R. Señor, danos sacerdotes santos.
V. Para que nos acompañen a la hora de nuestra muerte, y ofrezcan la Santa Misa por nosotros



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lunes, 20 de agosto de 2018

San Bernardo de Claraval juzga las herejías de Bergoglio

… juzga el papel del sincretismo religioso en la misericordia que tiene Francisco

  • La oración por los judíos no es inútil… ¡para que se conviertan!

¿No cosecha mucho más la Iglesia entre los judíos día a día, por el camino del convencimiento y de la conversión, que si los aniquilara de una vez a todos con la furia de las armas? ¿Crees que ha sido establecido al azar esa oración universal de la Iglesia, en la que se intercede por los pérfidos judíos “desde donde sale el sol hasta su ocaso”, para que el Señor Dios rasgue el velo de su corazón y pasen de sus tinieblas a la luz de la verdad? Si creyera que los incrédulos no pueden creer, “será inútil y ridículo rezar por ellos”. Pero considera con ojos de misericordia que el Señor es compasivo con ellos y que devuelve ben por mal y odio por amor. (San Bernardo de Claraval. Carta 365, n. 2)

… juzga las actitudes de Francisco con los pecadores públicos, cambiando el protocolo Vaticano

  • Dios sólo se compadece de quien gime con el llanto de la penitencia

Quien pide la misericordia, obtiene esta oportuna respuesta: “Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.” (Mt 5, 7) Compadécete de tu alma, tú que aspiras a que Dios se compadezca de ti. Llora cada noche sobre tu lecho. Acuérdate de regar tu cama con tus propias lágrimas. Si te compadeces de ti mismo, si te esfuerzas en gemir con el llanto de la penitencia, estarás ya en primer grado de la misericordia, y con toda seguridad la alcanzarás. Si eres muy pecador y buscas una gran misericordia y una inmensa compasión, afánate en acrecentar tu propia misericordia. Reconcíliate contigo mismo, pues eres una carga para ti al ser enemigo de Dios. (San Bernardo de Claraval. Tratado a los clérigos sobre la conversión, XVI, 29)

… juzga la idea de “conversión del papado” que tiene Francisco

  • El único pastor de todos

¿Quién eres? El sumo sacerdote. El sumo pontífice. Tú eres el príncipe de los obispos, el heredero de los Apóstoles. Abel por el primado, Noé por el gobierno, Abrahán en el patriarcado; en el orden, Melquisedec; en la dignidad, Aarón; en la autoridad, Moisés; por la jurisdicción, Samuel; por la potestad, Pedro; por la unción, Cristo. A ti te entregaron las llaves y se te encomendaron las ovejas. Es cierto que otros también pueden abrir las puertas del cielo y apacentar la grey; pero tú sólo heredaste estos dos poderes tan gloriosamente, por poseerlos de un modo excelso. A los demás se les ha asignado una porción del rebaño, a cada cual la suya; a ti sólo se te confiaron universalmente todas las ovejas que forman un único rebaño. Tú eres el único pastor de todos, de las ovejas y de los pastores. ¿Me preguntas cómo podría probártelo? Con las palabras del Señor. Porque a ningún obispo, ni siquiera a ningún Apóstol, le fueron encomendadas las ovejas de manera tan absoluta y exclusiva. (San Bernardo de Claraval. Tratado sobre la consideración al Papa Eugenio III, II, 8, 15).

… juzga la idea que Francisco tiene de San Juan Bautista

  • Juan fue colmado de gracias por el Espíritu desde el vientre materno

Verdaderamente ardiente y vivamente encendido estaba aquél a quien de tal modo previno la celestial llama, que ya sentía la venida de Cristo, cuando aún no podía sentirse a sí mismo. Aquel nuevo fuego, que poco antes bajado del Cielo, por la boca de Gabriel había entrado en el oído de la Virgen, a su vez por la boca de la Virgen y el oído de la madre de Juan, entró en el párvulo: para llenar desde aquella hora el Espíritu Santo este vaso de su elección, y preparar a Cristo Seño la antorcha. (San Bernardo. Sermón en la natividad de San Juan Bautista, n.4)
  • Juan tenía una humilde y fervorosa devoción hacia el Señor

