R. Señor, danos sacerdotes santos.
V. Para que nos acompañen a la hora de nuestra muerte, y ofrezcan la Santa Misa por nosotros



♰♰♰

lunes, 30 de agosto de 2021

La poderosa Coronilla en honor a San Miguel Arcángel

 Para nuestra protección y la de nuestra familia.


Se comienza la Corona rezando la siguiente invocación:

En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

V. Dios mío, ven en mi auxilio.  

R.Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Amén  

(Hacer Petición o Agradecimiento).


I. Por la intercesión de San Miguel y el Coro Celestial de los Serafines, que Dios Nuestro Señor prepare nuestras almas para recibir dignamente en nuestros corazones, el fuego de la Caridad Perfecta. Amén.

1 Padre Nuestro

3 Avemarías

II. Por la intercesión de San Miguel y el Coro Celestial de los Querubines, que Dios Nuestro Señor nos conceda la gracia de abandonar los caminos del pecado, y seguir el camino de la Perfección Cristiana. Amén.

1 Padre Nuestro

3 Avemarías

III. Por la intercesión de San Miguel y el Coro Celestial de los Tronos, que Dios Nuestro Señor derrame en nuestros corazones, el verdadero y sincero espíritu de humildad. Amén.

1 Padre Nuestro

3 Avemarías


IV. Por la intercesión de San Miguel y el Coro Celestial de dominaciones, que Dios Nuestro Señor nos conceda la gracia de controlar nuestros sentidos y así dominar nuestras pasiones. Amén.

1 Padre Nuestro

3 Avemarías 


V. Por la intercesión de San Miguel y el Coro Celestial de Potestades, que Dios Nuestro Señor proteja nuestras almas contra las asechanzas del demonio. Amén.

1 Padre Nuestro

3 Avemarías




VI. Por la intercesión de San Miguel y el Coro Celestial de las Virtudes, que Dios Nuestro Señor nos libre de todo mal y no nos deje caer en la tentación. Amén.

1 Padre Nuestro

3 Avemarías


VII. Por la intercesión de San Miguel y el Coro Celestial de los Principados, que Dios Nuestro Señor se digne llenar nuestras almas con el verdadero espíritu de obediencia. Amén.

1 Padre Nuestro

3 Avemarías

VIII. Por la intercesión de San Miguel y el Coro Celestial de Los Arcángeles, que Dios Nuestro Señor nos conceda la gracia de la perseverancia final en la Fe, y en las buenas obras, y así nos lleve a la Gloria del Paraíso. Amén.

1 Padre Nuestro

3 Avemarías

IX. Por la intercesión de San Miguel y el Coro Celestial de los Ángeles, que Dios Nuestro Señor nos conceda la gracia de ser protegidos por ellos durante esta vida mortal, y nos guíen a la Gloria Eterna. Amén.

1 Padre Nuestro

3 Avemarías

Conclusión

En honor a San Miguel.   (1 Padre Nuestro)

En honor a San Gabriel.  (1 Padre Nuestro)

En honor a San Rafael.    (1 Padre Nuestro)

En honor a nuestro ángel de la Guarda.  (1 Padre Nuestro)


Oh glorioso Príncipe, san Miguel, jefe principal de la milicia celestial, guardián fidelísimo de las almas, vencedor eficaz de los espíritus rebeldes, fiel servidor en el palacio del Rey Divino, sois nuestro admirable guía y conductor. Vos que brilláis con excelente resplandor y con virtud sobrehumana, libradnos de todo mal. Con plena confianza recurrimos a vos. Asistidnos con vuestra afable protección; para que seamos más y más fieles al servicio de Dios, todos los días de nuestra vida.


V. Rogad por nosotros, O Glorioso San Miguel,

Príncipe de la Iglesia de Jesucristo….

R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor.



Omnipotente y Eterno Dios, os adoramos y bendecimos. En vuestra maravillosa bondad, y con el misericordioso deseo de salvar las almas del género humano, habéis escogido al Glorioso Arcángel, San Miguel, como Príncipe de Vuestra Iglesia.

Humildemente os suplicamos, Padre Celestial, que nos libréis de nuestros enemigos. En la hora de la muerte, no permitáis que ningún espíritu maligno se nos acerque, para perjudicar nuestras almas. Oh Dios y Señor Nuestro, guiadnos por medio de este mismo Arcángel. Enviadle que nos conduzca a la Presencia de Vuestra Excelsa y divina Majestad. Os lo pedimos por los méritos de Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.



Promesas: A los que practican esta devoción en su honor, San Miguel promete grandes bendiciones: 

• Enviar un ángel de cada coro angelical para acompañar a los devotos a la hora de la Santa Comunión.  

• Además, a los que recitasen estas nueve salutaciones todos los días, les asegura que disfrutarán de su asistencia continua. Es decir, durante esta vida y también después de la muerte.  

• Aun mas, serán acompañados de todos los ángeles y con todos sus seres queridos, parientes y familiares serán librados del Purgatorio.

sábado, 28 de agosto de 2021

Oración de una Madre a San Agustín por sus hijos




¡Oh Dios, que iluminaste a San Agustín con Tu gracia, y lo inflamaste con Tu amor en medio de la oscuridad y las miserias de una vida de pecado, ten piedad de mi pobre alma y de las de mis hijos y parientes! Perdona nuestra ingratitud, nuestra desobediencia, nuestra falta de reverencia, nuestra indiferencia, finalmente, todas las ofensas de las cuales hemos sido culpables en contra de tu santo Nombre. Reconocemos que en este mundo no hay dolor ni castigo tan severo como el que merecemos; por lo tanto, temerosos por lo que nos estaría reservando, invocamos la intercesión de Tu santo sirvo Agustín, ¡tan inflamado de amor por Ti!

Oh santo penitente Agustín, serafín del amor divino, milagro indescriptible de la misericordia divina, obtén para nosotros de Dios un dolor verdadero, perfecto y sincero por nuestros pecados, un amor devoto y constante a Dios, un amor que triunfa sobre todas las dificultades, tentaciones y tribulaciones, un fervor sabio e incansable en la observancia de los mandamientos divinos y el cumplimiento de nuestros deberes! Ayúdanos sobre todo en la formación de nuestros hijos. ¡Mira cuántos peligros expone su virtud e inocencia en el mundo! ¡Mira cuán numerosas son las trampas y los engaños preparados para la ruina de sus almas por la carne, y a través de las palabras y el ejemplo de hombres malvados y de mente mundana! Si no reciben ayuda extraordinaria, ¿cómo pueden resistir tales tentaciones? ¡Oh, gran San Agustín, tómalos bajo tu protección! A nuestros esfuerzos en su nombre, únete con tu intercesión por ellos ante Dios. Ejerce toda tu influencia y, con la compasión de tu corazón amoroso, intercede ante la Santísima Trinidad por ellos.

No permitas que nuestros hijos, santificados en las aguas del bautismo, sean expulsados ​​de la presencia de Dios por el pecado mortal y sufran un castigo eterno. Presérvalos del más grande de todos los males aquí abajo, a saber, el de negar el amor de Jesucristo, a través del afecto a alguna criatura o el miedo a alguna desgracia. ¡No, oh gran san Agustín! ¡Más bien déjenlos a ellos y a nosotros, sus padres, morir en la gracia de Dios, que vivir para ofenderlo mortalmente! ¡Este favor te lo suplicamos por tu intercesión, oh santo hijo de una madre santa, tú que con gusto recibes y escuchas las oraciones de una madre! ¡Confío en que ya haya escuchado mis peticiones y que obtenga una respuesta favorable de Dios! Amén.



domingo, 22 de agosto de 2021

Acto de Reparación al Inmaculado Corazón de María

  




El 10 de Diciembre de 1925, se le apareció a Sor Lucía, la Santísima Virgen con el niño Jesús. Le dijo el niño: “ten compasión del Corazón de tu Santísima Madre que está cubierto de espinas, que los hombres ingratos le clavan sin cesar; sin que haya nadie que haga un acto de reparación para arrancárselas.”

Inmediatamente dijo la Santísima Virgen: “Mira hija mía, mi corazón cercado de espinas que los hombres ingratos me clavan sin cesar con blasfemias e ingratitudes. Tú al menos procura consolarme”.


13 al 21 de agosto Novena  al Inmaculado Corazón de María
 

                Mes de Agosto dedicado al Inmaculado Corazón  de la Santísima Virgen María
 
 La fiesta del Corazón Inmaculado de María fue oficialmente establecida en toda la Iglesia por el papa Pío XII, el 4 de mayo de 1944, para obtener por medio de la intercesión de María "la paz entre las naciones, libertad para la Iglesia, la conversión de los pecadores, amor a la pureza y la práctica de las virtudes".
 
