos  con la esperanza de la felicidad eterna  diciéndoles a cada uno de ustedes: Es seguro que irás al paraíso; el mayor número de los cristianos se salva, por lo que también tú te salvarás. ¿Pero cómo puedo darles esta dulce garantía si se rebelan contra los decretos de Dios como si fueran sus  peores enemigos?. Observo en Dios un deseo sincero de salvarlos, pero encuentro en ustedes una decidida inclinación  a ser condenados. Entonces, ¿qué haré hoy si hablo con claridad?. Seré desagradable para ustedes. Pero si no hablo, seré desagradable para Dios.
    Por lo tanto, voy a dividir éste tema en dos puntos. En el primero, para llenarlos de terror, voy a dejar que los teólogos y los Padres de la Iglesia decidan sobre este asunto y declaren que el mayor número de los cristianos adultos son condenados; y, en  silencioso fervor  de este terrible misterio, me guardaré mis sentimientos . En el segundo punto trataré de defender la bondad de Dios de los impíos, al demostrarles que los que son condenados son condenados por su propia malicia, porque querían ser condenados. Entonces, aquí hay dos verdades muy importantes. Si la primera verdad les asusta, no me guarden rencor, como si yo quisiera hacer a ustedes el camino hacia el Cielo más estrecho , porque quiero ser neutral en éste asunto; sino mas bien guárdenle rencor a los teólogos y a los Padres de la Iglesia, quienes grabarán esta verdad en sus corazones con la fuerza de la razón. Si ustedes son desilusionados por la segunda verdad, den gracias a Dios por esta, pues Él sólo quiere una cosa: que ustedes le den sus corazones totalmente a Él. Por último, si me obligan a decir claramente lo que pienso, lo haré para su consuelo.
 
La enseñanza de los Padres de la Iglesia:
    No es vana curiosidad, sino mas bien una precaución saludable proclamar desde lo alto del púlpito ciertas verdades que sirven maravillosamente para contener la indolencia de los libertinos, que siempre están hablando de la misericordia de Dios y de lo fácil que es convertirse, que viven sumidos en toda clase de pecados y se quedan profundamente dormidos en el camino al infierno. Para desilusionarlos y para despertarlos de su letargo, hoy vamos a examinar esta gran pregunta: ¿Es el número de cristianos que se salva mayor que el número de cristianos que se condena?.
    Almas piadosas, pueden irse; éste sermón no es para ustedes. Su único propósito es detener el orgullo de los libertinos que echan fuera de sus corazones el santo temor de Dios  y unen sus fuerzas con las del diablo, que según la opinión de Eusebio, condenan a las almas, induciéndoles a una falsa seguridad. Para resolver esta duda, pongamos a los Padres de la Iglesia, tanto griegos como latinos, por un lado; por el otro, a los teólogos más sabios e historiadores más eruditos; y dejemos la Biblia en el centro para que todos la vean. Ahora, no escuchen lo que yo voy a decir - pues ya he dicho que no quiero hablar por mí mismo o decidir al respecto -, sino mas bien escuchen lo que estas grandes mentes tienen que decirles, ya que ellos que son faros en la Iglesia de Dios para dar luz a los demás para que no pierdan el camino al Cielo. De esta manera, guiados por la triple luz de la fe, la autoridad y la razón, vamos a ser capaces de resolver con certeza este grave asunto .
  Tengan en cuenta que no se trata aquí de la raza humana en su conjunto, ni de todos los católicos sin distinción, sino sólo de los católicos adultos, que tienen libere albedrío y por tanto son capaces de cooperar en el gran asunto de su salvación. Primero consultemos a los teólogos reconocidos para examinar las cosas con más cuidado y no exagerar en su enseñanza; escuchemos a dos sabios cardenales, Cayetano y Belarmino. Ellos enseñan que el mayor número de los cristianos adultos son condenados, y y si yo tuviera el tiempo para señalar las razones en las que se apoyan, ustedes  se convencerían por ustedes mismos. Pero me limitaré aquí a citar a Suárez. Quien después de consultar a todos los teólogos y de hacer un estudio diligente del asunto, escribió:, "La opinión más común que se sostiene es que, entre los cristianos, hay más almas condenadas que almas predestinadas."
 
    Añadan la autoridad de los padres griegos y latinos a la de los teólogos, y ustedes encontrarán que casi todos dicen lo mismo. Ésta es la opinión de san Teodoro, san Basilio, san Efrén y san Juan Crisóstomo. Es más, según Baronio era una opinión común entre los padres griegos que esta verdad fue revelada  expresamente a San Simeón Estilita y que después de esta revelación,  para asegurar su salvación fue que él decidió vivir en lo alto de un pilar durante cuarenta años, expuesto a la intemperie, un modelo de penitencia y de santidad para todos. Ahora vamos a consultar a los Padres latinos. Ustedes escucharán a San Gregorio diciendo claramente: "Muchos alcanzan la fe, pero pocos hasta el reino celestial." San Anselmo declara: "Son pocos los que se salvan." San Agustín afirma aún más claramente: "Por lo tanto, pocos se salvan en comparación con aquellos que se condenan". El más terrible, sin embargo, es San Jerónimo. Al final de su vida, en presencia de sus discípulos, él dijo estas terribles palabras: "De cien mil personas que siempre vivieron mal, apenas se encuentra  una que es digna de indulgencia."