[…] acerca de la humilde y por todos modos fervorosísima devoción de Juan para con el Señor, ¿qué hablaremos? De aquí procedió que saltara de alegría en el seno materno; de aquí que se llenara de pavor en el Jordán al ver que Jesús le pedía el bautismo; de aquí que no sólo negara que fuese el Cristo, como le juzgaban, sino que ni siquiera fuese digno de desatar la correa de su calzado; de aquí que como amigo del Esposo, se gozaba a la voz del Esposo; de aquí que confesara que él había recibido por gracia la gracia, pero que Cristo no había recibido con medida el Espíritu, sino la plenitud, de la cual recibiesen todos. […] Tienes ya como ardió Juan; y al mismo tiempo como en esto mismo también lució si lo has advertido bien, está indicado; pues ni pudieras conocer su ardor, sino hubiera lucido. (San Bernardo de Claraval. Sermón en la natividad de San Juan Bautista, n.10)

… juzga la idea de gracia que tiene Francisco

  • El Doctor Mellifluus reconoce públicamente la actuación de la gracia en su alma

Un día, hablando en público, ensalzaba la acción de la gracia de Dios en mí. Reconocí que ella me predispone hacia el bien, me hace progresar y me da la esperanza de alcanzar la perfección. (San Bernardo de Claraval. Liber de gratia et libero arbitrio, cap. 1)

… juzga la idea de Francisco de que Dios ama al pecador sin condiciones

  • El pecador obstinado se estrangula con sus manos impías

Quizá haya alguien que quede perplejo por aquello del salmo: “El que ama la iniquidad, odia su alma.” Pero yo añado: odia también su misma carne. O ¿acaso no la odia el que cada día se compra montones de infierno, y el que por dureza e impenitencia de su corazón atesora ira divina para el día de la venganza? Este odio al cuerpo y al alma radica no en el efecto o intención, sino en las obras efectivas. Odia despiadadamente su propio cuerpo cuando lo desgarra sin compasión al adormecer el juicio de su conciencia. ¿Hay locura más grave que la impenitencia del corazón y la voluntad obstinada en pecar? El mismo se estrangula con sus manos impías, que hieren y matan el espíritu, no el cuerpo. Si has visto alguna vez a un hombre restregarse las manos hasta hacerse brotar sangre, ahí tienes un claro ejemplo de lo que hace un pecador. (San Bernardo de Claraval. Tratado a los clérigos sobre la conversión, cap. IV, n. 5)
  • El que peca con la esperanza del perdón atrae la maldición de Dios

Hay una confianza infiel, que sólo atrae sobre si la maldición: y es la que se halla en el hombre, cuando peca con la esperanza del perdón. Más no debe llamarse esto confianza, sino insensibilidad y disimulación perniciosa. Porque, ¿qué confianza es la de aquél que no atiende a su peligro? ¿Cómo buscará remedio contra el temor el que ni teme, ni cree tener motivo para temer? La esperanza es un consuelo; y no necesita consuelo el que se aplaude a si mismo de haber obrado el mal, y se alegra en cosas pésimas. […] Examinemos nuestros caminos y nuestras aficiones, pensemos en todos nuestros peligros con vigilante atención. Diga cada uno lleno de pavor: Yo iré a las puertas del infierno; para que ya no respiremos sino en la misericordia de Dios. (San Bernardo de Claraval. Sermón III en la Anunciación de la Virgen)
  • La conducta de los servidores desleales no agrada a Dios

Dice el Señor: “Pedro, ¿me amas? Señor, tú sabes que te amo. Apacienta mis ovejas”. ¿Cómo es posible confiar unas ovejas tan queridas a un hombre que no ama? Lo que se pide a los administradores es que, al menos, sean de fiar. ¡Ay de los servidores desleales, que, sin ajustar sus cuentas, pretenden enmendar a los demás aparentando administrar justicia! Son réprobos, y se presentan como servidores de la gracia. Son rebeldes, y no temen usurpar la estima y el renombre que corresponde a los pacíficos. Son falsos y mentirosos, que se presentan como fieles mediadores de paz y se tragan los pecados de la gente. Son miserables, esclavos de los bajos deseos; su conducta no agrada a Dios y, sin embargo, simulan querer aplacarlo. (San Bernardo de Claraval. Tratado a los clérigos sobre la conversión, cap. XIX, n. 32)