Del texto de la consagración de Pío XII:
Ante tu trono nos postramos suplicantes, seguros de alcanzar misericordia, de recibir gracias y el auxilio oportuno... Obtén paz y libertad completa a la Iglesia santa de Dios; detén el diluvio del neopaganismo; fomenta en los fieles el amor a la pureza, la práctica de la vida cristiana y del celo apostólico, para que los que sirven a Dios aumenten en mérito y número

▬▬ «•❀•» ▬▬
La sabiduría no entra en un alma perversa,
ni vive en un cuerpo entregado al pecado.
Sabiduría 1 :4



 
             
 


El Mensaje del imaculado corazón de  María nos llama a:
1- La purificación. Ser puros para que Jesús resida en nosotros.
2- La consagración al Corazón Inmaculado de María, lugar seguro para alcanzar conocimiento perfecto de Cristo y camino seguro para ser llenos del Espíritu Santo.
 
 
 

ORACIÓN EN HONOR AL INMACULADO CORAZÓN DE MARIA

1. Amabilísimo Corazón de María, que ardéis continuamente en vivas llamas de amor divino; por él os suplico, Madre mía amorosísima, abraséis mi tibio corazón en ese divino fuego en que estáis toda inflamada. Avemaría y Gloria.

2. Purísimo Corazón de María, de quien brota la hermosa azucena de virginal pureza. Por ella os pido, Madre mía inmaculada, purifiquéis mi impuro corazón, infundiendo en él la pureza y castidad. Avemaría y Gloria.

3. Afligidísimo Corazón de María, traspasado con la espada de dolor por la pasión y muerte de vuestro querido Hijo Jesús, y por las ofensas que de continuo se hacen a su Divina Majestad; dignaos, Madre mía dolorida, penetrar mi duro corazón con un vivo dolor de mis pecados y con el más amargo sentimiento de los ultrajes e injurias que está recibiendo de los pecadores el Divino Corazón de mi adorable Redentor. Avemaría y Gloria.

¡Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mía!


 
 
 
Acto de Consagración de la Pureza
al Inmaculado Corazón de María


Traducido para uso interno de esta pagina


Oh Corazón Inmaculado de María, Virgen Purísima, sabiendo de los terribles peligros morales que nos amenaza por todos los lados, y consciente de mi debilidad humana, yo voluntariamente me consagro en cuerpo y alma, el día de hoy y siempre, bajo tu amoroso cuidado y tu protección materna .
Me consagro a ti, todo mi cuerpo, con todos sus miembros, pidiéndote que me ayude a no utilizarlo como una ocasión de pecado para otros. Ayúdame a recordar que mi cuerpo es "Templo del Espíritu Santo," y a utilizarlo de acuerdo con la Santa Voluntad de Dios para mi salvación personal, y la salvación de los demás.
Te consagro a ti mi alma, y te pido velar por ella y llévala al hogar seguro contigo y con Jesús en el Cielo por toda la eternidad.
Oh María, Madre mía, todo lo que soy, todo lo que tengo es tuyo. Ampárame y guárdeme debajo de tu manto de misericordia, como tu propiedad personal y posesión tuya.
Jesús, María, José os amo, salvad las almas"!
Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti . Amen

Imprimatur: Obispo Albert Zuroweste
Belleville, Illinois
 
 
 
 
ACTO DE CONSAGRACIÓN
AL CORAZÓN
INMACULADO DE MARÍA


¡Oh! Inmaculado Corazón de María, Reina del Cielo y de la Tierra, y tierna Madre de los hombres, conforme a Tu ardiente deseo revelado en Fátima, consagro a Tu Inmaculado Corazón, mi ser, mis hermanos, mi país y todo el género humano.
Reina sobre nosotros, Santísima Madre de Dios, y enséñanos a cómo hacer que el Corazón de Tu Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, reine y triunfe en nosotros, como ha reinado y triunfado en Tí.
Reina sobre nosotros, Santísima Virgen, para que seamos Tuyos en la prosperidad y en la adversidad, en la alegría y en la tristeza, en la salud y en la enfermedad, en la vida y en la muerte.
¡Oh! misericordioso Corazón de María, Reina del Cielo, vela por nuestras mentes y corazónes y aléjalos de la impureza, de la que tan dolorosamente Te lamentaste en Fátima. Ayúdanos a imitarte en todas las cosas, especialmente en la pureza. Ayúdanos a que la paz de Dios, adornada de justicia y caridad, reine en nuestro país y en el mundo entero.
Por eso, Misericordiosa Virgen y Madre, Te prometo imitar Tus virtudes mediante la práctica de una verdadera vida cristiana, sin tener en cuenta lo que otros piensen.
Estoy decidido a recibir la Sagrada Comunión constantemente y a dedicarte cinco decenas del Rosario cada día, junto con mis sacrificios, con espíritu de expiación y penitencia.
Amén
.



 
 

 
 
Sírvanos la vida de María de modelo de virginidad, cual imagen que se hubiera trasladado a un lienzo; en ella, como en espejo, brilla la hermosura de la castidad y la belleza de toda virtud. Virgen no sólo en la carne, sino también en su alma, sin que la menor doblez de malicia corrompiese la pureza de sus afectos; humilde en su corazón, prudente en las palabras, madura en el consejo, parca en su conversación [...] solícita en sus labores. A nadie hizo mal, quiso bien a todos, respetó a los mayores, fue amable para con los iguales [...]. He aquí la imagen de la verdadera virginidad. Esta fue María, cuya vida pasó a ser norma para todas las vírgenes (San Ambrosio, Trat. sobre las virgenes, 2).
 



Tres Ave-Marías en honor a la pureza de la Santísima Virgen:

1 Dios te salve, María, pura y casta antes del parto, hija de Dios Padre, llena eres de gracia, el Señor es contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

Santa María, Madre de Dios*, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

2 Dios te salve, María, pura y casta durante el parto, Madre de Dios Hijo , llena eres de gracia, el Señor es contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

Santa María, Madre de Dios*, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

3 Dios te salve, María, pura y casta después del parto, esposa de Dios Espíritu Santo, llena eres de gracia, el Señor es contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

Oración:

Dios te salve, María, pura y casta antes del parto, en el parto y después del parto Templo y Sagrario de la Santísima Trinidad concebida sin mancha alguna de pecado original Amén.

Gloria: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Oremos: Señor Dios nuestro: concédenos gozar de constante salud de alma y cuerpo, y por los ruegos de la Virgen María, líbranos de las penas de esta vida y haz que alcancemos la alegría sin fin. Por Cristo, nuestro Señor. Amén.





Al Inmaculado Corazón de María
(Para pedir un favor)

¡Corazón inmaculado de María!, desbordante de amor a Dios y a la humanidad,
y de compasión por los pecadores, me consagro enteramente a ti. Te confío la salvación de mi alma.

Que mi corazón esté siempre unido al tuyo, para que me separe del pecado,
ame mas a Dios y al prójimo y alcance la vida eterna juntamente con aquellos que amo.

Medianera de todas las gracias, y Madre de misericordia, recuerda el tesoro infinito que tu divino Hijo ha merecido con sus sufrimientos y que nos confió a nosotros sus hijos.

Llenos de confianza en tu maternal corazón, que venero y amo, acudo a ti en mis apremiantes necesidades. Por los méritos de tu amable e inmaculado Corazón y por amor al Sagrado Corazón de Jesús, obténme la gracia que pido (mencionar aquí el favor que se desea)

Madre amadísima, si lo que pido no fuere conforme a la voluntad de Dios,
intercede para que se conceda lo que sea para la mayor gloria de Dios y el bien de mi alma. Que yo experimente la bondad maternal de tu corazón
y el poder de tu pureza intercediendo ante Jesús ahora en mi vida y en la hora de mi muerte. Amén.

Corazón de María, perfecta imagen del corazón de Jesús, haced que nuestros corazones sean semejantes a los vuestros. Amén.


Salve, Regina
Salve, Regina, mater misericordiae;
vita, dulcedo et spes nostra, salve.
Ad te clamamus exsules filii Hevae.
Ad te suspiramus gementes et flentes
in hac lacrimarum valle.
Eia ergo, advocata nostra,
illos tuos misericordes oculos ad nos converte.
Et Iesum, benedictum fructum ventris tui,
nobis post hoc exsilium ostende.
O clemens, o pia, o dulcis Virgo Maria.

