R. Señor, danos sacerdotes santos.
V. Para que nos acompañen a la hora de nuestra muerte, y ofrezcan la Santa Misa por nosotros



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viernes, 19 de junio de 2020

El Sagrado Corazón de Jesús es el remedio contra el liberalismo, el racionalismo, el egoísmo, el orgullo y el libertinaje de la sexualidad

 

El Papa Pío IX con la devoción al Sagrado Corazón combatió el racionalismo y el liberalismo.

"El Papa Pío IX veía en el Sagrado Corazón un remedio contra el liberalismo, cuando aprobaba, por la Consagración solemne del 16 de junio de 1875, una fórmula en la cual se encuentra una oración por la conversión de los católicos liberales. (El Sagrado Corazón de Jesús, autor P. Julio Chevalier MSC: Remedio de los males de la sociedad libro III cap. 3) 

 

   
EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS, REPARACIÓN CONTRA EL JUDAÍSMO, MASONERÍA Y LIBERALISMO
 
Traducción del artículo publicado en RADIO SPADA.
 Publicado por Miles Christi resístens

 

 
 
 

Los orígenes de esta fiesta son de hecho similares a la del Santísimo Sacramento. El simbolismo del costado de Jesús abierto por la lanza de Longinos, y del cual salieron sangre y agua, es ya conocido por los antiguos Padres de la Iglesia: San Agustín y San Juan Crisóstomo tienen en las espléndidas páginas sobre la Iglesia que, radiante de juventud, salió del costado del nuevo Adán adormecido sobre la Cruz, así también que los divinos Sacramentos brotados del Corazón amante del Redentor.
   
La tradición patrística fue conservada y desarrollada por obra de la escuela ascética benedictina; así que, cuando finalmente en el siglo XII el santo Abad de Claraval orienta la piedad mística de sus monjes hacia un culto tan especial a la humanidad del Salvador, la devoción al Sagrado Corazón en el sentido que ahora, se puede decir ya nada. De la simple meditación sobre las llagas de Jesús, la escuela benedictina pasó a la particular devoción por la del Costado, y a través del costado traspasado por la lanza de Longinos, penetraba en lo íntimo del Corazón, herido sin embargo por la lanza del amor. El Corazón de Jesús representa para San Bernardo aquel foro de la roca, en el cual el Divino Esposo invita a su paloma a buscar el refugio. El hierro del soldado ha llegado hasta el Corazón del Crucificado, para desvelarnos todos los secretos de amor. Él de hecho nos ha revelado el gran misterio de su misericordia, aquellas entrañas de piedad que lo han inducido a descender del cielo para visitarnos [1].
   
Los discípulos de San Bernardo estaban desarrollando maravillosamente la doctrina mística del Maestro, cuando intervinieron las grandes revelaciones del Sagrado Corazón de Jesús a Santa Lutgarda († 1246), a Santa Gertrudis y a Santa Matilde. A Santa Lutgarda el Señor intercambió un día el corazón de ella con el suyo; y una noche en la cual la Santa, no obstante la enfermedad, se hallaba despierta para el oficio vigiliar, Jesús por recompensa la invitó a acercar sus labios a la herida de su Corazón, donde Lutgarda bebió tan grande suavidad de espíritu, que en seguida encontró siempre una gran fuerza y facilidad en el servicio del Señor. Hacia el 1250 sigue la conocida revelación del Sagrado Corazón a la célebre Matilde de Magdeburgo, que más tarde hizo parte de la Comunidad de Helfta, en la cual ya vivían Santa Gertrudis y Santa Matilde. «En mis grandes sufrimientos, escribe ella, Jesús me mostró la llaga de su Corazón, y me dice: ¡Mira qué mal me han hecho!». Esta aparición la impresionó vivamente; tanto que después de este tiempo la pía religiosa no cesó de contemplar este Corazón apasionado y ultrajado, pero que al mismo tiempo se le aparecía similar  a una masa de oro encendido que estaba dentro de un inmenso horno. Jesùs acercó el corazón de Matilde al suyo, para que en adelante viviese una idéntica vida.
   