Las palabras de la Sagrada Escritura:
    Pero ¿por qué buscar las opiniones de los Padres y teólogos, cuando la Sagrada Escritura resuelve la pregunta con tanta claridad?. Busquen en el Antiguo y Nuevo Testamento, y ustedes encontrarán una multitud de figuras, símbolos y palabras que señalan claramente esta verdad: muy pocos se salvan. En el tiempo de Noé, la raza humana entera quedó sumergida por el Diluvio, y sólo ocho personas se salvaron en el Arca. San Pedro dice: "Esta arca, es la figura de la Iglesia", mientras que San Agustín, añade, "Y estas ocho personas que se salvaron significa que muy pocos cristianos se salvan, porque son muy pocos los que sinceramente renuncian al mundo, ya que aquellos que renuncian al mundo sólo con palabras no pertenecen al misterio que representa esta arca." La Biblia también nos dice que sólo dos hebreos de dos millones entraron en la Tierra Prometida después de salir de Egipto, y que sólo cuatro escaparon del fuego de Sodoma y de las otras ciudades que se incendiaron y perecieron con ésta. Todo esto significa que el número de los condenados que será arrojado al fuego como paja es mucho mayor que la de los salvados, que el Padre celestial un día reunirá  como trigo precioso en sus graneros.
    No acabaría si yo tuviera que señalar todas las figuras, con las que la Sagrada Escritura confirma esta verdad; contentémonos con escuchar al oráculo viviente de la Sabiduría Encarnada. ¿Qué le respondió Nuestro Señor a aquel hombre curioso en el Evangelio que le preguntó: "Señor, ¿son pocos los que se salvan?". ¿ Acaso nuestro Señor  Guardó silencio?. ¿ Acaso Respondió con dificultad?. ¿Acaso Ocultó su pensamiento por temor a asustar a la gente?. No. Interrogado por uno solo, se dirigió a todos los presentes. Y les dice: "¿Ustedes me preguntan si sólo unos pocos se salvan?". He aquí mi respuesta: "Esforzaos por entrar por la puerta angosta; porque muchos, os digo, tratarán de entrar y no podrán." ¿Quién está hablando aquí? Es el Hijo de Dios, la Verdad Eterna, que en otra ocasión, dice más claramente: "Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos." Él no dice que todos son llamados y que, de todos los hombres, pocos son los elegidos, sino que muchos son los llamados; lo que significa, como explica San Gregorio , que de todos los hombres, muchos son los llamados a la Verdadera Religión, pero de ellos pocos se salvan. Hermanos, estas son las palabras de Nuestro Señor Jesucristo. ¿Son claras?. Son verdaderas. Díganme ahora si es posible que ustedes tengan fe en sus corazones y no tiemblen.

La salvación en los diferentes Estados de Vida:
    ¡Ah!, Pero, veo que al hablar de esta manera de todos en general, se pierde mi propósito. Así que vamos a aplicar esta verdad a varios estados, y ustedes comprenderán que tendrían que renunciar a  la razón, la experiencia y el sentido común de los fieles, o confesar que la mayoría de los católicos  se condenan. ¿Existe acaso algún estado en el mundo más favorable a la inocencia en el que la salvación parece más fácil y del cual la gente tiene una idea más elevada que  el Estado  de los sacerdotes, los lugartenientes de Dios?. A primera vista, quién no creería que la mayoría de ellos no sólo son buenos sino incluso perfectos; sin embargo, estoy horrorizado cuando escucho a San Jerónimo declarar que aunque el mundo está lleno de sacerdotes, apenas uno de cada cien está viviendo de  manera conforme con su estado; cuando oigo a un siervo de Dios diciendo que acredita que ha conocido por revelación que el número de sacerdotes que caen en el infierno cada día es tan grande que le parece imposible que quede alguno en la tierra; cuando oigo a San Juan Crisóstomo exclamando con lágrimas en sus ojos, "Yo no creo  que muchos sacerdotes se salven; creo  lo contrario, creo que el número de los que se condenan es mayor."
 
    Mira aún más alto, y mira a los prelados de la Santa Iglesia, pastores que tienen a su cargo las almas. ¿Es el número de los que se salvan entre ellos mayor al número de los que son condenados?. Escuchen a Cantimpré; él les contará un evento que sucedió, y ustedes podrán sacar las conclusiones. Hubo un sínodo que se celebró en París, y un gran número de obispos y pastores que tenían a cargo las almas estuvieron presentes; el rey y los príncipes con su presencia también añadieron lustre a esa asamblea. Fue invitado a predicar un famoso predicador . Mientras estaba preparando su sermón, un horrible demonio se le apareció y le dijo: "Deja tus libros a un lado. Si quieres dar un sermón que será útil para los príncipes y prelados, conténtate con decirles esto de nuestra parte, 'Nosotros los príncipes de las tinieblas les agradecemos, príncipes, prelados y pastores de almas, que debido a su negligencia, la mayor parte de los fieles se condenen; además, les estamos guardando una recompensa a ustedes por éste favor, para cuando ustedes estén con nosotros en el Infierno."
 
    ¡Ay de vosotros que mandan a otros!. Si tantos son condenados por vuestra culpa, ¿qué va a pasar con ustedes?. Si pocos de los que siendo los  primeros en la Iglesia de Dios se salvan ¿que va a pasar con ustedes?. Tomemos todos los estados, ambos sexos, todas las condiciones: esposos, esposas, viudas, mujeres jóvenes, hombres jóvenes, soldados, comerciantes, artesanos, pobres y ricos, nobles y plebeyos. ¿Qué podemos decir acerca de todas estas personas que están viviendo tan mal?. El siguiente relato de San Vicente Ferrer les mostrará lo que ustedes pueden pensar de esto. Cuenta que un archidiácono en Lyon renunció a su cargo y se retiró a un lugar desierto para hacer penitencia, y que murió al mismo día y hora que San Bernardo. Después de su muerte, se le apareció a su obispo y le dijo: "Sepa, Monseñor, que en el mismo momento de mi muerte, treinta y tres mil personas también murieron. De esta cifra, Bernardo y yo fuimos al Cielo sin demora, tres se fueron al purgatorio, y todos los demás cayeron en el Infierno."
 
