"Los verdaderos amigos del pueblo no son ni los revolucionarios ni los innovadores. Son los tradicionalistas".
Carta sobre el Sillón, 25 de agosto de 1910
San Pío X: “Abajarse ante los enemigos de la Iglesia es una culpable omisión pastoral”
San Pío X juzga las opiniones heréticas de Bergoglio.
San Pío X…
… juzga la opinión herética de la Iglesia como una ONG que tiene Bergoglio
La separación de Dios es un íntimo y gravísimo mal que aflige nuestra sociedad
Luego, dejando aparte otros motivos [para rehusar el Pontificado] Nos llenaba de temor sobre todo la tristísima situación en que se encuentra la humanidad. ¿Quién ignora, efectivamente, que la sociedad actual, más que en épocas anteriores, está afligida por un íntimo y gravísimo mal que, agravándose por días, la devora hasta la raíz y la lleva a la muerte? Comprendéis, Venerables Hermanos, cual es el mal; la defección y la separación de Dios: nada más unido a la muerte que esto, según lo dicho por el Profeta: “Pues he aquí que quienes se alejan de ti, perecerán” (Sal 72, 26). Detrás de la misión pontificia que se me ofrecía, Nos veíamos el deber de salir al paso de tan gran mal: Nos parecía que recaía en Nos el mandato del Señor: “Hoy te doy sobre pueblos y reinos poder de destruir y arrancar, de edificar y plantar” (Jer 1,10); pero, conocedor de Nuestra propia debilidad, Nos espantaba tener que hacer frente a un problema que no admitía ninguna dilación y sí tenía muchas dificultades. (Pío X. Encíclica E supremi apostolatus, n. 3, 4 de octubre de 1903)
No hay fraternidad genuina fuera de la caridad cristiana
Lo mismo se aplica a la noción de fraternidad que se encuentra en el amor de interés común o, más allá de todas las filosofías y religiones, en la mera noción de la humanidad, incluyendo de este modo un amor igual y la tolerancia a todos los seres humanos y a sus miserias, ya sean intelectuales, morales físicas y temporales. Pero la doctrina católica nos dice que el primer deber de la caridad no radica en la tolerancia de las ideas falsas, por sincera que sea, ni en la indiferencia teórica o práctica hacia los errores y vicios en los que vemos a nuestros hermanos cayeron, sino en el celo por su mejoramiento intelectual y moral, así como por su bienestar material. La doctrina católica nos dice, además, que el amor al prójimo brota de nuestro amor a Dios, que es Padre de todos, y el objetivo de toda la familia humana; y en Jesucristo, cuyos miembros somos, hasta el punto que en hacer el bien a los demás, estamos haciendo el bien a Jesucristo mismo. Cualquier otro tipo de amor es pura ilusión, estéril y fugaz. […] No hay fraternidad genuina fuera de la caridad cristiana. A través del amor de Dios y de su Hijo Jesucristo nuestro Salvador, la caridad cristiana abarca a todos los hombres, consuela a todos, y lleva a todos a la misma fe y la misma felicidad celestial. (Pío X. Encíclica Notre charge apostolique, n.22-23, 15 de agosto de 1910)
La verdad es única y no puede doblegarse a los tiempos
Cuanto se equivocan los que estiman que serán más dignos de la Iglesia y trabajarán con más fruto para la salvación eterna de los hombres si, movidos por una prudencia humana, […] movidos por la vana esperanza de que así pueden ayudar mejor a los equivocados, cuando en realidad los hacen compañeros de su propio descarrío. Pero la verdad es única y no puede dividirse; permanece eterna, sin doblegarse a los tiempos: Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre (Heb 13, 8). (Pío X. Encíclica Iucunda sane, n. 25-26, 12 de marzo de 1904)
… juzga la opinión herética del uso de la internet para la educación católica que tiene Francisco
Hay cristianos que viven temeraria y imprudentemente en lo tocante a la religión
¡Cuán comunes y fundados son, por desgracia, estos lamentos de que existe hoy un crecido número de personas, en el pueblo cristiano, que viven en suma ignorancia de las cosas que se han de conocer para conseguir la salvación eterna! Al decir “pueblo cristiano”, no nos referimos solamente a la plebe, esto es, a aquellos hombres de las clases inferiores a quienes excusa con frecuencia el hecho de hallarse sometidos a dueños exigentes, y que apenas si pueden ocuparse de sí mismos y de su descanso; sino que también y, principalmente, hablamos de aquellos a quienes no falta entendimiento ni cultura y hasta se hallan adornados de una gran erudición profana, pero que, en lo tocante a la religión, viven temeraria e imprudentemente. ¡Difícil seria ponderar lo espeso de las tinieblas que con frecuencia los envuelven y -lo que es más triste- la tranquilidad con que permanecen en ellas! (Pío X. Encíclica Acerbo nimis, n. 2, 15 de abril de 1905)
… juzga la opinión herética de Bergoglio de que se puede interpretar la verdad en contra del Magisterio infalible
El hombre corrompido por el pecado se aparta del buen camino sin el auxilio de la doctrina cristiana
Mas, depravada por la corrupción del pecado original y olvidada casi de Dios, su Hacedor, la voluntad humana convierte toda su inclinación a amar la vanidad y a buscar la mentira. Extraviada y ciega por las malas pasiones, necesita un guía que le muestre el camino para que se restituya a la vía de la justicia que desgraciadamente abandonó. Este guía, que no ha de buscarse fuera del hombre, y del que la misma naturaleza le ha provisto, es la propia razón; mas si a la razón le falta su verdadera luz, que es la ciencia de las cosas divinas, sucederá que, al guiar un ciego a otro ciego, ambos caerán en el hoyo […]. Sólo la doctrina cristiana pone al hombre en posesión de su eminente dignidad natural en cuanto hijo del Padre celestial […]. Cuando al espíritu lo envuelven las espesas tinieblas de la ignorancia, no pueden darse ni la rectitud de la voluntad ni las buenas costumbres, pues si caminando con los ojos abiertos puede apartarse el hombre del buen camino, el que padece de ceguera está en peligro cierto de desviarse. (Pío X. Encíclica Acerbo nimis, n. 3-5, 15 de abril de 1905)
Obligación del Papa de velar por la integridad de la fe y de las costumbres
Nuestro cargo apostólico nos impone la obligación de velar por la pureza de la fe y la integridad de la disciplina católica y de preservar a los fieles de los peligros del error y del mal, mayormente cuando el error y el mal se presentan con un lenguaje atrayente que, cubriendo la vaguedad de las ideas y el equívoco de las expresiones con el ardor del sentimiento y la sonoridad de las palabras, puede inflamar los corazones en el amor de causas seductoras pero funestas. (Pío X. Encíclica Notre charge apostolique, n. 1, 23 de agosto de 1910)
Los que conocen la verdad no necesitan quien les enseñe novedades
En cuanto a vosotros, lo que habéis oído desde el principio permanezca en vosotros. Si permanece en vosotros lo que habéis oído desde el principio, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre, y esta es la promesa que él mismo nos hizo: la vida eterna. Os he escrito esto respecto a los que tratan de engañaros. Y en cuanto a vosotros la unción que de él habéis recibido permanece en vosotros, y no necesitáis que nadie os enseñe. (1 Jn 2, 24-27) ¡Lejos de los clérigos el amor a las novedades! Con semejante severidad y vigilancia han de ser examinados y elegidos los que piden las órdenes sagradas; ¡lejos, muy lejos de las sagradas órdenes el amor de las novedades! Dios aborrece los ánimos soberbios y contumaces. (Pío X. Encíclica Pascendi Dominici gregis, n. 49, 8 de septiembre de 1907)
Es oficio del Papa guardar la tradición de la Iglesia frente a novedades peligrosas
Al oficio de apacentar la grey del Señor que nos ha sido confiada de lo alto, Jesucristo señaló como primer deber el de guardar con suma vigilancia el depósito tradicional de la santa fe, tanto frente a las novedades profanas del lenguaje como a las contradicciones de una falsa ciencia. No ha existido época alguna en la que no haya sido necesaria a la grey cristiana esa vigilancia de su Pastor supremo; porque jamás han faltado, suscitados por el enemigo del género humano, “hombres de lenguaje perverso”, “decidores de novedades y seductores”, “sujetos al error y que arrastran al error”. […] Ciegos, ciertamente, y conductores de ciegos, que, inflados con el soberbio nombre de ciencia, llevan su locura hasta pervertir el eterno concepto de la verdad, a la par que la genuina naturaleza del sentimiento religioso: para ello han fabricado un sistema “en el cual, bajo el impulso de un amor audaz y desenfrenado de novedades, no buscan dónde ciertamente se halla la verdad y, despreciando las santas y apostólicas tradiciones, abrazan otras doctrinas vanas, fútiles, inciertas y no aprobadas por la Iglesia, sobre las cuales — hombres vanísimos— pretenden fundar y afirmar la misma verdad” […] Los católicos venerarán siempre la autoridad del concilio II de Nicea, que condenó “a aquellos que osan…, conformándose con los criminales herejes, despreciar las tradiciones eclesiásticas e inventar cualquier novedad…, o excogitar torcida o astutamente para desmoronar algo de las legítimas tradiciones de la Iglesia católica”. (Pío X. Encíclica Pascendi Dominici gregis, n. 1.11.42, 8 de septiembre de 1907)
La verdad es única y no puede doblegarse a los tiempos
Cuanto se equivocan los que estiman que serán más dignos de la Iglesia y trabajarán con más fruto para la salvación eterna de los hombres si, movidos por una prudencia humana, […] movidos por la vana esperanza de que así pueden ayudar mejor a los equivocados, cuando en realidad los hacen compañeros de su propio descarrío. Pero la verdad es única y no puede dividirse; permanece eterna, sin doblegarse a los tiempos: Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre (Heb 13, 8). (Pío X. Encíclica Iucunda sane, n. 25-26, 12 de marzo de 1904)
El modernismo enseña que el Magisterio de la Iglesia depende de las conciencias individuales y debe someterse a las formas populares
Sobre el magisterio de la Iglesia, he aquí cómo discurren [los modernistas]. La sociedad religiosa no puede verdaderamente ser una si no es una la conciencia de los socios y una la fórmula de que se valgan. Ambas unidas exigen una especie de inteligencia universal a la que incumba encontrar y determinar la fórmula que mejor corresponda a la conciencia común, y a aquella inteligencia le pertenece también toda la necesaria autoridad para imponer a la comunidad la fórmula establecida. Y en esa unión como fusión, tanto de la inteligencia que elige la fórmula cuanto de la potestad que la impone, colocan los modernistas el concepto del magisterio eclesiástico. Como, en resumidas cuentas, el magisterio nace de las conciencias individuales y para bien de las mismas conciencias se le ha impuesto el cargo público, síguese forzosamente que depende de las mismas conciencias y que, por lo tanto, debe someterse a las formas populares. Es, por lo tanto, no uso, sino un abuso de la potestad que se concedió para utilidad prohibir a las conciencias individuales manifestar clara y abiertamente los impulsos que sienten, y cerrar el camino a la crítica impidiéndole llevar el dogma a sus necesarias evoluciones. (Pío X. Encíclica Pascendi Dominici gregis, n. 24, 8 de septiembre de 1907)
Los modernistas afirman que la Iglesia debe someterse a las leyes de la evolución, adaptándose a las formas y circunstancias históricas
Hay aquí un principio general: en toda religión que viva, nada existe que no sea variable y que, por lo tanto, no deba variarse. De donde pasan a lo que en su doctrina es casi lo capital, a saber: la evolución. Si, pues, no queremos que el dogma, la Iglesia, el culto sagrado, los libros que como santos reverenciamos y aun la misma fe languidezcan con el frío de la muerte, deben sujetarse a las leyes de la evolución. […] En la evolución del culto, el factor principal es la necesidad de acomodarse a las costumbres y tradiciones populares, y también la de disfrutar el valor que ciertos actos han recibido de la costumbre. En fin, la Iglesia encuentra la exigencia de su evolución en que tiene necesidad de adaptarse a las circunstancias históricas y a las formas públicamente ya existentes del régimen civil. (Pío X. Encíclica Pascendi Dominici gregis, n. 25, 8 de septiembre de 1907)
Según el modernismo, los cambios nacen entre la autoridad y la conciencia de los particulares