Cuando después la Providencia condujo a Helfta esta pia extática de Magdeburgo, lo hizo indudablemente para acercarla a otras dos hijas de San Benito, Gertrudis y Matilde, las cuales también estaban favorecidas con similares dones. El carácter especial de la devoción de Santa Gertrudis por el Verbo encarnado, explica especialmente en su tierna devoción al Sagrado Corazón, que para ella es el símbolo del amor del Crucificado, y una especie de místico sacramento, por el cual la Santa entra a parte tanto de los sentimientos de Jesús, como de sus méritos. Un día que Gertrudis fue invitada por San Juan a reposar con él sobre el Corazón sacratísimo del Señor, ella pregunta al Evangelista por qué no había revelado a la Iglesia las delicias y los misterios de amor gustados por él en la última cena, cuando apoyó la cabeza sobre el pecho del divino Maestro. Responde San Juan que su misión era simplemente revelar a los hombres la naturaleza divina del Verbo Encarnado; mientras que el lenguaje amoroso expresado por el palpitar del divino Corazón por él escuchados, debía representar la revelación de los últimos tiempos, cuando el mundo, envejecido y enfriado, habrá de tener necesidad de calentarse por medio de este misterio llameado de amor. Así Gertrudis comprende que el apostolado del Corazón Sacratísimo de Jesús le era confiado a ella; y por eso de palabra y en sus libros ella describe toda la teología, digámoslo así, de aquella sagrada herida divina, propagando fervientemente la devoción. En esta misión evangelizatriz, ella tuvo la compañía también de la pia cantrix Mechtíldis, que igualmente fue invitada del Señor a anidar en la llaga de su Corazón.
   
Al igual que su compañera, también Santa Matilde puso por escrito sus revelaciones, en las cuales el Sagrado Corazón, ora se le parangonaba a una copa de oro donde se sacian los Santos, ora a una lámpara luminosa, ora a una lira que difunde para el cielo sus suaves armonías. Un día Jesús y Matilde se intercambiaron el corazón, de modo que la Santa desde entonces parecía respirar con el Corazón mismo de su Esposo divino.
     
Las revelaciones de las dos extáticas de Helfta encontraron un larguísimo favor, sobre todo en Alemania, en medio precisamente a un ambiente ya decididamente orientado hacia el Corazón de Jesús en gracia de la precedente influencia de la escuela benedictina. Los autores Dominicos y Minoritas siguieron también alacremente este movimiento y lo dilataron, sobre todo por medio de San Buenaventura, del Beato Enrique Susón, de Santa Catalina y San Bernardino de Siena.
   
Se llega así a los tiempos de Santa Francisca Romana, la cual en sus revelaciones sobre el Sagrado Corazón, en la cual ella se inmerge como en un océano encendido de amor, no hace sino acentuar la orientación ascética de la antigua escuela mística de los hijos de San Benito.
   
La acción de la Fundadora del monasterio Turris Speculórum en Roma, permanece, es verdad, circunscrita al ambiente romano; pero ella representa uno de los más preciosos anillos de toda una cadena de Santos y de escritores ascéticos que en Alemania, en la Bélgica y en Italia prepararon los ánimos a las grandes revelaciones de Paray-le-Monial. Cuando finalmente estas fueron comunicadas a los fieles, por obra especialmente del Beato Claudio La Colombière y del P. Jean Croiset de la Compañía de Jesús, el triunfo del Corazón de Jesús y del reino de su amor fue ahora asegurado a la devoción católica. Los Hijos de San Ignacio se dedicaron con celo especial a esta nueva forma de Apostolado del Corazón Sacratísimo de Jesús.
  
En 1765 el papa Clemente XIII aprobó un Oficio en honor del Sagrado Corazón de Jesús, que sin embargo fue concedido sólo a algunas diócesis. Pero en 1856 Pío IX, con el ánimo en el que había influído grandemente el gran restaurador de la Orden Benedictina en Francia, el abad dom Próspero Guéranger, hizo esta fiesta obligatoria para la Iglesia universal. En 1889 León XIII elevó el rito a doble de I clase.
  
 Cuando en 1765 Clemente XIII autorizó el culto litúrgico del Sagrado Corazón de Jesús, se cumple una profecía hecha hacía treinta años atrás por la santa abadesa de San Pedro de Montefiascone, María Cecilia Bai. Un día, mostrándole el Señor su Corazón a esta Sierva de Dios, le había dicho: «Vendrá un día, cuando mi Corazón procederá en gran triunfo en la Iglesia militante, y esto será en gracia de la fiesta solemne que se celebrará, con el Oficio del Sagrado Corazón. Yo sin embargo no sé –agrega la piadosa benedictina– si esto sucederá en nuestros tiempos». Bai sin embargo fue tan feliz, para poder ver finalmente este día suspirado; y entonces ciertamente ella recordó aquellas otras palabras que había oído de su Divino Esposo algunos años antes: «Verrà un tempo in cui tu farai cosa gradita al mio Cuore, facendolo adorare e conoscere ad un gran numero di persone, per mezzo del culto e degli atti di devozione che gli sono dovuti».
    