    Nuestras crónicas franciscanas relatan un suceso aún más terrible. Uno de nuestros hermanos, bien conocido por su doctrina y santidad, estaba predicando en Alemania. Describió  la fealdad del pecado de impureza tan fuertemente que una mujer cayó muerta de tristeza en frente de todos. Luego, volviendo a la vida, dijo, "Cuando estaba presente ante el Tribunal de Dios, sesenta mil personas llegaron al mismo tiempo de todas partes del mundo; de ese número, tres se salvaron y fueron al purgatorio, y todo el resto fueron condenadas."
 
    ¡Oh abismo de los juicios de Dios!. ¡Fuera de treinta mil, sólo cinco se salvaron! ¡Y fuera de sesenta mil, sólo  se salvaron tres y fueron al purgatorio!. Ustedes pecadores que me están escuchando, ¿en qué categoría van a ser contados?... ¿Qué dicen?... ¿Qué piensan?...
    Veo que casi todos ustedes bajan la cabeza, llenos de asombro y horror. Pero vamos a poner nuestro estupor a un lado, y en lugar de centrarnos en nosotros mismos, tratemos de sacar algún provecho de nuestro miedo. ¿No es cierto que hay dos caminos que conducen al Cielo: la inocencia y el arrepentimiento?. Ahora bien, si les demuestro que muy pocos toman uno de estos dos caminos, como personas racionales llegarán a la conclusión de que muy pocos se salvan. Y para  probarlo pregunto: ¿en que edad, empleo o condición encontrarán que el número de los malos no es cien veces mayor al de los buenos?, y sobre el cual uno podría decir, "Los buenos son tan raros y los malvados son un número tan grande". Podríamos decir de nuestro tiempo lo que Salviano dijo del suyo: Es más fácil encontrar una innumerable multitud de pecadores, inmersos en toda clase de iniquidades que a unos pocos hombres inocentes. ¿Cuántos funcionarios son totalmente honestos y fieles en sus deberes?, ¿cuántos comerciantes son justos y equitativos en su comercio?, ¿cuántos artesanos exactos y veraces?, ¿cuántos vendedores desinteresados y sinceros?, ¿cuántos hombres de la ley no abandonan la equidad?, ¿cuántos soldados no pisotean al inocente?, ¿cuántos patrones no retienen injustamente el salario de quienes les sirven, o no tratan de dominar a sus inferiores?. En todas partes, los buenos son raros y los malvados muy numerosos. ¿Quién no sabe que hoy en día hay tanta inmoralidad, entre los hombres adultos, libertinaje entre los jóvenes, engreimiento entre las mujeres, desenfreno en la nobleza, perversión en la clase media, vicios en el pueblo, indecencia entre los pobres?, de manera que podríamos decir lo que David dijo de su época: "Todos por igual se han ido por mal camino... no hay ni siquiera uno que haga el bien, ni siquiera uno".
    Vayan a la calle y la plaza, al palacio y la casa, a la ciudad y al campo, al juzgado y al tribunal de justicia, e incluso al templo de Dios. ¿Dónde vas a encontrar la virtud? "¡Ay!" grita Salviano, "a excepción de un número muy pequeño que huye del mal, ¿qué es la asamblea de los cristianos si no un sumidero de vicio?". Todo lo que podemos encontrar en todas partes es el egoísmo, la ambición, la gula y el lujo. ¿No están la mayoría de los  hombres contaminados con el vicio de la impureza? ,¿y no esta San Juan en lo correcto al afirmar que: "El mundo entero - si se le  puede llamar así a algo tan vil- está sentado en la perversión". Yo no soy el que les dice esto; la razón los obliga a ustedes a creer que de todos aquellos que viven tan mal, muy pocos se salvan.
 