Por lo que, ahondando más en la mente de los modernistas, diremos que la evolución proviene del encuentro opuesto de dos fuerzas, de las que una estimula el progreso mientras la otra pugna por la conservación. La fuerza conservadora reside vigorosa en la Iglesia y se contiene en la tradición. Represéntala la autoridad religiosa, y eso tanto por derecho, pues es propio de la autoridad defender la tradición, como de hecho, puesto que, al hallarse fuera de las contingencias de la vida, pocos o ningún estímulo siente que la induzcan al progreso. Al contrario, en las conciencias de los individuos se oculta y se agita una fuerza que impulsa al progreso, que responde a interiores necesidades y que se oculta y se agita sobre todo en las conciencias de los particulares, especialmente de aquellos que están, como dicen, en contacto más particular e íntimo con la vida. […] De una especie de mutuo convenio y pacto entre la fuerza conservadora y la progresista, esto es, entre la autoridad y la conciencia de los particulares, nacen el progreso y los cambios. Pues las conciencias privadas, o por lo menos algunas de ellas, obran sobre la conciencia colectiva; ésta, a su vez, sobre las autoridades, obligándolas a pactar y someterse a lo ya pactado. Fácil es ahora comprender por qué los modernistas se admiran tanto cuando comprenden que se les reprende o castiga. Lo que se les achaca como culpa, lo tienen ellos como un deber de conciencia. Nadie mejor que ellos comprende las necesidades de las conciencias, pues la penetran más íntimamente que la autoridad eclesiástica. (Pío X. Encíclica Pascendi Dominici gregis, n. 26, 8 de septiembre de 1907)
Los modernistas dicen que en la Iglesia nada hay estable e inmutable
Según la doctrina y maquinaciones de los modernistas, nada hay estable, nada inmutable en la Iglesia. En la cual sentencia les precedieron aquellos de quienes nuestro predecesor Pío IX ya escribía: “Esos enemigos de la revelación divina, prodigando estupendas alabanzas al progreso humano, quieren, con temeraria y sacrílega osadía, introducirlo en la religión católica, como si la religión fuese obra de los hombres y no de Dios, o algún invento filosófico que con trazas humanas pueda perfeccionarse”. […] En el Syllabus, de Pío IX, y enunciada así: “La revelación divina es imperfecta, y por lo mismo sujeta a progreso continuo e indefinido que corresponda al progreso de la razón humana”, y con más solemnidad en el concilio Vaticano, por estas palabras: “Ni, pues, la doctrina de la fe que Dios ha revelado se propuso como un invento filosófico para que la perfeccionasen los ingenios humanos, sino como un depósito divino se entregó a la Esposa de Cristo, a fin de que la custodiara fielmente e infaliblemente la declarase. De aquí que se han de retener también los dogmas sagrados en el sentido perpetuo que una vez declaró la Santa Madre Iglesia, ni jamás hay que apartarse de él con color y nombre de más alta inteligencia”; con esto, sin duda, el desarrollo de nuestros conocimientos, aun acerca de la fe, lejos de impedirse, antes se facilita y promueve. Por ello, el mismo concilio Vaticano prosigue diciendo: “Crezca, pues, y progrese mucho e incesantemente la inteligencia, ciencia, sabiduría, tanto de los particulares como de todos, tanto de un solo hombre como de toda la Iglesia, al compás de las edades y de los siglos; pero sólo en su género, esto es, en el mismo dogma, en el mismo sentido y en la misma sentencia”. (Pío X. Encíclica Pascendi Dominici gregis, n. 27, 8 de septiembre de 1907)
…juzga la opinión herética de Francisco de afirmaciones rígidas dentro de la moral familiar
Moverse por una prudencia mundana para ayudar a los equivocados es hacerse compañero de su propio descarrío
Cuanto se equivocan los que estiman que serán más dignos de la Iglesia y trabajaran con más fruto para la salvación eterna de los hombres si son movidos por una prudencia mundana, […] movidos por la vana esperanza de que así pueden ayudar mejor a los equivocados, cuando en realidad los hacen compañeros de su propio descarrío. Pero la verdad es única y no puede dividirse; permanece eterna, sin doblegarse a los tiempos: Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre (Heb 13, 8). (Pío X. Encíclica Iucunda sane, n. 25, 12 de marzo de 1904)
El primer deber de la caridad no está en la tolerancia de las opiniones erróneas
La doctrina católica nos enseña que el primer deber de la caridad no está en la tolerancia de las opiniones erróneas, por muy sinceras que sean, ni en la indiferencia teórica o practica ante el error o el vicio en que vemos caídos a nuestros hermanos, sino en el celo por su mejoramiento intelectual y moral no menos que en el celo por su bienestar material. Esta misma doctrina católica nos ensena también que la fuente del amor al prójimo se halla en el amor de Dios, Padre común y fin común de toda la familia humana, y en el amor de Jesucristo, cuyos miembros somos, hasta el punto de que aliviar a un desgraciado es hacer un bien al mismo Jesucristo. (Pío X. Encíclica Notre charge apostolique, n. 22, 23 de agosto de 1910)
… juzga la opinión herética de Francisco de mundanidad dentro de la Iglesia
Debemos elevar nuestra voz y predicar la grandeza de la fe
En estas públicas calamidades debemos elevar nuestra voz, y predicar la grandeza de la fe, no solamente al pueblo, a los humildes, a los afligidos, sino también a los poderosos, a los ricos, a los gobernantes y a todos aquellos en cuyas manos se halla el destino de las naciones; y demostrar asimismo a todos las grandes verdades que la historia confirma con sus terribles y cruentas lecciones. (Pío X. Encíclica Communium rerum, n. 25, 21 de abril de 1909)
… juzga la opinión herética de Francisco de que el anuncio del Evangelio se hace sin acentos doctrinales ni morales
El principal ministerio de cuantos ejercen el gobierno de la Iglesia es enseñar a los fieleslas cosas sagradas
Conviene averiguar ahora a quién compete preservar a las almas de aquella perniciosa ignorancia [de la religión] e instruirlas en ciencia tan indispensable. Lo cual, Venerables Hermanos, no ofrece dificultad alguna, porque ese gravísimo deber corresponde a los pastores de almas que, efectivamente, se hallan obligados por mandato del mismo Cristo a conocer y apacentar las ovejas, que les están encomendadas. Apacentar es, ante todo, adoctrinar: Os daré pastores según mi corazón, que os apacentarán con la ciencia y con la doctrina. (Jr 3, 15) […] El principal ministerio de cuantos ejercen de alguna manera el gobierno de la Iglesia consiste en enseñar a los fieles en las cosas sagradas. (Pío X. Encíclica Acerbo nimis, n. 7, 15 de abril de 1905)
Los que enseñan en la Iglesia deben exhortar a huir de los vicios y a practicar la virtud
El oficio, pues, del catequista consiste en elegir alguna verdad relativa a la fe y a las costumbres cristianas, y, explicarla en todos sus aspectos. Y, como el fin de la enseñanza es la perfección de la vida, el catequista ha de comparar lo que Dios manda obrar y lo que los hombres hacen realmente; después de lo cual, y sacando oportunamente algún ejemplo de la Sagrada Escritura, de la historia de la Iglesia o de las vidas de los Santos, ha de aconsejar a sus oyentes, como si la señalara con el dedo, la norma a que deben ajustar la vida, y terminará exhortando a los presentes a huir de los vicios y a practicar la virtud. (Pio X. Encíclica Acerbo nimis, n. 9, 15 de abril de 1905)
…juzga la opinión herética del papel de la mujer en la Iglesia que tiene Francisco
Categorías distintas: los pastores y el rebaño
La Iglesia es esencialmente una sociedad desigual que comprende dos categorías de personas: los pastores y el rebaño, los que están colocados en los distintos grados de la jerarquía, y la multitud de los fieles; y estas categorías son distintas entre sí de tal manera, que solamente en el cuerpo pastoral residen el derecho y la autoridad necesarios para promover y dirigir a todos los miembros hacia el fin de esta sociedad. En cuanto a la multitud, ella no tiene otro derecho que el de dejarse conducir y, muy dócilmente, seguir a sus pastores. (Pío X. Encíclica Vehementer nos, 11 de febrero de 1906)
El reformador modernista quiere repartir la autoridad en la Iglesia
Queda, finalmente, ya hablar sobre el modernista en cuanto reformador. […] Andan clamando que el régimen de la Iglesia se ha de reformar en todos sus aspectos, pero principalmente en el disciplinar y dogmático, y, por lo tanto, que se ha de armonizar interior y exteriormente con lo que llaman conciencia moderna, que íntegramente tiende a la democracia; por lo cual, se debe conceder al clero inferior y a los mismos laicos cierta intervención en el gobierno y se ha de repartir la autoridad, demasiado concentrada y centralizada. (Pío X. Encíclica Pascendi Dominici gregis, n. 37, 8 de septiembre de 1907)
… juzga las actitudes de Francisco con los pecadores públicos, cambiando el protocolo Vaticano
En el corazón de Jesús hay mansedumbre para algunos e indignación hacia otros
Ciertamente, Jesús nos ha amado con un amor inmenso, infinito, y ha venido a la tierra a sufrir y morir para que, reunidos alrededor de Él en la justicia y en el amor, animados de los mismos sentimientos de caridad mutua, todos los hombres vivan en la paz y en la felicidad. Pero a la realización de esta felicidad temporal y eterna ha puesto, con una autoridad soberana, la condición de que se forme parte de su rebaño, que se acepte su doctrina, que se practique su virtud y que se deje uno enseñar y guiar por Pedro y sus sucesores. Porque, si Jesús ha sido bueno para los extraviados y los pecadores, no ha respetado sus convicciones erróneas, por muy sinceras que pareciesen; los ha amado a todos para instruirlos, convertirlos y salvarlos. Si ha llamado hacia sí, para aliviarlos, a los que padecen y sufren (ver Mt 11, 28), no ha sido para predicarles el celo por una igualdad quimérica. Si ha levantado a los humildes, no ha sido para inspirarles el sentimiento de una dignidad independiente y rebelde a la obediencia. Si su corazón desbordaba mansedumbre para las almas de buena voluntad, ha sabido igualmente armarse de una santa indignación contra los profanadores de la casa de Dios (cf. Mt 21, 13; Lc 19, 46), contra los miserables que escandalizan a los pequeños (cf. Lc 17, 2), contra las autoridades que agobian al pueblo bajo el peso de onerosas cargas sin poner en ellas ni un dedo para aliviarlas (cf. Mt 23, 4). Ha sido tan enérgico como dulce; ha reprendido, amenazado, castigado, sabiendo y enseñándonos que con frecuencia el temor es el comienzo de la sabiduría (ver Pr 1, 7; Pr 9, 10) y que conviene a veces cortar un miembro para salvar al cuerpo (ver Mt 18, 8-9). […] Estas son enseñanzas que se intentaría equivocadamente aplicar solamente a la vida individual con vistas a la salvación eterna; son enseñanzas eminentemente sociales, y nos demuestran en Nuestro Señor Jesucristo algo muy distinto de un humanitarismo sin consistencia y sin autoridad. (Pío X. Encíclica Notre charge apostolique, n. 38, 23 de agosto de 1910)
… juzga la opinión herética dea de «conversión del papado» que tiene Francisco
Para salvar a la Iglesia Dios envió el piloto que empuña el timón
El mismo Gregorio nos describe la Iglesia de Roma (Registrum i., 4 ad Joannem episcop. Constantino): una vieja nave, deshecha por la violencia… que hace agua por todas partes rota a diario por los embates de la tempestad y cuyas tablas carcomidas anuncian el naufragio. Sin embargo, Dios envió para salvarla el piloto [el Papa] que hacía falta, y éste, empuñando el timón, llevarla a puerto entre aquel oleaje proceloso, guardándola de futuras tormentas. (Pío X. Encíclica Iucunda sane, n. 2, 12 se marzo de 1904)
… juzga la opinión herética de Francisco de que en el confesionario el sacerdote actúa en nombre del Padre
Función ejercida no en nombre propio, sino en nombre de Jesucristo
Nosotros, los sacerdotes, no ejercermos la función sacerdotal en nombre propio, sino en nombre de Jesucristo. Dice el Apóstol: “que todo hombre nos considere como ministros de Cristo dispensadores de los misterios de Dios”: somos embajadores de Cristo. Por esta razón Jesucristo mismo nos trató como amigos y no como siervos. (Pío X. Exhortación Haerent animo, n. 4, 4 de agosto de 1908)
… juzga la opinión herética de ecumenismo que tiene Francisco
A los pastores incumbe la obligación de resistir a la cobarde neutralidad mientras recrudece la guerra contra la Religión
A vosotros, Venerables Hermanos, a quienes la Divina Providencia ha constituido pastores y guías del pueblo cristiano, incumbe la obligación de procurar resistir con todo empeño a esta funestísima tendencia de la moderna sociedad, de adormecerse en una vergonzosa inercia, mientras recrudece la guerra contra la religión, procurando una cobarde neutralidad e interpretando falsamente los derechos divinos y humanos, por medio de rodeos y convenios, y sin acordarse de aquella categórica sentencia de Cristo: “el que no está conmigo está contra mí” (Mt 12, 30). (Pío X. Encíclica Communium rerum, 21 de abril de 1909)
Es deber de los Obispos hacer volver la sociedad a la doctrina de la Iglesia…
Ya veis, Venerables Hermanos, cual es el oficio que en definitiva se confía tanto a Nos como a vosotros: que hagamos volver a la sociedad humana, alejada de la sabiduría de Cristo, a la doctrina de la Iglesia. Verdaderamente la Iglesia es de Cristo y Cristo es de Dios. Y si, con la ayuda de Dios, lo logramos, nos alegraremos porque la iniquidad habrá cedido ante la justicia y escucharemos gozosos una gran voz del cielo que dirá: “Ahora llega la salvación, el poder, el reino de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo” (Ap 12, 10). (Pío X. Encíclica E supremi apostolati, n. 9, 4 de octubre de 1903)