En 1899 León XIII emanó una Encíclica en la cual prescribía que todo el Orbe católico se consagrase al Corazón Sacratísimo de Jesús. El Pontífice estaba decidido en aquel acto luego de una orden formal que una piadosa Superiora del Buen Pastor de Oporto, sor María Droste zu Vischering, decía haber recibido del mismo divino Redentor, para que lo comunicase al Papa. La revelación privada presentaba pues todos los caracteres de autenticidad, y el espíritu de la hermana fue aprobado por el sabio abad de Seckau, el P. Ildefonso Schober. Fue así que el benedictino Hildebrando de Hemptinne, abad de San Anselmo sobre el Aventino, puso en obra el asunto y presentó la súplica de Droste a León XIII. El 9 de junio de 1899, cuando las campanas de todas las Iglesias del Orbe cristiano anunciaban la fiesta del Sagrado Corazón y el nuevo acto de consagración prescrito por el Papa, la Vidente de Oporto, en señal de que ahora su misión aquí era consumada, entregaba su purísima alma a Dios.
   
Últimamente, la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús conseguía por Pío XI nuevo incremento y decoro, ya que le era decretado el privilegio de Octava, al par de las mayores solemnidades del Señor. ¿Fue simple coincidencia o arcana disposición de Dios? La nueva liturgia romana para la octava de la fiesta del Sagrado Corazón, fue aprobada por el Pontífice contemporáneamente al famoso Concordato que pone finalmente término a la tan funesta Questione Romana. Al mismo tiempo, el perfecto amigo del Divino Corazón, el P. La Colombière, viene adscrito solemnemente en el albo de los Beatos, y Pío XI algunas semanas después salió finalmente del Vaticano, llevando en triunfo a Jesús Eucarístico en medio de un glorioso cortejo de sacros ministros que llegaba a las 7.000 personas.
   
 […] La herejía que caracteriza el espíritu de la hodierna sociedad, podría ser fácilmente llamada laicismo, en cuanto quiere nivelar lo divino y lo sobrenatural a la medida de las instituciones humanas, e intenta hacer reentrar la Iglesia en la órbita de las puras energías estatales. Frente al judaísmo y a la masonería que persisten todavía en el odio furibundo contra Jesús: tolle, tolle, crucifige, los católicos infectados de este laicismo y liberalismo buscan, como Pilato, un camino intermedio, y están prontos a declarar absuelto a Cristo, aunque antes se deje quitar la diadema soberana que le rodea la frente, y se contente en vivir sujeto al numen de César. Contra este doble insulto sacrílego, el Pontífice Supremo protesta mirando al Cielo y a la tierra que no hay otro Dios que el Señor, e instituyó la doble fiesta de Cristo Rey y de la Octava del Sacratísimo Corazón de Jesús. La una es la solemnidad del poder, la otra es la del amor.
   
 Debiéndose enriquecer el Breviario Romano del oficio para la octava del Sagrado Corazón, el Sumo Pontífice ha querido que la liturgia de esta solemnidad fuese enteramente rehecha. Ya se sabe que el Oficio del Sagrado Corazón tenía antiguamente un cierto carácter fragmentario y esporádico, que bien reflejaba la incertidumbre de los censores teológicos encargados de su redacción. Era un poco un oficio Eucarístico, un poco de la Pasión, por no decir después de las lecciones del tercer nocturno, escogidas un poco aquí y allá en la Patrología. Ahora Pío XI –que en su mesa de trabajo contempla siempre una bella estatua del Sagrado Corazón, en el cual solía inspirarse al tratar los negocios de la Iglesia– ha querido un oficio perfectamente orgánico; en el cual sobresaliese su unidad y al mismo tiempo pusiese en plena luz el carácter especial de la solemnidad de la fiesta del Sagrado Corazón, que no quiere ser, ni un duplicado de la fiesta del Corpus Dómini, ni una repetición de los oficios cuaresmales de la Pasión. Él por tanto ha nombrado una comisión de teólogos para la redacción del nuevo oficio, pero en sus labores ha presidido él mismo; así que después de un semestre de estudios, en los primeros albores de su quincuagésimo año sacerdotal. Pío XI ha podido ofrecer al mundo católico la nueva Misa y el Oficio para la Octava del Sagrado Corazón. El concepto que domina la entera composición, es el expresado por Jesús mismo cuando, por medio de Santa Margarita Alacoque, pidió a la familia Católica la institución de esta fiesta: «Este es el Corazón que tanto ha amado a los hombres, de los cuales todavía es amado tan poco». Trátase pues de una fiesta de reparación al Amor no amado; reparación e incluso que hace enmienda honorable glorificando precisamente los pacíficos triunfos de este Eterno Amor.
 

Cardenal ALFREDO ILDEFONSO SCHUSTER OSB, Liber Sacramentorum. Note storiche e liturgiche sul Messale Romano. Vol. V. Le nozze eterne dell’Agnello (La Sacra Liturgia dalla Domenica della Trinità all’Avvento), Torino, Marietti, 1930, págs. 92-106
NOTA
[1] Sermón 61 sobre los Cánticos, n. 3-4. En Migne, Patrología Latina CLXXXIII, cols. 1071-1072.
 
 

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