V. Ora pro nobis, sancta Dei Genitrix.
R. Ut digni efficamur promissionibus Christi


Oremus. Omnipotens sempiterne Deus, qui gloriosae Virginis Matris Mariae corpus et animam, ut dignum Filii tui habitaculum effici mereretur, Spiritu Sancto cooperante, praeparasti, da, ut cuius commemoratione laetamur; eius pia intercessione, ab instantibus malis et a morte perpetua liberemur. Per eundem Christum Dominum nostrum. Amen.

 
San Antonio de Padua
"Un cristiano fiel, iluminado por los rayos de la gracia al igual que un cristal, deberá iluminar a los demás con sus palabras y acciones, con la luz del buen ejemplo".   

viernes, 20 de agosto de 2021

La anti-doctrina de Bergoglio contradice las enseñanzas de San Bernardo de Claraval

 San Bernardo en contra del anti-papa judaizante.


                            San Bernardo de Claraval (Clairvaux)

 Fiesta:  20 de agosto
(1090-1153)
  Abad Cisterciense,    Doctor de la Iglesia,
el último de los Padres de la Iglesia.

San Bernardo, patrono de la defensa de la Iglesia y el Papado.

"A los herejes no se les vence con la fuerza, sino con la persuasión de la razón".
San Bernardo defendió a la Iglesia y el Papado en  contra de la infiltración judía.

San Bernardo es un gran santo católico  contra quien el apóstata Bergoglio se ensañaría, perseguiría,  atacaría y acusaría de "fundamentalista". San Bernardo  asistió a concilios, aconsejó  a los Pontífices, disputó  con los herejes, predicó en la segunda Cruzada.

Pidamos a San Bernardo que nos ayude  a combatir la herejía judaizante que promueve el anti-papa Bergoglio.

“Hacer el mal, sea quien fuere el que lo mande, no tanto será obediencia, cuanto desobediencia -porque se falta a lo que debemos a Dios-”. (San Bernardo)

Recordemos que   ante la elección del hereje Pierleoni en 1131, surgió San Bernardo de Claraval, un humilde monje cisterciense que se enfrentó a reyes, cardenales, poderosos y sabios para denunciar al usurpador que se sirvió de la simonía para la predica  de su herejía .
 
 
 Por el pecado de simonía  y por judaizante, el usurpador Pierleoni fue declarado antipapa, electo en forma inválida, aunque ya detentaba la sede papal tras una elección aparentemente canónica.


Por esta razón San Bernardo es considerado   patrono de la defensa de la Iglesia y del Papado.



Los judíos para salvarse necesitan a Cristo. Nadie va al Padre sino por el Hijo.

Los judíos para salvarse necesitan a Cristo. Nadie va al Padre sino por el Hijo. 

Bergoglio al igual que el anti-papa Anacleto II promueve la Herejía judaizante:

Skorka explica que durante su visita con Bergoglio en el Vaticano, que comenzó el 25 de septiembre de 2013, Bergoglio lo ayudó a practicar el judaísmo y observar las ceremonias de la ley mosaica y rechazó el proselitismo (esto es, tratar de convertir a Skorka al catolicismo).
 
Catena Aurea Remigio:
Se permitió, por disposición de Dios, que una vez publicada la ley de gracia, fuese destruido el templo y quedaran abolidas sus ceremonias; no fuera que alguno, siendo todavía pequeñuelo en la fe, cuando viera, que después que se había realizado todo aquello que Dios había establecido, y que los profetas habían santificado subsistía aun, retrocediese poco a poco de la verdadera fe, volviendo al judaísmo material.

Concilio de Florencia (XVII Ecuménico)


  • Las legalidades mosaicas no pueden guardarse sin pérdida de la salvación eterna



[La sacrosanta Iglesia Romana, fundada por la palabra del Señor y Salvador nuestro] firmemente cree, profesa y enseña que las legalidades del Antiguo Testamento, o sea, de la Ley de Moisés, que se dividen en ceremonias, objetos sagrados, sacrificios y sacramentos, como quiera que fueron instituidas en gracia de significar algo por venir, aunque en aquella edad eran convenientes para el culto divino, cesaron una vez venido nuestro Señor Jesucristo, quien por ellas fue significado, y empezaron los sacramentos del Nuevo Testamento. Y que mortalmente peca quienquiera ponga en las observancias legales su esperanza después de la pasión, y se someta a ellas, como necesarias a la salvación, como si la fe de Cristo no pudiera salvarnos sin ellas. No niega, sin embargo, que desde la pasión de Cristo hasta la promulgación del Evangelio, no pudiesen guardarse, a condición, sin embargo, de que no se creyesen en modo alguno necesarias para la salvación; pero después de promulgado el Evangelio, afirma que, sin pérdida de la salvación eterna, no pueden guardarse. Denuncia consiguientemente como ajenos a la fe de Cristo a todos los que, después de aquel tiempo, observan la circuncisión y el sábado y guardan las demás prescripciones legales y que en modo alguno pueden ser participes de la salvación eterna, a no ser que un día se arrepientan de esos errores. (Denzinger-Hünermann 1348. Concilio de Florencia, Decreto para los Jacobitas, 4 de febrero de 1442)
 


Concilio de Florencia (XVII Ecuménico)

  • Nadie, ni siquiera los judíos, puede salvarse fuera de la Iglesia

Firmemente cree, profesa y predica que nadie que no esté dentro de la Iglesia Católica, no sólo paganos, sino también judíos o herejes y cismáticos, puede hacerse partícipe de la vida eterna, sino que irá al fuego eterno que está aparejado para el diablo y, sus ángeles (Mt 25, 41), a no ser que antes de su muerte se uniere con ella; (Denzinger-Hünermann, 1351. Concilio de Florencia. Bula Cantate Domino, de 4 de febrero de 1442) 




San Juan Crisóstomo


  • Los judíos serán perdonados no por la circuncisión ni por otras normas, sino sólo por el Bautismo



‘Y esta será mi alianza con ellos, cuando los purifique de sus pecados’ No cuando sean circuncidados, ni cuando sacrifiquen, ni cuando cumplan las otras normas, sino cuando encuentren absolución de sus pecados. Si, pues, esto ha sido prometido, aunque todavía no ha acontecido con ellos, ni se han apartado mediante la absolución del Bautismo, tendrá lugar ciertamente. Así añade: ‘Porque los dones y el llamado de Dios son irrevocables’. (San Juan Crisóstomo, Homilía IX sobre la Carta a los Romanos, n.6. Francés. Latín-griego)

 
 
 Aniquilador de herejías y predicador de la II Cruzada contra el Islam.
 
San Bernardo en contra de la invasión  musulmana Segunda cruzada.  


Bernardo de Claraval predicando en la Segunda Cruzada en Vézelay en 1146.



El papa Eugenio III encomendó a San Bernardo  predicar en la segunda Cruzada para libertar a los Santos Lugares del poder musulmán.




Concilio de Troyes
El Concilio de Troyes fue un concilio de la Iglesia Católica, que se convocó en la ciudad francesa de Troyes el 13 de enero de 1128, con el principal objeto de reconocer oficialmente a la Orden del Temple. Se encargó a San Bernardo, abad de Claraval, y a un clérigo llamado Jean Michel la redacción de una regla durante la sesión, que fue leída y aprobada por los miembros del concilio.



Segunda Cruzada guerra Santa en contra del Islam.
 
 

«La Cristiandad medieval se sentía cercada por el mundo musulmán y consideraba al Islam como la fuerza diabólica, política y militar, que amenazaba la fe. Frente a ella, sólo la fuerza militar podría garantizar la paz y restituir la tierra de Cristo a los cristianos.» (La Cristiandad medieval ante el Islam)

 
El que, por obediencia, se somete al mal, está adherido a la rebelión contra Dios y no a la sumisión.
 (San Bernardo).
 


San Bernardo Aniquilador de herejías y predicador de la II Cruzada

 
 
 
 
«Bernardo fue el protector de la Fe contra las herejías de Pedro Abelardo y Arnaldo de Brescia, que querían renovar los antiguos errores de Arrio, Nestorio y Pelagio. Combatió también los errores de Gilberto de la Porée, Obispo de Poitiers.
 
Pero la principal herejía que el santo combatió fue la de un monje apóstata llamado Enrique, que en el Languedoc llevaba a cabo una guerra cruel contra la Iglesia, atacando los Sacramentos y los sacerdotes fieles.
El santo abad fue también llamado a predicar la II Cruzada, lo que hizo con la fuerza de su elocuencia y el poder de los milagros. Cuenta su secretario que en Alemania curó, en un solo día, nueve ciegos, diez sordos o mudos, diez paralíticos. En Mayence, la multitud que lo rodeó fue tan grande, que el Rey Conrado debió tomarlo en sus brazos para sacarlo de la iglesia.»