    Pero ustedes me dirán:¿ Es que no puede la penitencia reparar la pérdida de la inocencia? Eso es cierto, lo reconozco. Pero también sé que la penitencia es muy difícil de practicar, hemos perdido este hábito por completo, y es tan abusado por los pecadores, que esto por sí solo debería ser suficiente para convencerlos de que muy pocos se salvan por este camino. ¡Oh, cuán empinada, estrecha, espinosa, horrible de  contemplar y difícil de escalar que es!. Dondequiera que miremos, vemos rastros de sangre y cosas que atraen tristes recuerdos. Muchos flaquean ante ella. Muchos se retiran al primer momento. Muchos caen de cansancio en la mitad del camino, y muchos se rinden miserablemente al final. ¡Y cuán pocos son los que perseveran en ella hasta la muerte!. San Ambrosio dice que es más fácil encontrar hombres que han conservado su inocencia que encontrar hombres que han hecho  apropiada penitencia.
  Si se tiene en cuenta el sacramento de la penitencia, ¡hay tantas confesiones inválidas, tantas excusas estudiadas, tantos arrepentimientos engañosos, tantas falsas promesas, tantas resoluciones inútiles, tantas absoluciones inválidas!. ¿ Acaso se considera como válida la confesión de alguien que se acusa de pecados de impureza , se aferra a ellos y no huye de la ocasión de pecar?, ¿o de alguien que se acusa de injusticias evidentes, sin la intención de hacer la reparación  debida  por ellas?, ¿o de alguien que cae de nuevo en las mismas iniquidades después de ir a la confesión?. ¡Oh, qué horribles abusos los  de tan gran sacramento! Uno se confiesa para evitar la excomunión, otro para tener una reputación como penitente. Uno se libera de sus pecados para calmar su remordimiento, otro los oculta por vergüenza. Uno los acusa imperfectamente por malicia, otro los dice por costumbre. Uno no tiene la intención de  la verdadera finalidad del sacramento, a otro le falta la contrición necesaria, y a otro el firme propósito. Pobres confesores, ¿qué esfuerzos hacen ustedes para atraer al mayor número de los penitentes a estos actos y resoluciones, sin los cuales la confesión es un sacrilegio, la absolución una condena y la penitencia una ilusión?.
    ¿Dónde están ahora, los que creen que el número de los que se salvan entre los cristianos es mayor que el de los condenados y aquellos quienes, para aprobar su propia opinión, razonan de esta manera: la mayor parte de los católicos adultos mueren en sus camas, protegidos con los sacramentos de la la Iglesia, por consiguiente, la mayoría de los católicos adultos se salvan?. ¡Oh, qué buen razonamiento!. Ustedes deben decir exactamente lo contrario. La mayoría de los católicos adultos se confiesan mal en la muerte, por lo tanto la mayoría de ellos están condenados. Digo esto "con la mayor certeza", porque, para una persona moribunda que no se ha confesado bien cuando se encontraba en buen estado de salud, le será aún más difícil hacerlo cuando esté en cama con un corazón pesado, una cabeza inestable, una mente confusa; ya que aún se sigue oponiendo al bien de muchas maneras porque se encuentra aferrado a las cosas malas, por ocasiones de pecado aún recientes, por hábitos adoptados, y sobre todo porque los demonios  buscan todos los medios para echarlo al infierno. Ahora bien, si se agrega a todos estos falsos penitentes  todos los otros pecadores que mueren inesperadamente en el pecado, ya sea debido a la ignorancia de los médicos o por culpa de sus familiares, los que mueren por envenenamiento o al ser enterrados en los terremotos, o por un accidente cerebrovascular, o en una caída, o en el campo de batalla, en una pelea, en una trampa, alcanzados por un rayo, quemados o ahogados, ¿No os veis obligados a concluir que la mayoría de adultos cristianos se condenan? Ese es el razonamiento de San Juan Crisóstomo. Este santo dice que dice que la mayoría de los cristianos están caminando en el camino al infierno durante toda su vida. ¿Por qué, entonces, están tan sorprendidos de que el mayor número se va al infierno?. Para llegar a una puerta, ustedes deben tomar el camino que conduce allá. ¿Qué tienen que responder a esta poderosa razón?.
    Ustedes me dirán esta respuesta, es que la misericordia de Dios es grande. Sí, para los que le temen, dice el Profeta, pero grande es su Justicia para los que no le temen, y condena a todos los pecadores obstinados.
    Así que me dirán: Bueno, entonces, ¿para quién es el paraíso, si no es para los cristianos?. Es para los cristianos, por supuesto, pero para aquellos que no deshonran su carácter de cristianos y que viven como cristianos. Además,  si al número de adultos cristianos que mueren en gracia de Dios, se añade el de innumerable niños que mueren después del bautismo y antes de llegar a la edad de la razón, no se sorprenderán de que San Juan el Apóstol, hablando de los que se salvan, dice, "vi una gran multitud que nadie podía contar".
    Y esto es lo que engaña a aquellos que pretenden que el número de los que se salvan entre los católicos es mayor del que los que son condenados... Si a ese número, se añade el de los adultos que han mantenido la túnica  de la inocencia, o que después de haberlo manchado, lo han lavado con las lágrimas de la penitencia, es cierto que se salva un gran número, y esto  explica las palabras de San Juan, "Yo vi una gran multitud", y estas otras palabras de nuestro Señor, "Muchos vendrán de oriente y de occidente, y harán fiesta con Abraham, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos", igualmente explica las otras figuras que suelen citarse a favor de esa opinión. Pero si estamos hablando de los cristianos adultos, la experiencia, la razón, la autoridad, la omnipotencia y la Escritura, todos están de acuerdo en aprobar que el mayor número es condenado. No creas que por esto, el paraíso está vacío; por el contrario, es un reino muy poblado. Y si los condenados son "tan numerosos como la arena en el mar", los salvados son "tan numerosos como las estrellas del cielo", es decir, tanto el uno como el otro son innumerables, aunque en proporciones muy diferentes.
 
    Un día San Juan Crisóstomo, predicando en la catedral de Constantinopla, y teniendo en cuenta estas proporciones, no pudo evitar estremecerse de horror y preguntar: "Fuera de éste gran número de personas, ¿cuántos creen que se van a salvar?" Y sin esperar una respuesta, añadió, “entre  miles de personas, no encontraríamos un centenar que se salvasen, e incluso dudo de los cien”. ¡Qué cosa tan horrible!. El gran santo cree que de miles  personas, apenas cien se salvarían, y aun peor, no estaba seguro de esa cifra. ¿Qué será de ustedes que me están escuchando?. ¡Dios mío, no puedo pensar en esto sin estremecerme!. Hermanos, el problema de la salvación es una cosa muy difícil, pues de acuerdo a las máximas de los teólogos, cuando un fin exige grandes esfuerzos, sólo unos pocos logran alcanzarlo.
    Por eso, Santo Tomás, el Doctor Angélico, después de considerar todas las razones a favor y en contra , en su inmensa erudición, finalmente llegó a la conclusión de que el mayor número de  católicos adultos se condenan. Él dice, “Debido a que la gracia sobrenatural sobrepasa al estado natural, sobre todo porque  éste ha sido privado de la gracia original, es un pequeño número el que se salva.”
    Entonces, quítense las vendas de los ojos que los están enceguecido con el amor propio, que les impide creer una verdad tan obvia dándoles falsas ideas  acerca de la Justicia de Dios. “Padre Justo, el mundo no te ha conocido “, dijo Nuestro Señor Jesucristo. Él no dice “Padre Todopoderoso, bondadoso y misericordioso.” Dice “Padre Justo”,  por lo que podemos entender que, de todos los atributos de Dios, ninguno es más conocido que su Justicia, , porque los hombres se niegan a creer lo que tienen miedo a experimentar. Por lo tanto, quítense las vendas que cubren sus ojos y digan entre lágrimas: ¡Ay!. ¡El mayor número de católicos, el mayor número de personas que viven aquí, incluso tal vez de los que están en esta asamblea, se condenará!. ¿Qué asunto podría ser más merecedor de sus lágrimas?.
    El rey Jerjes (El rey Asuero), de pie sobre una colina, mirando a su ejército de cien mil soldados en orden de combate, y considerando que de todos ellos no habría un solo hombre vivo en cien años, no pudo contener sus lágrimas. ¿Acaso No tenemos más razón para llorar al pensar que de tantos católicos, el mayor número se condenarán?. ¿Acaso este pensamiento no debería hacer que nuestros ojos derramen  ríos de lágrimas, o al menos produzcan en nuestro corazón el  mismo sentimiento de compasión que sintió un hermano agustino, Ven. Marcello de Santo Domingo? Un día, mientras estaba meditando sobre las penas  eternas, el Señor le mostró cuántas almas se iban al infierno en aquel momento y le hizo ver un camino muy amplio en el que veintidós mil reprobados iban corriendo hacia el abismo, que tropezando entre sí . El siervo de Dios se quedó estupefacto ante la vista y exclamó: “¡Oh, cuán gran número! ¡Cuán gran número! Y aún hay más en camino. ¡Jesús! ¡Jesús! ¡Qué locura!” Déjenme repetir con Jeremías: “¿Quién va a dar agua a mi cabeza, y una fuente de lágrimas a mis ojos? Lloro día y noche por los muertos de la hija de mi pueblo ”.
    ¡Pobres almas!. ¿Cómo pueden ustedes correr tan de prisa hacia el infierno?. Por piedad deténganse y escúchenme un momento!. Entienden o no lo que significa ser salvados y ser condenados por toda la eternidad. Si ustedes entienden y, a pesar de eso, no se deciden a cambiar su vida hoy mismo, a hacer una buena confesión y pisotear al mundo, en una palabra, hacen todo los esfuerzos para ser contados entre el número pequeño de los que se salvan, yo digo que no tienen la fe. Tendrían mayor excusa si no lo entienden y  hay que decir que ustedes están dementes, sería algo inconcebible  si no hacen sus máximos esfuerzos para evitar la condenación por toda la eternidad, y hacen el mayor esfuerzo para asegurarse de la salvación por toda la eternidad.
 