… juzga la opinión herética que tiene Francisco sobre la culpa de la Iglesia del cisma anglicano
…y en la unión de los espíritus en la verdad
La doctrina católica nos enseña que el primer deber de la caridad no está en la tolerancia de las opiniones erróneas, por muy sinceras que sean, ni en la indiferencia teórica o practica ante el error o el vicio en que vemos caídos a nuestros hermanos. […] Porque, si se quiere llegar, y Nos lo deseamos con toda nuestra alma, a la mayor suma de bienestar posible para la sociedad y para cada uno de sus miembros por medio de la fraternidad, o, como también se dice, por medio de la solidaridad universal, es necesaria la unión de los espíritus en la verdad, la unión de las voluntades en la moral, la unión de los corazones en el amor de Dios y de su Hijo Jesucristo.(Pío X. Encíclica Notre charge apostolique, n. 22-23, 23 de agosto de 1910)
… juzga la opinión herética que tiene Francisco de dialogar con el mundo
Se equivocan los que, dedicándose a hacer el bien, silencian las gravísimas obligaciones de la fe cristiana
Cuanto se equivocan los que estiman que serán más dignos de la Iglesia y trabajaran con más fruto para la salvación eterna de los hombres si, movidos por una prudencia humana, […] movidos por la vana esperanza de que así pueden ayudar mejor a los equivocados, cuando en realidad los hacen compañeros de su propio descarrío. Pero la verdad es única y no puede dividirse; permanece eterna, sin doblegarse a los tiempos: Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre (Heb 13, 8). También se equivocan por completo los que, dedicándose a hacer el bien, sobre todo en los problemas del pueblo, se preocupan mucho del alimento y del cuidado del cuerpo, y silencian la salvación del alma y las gravísimas obligaciones de la fe cristiana. Tampoco les importa ocultar, como con un velo, algunos de los principales preceptos evangélicos, temiendo que se les haga menos caso, e incluso se les abandone. (Pío X. Encíclica Iucunda sane, n. 25-26, 12 de marzo de 1904)
La predicación que silencia las obligaciones de nuestra fe es exigua
Otra manera de hacer daño es la de quienes hablan de las cosas de la religión como si hubiesen de ser medidas según los cánones y las conveniencias de esta vida que pasa, dando al olvido la vida eterna futura: hablan brillantemente de los beneficios que la religión cristiana ha aportado a la humanidad, pero silencian las obligaciones que impone; pregonan la caridad de Jesucristo nuestro Salvador, pero nada dicen de la justicia. El fruto que esta predicación produce es exiguo, ya que, después de oírla, cualquier profano llega a persuadirse de que, sin necesidad de cambiar de vida, él es un buen cristiano con tal de decir: Creo en Jesucristo. ¿Qué clase de fruto quieren obtener estos predicadores? No tienen ciertamente ningún otro propósito más que el de buscar por todos los medios ganarse adeptos halagándoles los oídos, con tal de ver el templo lleno a rebosar, no les importa que las almas queden vacías. (Pío X. Motu proprio Sacrorum antistitum, 1 de septiembre de 1910)
… juzga la idea modernista de Francisco de que la fe se construye y no se recibe
Para los modernistas los dogmas de fe no pasan de una interpretación de hechos religiosos que la mente humana elaboró con trabajoso esfuerzo
[Doctrina condenada] Los dogmas que la Iglesia presenta como revelados, no son verdades bajadas del cielo, sino una interpretación de hechos religiosos que la mente humana se elaboró con trabajoso esfuerzo.(Denzinger-Hünermann, 3422. Pío X, Decreto del Santo Oficio Lamentabili, n. 22, 3 de julio de 1907)
La fe no es un sentimiento de la religión que se origina en la voluntad
Sostengo con toda certeza y sinceramente profeso que la fe no es un sentimiento ciego de la religión que brota de los escondrijos de la subconsciencia, bajo presión del corazón y la inclinación de la voluntad formada moralmente, sino un verdadero asentimiento del entendimiento a la verdad recibida de fuera por oído, por el que creemos ser verdaderas las cosas que han sido dichas atestiguadas y reveladas por el Dios personal, creador y Señor nuestro, y lo creemos por la autoridad de Dios, sumamente veraz. (Denzinger-Hünermann, 3542. Pío X, Motu proprio Sacrorum antistitum, Juramento antimodernista, n. 5)
El error modernista niega la revelación y afirma: la fe reside en un sentimiento íntimo que ha de hallarse exclusivamente en la vida del hombre…
La religión, como todo hecho, exige una explicación. Pues bien: una vez repudiada la teología natural y cerrado, en consecuencia, todo acceso a la revelación al desechar los motivos de credibilidad; más aún, abolida por completo toda revelación externa, resulta claro que no puede buscarse fuera del hombre la explicación apetecida, y debe hallarse en lo interior del hombre; pero como la religión es una forma de la vida, la explicación ha de hallarse exclusivamente en la vida misma del hombre. Por tal procedimiento se llega a establecer el principio de la inmanencia religiosa. […] Por esta razón, siendo Dios el objeto de la religión, síguese de lo expuesto que la fe, principio y fundamento de toda religión, reside en un sentimiento íntimo engendrado por la indigencia de lo divino. (Pío X. Encíclica Pascendi dominici gregis, n. 5, 8 de septiembre de 1907)
…y cuando éste llega a sentir la indigencia de lo divino, logra por fin descubrir la religión
¿Quiere ahora saberse en qué forma esa indigencia de lo divino, cuando el hombre llegue a sentirla, logra por fin convertirse en religión? Responden los modernistas: la ciencia y la historia están encerradas entre dos límites: uno exterior, el mundo visible; otro interior, la conciencia. Llegadas a uno de éstos, imposible es que pasen adelante la ciencia y la historia; más allá está lo incognoscible. Frente ya a este incognoscible, tanto al que está fuera del hombre, más allá de la naturaleza visible, como al que está en el hombre mismo, en las profundidades de la subconsciencia, la indigencia de lo divino, sin juicio alguno previo (lo cual es puro fideísmo) suscita en el alma, naturalmente inclinada a la religión, cierto sentimiento especial, que tiene por distintivo el envolver en sí mismo la propia realidad de Dios, bajo el doble concepto de objeto y de causa íntima del sentimiento, y el unir en cierta manera al hombre con Dios. A este sentimiento llaman fe los modernistas: tal es para ellos el principio de la religión.(Pío X. Encíclica Pascendi dominici gregis, n. 5, 8 de septiembre de 1907)
Los modernistas erigen la conciencia religiosa en regla universal, totalmente igual a la revelación…
Pero no se detiene aquí la filosofía o, por mejor decir, el delirio modernista. Pues en ese sentimiento los modernistas no sólo encuentran la fe, sino que con la fe y en la misma fe, según ellos la entienden, afirman que se verifica la revelación. Y, en efecto, ¿qué más puede pedirse para la revelación? ¿No es ya una revelación, o al menos un principio de ella, ese sentimiento que aparece en la conciencia, y Dios mismo, que en ese preciso sentimiento religioso se manifiesta al alma aunque todavía de un modo confuso? Pero, añaden aún: desde el momento en que Dios es a un tiempo causa y objeto de la fe, tenemos ya que aquella revelación versa sobre Dios y procede de Dios; luego tiene a Dios como revelador y como revelado. De aquí, venerables hermanos, aquella afirmación tan absurda de los modernistas de que toda religión es a la vez natural y sobrenatural, según los diversos puntos de vista. De aquí la indistinta significación de conciencia y revelación. De aquí, por fin, la ley que erige a la conciencia religiosa en regla universal, totalmente igual a la revelación, y a la que todos deben someterse, hasta la autoridad suprema de la Iglesia, ya la doctrinal, ya la preceptiva en lo sagrado y en lo disciplinar. (Pío X. Encíclica Pascendi dominici gregis, n. 6, 8 de septiembre de 1907)
… y atacan las raíces de la Iglesia: la fe y sus fibras más profundas
Tales hombres se extrañan de verse colocados por Nos entre los enemigos de la Iglesia. Pero no se extrañará de ello nadie que, prescindiendo de las intenciones, reservadas al juicio de Dios, conozca sus doctrinas y su manera de hablar y obrar. Son seguramente enemigos de la Iglesia, y no se apartará de lo verdadero quien dijere que ésta no los ha tenido peores. Porque, en efecto, como ya hemos dicho, ellos traman la ruina de la Iglesia, no desde fuera, sino desde dentro: en nuestros días, el peligro está casi en las entrañas mismas de la Iglesia y en sus mismas venas; y el daño producido por tales enemigos es tanto más inevitable cuanto más a fondo conocen a la Iglesia. Añádase que han aplicado la segur no a las ramas, ni tampoco a débiles renuevos, sino a la raíz misma; esto es, a la fe y a sus fibras más profundas. Mas una vez herida esa raíz de vida inmortal, se empeñan en que circule el virus por todo el árbol, y en tales proporciones que no hay parte alguna de la fe católica donde no pongan su mano, ninguna que no se esfuercen por corromper. (Pío X. Encíclica Pascendi dominici gregis, n. 2, 8 de septiembre de 1907)
… juzga la opinión herética de Francisco de que las diferencias entre católicos y protestantes son meramente de interpretación
…y en la unión de los espíritus en la verdad
La doctrina católica nos enseña que el primer deber de la caridad no está en la tolerancia de las opiniones erróneas, por muy sinceras que sean, ni en la indiferencia teórica o practica ante el error o el vicio en que vemos caídos a nuestros hermanos. […] Porque, si se quiere llegar, y Nos lo deseamos con toda nuestra alma, a la mayor suma de bienestar posible para la sociedad y para cada uno de sus miembros por medio de la fraternidad, o, como también se dice, por medio de la solidaridad universal, es necesaria la unión de los espíritus en la verdad, la unión de las voluntades en la moral, la unión de los corazones en el amor de Dios y de su Hijo Jesucristo. (Pío X. Encíclica Notre charge apostolique, n. 22-23, 23 de agosto de 1910)
… juzga la idea herética de Francisco de que Dios ama al pecador sin condiciones
Hace daño a los hermanos quien se queda sólo en palabras complacientes
Otra manera de hacer daño es la de quienes hablan de las cosas de la religión como si hubiesen de ser medidas según los cánones y las conveniencias de esta vida que pasa, dando al olvido la vida eterna futura: hablan brillantemente de los beneficios que la religión cristiana ha aportado a la humanidad, pero silencian las obligaciones que impone; pregonan la caridad de Jesucristo nuestro Salvador, pero nada dicen de la justicia. El fruto que esta predicación produce es exiguo, ya que, después de oírla, cualquier profano llega a persuadirse de que, sin necesidad de cambiar de vida, él es un buen cristiano con tal de decir: Creo en Jesucristo. ¿Qué clase de fruto quieren obtener estos predicadores? No tienen ciertamente ningún otro propósito más que el de buscar por todos los medios ganarse adeptos halagándoles los oídos, con tal de ver el templo lleno a rebosar, no les importa que las almas queden vacías. Por eso es por lo que ni mencionan el pecado, los novísimos, ni ninguna otra cosa importante, sino que se quedan solo en palabras complacientes, con una elocuencia más propia de un arenga profana que de un sermón apostólico y sagrado, para conseguir el clamor y el aplauso; contra estos oradores escribía San Jerónimo: “Cuando enseñes en la Iglesia, debes provocar no el clamor del pueblo, sino su compunción: las lágrimas de quienes te oigan deben ser tu alabanza”. (Pío X. Motu proprio Sacrorum antistitum, 1 de septiembre de 1910)
… juzga la idea de Francisco de que solamente se puede evangelizar con dulzura
La verdad es única y no puede doblegarse a los tiempos
Cuanto se equivocan los que estiman que serán más dignos de la Iglesia y trabajarán con más fruto para la salvación eterna de los hombres si, movidos por una prudencia humana, […] movidos por la vana esperanza de que así pueden ayudar mejor a los equivocados, cuando en realidad los hacen compañeros de su propio descarrío. Pero la verdad es única y no puede dividirse; permanece eterna, sin doblegarse a los tiempos: Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre (Heb 13, 8). También se equivocan por completo los que, dedicándose a hacer el bien, sobre todo en los problemas del pueblo, se preocupan mucho del alimento y del cuidado del cuerpo, y silencian la salvación del alma y las gravísimas obligaciones de la fe cristiana. Tampoco les importa ocultar, como con un velo, algunos de los principales preceptos evangélicos, temiendo que se les haga menos caso, e incluso se les abandone. (Pío X. Encíclica Iucunda sane, n. 25-26, 12 de marzo de 1904)
