Amorosísimo Dios mío, ved aquí delante de Vos a aquella miserable é ingrata criatura, que en vez de emplearse desde la hora en que comenzó a conoceros en vuestro divino servicio, ha empleado los días de su vida en vuestras ofensas. ¡Oh días de mi vida que podíais ser tan agradables a mi Dios, cómo fuisteis mal gastados y empleados contra El! ¡cómo fuisteis perdidos! no lo hizo así, Dios mío, vuestro Padre estimativo José. Oh Señor, por vuestras entrañas de misericordia y por los méritos de María vuestra verdadera Madre, y por los de vuestro fidelísimo custodio y abogado mío señor san José, os pido que no os acordéis de los yerros é ignorancias de mi vida, y concededme la gracia de poder llorar mis pecados y ejecutar cuanto os prometo, que es ser vuestro en lo por venir, tanto cuanto no lo he sido en lo pasado. Y Tú, amabilísimo Patriarca, amor de mi corazón y esperanza de mi alma atribulada; dirige hacia este infeliz que te invoca esos tus ojos piadosísimos, é interponiéndote entre mis pecados y la ira de Dios justamente excitada de ellos, alcánzame el perdón, y juntamente las virtudes generales y especiales de mi estado, con las que logre agradar a mi Redentor Jesús y desagraviarle plenamente, juntas con su preciosísima Sangre. Admíteme en el número de tus fieles siervos para que desde luego comience a obsequiarte en este mes que mi devoción señaló para honrar tu dulce memoria. Acuérdate que jamás se ha oído que desamparases al que te llamó en sus necesidades; no permitas, pues, que mis culpas, que ya arrepentido detesto, impidan que ejercites tus bondades para conmigo, antes ellas te presenten ocasión de hacer patente al mundo entero tu benignidad, tu valimiento con Dios y mi gratitud hacia Tí en la tierra y en el cielo, a donde espero, con tu ayuda, ir a alabar a la Santísima Trinidad en compañía de María, en la tuya, y en la de todos los Santos. Hago intención de ganar el mayor número posible de indulgencias con este ejercicio, y los demás que practicare en el día, y cedo estas indulgencias en favor de las santas almas del Purgatorio que la Virgen María señale: a este fin ruego a Dios por la intención de los prelados concesores y demás piadosos fines de nuestra madre la Iglesia. Amén.
CONSIDERACION I.
El templo no se hace para un hombre; se ha de levantar un edificio digno de que lo habite Dios: hablo, pues, de una obra magnífica, y de un templo a todas luces grandes, que sirva de palacio de la majestad del soberano Dios de Israel (Paralipom, 29, 1). Si este es el plan de los pensamientos de David, ¿cuáles serían los designios de aquel Señor que tiene a su arbitrio las grandezas, cuando preparó padre al Dios humanado, y esposo digno por la semejanza en virtudes y privilegios de la Reina del cielo y de la tierra? Baste decir, que pensar de José cosas que no sean grandes, seria agraviar la conducta de aquel Señor que no tiene semejante en los aciertos. En efecto, José, como padre existimativo de Jesús, se hizo vicario y sustituto del Padre Eterno; y compañero del Espíritu Santo, como Esposo dignísimo de Aquella, que ni tuvo a quien imitar, ni ha tenido quien la siga en el esplendor de sus perfecciones: así es que José fué óptimo por las virtudes y por los privilegios con que Dios le enriqueció. Era de la famosa tribu de Judá, y de la sangre de David por la rama de Salomón, que era la real; y como descendiente de aquel gran monarca de Israel, gran profeta y gran santo, contó entre sus ilustres progenitores diez jueces, tres capitanes del pueblo de Dios, trece patriarcas y veintidós augustos soberanos. Primogénito de Jacob según la naturaleza, se decía hijo legal de Helí, viniendo a ser también pariente de su purísima Esposa en segundo grado de consanguinidad, y pariente de Jesús en tercer grado; y, atentos su sexo y genealogía, heredero del trono de David, cuyo derecho trasmitió al morir a Jesús, su hijo propio y legítimo, bien que no lo fuese por naturaleza, sino solo por ser José marido de María siempre Virgen, verdadera madre del Hombre Dios por obra del Espíritu Santo.
ORACIÓN
Oh José, cielo excelso é inmenso en que lucen y caben el Sol Jesús tu hijo estimativo, y la Luna María tu verdadera esposa, ¡y tantos ángeles, como estrellas, que les servían! Con cuánta alegría levanto mis ojos a contemplar tu grandeza, y cómo salta mi corazón de regocijo considerando la magnificencia de tu gloria! ¡Ah, con razón mi alma se abre a la confianza y al amor, considerando que eres mi padre! Ya no me espanta el abismo de miseria y pecados en que estoy caído, porque extendidos mis brazos hacia Tí, estoy seguro de que me levantarás a tu cielo, obteniéndome el dolor del arrepentimiento y las lágrimas de la penitencia. ¿Por ventura te negarían algo Jesús y María cuando les pidas la salvación de mi alma reprobada por sus culpas? Mientras viva en carne mortal las puertas del infierno no se cerrarán sobre mí, y tu eficaz protección alcanzará que sea borrada mi sentencia de eterna condenación rubricada de mis delitos. No dejaré, pues, de estar llamando á las puertas de tu piedad, y estoy seguro de que no han de quedar defraudadas mis esperanzas. Desde este lugar en que estoy postrado en tu presencia, te envió los suspiros de mi corazón agradecido y los ayes de dolor por mis maldades; óyeme, José, y despáchame, por María y tu Hijo bendito. Amén.
APOSTOLADO DE LA PIEDAD POPULAR
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