La Bondad de Dios:
    Tal vez ustedes todavía no creen en la terrible verdad que les acabo de enseñar. Pero son la mayoría de los teólogos altamente considerados, los Padres más ilustres que han hablado a través de mí. Entonces, ¿cómo  pueden oponerse a estas  razones  que cuentan con el apoyo de tantos personajes  y las palabras de la Escritura?. Si ustedes aún no se deciden, a pesar de esto, y si sus mentes se inclinan a la opinión contraria, ¿estos poderosos argumentos no les basta para hacerlos temblar?. Oh, ¡eso  demuestra que no les importa mucho su salvación!. En este asunto tan importante, un hombre sensato se estremece con mayor fuerza ante la más mínima duda del peligro que corre su alma, que ante la evidencia de la ruina total en otros asuntos en los que el alma no está implicada. Uno de nuestros hermanos, Giles de Asís, tenía la costumbre de decir que si un sólo hombre iba a ser condenado, él haría todo lo posible para asegurarse de que él no fuera ese hombre.
    Entonces, ¿qué debemos hacer, nosotros los que sabemos que la mayor parte de los hombres va a condenarse, incluso la mayor parte de todos los católicos?¿Qué debemos hacer?. Tomar la resolución de pertenecer al pequeño número de los que se salvan.
Alguno dirá: Si Cristo quería condenarme, ¿entonces por qué me creó?. ¡Silencio, lengua precipitada!. Dios no creó a nadie para condenarlo; sino que aquel que está condenado, está condenado porque quiere estarlo. Por lo tanto, voy a tratar de defender la bondad de mi Dios y de absolverla de toda culpa: que será el tema del segundo punto.
    Antes de continuar, vamos a juntar a un lado todos los libros y todas las herejías de Lutero y Calvino, y en el otro lado los libros y las herejías de los pelagianos y semipelagianos, y vamos a quemarlos. Algunos destruyen la gracia, otros el libre albedrío, y todos están llenos de errores; así que vamos a echarlos en el fuego. Todos los condenados tienen puesto en frente el oráculo del profeta Oseas, “Tu condenación proviene de ti”, de modo que puedan entender que todo el que está condenado, está condenado por su propia malicia y porque ha querido condenarse.
    Primero vamos a tomar estas dos verdades innegables como base: “Dios quiere que todos los hombres se salven” y “Todos necesitan de la gracia de Dios”. Ahora bien, si se demuestra que Dios quiere salvar a todos los hombres, y que para ello le da a todos ellos su gracia y todos los demás medios necesarios para obtener este fin sublime, estaremos obligados a aceptar que quien se condena debe imputarlo a su propia malicia, y que si la mayoría de los cristianos se condenan, es porque quieren. “Tu condenación proviene de ti, la ayuda de la gracia viene sólo en mí.”