Hace daño a los hermanos quien se queda sólo en palabras complacientes
Otra manera de hacer daño es la de quienes hablan de las cosas de la religión como si hubiesen de ser medidas según los cánones y las conveniencias de esta vida que pasa, dando al olvido la vida eterna futura: hablan brillantemente de los beneficios que la religión cristiana ha aportado a la humanidad, pero silencian las obligaciones que impone; pregonan la caridad de Jesucristo nuestro Salvador, pero nada dicen de la justicia. El fruto que esta predicación produce es exiguo, ya que, después de oírla, cualquier profano llega a persuadirse de que, sin necesidad de cambiar de vida, él es un buen cristiano con tal de decir: “Creo en Jesucristo”. ¿Qué clase de fruto quieren obtener estos predicadores? No tienen ciertamente ningún otro propósito más que el de buscar por todos los medios ganarse adeptos halagándoles los oídos, con tal de ver el templo lleno a rebosar, no les importa que las almas queden vacías. Por eso es por lo que ni mencionan el pecado, los novísimos, ni ninguna otra cosa importante, sino que se quedan solo en palabras complacientes, con una elocuencia más propia de un arenga profana que de un sermón apostólico y sagrado, para conseguir el clamor y el aplauso; contra estos oradores escribía San Jerónimo: “Cuando enseñes en la Iglesia, debes provocar no el clamor del pueblo, sino su compunción: las lágrimas de quienes te oigan deben ser tu alabanza”. (Pío X. Motu proprio Sacrorum antistitum, 1 de septiembre de 1910)
Tolerar el error no es caridad
La doctrina católica nos enseña que el primer deber de la caridad no está en la tolerancia de las opiniones erróneas, por muy sinceras que sean, ni en la indiferencia teórica o practica ante el error o el vicio en que vemos caídos a nuestros hermanos, sino en el celo por su mejoramiento intelectual y moral no menos que en el celo por su bienestar material. (Pío X. Encíclica Notre charge apostolique, n. 22, 23 de agosto de 1910)
Jesús no respetó las convicciones erróneas de los pecadores
Porque, si Jesús ha sido bueno para los extraviados y los pecadores, no ha respetado sus convicciones erróneas, por muy sinceras que pareciesen; los ha amado a todos para instruirlos, convertirlos y salvarlos. Si ha llamado hacia sí, para aliviarlos, a los que padecen y sufren, no ha sido para predicarles el celo por una del igualdad quimérica. Si ha levantado a los humildes, no ha sido para inspirarles el sentimiento de una dignidad independiente y rebelde a la obediencia. Si su corazón desbordaba mansedumbre para las almas de buena voluntad, ha sabido igualmente armarse de una santa indignación contra los profanadores de la casa de Dios, contra los miserables que escandalizan a los pequeños, contra las autoridades que agobian al pueblo bajo el peso de onerosas cargas sin poner en ellas ni un dedo para aliviarlas. Ha sido tan enérgico como dulce; ha reprendido, amenazado, castigado, sabiendo y enseñándonos que con frecuencia el temor es el comienzo de la sabiduría y que conviene a veces cortar un miembro para salvar al cuerpo. (Pío X. Encíclica Notre charge apostolique, n. 38, 15 de Agosto de 1910)
… juzga la idea herética de anunciar el Evangelio que tiene Francisco
Misericordia no significa pactar con el pecado
Está de moda en algunos medios eliminar, primeramente la divinidad de Jesucristo y luego no hablar más que de su soberana mansedumbre, de su compasión por todas las miserias humanas, de sus apremiantes exhortaciones al amor del prójimo y a la fraternidad. Ciertamente, Jesús nos ha amado con un amor inmenso, infinito, y ha venido a la tierra a sufrir y morir para que, reunidos alrededor de El en la justicia y en el amor, animados de los mismos sentimientos de caridad mutua, todos los hombres vivan en la paz y en la felicidad. Pero a la realización de esta felicidad temporal y eterna ha puesto, con una autoridad soberana, la condición de que se forme parte de su rebaño, que se acepte su doctrina, que se practique su virtud y que se deje uno enseñar y guiar por Pedro y sus sucesores. Porque, si Jesús ha sido bueno para los extraviados y los pecadores, no ha respetado sus convicciones erróneas, por muy sinceras que pareciesen; los ha amado a todos para instruirlos, convertirlos y salvarlos. […] Si su corazón desbordaba mansedumbre para las almas de buena voluntad, ha sabido igualmente armarse de una santa indignación contra los profanadores de la casa de Dios (cf. Mt 21, 13; Lc 19, 46), contra los miserables que escandalizan a los pequeños (cf. Lc 17, 2), contra las autoridades que agobian al pueblo bajo el peso de onerosas cargas sin poner en ellas ni un dedo para aliviarlas (cf. Mt 23, 4). Ha sido tan enérgico como dulce; ha reprendido, amenazado, castigado, sabiendo y enseñándonos que con frecuencia el temor es el comienzo de la sabiduría (cf. Prov 1, 7; 9, 10) y que conviene a veces cortar un miembro para salvar al cuerpo (cf. Mt 18, 8-9). (Pío X. Encíclica Notre charge apostolique, n. 38, 23 de agosto de 1910)
… juzga la idea herética de pastor que tiene Francisco
No descuidarse de la práctica de las virtudes personales
Ahora bien: preciso es determinar en qué haya de consistir esta santidad, de la cual no es lícito que carezca el sacerdote; porque el que lo ignore o lo entienda mal, está ciertamente expuesto a un peligro muy grave. Piensan algunos, y hasta lo pregonan, que el sacerdote ha de colocar todo su empeño en emplearse sin reserva en el bien de los demás; por ello, dejando casi todo el cuidado de aquellas virtudes —que ellos llaman pasivas— por las cuales el hombre se perfecciona a sí mismo, dicen que toda actividad y todo el esfuerzo han de concentrarse en la adquisición y en el ejercicio de las virtudes activas. Maravilla cuánto engaño y cuánto mal contiene esta doctrina. De ella escribió muy sabiamente Nuestro Predecesor, de feliz memoria: Sólo aquel que no se acuerde de las palabras del Apóstol: “Los que El previó, también predestinó a ser conformes a la imagen de su Hijo” (Rom 8, 29), sólo aquél —digo— podrá pensar que las virtudes cristianas son acomodadas las unas a un tiempo y las otras a otro. Cristo es el Maestro y el ejemplo de toda santidad, a cuya norma se ajusten todos cuantos deseen ocupar un lugar entre los bienaventurados. (Pío X. Exhortación apostólica Haerent animo, n. 11, 4 de agosto de 1908)
Trabajar para la salvación pero sin maléficas concesiones
Por todo esto, que surge necesariamente de los principios de la revelación cristiana y de las íntimas obligaciones de nuestro apostolado, ya veis, Venerables Hermanos, cuánto se equivocan los que estiman que serán más dignos de la Iglesia y trabajarán con más fruto para la salvación eterna de los hombres si, movidos por una prudencia humana, distribuyen abundante la mal llamada ciencia, movidos por la vana esperanza de que así pueden ayudar mejor a los equivocados, cuando en realidad los hacen compañeros de su propio descarrío. Pero la verdad es única y no puede dividirse; permanece eterna, sin doblegarse a los tiempos: Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. (Pío X. Encíclica Iucunda sane, n. 25, 12 de marzo de 1904)
… juzga la idea herética de marginados que tiene Francisco
El primer deber de la caridad no radica en la indiferencia hacia los errores y vicios
Lo mismo se aplica a la noción de fraternidad que se encuentra en el amor de interés común o, más allá de todas las filosofías y religiones, en la mera noción de la humanidad, incluyendo de este modo un amor igual y la tolerancia a todos los seres humanos y a sus miserias, ya sean intelectuales, morales físicas y temporales. Pero la doctrina católica nos dice que el primer deber de la caridad no radica en la tolerancia de las ideas falsas, por sincera que sea, ni en la indiferencia teórica o práctica hacia los errores y vicios en los que vemos a nuestros hermanos cayeron, sino en el celo por su mejoramiento intelectual y moral, así como por su bienestar material. La doctrina católica nos dice, además, que el amor al prójimo brota de nuestro amor a Dios, que es Padre de todos, y el objetivo de toda la familia humana; y en Jesucristo, cuyos miembros somos, hasta el punto que en hacer el bien a los demás, estamos haciendo el bien a Jesucristo mismo. Cualquier otro tipo de amor es pura ilusión, estéril y fugaz. […] No hay fraternidad genuina fuera de la caridad cristiana. A través del amor de Dios y de su Hijo Jesucristo nuestro Salvador, la caridad cristiana abarca a todos los hombres, consuela a todos, y lleva a todos a la misma fe y la misma felicidad celestial. (Pío X. Encíclica Notre charge apostolique, n.22-23, 15 de agosto de 1910)
… juzga la idea herética de «Pan de Vida» que tiene Francisco
Cristo indicó repetidas veces la necesidad de comer a menudo su carne y beber su sangre
Estos deseos coinciden con los en que se abrazaba Nuestro Señor Jesucristo al instituir este Divino Sacramento. Pues Él mismo indico repetidas veces, con claridad suma, la necesidad de comer a menudo su carne y beber su sangre, especialmente con estas palabras: “Este es el pan que descendió del Cielo; no como el mana que comieron vuestros padres y murieron: quien come este pan vivirá eternamente” (Jn 6, 59). De la comparación del Pan de los Ángeles con el pan y con el maná fácilmente podían los discípulos deducir que, así como el cuerpo se alimenta de pan diariamente, y cada día eran recreados los hebreos con el maná en el desierto, del mismo modo el alma cristiana podría diariamente comer y regalarse con el Pan del Cielo. A más de que casi todos los Santos Padres de la Iglesia enseñan que el pan de cada día (Lc 11, 3), que se manda pedir en la oración dominical, no tanto se ha de entender del pan material, alimento del cuerpo, cuanto de la recepción diaria del Pan Eucarístico. (Pío X. Decreto Sacra tridentina synodus, n. 2, 20 de diciembre de 1905)
Los que traspasan los límites puestos por los Padres y la Iglesia caen en gravísimos errores
Son lamentables los resultados con que los tiempos actuales, refractarios a toda mesura, van tras las novedades que la investigación de las supremas razones de las cosas ofrece, y caen en gravísimos errores al mismo tiempo que desprecian lo que es la herencia del género humano. Estos errores son mucho más graves cuando se trata de la ciencia sagrada, o de la interpretación de la Sagrada Escritura, o de los más importantes misterios de la fe. Es muy doloroso encontrar incluso no pocos escritores católicos que traspasan los límites puestos por los Santos Padres y por la Iglesia misma, y se dedican a desarrollar los dogmas de una manera que en realidad no es más que deformarlos; y esto con el pretexto de ofrecer una más profunda comprensión de los mismos y en nombre de la crítica histórica. (Pío X. Decreto Lamentabili sane exitu, 3 de julio de 1907)
Es oficio del Papa guardar la tradición de la Iglesia frente a novedades peligrosas
Al oficio de apacentar la grey del Señor que nos ha sido confiada de lo alto, Jesucristo señaló como primer deber el de guardar con suma vigilancia el depósito tradicional de la santa fe, tanto frente a las novedades profanas del lenguaje como a las contradicciones de una falsa ciencia. No ha existido época alguna en la que no haya sido necesaria a la grey cristiana esa vigilancia de su Pastor supremo; porque jamás han faltado, suscitados por el enemigo del género humano, “hombres de lenguaje perverso”, “decidores de novedades y seductores”, “sujetos al error y que arrastran al error”. (Pío X. Encíclica Pascendi Dominici gregis, n. 1.11.42, 8 de septiembre de 1907)
Para un modernista todo está sujeto a cambio
Así, pues, venerables hermanos, según la doctrina y maquinaciones de los modernistas, nada hay estable, nada inmutable en la Iglesia. (Pío X. Encíclica Pascendi Dominici gregis, n. 26-27, 8 de septiembre de 1907)
… juzga la idea herética de Francisco de que Jesús es solamente misericordia
El sacerdote verdaderamente ejemplar nunca omite la verdadera justicia
Piensa como ha de ser un sacerdote verdaderamente ejemplar y lo describe de esta forma: muriendo a las pasiones de la carne, vive ya sólo para el espíritu; desprecia los halagos del mundo; no teme las contrariedades y solo busca una auténtica vida interior; no le mueve la ambición sino que por el contrario entrega con generosidad todo lo suyo; su corazón esta pronto para perdonar, pero nunca, por una compasión mal entendida, falta con su perdón a la verdadera justicia, [y] nunca hace cosas malas. (Pío X. Encíclica Iucunda Sane, n. 29, 12 de marzo de 1904)
… juzga la idea herética de propiedad privada que tiene Francisco
La sociedad humana al igual que el cuerpo está compuesta por elementos desiguales
I – La sociedad humana, tal cual Dios la estableció, es compuesta de elementos desiguales, como desiguales son los miembros del cuerpo humano: hacerlos todos iguales es imposible; se seguiría de ello la ruina de la misma sociedad. (Enc. Quod Apostolici Muneris).