… juzga la idea de Francisco de que Jesús es solamente misericordia

  • El Dios justo no permite que su bondad sea impunemente ofendida

¿Acaso un señor cría pérfidos en su propia casa? ¿O es que tú ves con malos ojos el que él sea bueno? Al abusar temerariamente de su bondad te vuelves descarado contra su ciencia y osado contra su poder. Esto es, miserable, esto es lo que piensas. Este es el crimen que planeas en tu lecho, y dices: “¿Es que el Creador va a destruir la obra de sus manos? Sé muy bien que a Dios no se le oculta ninguno de mis pensamientos, porque es Dios. Sé que no le agrada este pensamiento mío, porque Dios es bueno. Sé también que, si Él quiere, yo no puedo escapar de sus manos, porque es poderoso. Pero ¿tendré que temerlo? Si por ser bueno no puede agradarle mi mal, ¿cuánto menos el suyo? Mi mal consiste en querer algo contra su voluntad. Su mal, en vengarse. Por la misma razón de que ni quiere ni puede ser privado de su bondad, tampoco puede querer vengarse del mal”. Te engañas, miserable, te engañas a ti mismo, no a Dios. Te engañas, repito; y la iniquidad miente contra sí misma, no contra Dios. Actúas dolosamente, y en su presencia. Por eso te engañas a ti mismo, no a Dios. Como correspondencia a un bien tan inmenso, maquinas un mal tan enorme contra Él. Con razón tu iniquidad te atrae el odio de Dios. ¿Se puede dar mayor perversidad que despreciar a Dios en aquello en lo que merece ser más amado? No dudas del poder de Dios, siempre capaz de crearte y destruirte; y, sin embargo qué actitud tan reprobable la tuya cuando abusas de su inmensa bondad, pensando que no se alzará en venganza si le devuelves mal por bien y odio por amor. Tal perversidad merece no una ira momentánea, sino un odio eterno, porque deseas y pretendes equipararte a tu dulcísimo y altísimo Señor. Él tiene que aguantarte y no te despide de su vista, pudiendo hacerlo. Prefiere soportar lo que le desagrada a sufrir tu ruina. No le cuesta nada hundirte; pero tú piensas que su condescendencia no puede permitirlo. Si Dios es tal y como tú piensas, tu perversión y tu falta de amor son enormes. Y si El prefiere sufrir algo contra sí mismo antes de ocasionarte algún mal, ¡qué malicia tan enorme la tuya y qué insensible eres con ese Señor que, al perdonarte, no se perdona a sí mismo! A pesar de todo, su perfección no le impide ser bueno y justo a la vez; como si no pudiera ser al mismo tiempo bueno justo. La bondad auténtica se apoya en la justicia, no en la debilidad. Aún más, la dulzura sin la justicia no es virtud. Eres un ingrato, porque existes gracias a la bondad gratuita de Dios; en ella has sido creado gratuitamente. No temes la justicia que todavía no has experimentado; y te entregas apasionado a la maldad, de la que falsamente pretendes quedar impune. Ya llegará el momento en que experimentarás cuán justo es Aquel que has conocido como bueno. Entonces caerás en la fosa que preparaste para tu Creador. Tramas una ofensa. Él la podría esquivar si quisiera. Más, según tus criterios, es incapaz de quererlo. Y su bondad le impide castigar. El Dios justo, que ni puede ni debe permitir que su bondad sea impunemente ofendida, hará caer, con toda justicia, todo el peso de tu maldad contra ti. (San Bernardo de Claraval. Tratados sobre los grados de la humildad y del orgullo, cap. 32-33)