  

 
 
 
 
San Bernardo ruega por nosotros. 

lunes, 16 de agosto de 2021

Novena al santo que luchó contra el Islam

 


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Hoy comenzamos la novena a San Luis IX, Rey de Francia:



HAGA CLIC AQUÍ para rezar la Novena a San Luis



Fue un Rey que gobernó paternalmente a sus súbditos, pero libró una guerra implacable contra los enemigos de la Fe, dejando su tierra natal para luchar personalmente contra el Islam. 








Oración a San Luis


San Luis, rey de los franceses, coronado ahora en el cielo, gloria de los penitentes; Ruega por nosotros, miserables pecadores, a Nuestro Creador Celestial.



Ruega por nosotros, San Luis

R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Cristo.


Padre nuestro, Ave María, Gloria.


V. Lo has coronado de gloria y honra, oh Señor.

R. Y le has puesto por señor sobre las obras de tus manos.


Oremos:


Oh Dios, que trajiste al bendito Luis, tu confesor, de un reino terrenal a la gloria de un reino celestial, te suplicamos, por sus méritos e intercesión, que nos concedas ser compañeros del Rey de reyes, Jesucristo, tu Hijo. Quien vive y reina por los siglos de los siglos. Amén. 

domingo, 15 de agosto de 2021

Oraciones de Acción de Gracias por la Asunción de Nuestra Señora

 

Adora al Padre eterno con Pater, Ave y Gloria; Entonces di: Te adoro, Padre Eterno, mi Señor y mi Dios, en unión con toda la hueste celestial, dándote infinitas gracias por cada gracia y favor que has concedido a María, Santísima Virgen, tu amada hija, y , sobre todo, por esa altura de poder a la que la exaltaste con su Asunción al cielo.


Adora al Hijo Eterno con Pater, Ave y Gloria; Entonces digo yo también te adoro, Hijo Eterno, Dios mío, Señor mío y Redentor mío, en unión con toda la hueste celestial, dándote infinitas gracias por cada gracia y favor que has concedido a María, Virgen bendita, Tu bien Madre amada y, sobre todo, por el don de la más alta sabiduría con que la glorificaste en su Asunción al cielo.




Adora al Espíritu Santo con Pater, Ave y Gloria; Entonces di: Yo también te adoro, oh Espíritu Santo, el Paráclito, mi Dios y mi Señor, y en unión con todas las huestes celestiales te doy infinitas gracias por cada gracia y favor que has concedido a la Santísima Virgen, tu Santísima Virgen. Esposa amante y, sobre todo, por la caridad más perfecta y divina con que enardeciste su santísimo y purísimo corazón en el acto de su gloriosa Asunción al cielo. En nombre de tu casto Esposo, te suplico humildemente que me concedas la gracia de la remisión de todos mis pecados más graves que he cometido desde el primer momento en que pude pecar hasta el día de hoy, por lo cual me entristece sobremanera, con la firme intención de morir antes que volver a ofender a Tu Divina Majestad; y confiando en los altos méritos y la protección más poderosa de este Tu más amado Esposo, te ruego que me concedas el regalo más precioso de Tu gracia y Amor Divino, otorgándome esas luces y ayudas especiales por las cuales Tu eterna providencia ha determinado querrás mi salvación, y me traerás a ti.



Luego di tres veces:



Santa María, todos los santos y santas de Dios, interced por nosotros ante nuestro Señor, para que merezcamos su ayuda y seamos salvos. Amén.




A la Santísima Virgen:



Te reconozco y te venero, Santísima Virgen, Reina del Cielo, Señora y Señora del Universo, como Hija del Padre Eterno, Madre de su Hijo amado y Esposa muy amorosa del Espíritu Santo. Arrodillándome a los pies de tu gran majestad, con toda humildad te ruego, por esa caridad divina con la que tan generosamente fuiste enriquecida en tu Asunción al cielo, me concedas favor y piedad, poniéndome bajo tu más segura y fiel protección, y recibiéndome en el número de tus siervos felices y altamente favorecidos. Dígnate, Madre y Señora más tierna, aceptar mi miserable corazón, memoria, voluntad, poderes y sentidos, internos y externos; gobierna a todos conforme al beneplácito de tu Divino Hijo, ya que con cada uno de mis pensamientos y acciones pretendo darte gloria y honor. Y, por esa sabiduría con la que tu amado Hijo te glorificó, te ruego y te suplico que me obtengas luz para que pueda conocerme claramente a mí mismo y a mi propia nada, y en particular mis pecados, para que así pueda odiarlos y despreciarlos y que pueda discernir las trampas del enemigo infernal, y todos sus modos de ataque, sean abiertos u ocultos. Sobre todo, Madre tierna, te ruego la gracia de N._________




Di tres veces:


 Virgen de todas las vírgenes,

 A tu refugio llévanos,

 El más gentil de los gentiles,

 Castos y mansos haznos.



Oremos.



Perdona, oh Señor, perdona, te suplicamos, los pecados de tus siervos; para que nosotros, que por nuestras propias acciones no sabemos agradarte, seamos salvados por la intercesión de la Madre de tu Hijo, nuestro Señor. Por el mismo Cristo nuestro Señor. Amén. Que el todopoderoso y misericordioso Señor, Padre, Hijo y Espíritu Santo nos bendiga y nos preserve. Amén.




(Indulgencia de 300 días) 

Cuarto Dogma de Fe: La Asunción de la Santísima Virgen a los Cielos

 


“Mi cuerpo no podía marchitarse y no se marchitó” (Palabras de Nuestra Señora a Bruno Cornacciola, 1947)


Con estas palabras Nuestra Señora nos explica el Misterio de su Asunción, tres años antes de que Pío XII declarase que ésta (La Asunción de María) es un dogma de fe.
  
BULA “Munificentíssimus Deus”, SOBRE LA ASUNCIÓN DE MARÍA SANTÍSIMA COMO DOGMA DE FE

Su Santidad Pío XII
Siervo entre los Siervos de Dios
Para perpetua memoria


Se define como dogma de la Asunción de la Virgen María, en cuerpo y alma a la gloria celeste. 1-11-1950 

1. El munificentísimo Dios, que todo lo puede y cuyos planes providentes están hechos con sabiduría y amor, compensa en sus inescrutables designios, tanto en la vida de los pueblos como en la de los individuos, los dolores y las alegrías para que, por caminos diversos y de diversas maneras, todo coopere al bien de aquellos que le aman (cfr. Rom 8, 28). 

2. Nuestro Pontificado, del mismo modo que la edad presente, está oprimido por grandes cuidados, preocupaciones y angustias, por las actuales gravísimas calamidades y la aberración de la verdad y de la virtud; pero nos es de gran consuelo ver que, mientras la fe católica se manifiesta en público cada vez más activa, se enciende cada día más la devoción hacia la Virgen Madre de Dios y casi en todas partes es estimulo y auspicio de una vida mejor y más santa, de donde resulta que, mientras la Santísima Virgen cumple amorosísimamente las funciones de madre hacia los redimidos por la sangre de Cristo, la mente y el corazón de los hijos se estimulan a una más amorosa contemplación de sus privilegios. 

3. En efecto, Dios, que desde toda la eternidad mira a la Virgen María con particular y plenísima complacencia, «cuando vino la plenitud de los tiempos» (Gal 4, 4) ejecutó los planes de su providencia de tal modo que resplandecen en perfecta armonía los privilegios y las prerrogativas que con suma liberalidad le había concedido. Y si esta suma liberalidad y plena armonía de gracia fue siempre reconocida, y cada vez mejor penetrada por la Iglesia en el curso de los siglos, en nuestro tiempo ha sido puesta a mayor luz el privilegio de la Asunción corporal al cielo de la Virgen Madre de Dios, María. 

4. Este privilegio resplandeció con nuevo fulgor desde que nuestro predecesor Pío IX, de inmortal memoria, definió solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción de la augusta Madre de Dios. Estos dos privilegios están, en efecto, estrechamente unidos entre sí. Cristo, con su muerte, venció la muerte y el pecado; y sobre el uno y sobre la otra reporta también la victoria en virtud de Cristo todo aquel que ha sido regenerado sobrenaturalmente por el bautismo. Pero por ley general, Dios no quiere conceder a los justos el pleno efecto de esta victoria sobre la muerte, sino cuando haya llegado el fin de los tiempos. Por eso también los cuerpos de los justos se disuelven después de la muerte, y sólo en el último día volverá a unirse cada uno con su propia alma gloriosa. 