La igualdad entre los hombres consiste en ser creaturas de Dios sujetas a un premio o un castigo eternos
II – La igualdad de los varios miembros sociales consiste en esto sólo, a saber: que todos los hombres tienen su origen de Dios Creador; fueron redimidos por Jesucristo, y deben, según la exacta medida de sus méritos y deméritos ser juzgados por Dios, siendo premiados o castigados. (Enc. Quod Apostolici Muneris).
El vínculo de la caridad debe unir a ricos y pobres; grandes y pequeños
III – De esto se concluye que, conforme al orden establecido por Dios en la sociedad humana debe haber príncipes y súbditos, patrones y obreros, ricos y pobres, sabios e ignorantes, nobles y plebeyos; los cuales, unidos todos entre sí por un vínculo de amor, se han de ayudar recíprocamente para conseguir su último fin en el cielo, y aquí, en la tierra, su bienestar material y moral. (Enc. Quod Apostolici Muneris) .
Todo hombre posee el derecho a poseer los bienes de la tierra
IV – El hombre posee sobre los bienes de la tierra no sólo el simple uso, como los animales, sino también el derecho de propiedad estable; tanto de las cosas que se consumen siendo usadas, como también de aquellas que no se gastan con el uso. (Enc. Rerum Novarum).
El derecho de propiedad privada tiene su fundamento en el trabajo humano
V – Es un derecho incontestable de naturaleza el derecho de la propiedad privada, fruto del trabajo o de la industria, o bien de cesión o de donación ajena; y cada uno puede razonablemente disponer de él a su arbitrio. (Enc. Rerum Novarum)
La justicia y la caridad virtudes esenciales para alcanzar la armonía social
VI – Para componer las desavenencias entre los ricos y los proletarios es necesario distinguir la justicia de la caridad. No hay derecho a reivindicación, sino cuando la justicia fue perjudicada. (Enc. Rerum Novarum)
En las relaciones laborales debe reinar la armonía conforme a la equidad
VII – Las obligaciones de justicia cuanto al proletario y obrero son éstas: prestar entera y fielmente el trabajo que libremente y conforme a la equidad se pactó; no causar daño a la hacienda ni agravio a las personas de los patrones; en la misma defensa de los propios derechos abstenerse de actos violentos, ni jamás transformar las reivindicaciones en motines. (Enc. Rerum Novarum)
Las siete obligaciones de justicia de los patrones con relación a sus trabajadores
VIII – Las obligaciones de justicia tocante a los capitalistas y patronos son éstas: pagar el justo salario a los trabajadores; no perjudicar sus justos ahorros ni con violencias, ni con fraudes, ni con usuras manifiestas ni disimuladas; darles libertad para cumplir con sus obligaciones religiosas; no exponerlos a las seducciones corruptoras ni a peligros de escándalo; no apartarlos del espíritu de familia ni de la afición al ahorro; no imponerles labores desproporcionadas a sus fuerzas, o poco convenientes para la edad o sexo. (Enc. Rerum Novarum)
IX – La obligación de caridad de los ricos y adinerados es el socorrer a los pobres e indigentes conforme al precepto evangélico. Este precepto obliga tan gravemente, que en el día del juicio se pedirá cuenta especial del cumplimiento de esa obligación, como lo elijo el propio Cristo (Mt 25). (Enc. Rerum Novarum)
X – Los pobres por consiguiente no se deben avergonzar de su pobreza ni desdeñar la caridad de los ricos, sobre todo teniendo en vista el ejemplo de Jesús Redentor, que, pudiendo nacer en la riqueza se hizo pobre para ennoblecer la pobreza y enriquecerla con méritos incomparables para el cielo. (Enc. Rerum Novarum)
XI – Para la solución de la cuestión obrera mucho pueden contribuir los capitalistas y los mismos obreros con instituciones destinadas a socorrer a los necesitados y a aproximar y reunir las dos clases entre sí. Tales son las sociedades de socorros mutuos y de seguros privados, los patronatos para niños y, en particular, las corporaciones de artes y oficios. (Enc. Rerum Novarum)
XII – A este fin va encaminada principalmente la Acción Popular Cristiana o la Democracia Cristiana, con sus muchas y diversas obras. Pero esta Democracia Cristiana, debe entenderse en el sentido ya establecido por la autoridad, el cual, es muy ajeno del que se da a la Social Democracia y tiene por fundamento los principios de la fe y de la moral católica, entre los cuales sobresale el no hacer agravio alguno al inviolable derecho de la propiedad privada. (Enc. Graves de Communi)
(San Pio X, Motu proprio Fin dalla prima (“Sillabo sociale”) del 18 de diciembre de 1903)
… juzga la idea herética de Francisco de que la buena voluntad suple la Teología
Entre las materias que se ofrecen al espíritu la sagrada teología ocupa el primer puesto
Nadie ignora que entre las muchas y diversas materias que se ofrecen a un espíritu ávido de la verdad, la sagrada teología ocupa el primer puesto. […] Trabajad con denuedo en el estudio de las cosas naturales, pues así como ahora causan admiración los ingeniosos inventos y las empresas llenas de eficacia de hoy día, más adelante serán objeto de perenne aprobación y elogio. Pero todo esto sin detrimento alguno de los estudios sagrados. (Pío X. Sacrorum Antistitum, n. 1, 1 de septiembre de 1910)
… juzga la idea herética de Francisco de que católicos y musulmanes adoran al mismo Dios
Juzgar que todas las experiencias religiosas son verdaderas es tener por verdaderas todas las religiones
Para el modernista creyente, por lo contrario, es firme y cierto que la realidad de lo divino existe en sí misma con entera independencia del creyente. Y si se pregunta en qué se apoya, finalmente, esta certeza del creyente, responden los modernistas: en la experiencia singular de cada hombre. […] Desde luego, es bueno advertir que de esta doctrina de la experiencia, unida a la otra del simbolismo, se infiere la verdad de toda religión, sin exceptuar el paganismo. Pues qué, ¿no se encuentran en todas las religiones experiencias de este género? Muchos lo afirman. Luego ¿con qué derecho los modernistas negarán la verdad de la experiencia que afirma el turco, y atribuirán sólo a los católicos las experiencias verdaderas? Aunque, cierto, no las niegan; más aún, los unos veladamente y los otros sin rebozo, tienen por verdaderas todas las religiones. Y es manifiesto que no pueden opinar de otra suerte, pues establecidos sus principios, ¿por qué causa argüirían de falsedad a una religión cualquiera? (Pío X. Encíclica Pascendi Dominici gregis, n. 12-13, 8 de septiembre de 1907)
… juzga los métodos educativos de la juventud que tiene Francisco
Hay cristianos que viven temeraria y imprudentemente en lo tocante a la religión
¡Cuán comunes y fundados son, por desgracia, estos lamentos de que existe hoy un crecido número de personas, en el pueblo cristiano, que viven en suma ignorancia de las cosas que se han de conocer para conseguir la salvación eterna! Al decir “pueblo cristiano”, no nos referimos solamente a la plebe, esto es, a aquellos hombres de las clases inferiores a quienes excusa con frecuencia el hecho de hallarse sometidos a dueños exigentes, y que apenas si pueden ocuparse de sí mismos y de su descanso; sino que también y, principalmente, hablamos de aquellos a quienes no falta entendimiento ni cultura y hasta se hallan adornados de una gran erudición profana, pero que, en lo tocante a la religión, viven temeraria e imprudentemente. ¡Difícil sería ponderar lo espeso de las tinieblas que con frecuencia los envuelven y —lo que es más triste— la tranquilidad con que permanecen en ellas! (Pío X. Encíclica Acerbo nimis, n. 2-3, 15 de abril de 1905)
… juzga las ideas pro-comunistas de Francisco pronunciadas con los Movimientos Populares
Al defender a los pobres no se debe atizar el odio contra las clases superiores
Finalmente los escritores católicos, al defender la causa de los proletarios y de los pobres, deben abstenerse de utilizar un lenguaje que pueda inspirar en el pueblo la aversión por las clases superiores de la sociedad. No hablen de reivindicación y de justicia, cuando se trata de simple caridad, como ya fue explicado. Recuerden que Jesucristo quiso unir todos los hombres por los lazos del amor mutuo, que es la perfección de la justicia y que incluye la obligación de trabajar para el bien recíproco. (Pío X, Motu proprio Fin dalla prima (“Sillabo sociale”), XIX, del 18 de deciembre de 1903)
Los cristianos no pueden promover enemistades y rivalidades entre las clases sociales
Los que se glorían del título de cristianos, ya tomados aisladamente, ya agrupados en asociaciones, nunca jamás deben, si tienen conciencia de su deberes, mantener enemistades y rivalidades entre las clases sociales, sino más bien la paz y la caridad mutua. La cuestión social y sus controversias asociadas, tales como la naturaleza y duración del trabajo, los salarios a pagar, y las huelgas de los obreros, no son simplemente de carácter económico. Por lo tanto, no pueden ser considerados entre los que pueden resolverse al margen de la autoridad eclesiástica. (Pío X. Encíclica Singulari quadam, 24 de septiembre de 1912)
Jesucristo enseñando a amar al prójimo no predicó la quimera igualitaria del socialismo
Nos queremos llamar vuestra atención, venerables hermanos, sobre esta deformación del Evangelio y del carácter sagrado de Nuestro Señor Jesucristo, Dios y Hombre, practicada en “Le Sillon” y en otras partes. Cuando se aborda la cuestión social, está de moda en algunos medios eliminar, primeramente la divinidad de Jesucristo y luego no hablar más que de su soberana mansedumbre, de su compasión por todas las miserias humanas, de sus apremiantes exhortaciones al amor del prójimo y a la fraternidad. Ciertamente, Jesús nos ha amado con un amor inmenso, infinito, y ha venido a la tierra a sufrir y morir para que, reunidos alrededor de Él en la justicia y en el amor, animados de los mismos sentimientos de caridad mutua, todos los hombres vivan en la paz y en la felicidad. Pero a la realización de esta felicidad temporal y eterna ha puesto, con una autoridad soberana, la condición de que se forme parte de su rebaño, que se acepte su doctrina, que se practique su virtud y que se deje uno enseñar y guiar por Pedro y sus sucesores. Porque, si Jesús ha sido bueno para los extraviados y los pecadores, no ha respetado sus convicciones erróneas, por muy sinceras que pareciesen; los ha amado a todos para instruirlos, convertirlos y salvarlos. Si ha llamado hacia si, para aliviarlos, los, a los que padecen y sufren (ver Mt 11,28), no ha sido para predicarles el celo por una del igualdad quimérica. Si ha levantado a los humildes, no ha sido para inspirarles el sentimiento de una dignidad independiente y rebelde a la obediencia. Si su corazón desbordaba mansedumbre para las almas de buena voluntad, ha sabido igualmente armarse de una santa indignación contra los profanadores de la casa de Dios (ver Mt 21,13 Lc 19,46), contra los miserables que escandalizan a los pequeños (ver Lc 17,2), contra las autoridades que agobian al pueblo bajo el peso de onerosas cargas sin poner en ellas ni un dedo para aliviarlas (ver Mt 23,4). Ha sido tan enérgico como dulce; ha reprendido, amenazado, castigado, sabiendo y enseñándonos que con frecuencia el temor es el comienzo de la sabiduría (ver Pr 1,7 Pr 9,10) y que conviene a veces cortar un miembro para salvar al cuerpo (ver Mt 18,8-9). Finalmente, no ha anunciado para la sociedad futura el reino de una felicidad ideal, del cual el sufrimiento quedara desterrado, sino que con sus lecciones y con sus ejemplos ha trazado el camino de la felicidad posible en la tierra y de la felicidad perfecta en el cielo: el camino de la cruz. Estas son enseñanzas que se intentaría equivocadamente aplicar solamente a la vida individual con vistas a la salvación eterna; son enseñanzas eminentemente sociales, y nos demuestran en Nuestro Señor Jesucristo algo muy distinto de un humanitarismo sin consistencia y sin autoridad. (Pío X. Encíclica Notre charge apostolique, n. 38, 23 de agosto de 1910)