… juzga la idea de Francisco de que el Corán es un libro de paz

  • Un niño en quien habita la plenitud de la divinidad: he aquí la paz

He aquí la paz no prometida, sino enviada; no adiada, sino concedida; no profetizada, sino presentada. Dios Padre envió a la tierra, una como bolsa plena de su misericordia; bolsa que se rompería en la Pasión, para derramar el precio de nuestro rescate en el escondido; bolsa que, aunque pequeña, estaba plena. Pues un niño nos fue dado, pero en él habita la plenitud de la divinidad. Cuando ha venido la plenitud de los tiempos, ha venido también la plenitud de la divinidad. (San Bernardo de Claraval. Sermón I, en la Epifanía del Señor: PL 183, 142-143)

… juzga la idea de Francisco de que el pecado hace parte de la vida religiosa

  • El libre albedrío fue concedido al hombre para que tuviese la gloria de no pecar

Entre todos los animales solamente el hombre tenía la posibilidad de pecar, por el privilegio de su libre albedrío. Pero no se le concedió para que pecase, sino para tener la gloria de no pecar pudiendo pecar. Qué mayor gloria para él que poderle aplicar lo que dice la Escritura: ¿Quién es? Vamos a felicitarlo. ¿Y por qué merece esta alabanza? Hizo maravillas en su vida. ¿Cuales? Pudo desviarse y no se desvió; pudo hacer el mal y no lo hizo. Este honor lo conservó mientras se abstuvo del pecado. Y lo perdió al pecar. Pecó porque era libre. Y era libre por su libertad de elección, la cual le otorga la posibilidad de pecar. La culpa de esto no está en el que se la dio, sino en el que abusó de ella. La facultad que recibió para tener la gloria de no pecar, él la utilizó para pecar. Es verdad que pecó porque recibió la posibilidad de hacerlo. Pero no lo hizo porque pudo, sino porque quiso. […] Por eso la caída del pecador no se debe atribuir a la facultad de poder hacerlo, sino al vicio de la voluntad. (San Bernardo de Claraval. Tratado sobre la gracia y el libre albedrío, cap. VII, n. 22-23)

… juzga la idea que Francisco tiene sobre el sufrimiento humano

  • La tribulación por amor a Cristo antecede la gloria junto con Él

Hermanos míos, la gloria está escondida para nosotros en la tribulación […] Démonos priesa a comprar este campo; este tesoro que en él está escondido. Hagamos materia de toda nuestra alegría las tribulaciones que nos sucedan. […] “Con él estoy en la tribulación”, dice Dios; ¿y yo buscaré otra cosa que la tribulación? Mi dicha será permanecer junto a Dios […] Mejor es para mí, Señor, padecer tribulaciones, si Vos estáis conmigo, que reinar sin Vos, comer espléndidamente sin Vos, gloriarme sin Vos. Mucho mejor, Señor, es para mí abrazaros en la tribulación, en la hoguera teneros conmigo, que estar sin Vos aun en el Cielo, porque “¿qué hay para mí en el Cielo, y qué he querido yo sobre la tierra fuera de Vos? El horno prueba al oro, y la tentación de la tribulación a los hombres justos”. (San Bernardo de Claraval. Sermón 17 sobre el Salmo “El que habita”)
  • El que quiere seguir un Jefe crucificado no puede huir de los sufrimientos

¡Qué vergüenza que ante un jefe crucificado y coronado de espinas, yo, que quiero seguir sus pasos, demuestre cobardía ante los sufrimientos! (San Bernardo de Claraval citado por San Alfonso María de Ligorio. Práctica del amor a Jesucristo, p. 73)

… juzga las palabras de Francisco en su primera aparición pública

  • Al Sucesor de Pedro le fueron confiadas todas las ovejas del rebaño de Cristo, no las de una ciudad o país