5. Pero de esta ley general quiso Dios que fuera exenta la bienaventurada Virgen Maria. Ella, por privilegio del todo singular, venció al pecado con su concepción inmaculada; por eso no estuvo sujeta a la ley de permanecer en la corrupción del sepulcro ni tuvo que esperar la redención de su cuerpo hasta el fin del mundo. 

6. Por eso, cuando fue solemnemente definido que la Virgen Madre de Dios, María, estaba inmune de la mancha hereditaria de su concepción, los fieles se llenaron de una más viva esperanza de que cuanto antes fuera definido por el supremo magisterio de la Iglesia el dogma de la Asunción corporal al cielo de María Virgen. 

7. Efectivamente, se vio que no sólo los fieles particulares, sino los representantes de naciones o de provincias eclesiásticas, y aun no pocos padres del Concilio Vaticano, pidieron con vivas instancias a la Sede Apostólica esta definición.
   
Innúmeras peticiones 
8. Después, estas peticiones y votos no sólo no disminuyeron, sino que aumentaron de día en día en número e insistencia. En efecto, a este fin fueron promovidas cruzadas de oraciones; muchos y eximios teólogos intensificaron sus estudios sobre este tema, ya en privado, ya en los públicos ateneos eclesiásticos y en las otras escuelas destinadas a la enseñanza de las sagradas disciplinas; en muchas partes del orbe católico se celebraron congresos marianos, tanto nacionales como internacionales. Todos estos estudios e investigaciones pusieron más de relieve que en el depósito de la fe confiado a la Iglesia estaba contenida también la Asunción de María Virgen al cielo, y generalmente siguieron a ello peticiones en que se pedía instantemente a esta Sede Apostólica que esta verdad fuese solemnemente definida. 

9. En esta piadosa competición, los fieles estuvieron admirablemente unidos con sus pastores, los cuales, en número verdaderamente impresionante, dirigieron peticiones semejantes a esta cátedra de San Pedro. Por eso, cuando fuimos elevados al trono del Sumo Pontificado, habían sido ya presentados a esta Sede Apostólica muchos millares de tales súplicas de todas partes de la tierra y por toda clase de personas: por nuestros amados hijos los cardenales del Sagrado Colegio, por venerables hermanos arzobispos y obispos de las diócesis y de las parroquias. 

10. Por eso, mientras elevábamos a Dios ardientes plegarias para que infundiese en nuestra mente la luz del Espíritu Santo para decidir una causa tan importante, dimos especiales órdenes de que se iniciaran estudios más rigurosos sobre este asunto, y entretanto se recogiesen y ponderasen cuidadosamente todas las peticiones que, desde el tiempo de nuestro predecesor Pío IX, de feliz memoria, hasta nuestros días, habían sido enviadas a esta Sede Apostólica a propósito de la Asunción de la beatísima Virgen María al cielo (1)

Encuesta oficial
11. Pero como se trataba de cosa de tanta importancia y gravedad, creímos oportuno pedir directamente y en forma oficial a todos los venerables hermanos en el Episcopado que nos expusiesen abiertamente su pensamiento. Por eso, el 1 de mayo de 1946 les dirigimos la carta Deiparae Virginis Mariae, en la que preguntábamos: «Si vosotros, venerables hermanos, en vuestra eximia sabiduría y prudencia, creéis que la Asunción corporal de la beatísima Virgen se puede proponer y definir como dogma de fe y si con vuestro clero y vuestro pueblo lo deseáis». 

12. Y aquellos que «el Espíritu Santo ha puesto como obispos para regir la Iglesia de Dios» (Hch 20, 28) han dado a una y otra pregunta una respuesta casi unánimemente afirmativa. Este «singular consentimiento del Episcopado católico y de los fieles» (2), al creer definible como dogma de fe la Asunción corporal al cielo de la Madre de Dios, presentándonos la enseñanza concorde del magisterio ordinario de la Iglesia y la fe concorde del pueblo cristiano, por él sostenida y dirigida, manifestó por sí mismo de modo cierto e infalible que tal privilegio es verdad revelada por Dios y contenida en aquel divino depósito que Cristo confió a su Esposa para que lo custodiase fielmente e infaliblemente lo declarase (3). El magisterio de la Iglesia, no ciertamente por industria puramente humana, sino por la asistencia del Espíritu de Verdad (cfr. Jn 14, 26), y por eso infaliblemente, cumple su mandato de conservar perennemente puras e íntegras las verdades reveladas y las transmite sin contaminaciones, sin añadiduras, sin disminuciones. «En efecto, como enseña el Concilio Vaticano, a los sucesores de Pedro no fue prometido el Espíritu Santo para que, por su revelación, manifestasen una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, custodiasen inviolablemente y expresasen con fidelidad la revelación transmitida por los Apóstoles, o sea el depósito de la fe» (4). Por eso, del consentimiento universal del magisterio ordinario de la Iglesia se deduce un argumento cierto y seguro para afirmar que la Asunción corporal de la bienaventurada Virgen María al cielo -la cual, en cuanto a la celestial glorificación del cuerpo virgíneo de la augusta Madre de Dios, no podía ser conocida por ninguna facultad humana con sus solas fuerzas naturales- es verdad revelada por Dios, y por eso todos los fieles de la Iglesia deben creerla con firmeza y fidelidad. Porque, como enseña el mismo Concilio Vaticano, «deben ser creídas por fe divina y católica todas. aquellas cosas que están contenidas en la palabra de Dios, escritas o transmitidas oralmente, y que la Iglesia, o con solemne juicio o con su ordinario y universal magisterio, propone a la creencia como reveladas por Dios» (De fide catholica, cap. 3). 

13. De esta fe común de la Iglesia se tuvieron desde la antigüedad, a lo largo del curso de los siglos, varios testimonios, indicios y vestigios; y tal fe se fue manifestando cada vez con más claridad. 

Consentimiento unánime
14. Los fieles, guiados e instruidos por sus pastores, aprendieron también de la Sagrada Escritura que la Virgen María, durante su peregrinación terrena, llevó una vida llena de preocupaciones, angustias y dolores; y que se verificó lo que el santo viejo Simeón había predicho: que una agudísima espada le traspasaría el corazón a los pies de la cruz de su divino Hijo, nuestro Redentor. Igualmente no encontraron dificultad en admitir que María haya muerto del mismo modo que su Unigénito. Pero esto no les impidió creer y profesar abiertamente que no estuvo sujeta a la corrupción del sepulcro su sagrado cuerpo y que no fue reducida a putrefacción y cenizas el augusto tabernáculo del Verbo Divino. Así, iluminados por la divina gracia e impulsados por el amor hacia aquella que es Madre de Dios y Madre nuestra dulcísima, han contemplado con luz cada vez más clara la armonía maravillosa de los privilegios que el providentísimo Dios concedió al alma Socia de nuestro Redentor y que llegaron a una tal altísima cúspide a la que jamás ningún ser creado, exceptuada la naturaleza humana de Jesucristo, había llegado. 

15. Esta misma fe la atestiguan claramente aquellos innumerables templos dedicados a Dios en honor de María Virgen asunta al cielo y las sagradas imágenes en ellos expuestas a la veneración de los fieles, las cuales ponen ante los ojos de todos este singular triunfo de la bienaventurada Virgen. Además, ciudades, diócesis y regiones fueron puestas bajo el especial patrocinio de la Virgen asunta al cielo; del mismo modo, con la aprobación de la Iglesia, surgieron institutos religiosos, que toman nombre de tal privilegio. No debe olvidarse que en el rosario mariano, cuya recitación tan recomendada es por esta Sede Apostólica, se propone a la meditación piadosa un misterio que, como todos saben, trata de la Asunción de la beatísima Virgen. 