Los verdaderos amigos del pueblo no son los revolucionarios ni tampoco los innovadores
Mas cuiden esos sacerdotes de no dejarse extraviar en el dédalo de las opiniones contemporáneas por el espejismo de una falsa democracia; no tomen de la retórica de los peores enemigos de la Iglesia, y del pueblo un lenguaje enfático y lleno de promesas tan sonoras como irrealizables; persuádanse que la cuestión social y la ciencia social no nacieron ayer; que en todas las edades la Iglesia y el Estado concertados felizmente suscitaron para el bienestar de la sociedad organizaciones fecundas; que la Iglesia que jamás ha traicionado la felicidad del pueblo con alianzas comprometedoras, no tiene que desligarse de lo pasado, antes le basta anudar, con el concurso de los verdaderos obreros de la restauración social, los organismos rotos por la revolución, y adaptarlos, con el mismo espíritu cristiano de que estuvieron animados, al nuevo medio creado por la evolución material de la sociedad contemporánea, porque los verdaderos amigos del pueblo no son ni revolucionarios ni innovadores, sino tradicionalistas. (Pío X. Encíclica Notre charge apostolique, n. 39, 23 de agosto de 1910)
… juzga la idea herética de una Iglesia pobre para los pobres que tiene Francisco
La reverencia despertada por la magnificencia de la Iglesia es un honor tributado a Cristo
En general, he aquí lo que [los modernistas] imponen a la Iglesia: como el fin único de la potestad eclesiástica se refiere sólo a cosas espirituales, se ha de desterrar todo aparato externo y la excesiva magnificencia con que ella se presenta ante quienes la contemplan. En lo que seguramente no se fijan es en que, si la religión pertenece a las almas, no se restringe, sin embargo, sólo a las almas, y que el honor tributado a la autoridad recae en Cristo, que la fundó. (Pío X. Encíclica Pascendi dominici gregis, n. 24, 8 de septiembre de 1907)
… juzga la visión de la Iglesia hacia los divorciados en segunda unión que tiene Francisco
Los que no quieren sujetarse a la ley de Dios son sus enemigos
Porque los que no quieren sujetarse a la ley de Dios, son tenidos, sin duda alguna, como enemigos de Dios. (Pío X. Encíclica Communium rerum, n. 21, 21 de abril de 1909)
Tolerar el error no es caridad
La doctrina católica nos enseña que el primer deber de la caridad no está en la tolerancia de las opiniones erróneas, por muy sinceras que sean, ni en la indiferencia teórica o practica ante el error o el vicio en que vemos caídos a nuestros hermanos, sino en el celo por su mejoramiento intelectual y moral no menos que en el celo por su bienestar material. Esta misma doctrina católica nos enseña también que común de toda la familia humana, y en el amor de Jesucristo, cuyos miembros somos, hasta el punto de que aliviar a un desgraciado es hacer un bien al mismo Jesucristo. (Pío X. Encíclica Notre Charge Apostolique, n. 22, 15 de agosto de 1910)
Hace daño a los hermanos quien se queda sólo en palabras complacientes
Otra manera de hacer daño es la de quienes hablan de las cosas de la religión como si hubiesen de ser medidas según los cánones y las conveniencias de esta vida que pasa, dando al olvido la vida eterna futura: hablan brillantemente de los beneficios que la religión cristiana ha aportado a la humanidad, pero silencian las obligaciones que impone; pregonan la caridad de Jesucristo nuestro Salvador, pero nada dicen de la justicia. El fruto que esta predicación produce es exiguo, ya que, después de oírla, cualquier profano llega a persuadirse de que, sin necesidad de cambiar de vida, él es un buen cristiano con tal de decir: Creo en Jesucristo.
¿Qué clase de fruto quieren obtener estos predicadores? No tienen ciertamente ningún otro propósito más que el de buscar por todos los medios ganarse adeptos halagándoles los oídos, con tal de ver el templo lleno a rebosar, no les importa que las almas queden vacías. Por eso es por lo que ni mencionan el pecado, los novísimos, ni ninguna otra cosa importante, sino que se quedan solo en palabras complacientes, con una elocuencia más propia de un arenga profana que de un sermón apostólico y sagrado, para conseguir el clamor y el aplauso; contra estos oradores escribía San Jerónimo: “Cuando enseñes en la Iglesia, debes provocar no el clamor del pueblo, sino su compunción: las lágrimas de quienes te oigan deben ser tu alabanza”. (Pío X. Motu proprio Sacrorum Antistitum, 1 de septiembre de 1910)
Se equivocan los que silencian las gravísimas obligaciones de la fe cristiana
Cuanto se equivocan los que estiman que serán más dignos de la Iglesia y trabajaran con más fruto para la salvación eterna de los hombres si, movidos por una prudencia humana, […] movidos por la vana esperanza de que así pueden ayudar mejor a los equivocados, cuando en realidad los hacen compañeros de su propio descarrío. Pero la verdad es única y no puede dividirse; permanece eterna, sin doblegarse a los tiempos: Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre (He 13, 8). (Pío X. Encíclica Iucunda sane, n. 25-26, 12 de marzo de 1904)
Dios pide cuentas a quien omite la corrección
Debemos inculcar también aquel otro dicho de Anselmo tan noble y tan paternal: “Cuando oigo alguna cosa de vosotros que no agrada a Dios ni os es provechosa, si me descuido en avisaros, ni temo a Dios, ni os amo como debo”. […] Entonces, imitando a Anselmo, debemos nuevamente rogar, aconsejar y avisar “que consideréis con diligencia todas estas cosas, y si vuestra conciencia os manifiesta que debéis corregiros en algo os dispongáis a hacerlo”. Porque no debe descuidarse nada que pueda corregirse, porque Dios pide cuenta no solo de las malas obras, sino también de haber omitido corregir aquellos males que podían enmendarse. Y cuanto mayor es el poder que tienen para corregirlos, con tanto mayor rigor les exige Dios que según la potestad que misericordiosamente les ha sido comunicada, quieran hacerlo y lo pongan en práctica como es debido. (Pío X. Encíclica Communium rerum, n. 26, 21 de abril de 1909)
En el corazón de Jesús hay mansedumbre para algunos e indignación hacia otros
Porque, si Jesús ha sido bueno para los extraviados y los pecadores, no ha respetado sus convicciones erróneas, por muy sinceras que pareciesen; los ha amado a todos para instruirlos, convertirlos y salvarlos. Si ha llamado hacia sí, para aliviarlos, a los que padecen y sufren, no ha sido para predicarles el celo por una de igualdad quimérica. Si ha levantado a los humildes, no ha sido para inspirarles el sentimiento de una dignidad independiente y rebelde a la obediencia. Si su corazón desbordaba mansedumbre para las almas de buena voluntad, ha sabido igualmente armarse de una santa indignación contra los profanadores de la casa de Dios, contra los miserables que escandalizan a los pequeños, contra las autoridades que agobian al pueblo bajo el peso de onerosas cargas sin poner en ellas ni un dedo para aliviarlas. Ha sido tan enérgico como dulce; ha reprendido, amenazado, castigado, sabiendo y enseñándonos que con frecuencia el temor es el comienzo de la sabiduría y que conviene a veces cortar un miembro para salvar al cuerpo. (Pío X. Encíclica Notre Charge Apostolique, n. 38, 15 de Agosto de 1910)
Si los llamados a dedicarse a la Iglesia no dan buen ejemplo, no arrastran a otros
Por lo tanto, todos los que están llamados a dirigir o dedicarse personalmente a la causa católica deben ser buenos católicos, firmes en la fe, sólidamente instruidos en materias religiosas, verdaderamente sumisos a la Iglesia y especialmente a la Sede Apostólica y al Vicario de Jesucristo. Deben ser hombres de piedad auténtica, de virtudes varoniles y de una vida tan casta e intrépida que puedan ser ejemplo para guiar a todos los demás. Si no son formados así, será difícil que arrastren otros a hacer el bien y prácticamente imposible que actúen con buenas intenciones. (Pío X. Encíclica Il Fermo Proposito, n. 11, 11 de junio de 1905)
Los llamados a dirigir han de ser católicos a toda prueba
Para bien cumplirlo [el apostolado], se requiere la gracia divina, la cual no se otorga al apóstol que no viva unido con Cristo. Sólo cuando hayamos formado la imagen de Cristo en nosotros, entonces podremos con facilidad comunicarla, a nuestra vez, a las familias y a la sociedad. Por cuya causa, los llamados a dirigir o los dedicados a promover el movimiento católico han de ser católicos a toda prueba, convencidos de su fe, sólidamente instruidos en las cosas de religión, sinceramente obedientes a la Iglesia y en particular a esta Suprema Cátedra Apostólica y al Vicario, de piedad genuina, de firmes virtudes, de costumbres puras, de vida tan intachable que a todos sirvan de eficaz ejemplo. (Pío X. Encíclica Il fermo propostio, 11 de junio de 1905)
… juzga la idea herética que Francisco tiene sobre el sufrimiento humano
Condena papal a los erros del modernismo sobre la persona de Cristo
[Doctrina condenada] El crítico no puede conceder a Cristo una ciencia no circunscrita por límite alguno, si no es sentando la hipótesis, que no puede concebirse históricamente y que repugna al sentido moral, de que Cristo como hombre tuvo la ciencia de Dios y que, sin embargo, no quiso comunicar con sus discípulos ni con la posteridad el conocimiento de tantas cosas. Cristo no tuvo siempre conciencia de su dignidad mesiánica. (Denzinger-Hünermann 3434-3435. Pío X, Decreto del Santo Oficio Lamentabili, Errores de los modernistas acerca de la Iglesia, la revelación, Cristo y los sacramentos, 3 de julio de 1907)
Los agnósticos pretenden hacer distinción entre el Cristo histórico y el Cristo de la fe
En virtud del agnosticismo, la historia, no de otro modo que la ciencia, únicamente se ocupa en los fenómenos. Luego Dios, lo mismo que cualquier intervención divina en lo humano, deben relegarse a la fe, como cosa que pertenece a ella sola. Por tanto, si se presenta algo que consta de doble elemento, divino y humano, como son Cristo y la Iglesia, los sacramentos y muchas otras cosas a este tenor, hay que partirlo y distribuirlo de manera que lo humano se de a la historia y lo divino a la fe. De ahí la distinción corriente entre los modernistas del Cristo histórico y el Cristo de la fe. […] Así quieren que Cristo no dijera nada que parezca sobrepasar la capacidad del vulgo que le oía. […] Estas dos especies de historia las distinguen cuidadosamente; y la historia de la fe —cosa que queremos se note bien— la oponen a la historia real, en cuanto es real. De ahí, como ya dijimos, un doble Cristo: uno real, otro que no existió jamás realmente, sino que pertenece a la fe. (Denzinger-Hünermann, 3495-3498. Pío X, Encíclica Pascendi dominici gregis, 8 de septiembre de 1907)
… juzga la idea herética de anticlericalismo que tiene Francisco
Categorías distintas: los pastores y el rebaño