Dios quiere que todos los hombres se salven:
    En cientos de lugares en la Sagrada Escritura, Dios nos dice que es realmente su deseo el salvar a todos los hombres. “Es acaso mi voluntad que el pecador muera, y no que se convierta de sus caminos? … Vivo yo, dice  el Señor. Yo no deseo la muerte del pecador. Si se convierte vivira”. Cuando alguien quiere mucho algo , se dice que se está muriendo del deseo; es una hipérbole. Pero Dios ha querido y aún quiere nuestra salvación, tanto, que murió de deseo, y sufrió la muerte para darnos vida. Esta voluntad de salvar a todos los hombres no es por lo tanto una voluntad superficial y aparente en Dios; es una voluntad real, efectiva, y benéfica;  porque Él nos provee de todos los medios más adecuados para que seamos salvos. No nos los da a nosotros para que no la consigamos; nos los da con una voluntad sincera, con la intención de que podamos obtener su efecto. Y si no lo consiguen, se muestra afligido y ofendido por ello. Incluso les ordena  a los  que van a la condenación a hacer su voluntad, a fin de ser salvados; les exhorta a esta, les obliga a esta, y si no la hacen, pecan. Y por tanto, puedan cumplir la voluntad de Dios y así ser salvados.
    Es más, porque Dios ve que ni siquiera podemos hacer uso de su gracia sin su ayuda, Él nos da otros auxilios; y si continúan ineficaces, es nuestra culpa; porque con éstas mismas ayudas, se puede abusar y ser condenados con ellas, más otro con ellas puede hacer el bien y ser salvo; incluso podríamos salvarnos con las ayudas menos poderosas. Sí, puede suceder que uno abuse de una mayor gracia y se condene, mientras que otro coopera con una gracia menor y se salva.
    San Agustín exclama: “Por tanto, si alguien se aparta de la justicia, éste es llevado por su libre voluntad, arrastrado por su concupiscencia, y engañado por su propia convicción”.    Pero para aquellos que no entienden teología, esto es lo que les tengo que decir: Dios es tan bueno que cuando ve a un pecador corriendo a su ruina, corre detrás de él, le llama, le suplica y lo acompaña hasta las puertas del Infierno, ¿qué no hará para convertirlo?. Le envía buenas inspiraciones y pensamientos santos, y en caso de que no saque provecho de ellos, Él se enoja y se indigna, Él le persigue. ¿Le golpeará?. No, Él golpea el aire y lo perdona. Pero el pecador no se convierte todavía. Dios le envía una enfermedad mortal. Sin duda, es todo para su bien. Pero, no hermanos, Dios lo cura,  y el pecador se obstina en el mal,  Dios en su misericordia, busca otro camino. Él le concede un año más, y cuando este año pasa le concede otro.
    Pero si el pecador todavía quiere arrojarse al infierno a pesar de todo esto, ¿qué hace Dios?, ¿le abandona?. No, Él lo toma de la mano, y mientras que él tiene un pie en el infierno y el otro fuera, Él le predica y le implora que no abuse de sus gracias. Ahora les pregunto, si ese hombre se condena ¿no es cierto que se condena en contra de la voluntad de Dios y porque quiere condenarse?. Ahora vengan y pregúntenme: Si Dios hubiera querido condenarme, ¿por qué me ha creado?.
    Pecador ingrato, aprende hoy de que si te condenas, no es Dios quien tiene la culpa, sino es tuya  y de tu propia voluntad. Para que te convenzas tú mismo, baja hasta las profundidades del abismo, y os traeré una de esas miserables almas condenadas ardiendo en el infierno, para que ésta les explique esta verdad a ustedes. Aquí está uno ahora: “Dime, ¿quién eres?” “Soy un pobre idólatra, nacido en una tierra desconocida, nunca oí hablar del cielo o del infierno, ni de lo que estoy sufriendo ahora”. “¡Pobre miserable! Vete, no eres al que estoy buscando”. Otro viene; ahí está. “¿Quién eres?” “Soy un cismático de los extremos de Tartaria, siempre he vivido en un estado incivilizado, casi sin saber que hay un Dios.” “Tú no eres al que quiero, regresa al infierno”. Aquí está otro. ¿Y tú quién eres? “” Soy un pobre hereje del Norte. Nací bajo el Polo y nunca vi ni la luz del sol ni la luz de la fe “. “No eres al que yo estoy buscando, regresa al infierno.”
 Hermanos, mi corazón se rompe al ver a estos desgraciados que ni siquiera sabían de la verdadera fe entre los condenados. Aun así, sabemos que la sentencia de condena fue pronunciada contra ellos y se les dijo, “tu condena proviene de ti.” Fueron condenados porque querían serlo. ¡Recibieron tantas ayudas de Dios para ser salvados! No sabemos cuántas, pero ellos lo saben bien, y ahora gritan “¡Oh Señor, tú eres justo … y tus juicios son equitativos”.
 
    Hermanos, ustedes deben saber que la creencia más antigua es la Ley de Dios, y que todos la llevamos escrita en nuestros corazones; que se puede aprender sin maestro, y que basta con tener la luz de la razón para conocer todos los preceptos de esta Ley. Por eso incluso los bárbaros se escondieron cuando cometieron pecado, porque sabían que estaban haciendo mal; y que son condenados por no haber observado la ley natural escrita en sus corazones: porque si la hubieran observado, Dios habría hecho un milagro en lugar de dejarlos  condenarse; Él les hubiera enviado a alguien para que les enseñe y les hubiera dado otras ayudas, de las que se hicieron indignos por no vivir en conformidad con las inspiraciones de su propia conciencia, que nunca dejó de advertirles del bien que deberían hacer y el mal que deberían evitar. Así que es su conciencia, la que los acusó en el Tribunal de Dios, y les dice constantemente en el infierno, “Tu condena proviene de ti.” Ellos no saben qué responder y se ven obligados a confesar que son merecedores de su suerte. Ahora bien, si estos infieles no tienen excusa, ¿habrá alguna para un católico que tenía tantos sacramentos, tantos sermones, tanta ayudas a su disposición?. ¿Cómo se atreve a decir: “Si Dios iba a condenarme, ¿por qué me ha creado?” ¿Cómo se atreve a hablar de esta manera, cuando Dios le da tantas ayudas para ser salvo? Así que terminemos frustrándole.