16. Pero de modo más espléndido y universal esta fe de los sagrados pastores y de los fieles cristianos se manifiesta por el hecho de que desde la antigüedad se celebra en Oriente y en Occidente una solemne fiesta litúrgica, de la cual los Padres Santos y doctores no dejaron nunca de sacar luz porque, como es bien sabido, la sagrada liturgia «siendo también una profesión de las celestiales verdades, sometida al supremo magisterio de la Iglesia, puede oír argumentos y testimonios de no pequeño valor para determinar algún punto particular de la doctrina cristiana» (5)

El testimonio de la liturgia
17. En los libros litúrgicos que contienen la fiesta, bien sea de la Dormición, bien de la Asunción de la Virgen María, se tienen expresiones en cierto modo concordantes al decir que cuando la Virgen Madre de Dios pasó de este destierro, a su sagrado cuerpo, por disposición de la divina Providencia, le ocurrieron cosas correspondientes a su dignidad de Madre del Verbo encarnado y a los otros privilegios que se le habían concedido.
Esto se afirma, por poner un ejemplo, en aquel «Sacramentario» que nuestro predecesor Adriano I, de inmortal memoria, mandó al emperador Carlomagno. En éste se lee, en efecto: «Digna de veneración es para Nos, ¡oh Señor!, la festividad de este día en que la santa Madre de Dios sufrió la muerte temporal, pero no pudo ser humillada por los vínculos de la muerte Aquella que engendró a tu Hijo, Nuestro Señor, encarnado en ella» (6)

18. Lo que aquí está indicado con la sobriedad acostumbrada en la liturgia romana, en los libros de las otras antiguas liturgias, tanto orientales como occidentales, se expresa más difusamente y con mayor claridad. El «Sacramentario Galicano», por ejemplo, define este privilegio de María, «inexplicable misterio, tanto más admirable cuanto más singular es entre los hombres». Y en la liturgia bizantina se asocia repetidamente la Asunción corporal de María no sólo con su dignidad de Madre de Dios, sino también con sus otros privilegios, especialmente con su maternidad virginal, preestablecida por un designio singular de la Providencia divina: «A Ti, Dios, Rey del universo, te concedió cosas que son sobre la naturaleza; porque así como en el parto te conservó virgen, así en el sepulcro conservó incorrupto tu cuerpo, y con la divina traslación lo glorificó» (7)

19. El hecho de que la Sede Apostólica, heredera del oficio confiado al Príncipe de los Apóstoles de confirmar en la fe a los hermanos (cfr. Lc 22, 32), y con su autoridad hiciese cada vez más solemne esta fiesta, estimula eficazmente a los fieles a apreciar cada vez más la grandeza de este misterio. Así la fiesta de la Asunsión, del puesto honroso que tuvo desde el comienzo entre las otras celebraciones marianas, llegó en seguida a los más solemnes de todo el ciclo litúrgico. Nuestro predecesor San Sergio I, prescribiendo la letanía o procesión estacional para las cuatro fiestas marianas, enumera junto a la Natividad, la Anunciación, la Purificación y la Dormición de María (Liber Pontificalis). Después San León IV quiso añadir a la fiesta, que ya se celebraba bajo el título de la Asunción de la bienaventurada Madre de Dios, una mayor solemnidad prescribiendo su vigilia y su octava; y en tal circunstancia quiso participar personalmente en la celebración en medio de una gran multitud de fieles (Liber Pontificalis). Además de que ya antiguamente esta fiesta estaba precedida por la obligación del ayuno, aparece claro de lo que atestigua nuestro predecesor San Nicolás I, donde habla de los principales ayunos «que la santa Iglesia romana recibió de la antigüedad y observa todavía» (8)

Exigencia de la incorrupción
20. Pero como la liturgia no crea la fe, sino que la supone, y de ésta derivan como frutos del árbol las prácticas del culto, los Santos Padres y los grandes doctores, en las homilías y en los discursos dirigidos al pueblo con ocasión de esta fiesta, no recibieron de ella como de primera fuente la doctrina, sino que hablaron de ésta como de cosa conocida y admitida por los fieles; la aclararon mejor; precisaron y profundizaron su sentido y objeto, declarando especialmente lo que con frecuencia los libros litúrgicos habían sólo fugazmente indicado; es decir, que el objeto de la fiesta no era solamente la incorrupción del cuerpo muerto de la bienaventurada Virgen María, sino también su triunfo sobre la muerte y su celestial glorificación a semejanza de su Unigénito. 

21. Así San Juan Damasceno, que se distingue entre todos como testigo eximio de esta tradición, considerando la Asunción corporal de la Madre de Dios a la luz de los otros privilegios suyos, exclama con vigorosa elocuencia: «Era necesario que Aquella que en el parto había conservado ilesa su virginidad conservase también sin ninguna corrupción su cuerpo después de la muerte. Era necesario que Aquella que había llevado en su seno al Creador hecho niño, habitase en los tabernáculos divinos. Era necesario que la Esposa del Padre habitase en los tálamos celestes. Era necesario que Aquella que había visto a su Hijo en la cruz, recibiendo en el corazón aquella espada de dolor de la que había sido inmune al darlo a luz, lo contemplase sentado a la diestra del Padre. Era necesario que la Madre de Dios poseyese lo que corresponde al Hijo y que por todas las criaturas fuese honrada como Madre y sierva de Dios» (9)

Afirmación de esta doctrina
22. Estas expresiones de San Juan Damasceno corresponden fielmente a aquellas de otros que afirman la misma doctrina. Efectivamente, palabras no menos claras y precisas se encuentran en los discursos que, con ocasión de la fiesta, tuvieron otros Padres anteriores o contemporáneos. Así, por citar otros ejemplos, San Germán de Constantinopla encontraba que correspondía la incorrupción y Asunción al cielo del cuerpo de la Virgen Madre de Dios no sólo a su divina maternidad, sino también a la especial santidad de su mismo cuerpo virginal: «Tú, como fue escrito, apareces "en belleza" y tu cuerpo virginal es todo santo, todo casto, todo domicilio de Dios; así también por esto es preciso que sea inmune de resolverse en polvo; sino que debe ser transformado, en cuanto humano, hasta convertirse en incorruptible; y debe ser vivo, gloriosísimo, incólume y dotado de la plenitud de la vida» (10). Y otro antiguo escritor dice: «Como gloriosísima Madre de Cristo, nuestro Salvador y Dios, donador de la vida y de la inmortalidad, y vivificada por Él, revestida de cuerpo en una eterna incorruptibilidad con Él, que la resucitó del sepulcro y la llevó consigo de modo que sólo Él conoce» (11)

23. Al extenderse y afirmarse la fiesta litúrgica, los pastores de la Iglesia y los sagrados oradores, en número cada vez mayor, creyeron un deber precisar abiertamente y con claridad el objeto de la fiesta y su estrecha conexión con las otras verdades reveladas. 

Los argumentos teológicos
24. Entre los teólogos escolásticos no faltaron quienes, queriendo penetrar más adentro en las verdades reveladas y mostrar el acuerdo entre la razón teológica y la fe, pusieron de relieve que este privilegio de la Asunción de María Virgen concuerda admirablemente con las verdades que nos son enseñadas por la Sagrada Escritura. 

25. Partiendo de este presupuesto, presentaron, para ilustrar este privilegio mariano, diversas razones contenidas casi en germen en esto: que Jesús ha querido la Asunción de María al cielo por su piedad filial hacia ella. Opinaban que la fuerza de tales argumentos reposa sobre la dignidad incomparable de la maternidad divina y sobre todas aquellas otras dotes que de ella se siguen: su insigne santidad, superior a la de todos los hombres y todos los ángeles; la íntima unión de María con su Hijo, y aquel amor sumo que el Hijo tenía hacia su dignísima Madre. 

26. Frecuentemente se encuentran después teólogos y sagrados oradores que, sobre las huellas de los Santos Padres (12) para ilustrar su fe en la Asunción, se sirven con una cierta libertad de hechos y dichos de la Sagrada Escritura. Así, para citar sólo algunos testimonios entre los más usados, los hay que recuerdan las palabras del salmista: «Ven, ¡oh Señor!, a tu descanso, tú y el arca de tu santificación» (Sal 131, 8), y ven en el «arca de la alianza», hecha de madera incorruptible y puesta en el templo del Señor, como una imagen del cuerpo purísimo de María Virgen, preservado de toda corrupción del sepulcro y elevado a tanta gloria en el cielo. A este mismo fin describen a la Reina que entra triunfalmente en el palacio celeste y se sienta a la diestra del divino Redentor (Sal 44, 10, 14-16), lo mismo que la Esposa de los Cantares, «que sube por el desierto como una columna de humo de los aromas de mirra y de incienso» para ser coronada (Cant 3, 6; cfr. 4, 8; 6, 9). La una y la otra son propuestas como figuras de aquella Reina y Esposa celeste, que, junto a su divino Esposo, fue elevada al reino de los cielos. 

Los doctores escolásticos
27. Además, los doctores escolásticos vieron indicada la Asunción de la Virgen Madre de Dios no sólo en varias figuras del Antiguo Testamento, sino también en aquella Señora vestida de sol, que el apóstol Juan contempló en la isla de Patmos (Ap 12, 1s.). Del mismo modo, entre los dichos del Nuevo Testamento consideraron con particular interés las palabras «Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres» (Lc 1, 28), porque veían en el misterio de la Asunción un complemento de la plenitud de gracia concedida a la bienaventurada Virgen y una bendición singular, en oposición a la maldición de Eva. 