¿Quién eres? El sumo sacerdote. El sumo pontífice. Tú eres el príncipe de los obispos, el heredero de los apóstoles. Abel por el primado, Noé por el gobierno, Abrahán en el patriarcado; en el orden, Melquisedec; en la dignidad, Aarón; en la autoridad, Moisés; por la jurisdicción, Samuel; por la potestad, Pedro; por la unción, Cristo. A ti te entregaron las llaves y se te encomendaron las ovejas. Es cierto que otros también pueden abrir las puertas del cielo y apacentar la grey; pero tú sólo heredaste estos dos poderes tan gloriosamente, por poseerlos de un modo excelso. A los demás se les ha asignado una porción del rebaño, a cada cual la suya; a ti sólo se te confiaron universalmente todas las ovejas que forman un único rebaño. Tú eres el único pastor de todos, de las ovejas y de los pastores. ¿Me preguntas cómo podría probártelo? Con las palabras del Señor. Porque a ningún obispo, ni siquiera a ningún apóstol, le fueron encomendadas las ovejas de manera tan absoluta y exclusiva. “Pedro, si me amas, apacienta mis ovejas”. ¿Cuáles? ¿Las gentes de esta ciudad, las de este país, las de este reino? “Mis ovejas”, dice. ¿Quién puede dudar que no le excluyó ninguna, sino que le asignó todas las ovejas? Nada se exceptúa cuando no se hace distinción alguna. (San Bernardo de Claraval. Tratado sobre la consideración al Papa Eugenio. L. II, c. 8, n. 15)

… juzga la idea de pedir oraciones a no católicos y ateos que tiene Francisco

  • No tiene sentido la oración por los enterrados en pecado y por los excomulgados

El duodécimo grado [de la soberbia] puede ser denominado costumbre de pecar; costumbre en la que se pierde el temor de Dios y se incurre en desprecio. Dice el apóstol Juan: No digo que se ore por uno como éste. Entonces tú, apóstol, ¿quieres que se desespere? Todo lo contrario; que el que le ama, ore. No piense en orar, pero tampoco deje de llorar. ¿Qué estoy diciendo? ¿Quedará algún resquicio de esperanza allí donde la oración ya no tiene sentido? Escucha a alguien que cree y espera, pero que ya no ora: Señor, si hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano. […] ¿Harás tú maravillas con los muertos? ¿Se alzarán las sombras para darte gracias? Y sobre el que lleva cuatro días encerrado: ¿Se anuncia en el sepulcro tu misericordia o tu fidelidad en el reino de la muerte? He llamado muerto a aquel que, excusando sus pecados, ha incurrido ya en el octavo grado. En efecto, un muerto, puesto que no existe, es incapaz de confesar sus pecados. Quien traspasa el umbral del décimo grado de soberbia, que es el tercero comenzando a contar por el octavo, se le expulsa de la fraternidad del monasterio y se le saca a enterrar en el sepulcro de la libertad de pecar. Después de pasar el cuarto, contando siempre a partir del octavo, se es ya cadáver de cuatro días; y al incurrir en el quinto por la costumbre de pecar, se le entierra. Consideren ellos mismos el gran peligro en que se encuentran; porque la Iglesia […] no se atreve a orar públicamente por ellos. Y el día de Viernes Santo, que ora expresamente por toda clase de pecadores, no hace mención alguna de los excomulgados. (San Bernardo de Claraval. Tratado de los grados de la humildad y del orgullo, cap. 21, n. 51-52; 55-56)
  • La Virgen Santísima es verdadera mártir