 
 ¡Ustedes, que están sufriendo en el abismo, contéstenme!. ¿Hay católicos entre ustedes?. “Por cierto que los hay!” . ¿Cuántos?. Que uno de ellos venga aquí! “Eso es imposible, están demasiado abajo, y para poder hacer que ellos vengan aquí tendríamos que poner todo el infierno de cabeza, sería más fácil detener a uno de los que va a caer en él”. Así pues, me dirijo a ustedes que están viviendo en el hábito del pecado mortal, en el odio, en el fango del vicio de la impureza, y que se acercan al infierno cada día. Detente, y da la vuelta, es Jesús quien te llama y quien, con Sus heridas, así como con tantas voces elocuentes, te grita a ti, “Hijo mío, si te condenas, sólo te puedes culpar a tí mismo”: “Tu condenación proviene de ti”. Alzad vuestros ojos y ved todas las gracias con las que te he enriquecido para asegurar tu salvación eterna. Te podría haber hecho nacer en un bosque en Babaria, que es lo que hice con muchos otros, pero Yo te hice nacer en la Iglesia Católica; te puse un padre tan bueno, una madre excelente, con las más puras instrucciones y enseñanzas. Si te condenas a pesar de esto, ¿quién tiene la culpa? Tu propia culpa es, Hijo mío, tu propia culpa: “Tu condenación proviene de ti”.
    “Yo te podía haber echado en el infierno después del primer pecado mortal que cometiste, sin esperar al segundo: lo hice a tantos otros, pero fui paciente contigo, te esperé durante muchos largos años. Todavía te estoy esperando hoy en la Penitencia. Si eres condenado, a pesar de todo eso, ¿de quién es la culpa?. Tu culpa es, hijo mio, tu propia culpa: 'Tu condena proviene de ti.' Tú sabes cuántos han muerto ante tus propios ojos y fueron condenados, ésta era una advertencia para ti. Tú sabes cuantos otros he puesto por el buen camino para darte el buen ejemplo. ¿Recuerdas lo que ese excelente confesor te dijo?. Yo soy el que hizo que lo dijera. ¿No te ordenó cambiar tu vida, para hacer una buena confesión?. Yo soy el que lo inspiró. ¿Recuerdas aquel sermón que tocó tu corazón?. Yo soy el que te llevó ahí. Y lo que pasó entre tú y Yo en lo secreto de tu corazón, ... que nunca podrás olvidar”.
    “Esas inspiraciones interiores, ese conocimiento claro, ese constante remordimiento de conciencia, ¿te atreves a negarlos?. Todas estas fueron tantas ayudas de Mi gracia, porque quería salvarte. Me negué a dárselas a muchos otros, y te las di a ti porque te amaba tiernamente. Hijo mío, hijo mío, si Yo les hubiera hablado con tanta ternura como me dirijo a ti hoy, ¿ cuántas otras almas hubieran vuelto al camino correcto?. Y tú... Me das la espalda. Escucha lo que te voy a decir, pues éstas son mis últimas palabras: Tú Me has costado Mi sangre; si quieres ser condenado a pesar de la sangre que derramé por ti, no Me culpes, sólo a ti mismo te puedes acusar; y por toda la eternidad, no olvides que si eres condenado a pesar de mí, eres condenado porque quieres ser condenado: “Tu condena proviene de ti”.
    Oh, mi buen Jesús, las piedras mismas se partirían al oir palabras tan dulces, expresiones tan tiernas. ¿Hay alguien aquí que quiera ser condenado, con tantas gracias y ayudas?. Si hay uno, déjenle que me escuche, y que se resista si puede.
    Baronio relata que después de la apostasía infame de Juliano el Apóstata, éste concibió un odio tan grande contra el Santo Bautismo que día y noche, buscó una manera en la que podría borrar el suyo. Con ese propósito preparo y  se dio un baño de sangre de cabra, queriendo que ésta sangre impura de una víctima consagrada a Venus pueda borrar el carácter sagrado del bautismo de su alma. Tal comportamiento te parecerá abominable a ti, pero si el plan de Juliano hubiera sido capaz de tener éxito, lo cierto es que estaría sufriendo mucho menos en el infierno.
    Pecadores, el consejo que les quiero dar sin duda les parecerá extraño; pero si ustedes lo entienden bien, es, por el contrario, inspirado por la tierna compasión hacia ustedes. Les suplico de rodillas, por la sangre de Cristo y por el Corazón de María, que cambien sus vidas, vuelvan al camino que conduce al Cielo, y hagan todo lo posible por pertenecer al pequeño número de los que se salvan. Si, por el contrario, desean continuar por el camino que conduce al infierno, al menos, encuentren una manera de borrar su bautismo. ¡Ay de ti si llevas el Santo Nombre de Jesucristo y el carácter sagrado de los cristianos grabado en tu alma al infierno!. Tu castigo será aún mayor. Así que lo que yo te aconsejo que hagas: si no deseas convertirte, ve hoy mismo y pídele a tu pastor que borre tu nombre del registro bautismal, de modo que no quede ningún recuerdo de que hallas sido alguna vez un cristiano; implora a tu ángel de la guarda que borre de su libro de gracias las inspiraciones y las ayudas que te ha dado por orden de Dios, porque ¡ay de ustedes si las recuerda!. Pídele a Nuestro Señor que tome de regreso Su Fe, Su Bautismo, Sus Sacramentos.
    ¿Estás horrorizado al pensar así?. Pues bien, échate a los pies de Jesucristo, y dile, con lágrimas en los ojos y el corazón contrito:
“Señor, confieso que hasta ahora no he vivido como cristiano. No soy digno de ser contado entre tus elegidos . Reconozco que merezco ser condenado, pero tu misericordia es grande y lleno de confianza en tu gracia, te digo que quiero salvar mi alma, aunque tenga que sacrificar mi fortuna, mi honor, y hasta mi vida, con tal que salvarme. Si he sido infiel, hasta ahora, me arrepiento, deploro, detesto mi infidelidad, te pido humildemente que me perdones por ello. Perdóname, buen Jesús, y también fortaléceme, para que pueda salvarme. No te pido  la riqueza, ni el honor ni la prosperidad, te pido una sola cosa, que salves mi alma.”
   Y tú, oh Jesús! ¿Qué dices? ¡Oh buen Pastor, mira a la oveja descarriada que vuelve a ti; abraza a este pecador arrepentido, bendice sus suspiros y lágrimas, o más bien bendice a estas fieles tuyos que están tan dispuests y que no quieren nada más que su salvación. Hermanos, a los pies de Nuestro Señor, vamos a clamar que queremos salvar nuestra alma, cueste lo que cueste. Pongámonos todos a decirle con los ojos llenos de lágrimas, “Buen Jesús, yo quiero salvar mi alma,” ¡Oh, benditas lágrimas, benditos suspiros!