28. Por eso, al comienzo de la teología escolástica, el piadoso Amadeo, obispo de Lausana, afirma que la carne de María Virgen permaneció incorrupta («no se puede creer, en efecto, que su cuerpo viese la corrupción»), porque realmente se reunió a su alma, y junto con ella fue envuelta en altísima gloria en la corte celeste. «Era llena de gracia y bendita entre las mujeres» (Lc 1, 28). «Ella sola mereció concebir al Dios verdadero del Dios verdadero, y le parió virgen, le amamantó virgen, estrechándole contra su seno, y le prestó en todo sus santos servicios y homenajes» (13)

Testimonio de San Antonio de Padua
29. Entre los sagrados escritores que en este tiempo, sirviéndose de textos escriturísticos o de semejanza y analogía, ilustraron y confirmaron la piadosa creencia de la Asunción, ocupa un puesto especial el doctor evangélico San Antonio de Padua. En la fiesta de la Asunción, comentando las palabras de Isaías «Glorificaré el lugar de mis pies» (Is 60, 13), afirmó con seguridad que el divino Redentor ha glorificado de modo excelso a su Madre amadísima, de la cual había tomado carne humana. «De aquí se deduce claramente, dice, que la bienaventurada Virgen María fue asunta con el cuerpo que había sido el sitio de los pies del Señor». Por eso escribe el salmista: «Ven, ¡oh Señor!, a tu reposo, tú y el Arca de tu santificación». Como Jesucristo, dice el santo, resurgió de la muerte vencida y subió a la diestra de su Padre, así «resurgió también el Arca de su santificación, porque en este día la Virgen Madre fue asunta al tálamo celeste» 14

De San Alberto Magno
30. Cuando en la Edad Media la teología escolástica alcanzó su máximo esplendor, San Alberto Magno, después de haber recogido, para probar esta verdad, varios argumentos fundados en la Sagrada Escritura, la tradición, la liturgia y la razón teológica, concluye: «De estas razones y autoridades y de muchas otras es claro que la beatísima Madre de Dios fue asunta en cuerpo y alma por encima de los coros de los ángeles. Y esto lo creemos como absolutamente verdadero» (15). Y en un discurso tenido el día de la Anunciación de María, explicando estas palabras del saludo del ángel «Dios te salve, llena eres de gracia...», el Doctor Universal compara a la Santísima Virgen con Eva y dice expresamente que fue inmune de la cuádruple maldición a la que Eva estuvo sujeta (16)

Doctrina de Santo Tomás
31. El Doctor Angélico, siguiendo los vestigios de su insigne maestro, aunque no trató nunca expresamente la cuestión, sin embargo, siempre que ocasionalmente habla de ella, sostiene constantemente con la Iglesia que junto al alma fue asunto al cielo también el cuerpo de María (17)

De San Buenaventura
32. Del mismo parecer es, entre otros muchos, el Doctor Seráfico, el cual sostiene como absolutamente cierto que del mismo modo que Dios preservó a María Santísima de la violación del pudor y de la integridad virginal en la concepción y en el parto, así no permitió que su cuerpo se deshiciese en podredumbre y ceniza 18. Interpretando y aplicando a la bienaventurada Virgen estas palabras de la Sagrada Escritura «¿Quién es esa que sube del desierto, llena de delicias, apoyada en su amado?» (Cant 8, 5), razona así: «Y de aquí puede constar que está allí (en la ciudad celeste) corporalmente... Porque, en efecto..., la felicidad no sería plena si no estuviese en ella personalmente, porque la persona no es el alma, sino el compuesto, y es claro que está allí según el compuesto, es decir, con cuerpo y alma, o de otro modo no tendría un pleno gozo» 19

La escolástica moderna
33. En la escolástica posterior, o sea en el siglo XV, San Bernardino de Siena, resumiendo todo lo que los teólogos de la Edad Media habían dicho y discutido a este propósito, no se limitó a recordar las principales consideraciones ya propuestas por los doctores precedentes, sino que añadió otras. Es decir, la semejanza de la divina Madre con el Hijo divino, en cuanto a la nobleza y dignidad del alma y del cuerpo -porque no se puede pensar que la celeste Reina esté separada del Rey de los cielos-, exige abiertamente que «María no debe estar sino donde está Cristo» (20); además es razonable y conveniente que se encuentren ya glorificados en el cielo el alma y el cuerpo, lo mismo que del hombre, de la mujer; en fin, el hecho de que la Iglesia no haya nunca buscado y propuesto a la veneración de los fieles las reliquias corporales de la bienaventurada Virgen suministra un argumento que puede decirse «como una prueba sensible» ( 21) 

San Roberto Belarmino
34. En tiempos más recientes, las opiniones mencionadas de los Santos Padres y de los doctores fueron de uso común. Adhiriéndose al pensamiento cristiano transmitido de los siglos pasados. San Roberto Belarmino exclama: «¿Y quién, pregunto, podría creer que el arca de la santidad, el domicilio del Verbo, el templo del Espíritu Santo, haya caído? Mi alma aborrece el solo pensamiento de que aquella carne virginal que engendró a Dios, le dio a luz, le alimentó, le llevó, haya sido reducida a cenizas o haya sido dada por pasto a los gusanos »(22)

35. De igual manera, San Francisco de Sales, después de haber afirmado no ser lícito dudar que Jesucristo haya ejecutado del modo más perfecto el mandato divino por el que se impone a los hijos el deber de honrar a los propios padres, se propone esta pregunta: «¿Quién es el hijo que, si pudiese, no volvería a llamar a la vida a su propia madre y no la llevaría consigo después de la muerte al paraíso?» 23. Y San Alfonso escribe: «Jesús preservó el cuerpo de María de la corrupción, porque redundaba en deshonor suyo que fuese comida de la podredumbre aquella carne virginal de la que Él se había vestido» (24)

Temeridad de la opinión contraria
36. Aclarado el objeto de esta fiesta, no faltaron doctores que más bien que ocuparse de las razones teológicas, en las que se demuestra la suma conveniencia de la Asunción corporal de la bienaventurada Virgen María al cielo, dirigieron su atención a la fe de la Iglesia, mística Esposa de Cristo, que no tiene mancha ni arruga (cfr. Ef 5, 27), la cual es llamada por el Apóstol «columna y sostén de la verdad» (1 T'im 3, 15), y, apoyados en esta fe común, sostuvieron que era temeraria, por no decir herética, la sentencia contraria. En efecto, San Pedro Canisio, entre muchos otros, después de haber declarado que el término Asunción significa glorificación no sólo del alma, sino también del cuerpo, y después de haber puesto de relieve que la Iglesia ya desde hace muchos siglos, venera y celebra solemnemente este misterio mariano, dice: «Esta sentencia está admitida ya desde hace algunos siglos y de tal manera fija en el alma de los piadosos fieles y tan aceptada en toda la Iglesia, que aquellos que niegan que el cuerpo de María haya sido asunto al cielo, ni siquiera pueden ser escuchados con paciencia, sino abochornados por demasiado tercos o del todo temerarios y animados de espíritu herético más bien que católico»(25)

Francisco Suárez
37. Por el mismo tiempo, el Doctor Eximio, puesta como norma de la mariología que «los misterios de la gracia que Dios ha obrado en la Virgen no son medidos por las leyes ordinarias, sino por la omnipotencia de Dios, supuesta la conveniencia de la cosa en sí mismo y excluida toda contradicción o repugnancia por parte de la Sagrada Escritura» (26), fundándose en la fe de la Iglesia en el tema de la Asunción, podía concluir que este misterio debía creerse con la misma firmeza de alma con que debía creerse la Inmaculada Concepción de la bienaventurada Virgen, y ya entonces sostenía que estas dos verdades podían ser definidas. 

38. Todas estas razones y consideraciones de los Santos Padres y de los teólogos tienen como último fundamento la Sagrada Escritura, la cual nos presenta al alma de la Madre de Dios unida estrechamente a su Hijo y siempre partícipe de su suerte. De donde parece casi imposible imaginarse separada de Cristo, si no con el alma, al menos con el cuerpo, después de esta vida, a Aquella que lo concibió, le dio a luz, le nutrió con su leche, lo llevó en sus brazos y lo apretó a su pecho. Desde el momento en que nuestro Redentor es hijo de Maria, no podía, ciertamente, como observador perfectísimo de la divina ley, menos de honrar, además de al Eterno Padre, también a su amadísima Madre. Pudiendo, pues, dar a su Madre tanto honor al preservarla inmune de la corrupción del sepulcro, debe creerse que lo hizo realmente. 