La Iglesia es esencialmente una sociedad desigual que comprende dos categorías de personas: los pastores y el rebaño, los que están colocados en los distintos grados de la jerarquía, y la multitud de los fieles; y estas categorías son distintas entre sí de tal manera, que solamente en el cuerpo pastoral residen el derecho y la autoridad necesarios para promover y dirigir a todos los miembros hacia el fin de esta sociedad. En cuanto a la multitud, ella no tiene otro derecho que el de dejarse conducir y, muy dócilmente, seguir a sus pastores. (Pío X. Encíclica Vehementer Nos, 11 de febrero de 1906)
Función ejercida no en nombre propio, sino en nombre de Jesucristo
Nosotros, los sacerdotes, no ejercermos la función sacerdotal en nombre propio, sino en nombre de Jesucristo. Dice el Apóstol: “que todo hombre nos considere como ministros de Cristo dispensadores de los misterios de Dios”: somos embajadores de Cristo. Por esta razón Jesucristo mismo nos trató como amigos y no como siervos. (Pío X. Exhortación Haerent animo, n. 4, 4 de agosto de 1908)
El que tiene al Señor por parte suya
Dice San Jerónimo — el sacerdote queda advertido de que “él, que es una parte del Señor o que tiene al Señor por parte suya, debe mostrarse tal que posea al Señor o sea poseído por Él”. (Pío X. Exhortación Haerent animo, n. 6, 4 de agosto de 1908)
El sacerdote es quien puede abrir y cerrar el cielo a los demás
Con gran razón San Carlos Borromeo insistía en sus discursos al clero: “Si considerásemos, queridísimos hermanos, cuán grandes y santas cosas ha puesto Dios en nuestras manos, ¡qué fuerza tendría esta consideración para llevarnos a vivir una vida digna de sacerdotes! ¡Qué es lo que el Señor no ha puesto en mis manos, cuando ha puesto a su propio Hijo, único, eterno y consustancial a Sí mismo! Ha puesto en mis manos todos sus tesoros, todos sus Sacramentos, todas sus gracias; ha puesto en mis manos las almas, que es lo que más quiere, a las que ha amado más que a sí mismo, a las que ha comprado con su sangre; ha puesto en mis manos el mismo cielo, que puedo abrir y cerrar a los demás… (Pío X. Exhortación Haerent animo, n. 5, 4 de agosto de 1908)
Sacerdotes, responsables por ganar el espíritu de los hombres para Cristo
En cuanto embajadores suyos, estamos obligados a ganar el espíritu de los hombres para su ley y para su doctrina, comenzando por observarlas nosotros mismos; en cuanto que participamos de su poder, estamos obligados a librar a las almas de los lazos del pecado, y hemos de evitar con todo cuidado no caer nosotros mismos en ellos. (Pío X. Exhortación Haerent animo, n. 4, 4 de agosto de 1908)
… juzga la idea herética de equiparar la catequesis al yoga o zen que tiene Francisco
El principal ministerio de quien gobierna la Iglesia es enseñar a los fieles las cosas sagradas
Lejos estamos de afirmar que la malicia del alma y la corrupción de las costumbres no pueden existir con la ciencia de la Religión. Pluguiese a Dios que los hechos demostrasen lo contrario. Pero entendemos que cuando al espíritu lo envuelven las espesas tinieblas de la ignorancia, no pueden darse ni la rectitud de la voluntad ni las buenas costumbres, pues si caminando con los ojos abiertos puede apartarse el hombre del buen camino, el que padece de ceguera está en peligro cierto de desviarse. Añádase que en quien no está enteramente apagada la antorcha de la fe, todavía queda esperanza de que se enmiende y sane la corrupción de costumbres; mas cuando la ignorancia se junta a la depravación, ya no queda espacio para el remedio, sino abierto el camino de la ruina. Puesto que de la ignorancia de la religión proceden tantos y tan graves daños, y, por otra parte, son tan grandes la necesidad y utilidad de la formación religiosa, ya que, en vano sería esperar que nadie pueda cumplir las obligaciones de cristiano, si no las conoce. Conviene averiguar hora a quién compete preservar a las almas de aquella perniciosa ignorancia e instruirlas en ciencia tan indispensable. Lo cual, Venerables Hermanos, no ofrece dificultad alguna, porque ese gravísimo deber corresponde a los pastores de almas que, efectivamente, se hallan obligados por mandato del mismo Cristo a conocer y apacentar las ovejas, que les están encomendadas. Apacentar es, ante todo, adoctrinar: Os daré pastores según mi corazón, que os apacentarán con la ciencia y con la doctrina (Jr 3,15). Así hablaba Jeremías, inspirado por Dios. Y, por ello, decía también el apóstol San Pablo: No me envió Cristo a bautizar, sino a predicar (1Co 1,17), advirtiendo así que el principal ministerio de cuantos ejercen de alguna manera el gobierno de la Iglesia consiste en enseñar a los fieles en las cosas sagradas. (Pío X. Carta Encíclica Acerbo Nimis, n. 5, 15 de abril de 1905)
La divina semilla de la fe no llega a crecer si es abandonada a sí misma
Si la fe languidece en nuestros días hasta parecer casi muerta en una gran mayoría, es que se ha cumplido descuidadamente, o se ha omitido del todo, la obligación de enseñar las verdades contenidas en el Catecismo. Inútil sería decir, como excusa, que la fe es dada gratuitamente y conferida a cada uno en el bautismo. Porque, ciertamente, los bautizados en Jesucristo, fuimos enriquecidos con el hábito de la fe, mas esta divina semilla no llega a crecer… y echar grandes ramas, abandonada a sí misma y como por nativa virtud. Tiene el hombre, desde que nace, facultad de entender; mas esta facultad necesita de la palabra materna para convertirse en acto, como suele decirse. También el hombre cristiano, al renacer por el agua y el Espíritu Santo, trae como en germen la fe; pero necesita la enseñanza de la Iglesia para que esa fe pueda nutrirse, crecer y dar fruto. (Pío X. Carta Encíclica Acerbo Nimis, n. 16, 15 de abril de 1905)
La ignorancia de las cosas divinas produce grandes estragos en las almas
Observad, os lo rogamos y pedimos, cuán grandes estragos produce en las almas la sola ignorancia de las cosas divinas. Tal vez hayáis establecido, en vuestras diócesis, muchas obras útiles y dignas de alabanza, para el bien de vuestra grey; pero, con preferencia a todas ellas, y con todo el empeño, afán y constancia que os sean posibles, cuidad esmeradamente de que el conocimiento de la Doctrina cristiana penetre por completo en la mente y en el corazón de todos. Comunique cada cual al prójimo —repetimos con el apóstol San Pedro— la gracia según la recibió, como buenos dispensadores de los dones de Dios, los cuales son de muchas maneras (1 P 4, 10). (Pío X. Carta Encíclica Acerbo Nimis, n. 27, 15 de abril de 1905)
… juzga las palabras de Francisco en su primera aparición pública
La Iglesia es por su naturaleza una sociedad desigual
La Escritura nos enseña, y la tradición de los Padres nos confirma, que la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo, Cuerpo dirigido por pastores e doctores (Ef 4, 11), sociedad de hombres en la cual algunos presiden a otros con pleno y perfecto poder de gobernar, enseñar, juzgar (Mt 28, 18-20; 16, 18-19; 18, 17; Tt 2, 15; 2 Cor 10, 6; 13, 10, etc.). Resulta, por tanto, que la Iglesia, por su naturaleza es una sociedad desigual, que comprende una dupla orden: los pastores y la grey; aquellos que están colgados en los diferentes grados de la jerarquía, y la multitud de los fieles. Estas dos órdenes son de tal manera desemejantes entre sí, que solamente en la Jerarquía reside el derecho y la autoridad para dirigir todos sus miembros al fin de la sociedad. (Pío X. Encíclica Vehementer Nos, 11 de febrero de 1906)
… juzga la idea herética de que los cristianos deben abajarse siempre que tiene Francisco
El ejemplo de San Anselmo: humildad con magnanimidad, fuerza con suavidad
Anselmo se tenía a sí mismo por un hombrecillo despreciable, desconocido, de escasa cultura y de vida pecadora. Pero aunque sintiese tan bajamente de si, ello no disminuía en nada la alteza de sus pensamientos, como suelen pensar los hombres corrompidos moral e intelectualmente, de los cuales dice la Sagrada Escritura, que “el hombre animal no prende las cosas que son según el espíritu de Dios” (1Co 2, 14). […] Se hallaban por tanto de acuerdo en él dos cosas que el mundo juzga falsamente irreconciliables y contradictorias, a saber: la simplicidad con la grandeza, humildad con la magnanimidad, la fuerza con la suavidad, la ciencia en fin con la piedad; de tal manera que, tanto en los comienzos de su vida religiosa como durante todo el tiempo de su vida, fue tenido por todos, “de una manera singular, como un modelo de santidad y de doctrina”. (Pío X. Encíclica Communium rerum, n. 7-8, 21 de abril de 1909)
Abajarse ante los enemigos de la Iglesia es una culpable omisión pastoral
A vosotros, Venerables Hermanos, a quienes la Divina Providencia ha constituido pastores y guías del pueblo cristiano, incumbe la obligación de procurar resistir con todo empeño a esta funestísima tendencia de la moderna sociedad, de adormecerse en una vergonzosa inercia, mientras recrudece la guerra contra la religión, procurando una cobarde neutralidad e interpretando falsamente los derechos divinos y humanos, por medio de rodeos y convenios, y sin acordarse de aquella categórica sentencia de Cristo: “el que no esta conmigo esta contra mí” (Mt 12, 30). No queremos decir que los ministros de Cristo deban hacer caso omiso de la caridad paterna, ya que a ellos se refieren principalmente las palabras del apóstol: “Me he hecho todo a todos, para salvarlos a todos” (1 Co 9, 22), ni que no convenga a veces ceder algo del propio derecho, en cuanto sea posible y según lo exija la salvación de las almas. Pero a vosotros, que os halláis animados por la caridad de Cristo, nadie podrá achacaros esta culpa. Por lo demás, esta justa condescendencia, no implica ninguna falta en el cumplimiento del deber, ni viola en lo más mínimo los inmutables y eternos principios de la verdad y de la justicia. (Pío X. Encíclica Communium rerum, n. 31, 21 de abril de 1909)
Necesidad de predicar las grandezas de la fe a todas las personas
En estas públicas calamidades debemos elevar Nuestra voz, y predicar la grandeza de la fe, no solamente al pueblo, a los humildes, a los afligidos, sino también a los poderosos, a los ricos, a los gobernantes y a todos aquellos en cuyas manos se halla el destino de las naciones; y demostrar asimismo a todos las grandes verdades que la historia confirma con sus terribles y cruentas lecciones, a saber, que “el pecado hace miserables a los pueblos” (Pr 14,34), “los poderosos serán grandemente atormentados” (Sg 7,7), de donde aquél aviso del Salmo 2º: “Ahora bien, reyes, prestad atención, y aprended, jueces de la tierra. Servid a Dios con temor… Abrazad la disciplina, no sea que se aire el Señor y os apartéis del camino verdadero”. (Pío X. Encíclica Communium rerum, n. 25, 21 de abril de 1909)
Es perverso suprimir el poder de la Iglesia sobre todos los hombres y pueblos
En cumplimiento de Nuestro apostólico ministerio, e imitando los ilustres ejemplos de Nuestros Predecesores, levantamos Nuestra voz, y por medio de varias Cartas encíclicas, Alocuciones, Consistorios, así como por otros Documentos apostólicos, hemos condenado los errores principales de Nuestra tan triste época. […] Sin embargo, bien que Nos no hayamos descuidado el proscribir y condenar frecuentemente estos tan graves errores, la causa de la Iglesia católica y la salvación de las almas que Dios Nos ha confiado, y aun el mismo bien común demandan imperiosamente, que Nos de nuevo excitemos vuestra pastoral solicitud para que condenéis todas las opiniones que hayan salido de los mismos errores como de su fuente natural. Estas opiniones falsas y perversas, deben ser tanto más detestadas cuanto que su objeto principal es impedir y aun suprimir el poder saludable que hasta el final de los siglos debe ejercer libremente la Iglesia Católica por institución y mandato de su divino Fundador, así sobre los hombres en particular como sobre las naciones, pueblos y gobernantes supremos. (Pío X. Encíclica Quanta cura, n. 3, 8 de diciembre de 1864)