Verdaderamente, ó Madre bienaventurada, traspasó tu alma la espada. Ni pudiera ella penetrar el cuerpo de tu Hijo sin traspasarla. Y ciertamente, después que espiró aquel tu Jesús ―de todos, sin duda, pero especialmente tuyo―, no tocó su alma la lanza cruel, que abrió ―no perdonándole aún muerto, à quien ya no podía dañar― su costado, pero traspasó seguramente tu alma. El alma de Jesús ya no estaba allí; pero la tuya ciertamente no se podía de allí arrancar. Tu alma pues traspasó la fuerza del dolor, para que no sin razón más que mártir te prediquemos, habiendo sido en ti mayor el afecto de compasión, que pudiera ser el sentido de la pasión corporal. ¿Acaso no fue para ti más que espada aquella palabra, que traspasaba en la realidad el alma, y que llegaba hasta la división del alma y del espíritu: Mujer, mira tu hijo? ¡O que trueque! Te entregan a Juan en lugar de Jesús, el siervo en lugar del Señor, el Discípulo en lugar del Maestro, el hijo del Zebedeo en lugar del Hijo de Dios, un hombre puro en lugar del Dios verdadero! ¿Cómo no traspasaría tu afectuosísima alma el oír esto, cuando quiebra nuestros pechos, aunque de piedra, aunque de hierro, sola la memoria de ellos? No os admiréis, hermanos, de que sea llamada Maria mártir en el alma. […] Más acaso dirá alguno: ¿Por ventura no había sabido anticipadamente que su Hijo había de morir? Y sin duda alguna. ¿Por ventura no esperaba que luego había de resucitar? Y con la mayor confianza. Después de esto, ¿se dolió verle crucificado? Y en gran manera. De otra suerte, ¿quién eres tú, hermano, o que sabiduría es la tuya, que admiras más a María compadeciente, que al Hijo de María paciente? El pudo morir en el cuerpo, ¿y María no pudo morir juntamente en el corazón? (San Bernardo de Claraval. Sermón en el Domingo dentro de la octava de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María, n. 14-15)

… juzga la idea de mandar “buenas ondas” que tiene Francisco

  • En la boca del sacerdote se busca la doctrina, no los chistes graciosos

Entre seglares, las palabras maliciosas no pasan de ser palabras maliciosas; en boca del sacerdote son blasfemias. […] Consagraste tu boca al Evangelio; no es lícito abrirla maliciosamente. Acostumbrarse a ello es sacrilegio. Los labios del sacerdote han de guardar el saber y en su boca se busca la doctrina, no la picaresca y el chisme. Es insuficiente desterrar de los labios las palabras maliciosas, que suelen justificarse como chistes graciosos; también hay que cerrarlas el oído. Es vergonzoso que provoquen tus carcajadas. Pero más vergonzoso aún que las provoques en los otros. (San Bernardo. Tratado de la consideración al Papa Eugenio, cap. XXII)

… juzga la idea de pecado y misericordia que tiene Francisco

  • El pecador debe reconciliarse consigo mismo por el llanto de la penitencia

Quien pide la misericordia, obtiene esta oportuna respuesta: Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Compadécete de tu alma, tú que aspiras a que Dios se compadezca de ti. Llora cada noche sobre tu lecho. Acuérdate de regar tu cama con tus propias lágrimas. Si te compadeces de ti mismo, si te esfuerzas en gemir con el llanto de la penitencia, estarás ya en primer grado de la misericordia, y con toda seguridad la alcanzarás. Si eres muy pecador y buscas una gran misericordia y una inmensa compasión, afánate en acrecentar tu propia misericordia. Reconcíliate contigo mismo, pues eres una carga para ti al ser enemigo de Dios. (San Bernardo. Tratado a los clérigos sobre la conversión, cap. XVI, n. 29)
  • El que ama la iniquidad, odia su alma

Quizá haya alguien que quede perplejo por aquello del salmo: El que ama la iniquidad, odia su alma. Pero yo añado: odia también su misma carne. O ¿acaso no la odia el que cada día se compra montones de infiernos, y el que por dureza e impenitencia de su corazón atesora ira divina para el día de la venganza? Este odio al cuerpo y al alma radica no en el efecto o intención, sino en las obras efectivas. Odia despiadadamente su propio cuerpo cuando lo desgarra sin compasión al adormecer el juicio de su conciencia. ¿Hay locura más grave que la impenitencia del corazón y la voluntad obstinada en pecar? El mismo se estrangula con sus manos impías, que hieren y matan el espíritu, no el cuerpo. Si has visto alguna vez a un hombre restregarse las manos hasta hacerse brotar sangre, ahí tienes un claro ejemplo de lo que hace un pecador. (San Bernardo. Tratado a los clérigos sobre la conversión, cap. IV, n. 5)