39. Pero ya se ha recordado especialmente que desde el siglo II María Virgen es presentada por los Santos Padres como nueva Eva estrechamente unida al nuevo Adán, si bien sujeta a él, en aquella lucha contra el enemigo infernal que, como fue preanunciado en el protoevangelio (Gn 3, 15), habría terminado con la plenísima victoria sobre el pecado y sobre la muerte, siempre unidos en los escritos del Apóstol de las Gentes (cfr. Rom cap. 5 et 6; 1 Cor 15, 21-26; 54-57). Por lo cual, como la gloriosa resurrección de Cristo fue parte esencial y signo final de esta victoria, así también para María la común lucha debía concluir con la glorificación de su cuerpo virginal; porque, como dice el mismo Apóstol, «cuando... este cuerpo mortal sea revestido de inmortalidad, entonces sucederá lo que fue escrito: la muerte fue absorbida en la victoria» (1 Cor 15, 54). 

40. De tal modo, la augusta Madre de Dios, arcanamente unida a Jesucristo desde toda la eternidad «con un mismo decreto» (27) de predestinación, inmaculada en su concepción, Virgen sin mancha en su divina maternidad, generosa Socia del divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sobre sus consecuencias, al fin, como supremo coronamiento de sus privilegios, fue preservada de la corrupción del sepulcro y vencida la muerte, como antes por su Hijo, fue elevada en alma y cuerpo a la gloria del cielo, donde resplandece como Reina a la diestra de su Hijo, Rey inmortal de los siglos (cfr. 1 T'im 1, 17). 

Es llegado el momento
41. Y como la Iglesia universal, en la que vive el Espíritu de Verdad, que la conduce infaliblemente al conocimiento de las verdades reveladas, en el curso de los siglos ha manifestado de muchos modos su fe, y como los obispos del orbe católico, con casi unánime consentimiento, piden que sea definido como dogma de fe divina y católica la verdad de la Asunción corporal de la bienaventurada Virgen María al cielo -verdad fundada en la Sagrada Escritura, profundamente arraigada en el alma de los fieles, confirmada por el culto eclesiástico desde tiempos remotísimos, sumamente en consonancia con otras verdades reveladas, espléndidamente ilustrada y explicada por el estudio de la ciencia y sabiduría de los teólogos-, creemos llegado el momento preestablecido por la providencia de Dios para proclamar solemnemente este privilegio de María Virgen. 

42. Nos, que hemos puesto nuestro pontificado bajo el especial patrocinio de la Santísima Virgen, a la que nos hemos dirigido en tantas tristísimas contingencias; Nos, que con rito público hemos consagrado a todo el género humano a su Inmaculado Corazón y hemos experimentado repetidamente su validísima protección, tenemos firme confianza de que esta proclamación y definición solemne de la Asunción será de gran provecho para la Humanidad entera, porque dará gloria a la Santísima Trinidad, a la que la Virgen Madre de Dios está ligada por vínculos singulares. Es de esperar, en efecto, que todos los cristianos sean estimulados a una mayor devoción hacia la Madre celestial y que el corazón de todos aquellos que se glorían del nombre cristiano se mueva a desear la unión con el Cuerpo Místico de Jesucristo y el aumento del propio amor hacia Aquella que tiene entrañas maternales para todos los miembros de aquel Cuerpo augusto. Es de esperar, además, que todos aquellos que mediten los gloriosos ejemplos de María se persuadan cada vez más del valor de la vida humana, si está entregada totalmente a la ejecución de la voluntad del Padre Celeste y al bien de los prójimos; que, mientras el materialismo y la corrupción de las costumbres derivadas de él amenazan sumergir toda virtud y hacer estragos de vidas humanas, suscitando guerras, se ponga ante los ojos de todos de modo luminosísimo a qué excelso fin están destinados los cuerpos y las almas; que, en fin, la fe en la Asunción corporal de María al cielo haga más firme y más activa la fe en nuestra resurrección. 

43. La coincidencia providencial de este acontecimiento solemne con el Año Santo que se está desarrollando nos es particularmente grata; porque esto nos permite adornar la frente de la Virgen Madre de Dios con esta fúlgida perla, a la vez que se celebra el máximo jubileo, y dejar un monumento perenne de nuestra ardiente piedad hacia la Madre de Dios. 

Fórmula definitoria
44. Por tanto, después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces e invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para acrecentar la gloria de esta misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, por la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y por la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste

45. Por eso, si alguno, lo que Dios no quiera, osase negar o poner en duda voluntariamente lo que por Nos ha sido definido, sepa que ha caído de la fe divina y católica. 

46. Para que nuestra definición de la Asunción corporal de María Virgen al cielo sea llevada a conocimiento de la Iglesia universal, hemos querido que conste para perpetua memoria esta nuestra carta apostólica; mandando que a sus copias y ejemplares, aun impresos, firmados por la mano de cualquier notario público y adornados del sello de cualquier persona constituida en dignidad eclesiástica, se preste absolutamente por todos la misma fe que se prestaría a la presente si fuese exhibida o mostrada. 

47. A ninguno, pues, sea lícito infringir esta nuestra declaración, proclamación y definición u oponerse o contravenir a ella. Si alguno se atreviere a intentarlo, sepa que incurrirá en la indignación de Dios omnipotente y de sus santos apóstoles Pedro y Pablo. 

Nos, PÍO, Obispo de la Iglesia católica, definiéndolo así, lo hemos suscrito.
 
Dado en Roma, junto a San Pedro, el año del máximo Jubileo de mil novecientos cincuenta, el día primero del mes de noviembre, fiesta de Todos los Santos, el año duodécimo de nuestro pontificado.
 

NOTAS
(1) Peticiones de Asunción corpórea de la B. Virgen María en el Cielo definienda ad S. Sedem delatae; 2 vol., Typis Polyglottis Vaticanis, 1942.
(2) Bula Ineffabilis Deus, Acta Pío IX, p. 1, vol. 1, p. 615.
(3) Cfr. Conc. Vat. De fide catholica, cap. 4.
(4) Conc. Vat. Const. De ecclesia Christi, cap. 4.
(5) Carta encíclica Mediator Dei, A. A. S., vol. 39, p. 541.
(6) Sacramentario Gregoriano.
(7) Menaei totius anni.
(8) «Respuesta del Papa Nicolás I a consulta de los Búlgaros».
(9) S. Juan de Damasco., Encomium in Dormitionem Dei Genitricis semperque Virginis Mariae, hom. II, 14; cfr. etiam ibíd., n. 3.
(10) San German Const., In Sanctae Dei Genitricis Dormitionem, sermón I.
(11) Encomium in Dormitionem Sanctissimae Dominae nostrae Deiparae semperque Virginis Mariae. S. Modesto de Jerusalén, attributum I, núm. 14.
(12) Cfr. Juan de Damasco., Encomium in Dormitionem Dei Genitricis semperque Virginis Mariae, hom. II, 2, 11; Encomium in Dormitionem, S. Modesto Hierosol, attributum.
(13) Amadeo de Lausana, De Beatae Virginis obitu, Assumptione in caelum, exaltatione ad Filii dexteram.
(14) San Antonio de Padua., Sermones dominicales et in solemnitatibus. In Assumptione S. Mariae Virginit sermo.
(15) S. Alberto Magno, Mariale sive quaestionet super Evang. Missut est, q. 132.
(16) S. Alberto Magno, Sermones de sanctis, sermón 15: In Anuntiatione B. Mariae, cfr. Etiam Mariale, q. 132.
(17) Cfr. Summa Theol., 3, q. 27, a. 1 c.; ibíd., q. 83, a. 5 ad 8, Expositio salutationis angelicae, In symb., Apostolorum expositio, art. 5; In IV Sent., d. 12, q. 1, art. 3, sol. 3; d: 43, q. 1, art. 3, sol. 1 et 2.
(18) Cfr. S. Buenaventura, De Nativitate B. Mariae Virginis, sermón 5.
(19) S. Buenaventura, De Assumptione B. Mariae Virginis, sermón 1.
(20) S. Bernardino de Siena., In Assumptione B. M. Virginis, sermón 2.
(21) S. Bernardino de Siena., In Assumptione B. M. Virginis, sermón 2.
(22) S. Roberto Belarmino, Canciones habitae Lovanii, canción 40: De Assumptionae B. Mariae Virginis.
(23) Obras de S. Francisco de Sales, sermón autógrafo por la fecha de la Asunción.
(24) S. Alfonso M. de Ligorio, Las glorias de Maria, parte II, disc. 1.
(25) S. Pedro Canisio, De Maria Virgine.
(26) Suárez, F, In tertiam partem D. Thomae, quaest. 27, art. 2, disp. 3, sec. 5, n. 31.
(27) Pío IX Acta 1ª parte, pag. 599

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