Conclusión:
    Hermanos, quiero despedirlos a todos ustedes consolados hoy. Así que si preguntan mi opinión sobre el número de los que se salvan, aquí está: Sean muchos o pocos los que se salven, digo que todo aquel que quiere ser salvo, será salvo, y que nadie puede ser condenado si no quiere serlo.Y si bien es cierto que pocos se salvan, es porque hay pocos que viven bien. Por lo demás, comparen estas dos opiniones: la primera afirma que son condenados el mayor número de católicos; la segunda, por el contrario, pretende que se salvan el mayor número de católicos. Imagínense a un ángel enviado por Dios para confirmar la primera sentencia, viene a decir que no sólo  la mayoría de los católicos  se condenan, sino  que de esta asamblea, de todos los aquí presentes, uno solo se salvará. Si obedeces los mandamientos de Dios, si detestas la corrupción de éste mundo, si abrazas la cruz de Jesucristo con un espíritu de penitencia, serás ése uno que se salvará.
    Ahora imagínense al mismo ángel que regrese a ustedes para confirmar la segunda opinión. Él les dice que no sólo se salvan la mayor parte de los católicos, sino  que de todos los de esta reunión, uno solo va a ser condenado y todos los demás se salvarán. Si después de esto, continuas con tus usuras, tus venganzas, tus acciones criminales, tus impurezas, entonces serás ese uno que se condene. 
 ¿Que utilidad tiene saber si son muchos o pocos se salvan?. San Pedro nos dice: “Esfuérzate con buenas obras en hacer tu elección segura.”  Cuando la hermana de Santo Tomás de Aquino le preguntó qué debía hacer para ir al cielo, éste dijo: “te salvarás si deseas serlo.” Yo les digo lo mismo a ustedes, y aquí está la prueba de mi afirmación. Nadie es condenado si no comete pecado mortal, eso es de la fe. Y nadie comete un pecado mortal, a menos que quiera: que es una proposición teológica innegable. Por lo tanto, nadie va al infierno a menos que quiera; la consecuencia es obvia. ¿Acaso eso no es suficiente para consolarlos a ustedes?. Lloren por los pecados del pasado, hagan una buena confesión, no pequen más en el futuro, y todos serán salvos. ¿Por qué te vas a atormentar de esa manera ?. Ya que es cierto que hay que cometer pecado mortal para ir al infierno, y que para cometer pecado mortal debes de querer hacerlo, y como consecuencia, nadie va al infierno a menos que quiera. Esto no es sólo una opinión, es una verdad innegable y que reconforta; Que Dios los haga entender, y que Él los bendiga. Amén.

    Consideraciones finales
En las primeras reglas sobre el discernimiento de espíritus, San Ignacio pone de manifiesto que es típico del espíritu del mal tranquilizar a los pecadores. Por consiguiente , debemos predicar constantemente y dar lugar a la confianza y a la esperanza en el perdón y la misericordia infinitas del Señor, para que la conversión sea fácil y Su gracia, omnipotente. Pero también debemos recordar que “Dios no puede ser burlado”, y que alguien que vive habitualmente en el estado de pecado mortal está en el camino de la condenación eterna.
    Hay milagros de último minuto, pero a menos que sostengamos que los milagros son la generalidad de las cosas, estamos obligados a aceptar que para la mayoría de las personas que viven en el estado de pecado mortal, la condenación final es la posibilidad más probable.
 
Las  razones  de San Leonardo de Puerto Mauricio nos han convencido. Vale la pena escucharlas. Como con elocuencia y claridad,  el padre Lombardi  desarrollan su argumentación en en un debate público con el líder comunista italiano Spano Velio en Cagliara el 4 de diciembre de 1948. "Estoy horrorizado ante la idea de que si continúa de esta manera, usted será condenado al infierno", dijo el padre Lombardi a la Spano el marxista. Spano respondió: “Yo no creo en el infierno.” Y el padre Lombardi respondió: “Exactamente, y si continúa, será juzgado, porque para evitar ser condenado, uno debe creer en el infierno.”
 
Podríamos generalizar la respuesta del Padre Lombardi. Tal vez sea precisamente esa falta de fe a lo sobrenatural que impide que la gente llegue a una profunda apreciación de la trascendencia pastoral de la predicación del tema de San Leonardo de Puerto Mauricio en su aplicación a nuestra vida contemporánea. En cualquier caso, no es porque la moral son mejores ahora que en el tiempo de este famoso misionero . Ninguna ocasión podría ser mejor para nosotros, para aplicar este reproche del Pie Cardenal: “ Veo demasiada prudencia en todas partes, y pronto no veremos coraje en  ningún lugar, pueden estar seguro, que si seguimos de esta manera, nos vamos a morir de un "ataque de la sabiduría" No de la sabiduría divina, sin duda, porque sólo la prudencia carnal y mundana dan lugar a un conocimiento vano, que se burla del sermón de San Leonardo.”
 
    La doctrina de San Leonardo de Puerto Mauricio ha salvado y salvará innumerables almas hasta el final del tiempo. Esto es lo que dice la Iglesia en la oración del Oficio Divino, Lección Sexta, hablando de la elocuencia celestial San Leonardo: Al oírle, hasta los corazones de hierro y bronce se inclinaban fuertemente a la penitencia, a causa de la sorprendente eficacia de la predicación y el celo ardiente del predicador. Y en la oración litúrgica pedimos al Señor, “danos el poder para doblar el corazón de los pecadores endurecidos por la predicación.”
    Éste sermón de San Leonardo de Puerto Mauricio se predicó durante el reinado del Papa Benedicto XIV, que tanto amó al gran misionero.

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