… juzgan la idea de vigencia de la Antigua Alianza que tiene Francisco

  • No se debe perseguir a los judíos, pero el que muere permanece en la muerte

No se debe perseguir, ni asesinar, ni expulsar siquiera a los judíos. Preguntad a quienes conocen las divinas Escrituras qué profetiza el salmo sobre los judíos y qué dice la Iglesia: ‘Dios me ha mostrado respeto a mis enemigos, para que no los mates, para que no se olviden de mi pueblo’. En realidad, son para nosotros una memoria viva que nos recuerda la pasión del Señor. Por este motivo viven dispersos en todos los países, y al llorar por doquier las justas penas de un crimen tan enorme, son testigos perennes de nuestra redención. […] Pero ‘se convertirán por la tarde y en su momento se les mirará con benevolencia’. Y, finalmente, cuando se reúna la plenitud de los pueblos, entonces dice el Apóstol que ‘se salvará Israel’. Mientras tanto, el que muere ‘permanece en la muerte’(San Bernardo – Epístola 363, n.6 –Obras Completas de San Bernardo, BAC – vol. VII, p. 1047)
  •  Se debe pretender la conversión de los judíos 

¿No cosecha mucho más la Iglesia entre los judíos día a día, por el camino del convencimiento y de la conversión, que si los aniquilara de una vez a todos con la furia de las armas? ¿Crees que ha sido establecido al azar esa oración universal de la Iglesia, en la que se intercede por los pérfidos judíos ‘desde donde sale el sol hasta su ocaso’, para que el Señor Dios rasgue el velo de su corazón y pasen de sus tinieblas a la luz de la verdad? Si creyera que los incrédulos no pueden creer, ‘será inútil y ridículo rezar por ellos’. Pero considera con ojos de misericordia que el Señor es compasivo con ellos y que devuelve ben por mal y odio por amor. ¿Ya no tiene valor aquello que se dijo: cuidado ‘con matarlos’? ¿O esto otro: ‘cuando entren todos los pueblos, entonces todo Israel se salvará’? ¿O aquello: ‘El Señor reconstruye Jerusalén y reúne a los deportados de Israel’? ¿Eres tú el destinado a dejar a los profetas por embusteros y anular todos los tesoros del amor y misericordia de Jesucristo? Tu ‘doctrina no es’ tuya, ‘sino del que’ te ‘envió’, tu padre. Pero creo que estarás satisfecho si igualas a tu maestro. ‘Y él es un asesino desde el principio’; es un mentiroso y padre de la mentira. ¡Qué ciencia tan monstruosa! ¡Qué sabiduría tan infernal, opuesta a los profetas, enemiga de los apóstoles y ruina de la misericordia y de la gracia! ¡Qué herejía tan asquerosa! (San Bernardo – Epístola 365, n.2 –Obras Completas de San Bernardo, BAC – vol. VII, p. 1055-1057) 

… juzga la idea de obediencia religiosa que tiene Francisco

  • Al Papa Eugenio III, sobre los daños de la desobediencia

Réstanos ahora que tu consideración detenga su mirada en el estado general de la Iglesia universal. Para ver si los pueblos viven sumisos con la humildad necesaria a los clérigos, éstos a los sacerdotes y los sacerdotes a Dios; si en los monasterios y demás lugares religiosos reina el orden y se guarda celosamente la observancia; si se mantienen en todo su vigor las censuras eclesiásticas en materia de fe y costumbres; si florece la viña del Señor por la honestidad y la santidad de sus sacerdotes; si esas flores dan sus frutos por la obediencia del pueblo fiel; si se cumplen tus leyes y constituciones apostólicas con la solicitud que se merecen, no sea que aparezca en el campo del Señor la incuria o el hurto como consecuencias de tu descuido. No dudes que puede ocurrir. […] Hemos tenido que derramar lágrimas amargas por las consecuencias que se han seguido. ¿Por qué? Por la más absoluta impunidad, hija de la incuria, madre de la insolencia, raíz de la desvergüenza, fomento de toda transgresión. Dichoso tú, si consigues desterrar esta incuria, causa fundamental de todos estos males. (San Bernardo. Tratados sobre la consideración al Papa Eugenio III. Libro 3, cap. 5, n. 19-20)

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