… juzga las ideas heréticas presentes en la Laudato Sí´
No podemos caer en el grandísimo error de imaginar que la acción de Dios es una misma cosa con la acción de la naturaleza
Errores, en verdad grandísimos; y cuán perniciosos sean ambos, se descubrirá al verse sus consecuencias. […] Qué opinan realmente los modernistas sobre la inmanencia, difícil es decirlo: no todos sienten una misma cosa. Unos la ponen en que Dios, por su acción, está más íntimamente presente al hombre que éste a sí mismo; lo cual nada tiene de reprensible si se entendiera rectamente. Otros, en que la acción de Dios es una misma cosa con la acción de la naturaleza, como la de la causa primera con la de la segunda; lo cual, en verdad, destruye el orden sobrenatural. Por último, hay quienes la explican de suerte que den sospecha de significación panteísta, lo cual concuerda mejor con el resto de su doctrina. (Pío X. Encíclica Pascendi dominici gregis, n. 18, 8 de septiembre de 1907)
La sociedad está afligida por un mal que la lleva a la muerte: la defección y la separación de Dios
Luego, dejando aparte otros motivos, [de rehusar el Pontificado] Nos llenaba de temor sobre todo la tristísimo situación en que se encuentra la humanidad. Quién ignora, efectivamente, que la sociedad actual, más que en épocas anteriores, esta afligida por un íntimo y gravísimo mal que, agravándose por días, la devora hasta la raíz y la lleva a la muerte? Comprendéis, Venerables Hermanos, cual es el mal; la defección y la separación de Dios: nada más unido a la muerte que esto, según lo dicho por el Profeta (Ps 72,26): Pues he aquí que quienes se alejan de ti, perecerán. Detrás de la misión pontificia que se me ofrecía, Nos veíamos el deber de salir al paso de tan gran mal: Nos parecía que recaía en Nos el mandato del Señor: Hoy te doy sobre pueblos y reinos poder de destruir y arrancar, de edificar y plantar (Jr 1, 10); pero, conocedor de Nuestra propia debilidad, Nos espantaba tener que hacer frente a un problema que no admitía ninguna dilación y si tenía muchas dificultades. (Pío X. Encíclica E supremi apostolatus, n. 3, 4 de octubre de 1903)
… juzga la idea herética sobre la evangelización de América que tiene Francisco
Nación fiel a la Religión católica, a su fe y tradiciones
Me congratulo con vosotros y con todos los Obispos de la América Española, porque vuestras naciones […] han permanecido fieles a su fe y a sus tradiciones. Con este acto de fidelidad, que hoy manifestáis a España, estáis probando que reconocéis la deuda de gratitud que le debéis y que ensalzáis; porque al revés de otros pueblos que siendo favorecidos por Dios, no obstante han vuelto sus espaldas al Vicario de Cristo, mostrándose en extremo ingratos, España, a pesar de todas las contrariedades, se ha mantenido siempre fiel a la Religión católica, apostólica y romana, y, cierto que así seguirá manteniéndose en el futuro. (Pío X. Alocución, 22 de noviembre de 1908)
… juzga la idea herética de una «Iglesia horizontal» que tiene Francisco
La ilusión modernista de una Iglesia más horizontal
[Los modernistas] andan clamando que el régimen de la Iglesia se ha de reformar en todos sus aspectos, pero principalmente en el disciplinar y dogmático, y, por lo tanto, que se ha de armonizar interior y exteriormente con lo que llaman conciencia moderna, que íntegramente tiende a la democracia; por lo cual, se debe conceder al clero inferior y a los mismos laicos cierta intervención en el gobierno y se ha de repartir la autoridad, demasiado concentrada y centralizada. Las Congregaciones romanas deben asimismo reformarse, y principalmente las llamadas del Santo Oficio y del Índice. Pretenden asimismo que se debe variar la influencia del gobierno eclesiástico en los negocios políticos y sociales, de suerte que, al separarse de los ordenamientos civiles, sin embargo, se adapte a ellos para imbuirlos con su espíritu. En la parte moral hacen suya aquella sentencia de los americanistas: que las virtudes activas han de ser antepuestas a las pasivas, y que deben practicarse aquéllas con preferencia a éstas. Piden que el clero se forme de suerte que presente su antigua humildad y pobreza, pero que en sus ideas y actuación se adapte a los postulados del modernismo. Hay, por fin, algunos que, ateniéndose de buen grado a sus maestros protestantes, desean que se suprima en el sacerdocio el celibato sagrado. ¿Qué queda, pues, intacto en la Iglesia que no deba ser reformado por ellos y conforme a sus opiniones? (Pío X. Encíclica Pascendi dominici gregis, n. 37, 8 de septiembre de 1907)
… juzga la idea herética de la fe como revolución que tiene Francisco
Los enemigos de la fe rechazan la obediencia a cualquier autoridad
Efectivamente, ¿qué fundamentos a la fe ponen estos osados que esparcen tantos errores por doquier, con los que la fe misma queda vacilante en muchos? Niegan en primer lugar que el hombre haya caído en pecado y que en algún tiempo haya permanecido derrocado de su situación. […] A esto se añade la actividad común a todos los enemigos de la fe, sobre todo en este momento, para desarraigar más fácilmente la fe de las almas: rechazan, y proclaman que debe rechazarse, la obediencia reverente a la autoridad no solo de la Iglesia sino de cualquier poder civil. De aquí surge el anarquismo: nada más funesto y más nocivo tanto para el orden natural como para el sobrenatural. (Pío X. Encíclica Ad Diem illud Laetissimum, n. 22, 2 de febrero de 1904)
… juga la idea herética de igualdad como fuente de justicia y felicidad que tiene Francisco
Mantener la diversidad de clases es característica de una sociedad bien constituida
Mas sobre esta materia [el mejoramiento y regeneración de las clases obreras] están ya fijados los principios de la doctrina católica, y ahí está la historia de la civilización cristiana para atestiguar su bienhechora fecundidad. Nuestro Predecesor [León XIII], de feliz memoria, los recordó en páginas magistrales, que los católicos aplicados a las cuestiones sociales deben estudiar y tener siempre presentes. Él ensenó especialmente que la democracia cristiana debe “mantener la diversidad de clases, propias ciertamente de una sociedad bien constituida, y querer para la sociedad humana aquella forma y condición que Dios, su Autor, le señaló” (Encíclica Graves de Communi). Anatematizó una “cierta democracia cuya perversidad llega al extremo de atribuir a la sociedad las soberanía del pueblo y procurar la supresión y nivelación de las clases”. Al propio tiempo, León XIII imponía a los católicos el único programa de acción capaz de restablecer y mantener a la sociedad en sus bases cristianas seculares. […] Además de esto, desechando la doctrina recordada por León XIII acerca de los principios esenciales de la sociedad, colocan la autoridad en el pueblo o casi la suprimen, y tienen por ideal realizable la nivelación de clases. Van, pues, al revés de la doctrina católica, hacia un ideal condenado. (Pío X. Encíclica Notre charge apostolique, n. 9, 23 de agosto de 1910)
Considerar la “desigualdad” como sinónimo de “injusticia” no es un concepto católico
Le Sillon se esfuerza, así lo dice, por realizar una era de igualdad, que sería, por esto mismo, una era de justicia mejor. ¡Por esto, para él, toda desigualdad de condición es una injusticia o, al menos, una justicia menor! Principio totalmente contrario a la naturaleza de las cosas, productor de envidias y de injusticias y subversivo de todo orden social. ¡[…] Al enseñar, pues, que la justicia es compatible con las tres formas de gobierno conocidas, ensenaba que, en este aspecto, la democracia no goza de un privilegio especial. Los sillonistas, que pretenden lo contrario o bien rehúsan oir a la Iglesia o bien se forman de la justicia y de la igualdad un concepto que no es católico. (Pío X. Encíclica Notre charge apostolique, n. 21, 23 de agosto de 1910)
… juzga la interpretación del milagro de la multiplicación de los panes y peces que tiene Francisco
Los que traspasan los límites puestos por los Padres y la Iglesia en la interpretación de la Sagrada Escritura caen en gravísimos errores
Son lamentables los resultados con que los tiempos actuales, refractarios a toda mesura, van tras las novedades que la investigación de las supremas razones de las cosas ofrece, y caen en gravísimos errores al mismo tiempo que desprecian lo que es la herencia del género humano. Estos errores son mucho más graves cuando se trata de la ciencia sagrada, o de la interpretación de la Sagrada Escritura, o de los más importantes misterios de la fe. Es muy doloroso encontrar incluso no pocos escritores católicos que traspasan los limites puestos por los Santos Padres y por la Iglesia misma, y se dedican a desarrollar los dogmas de una manera que en realidad no es más que deformarlos; y esto con el pretexto de ofrecer una más profunda comprensión de los mismos y en nombre de la crítica histórica. (Pío X. Decreto Lamentabili sane exitu, 3 de julio de 1907)
Condenación contra la idea de que los Evangelistas contaron cosas falsas teniendo en vista el bien de sus lectores
[Se condenan y proscriben las proposiciones siguientes] 14. En muchas narraciones, los Evangelistas contaron no tanto lo que es verdad, cuanto lo que juzgaron más provechoso para sus lectores, aunque fuera falso.15. Los Evangelistas contaron en muchos de los relatos lo que era verdad como lo que, aun siendo falso, juzgaban que era más provechoso para los lectores. (Pío X. Decreto Lamentabili sane exitu, 3 de julio de 1907)
Pena de excomunión latae sententiae a quien defienda cualquiera de las proposiciones condenadas por el Decreto Lamentabili sane exitu
Fuera de esto, para reprimir las audacias, cada día mayores, de muchos modernistas, que se esfuerzan con sofismas y artificios de todo género para enervar la fuerza y eficacia no solo del decreto Lamentabili sane exitu, que publicó el 3 de julio del presente año, por mandato nuestro, la Santa Romana y Universal Inquisición, sino también de nuestras letras encíclicas Pascendi Dominici gregis, del 8 de septiembre del mismo ano, reiteramos y confirmamos con nuestra autoridad apostólica tanto el citado decreto de la Sagrada Congregación Suprema cuanto las mencionadas letras apostólicas nuestras, añadiendo la pena de excomunión contra los contradictores; y asimismo declaramos y decretamos que si alguno, lo que Dios no permita, llegare con su audacia hasta el extremo de defender alguna de las proposiciones, opiniones y doctrinas reprobadas en los dos documentos antedichos, incurrirá por el mismo hecho en la censura del capítulo Docentes de la constitución Apostolicae Sedis, que es la primera entre las excomuniones latae sententiae simplemente reservadas al Romano Pontífice. Esta excomunión debe entenderse, salvas las penas en que puedan incurrir los que faltaren contra dichos documentos como propagadores y propugnadores de herejía, si sus proposiciones, opiniones o doctrinas fueren heréticas, como mas de una vez sucede a los adversarios de los mencionados documentos, sobre todo si propugnan los errores de los modernistas, que son el conjunto de todas las herejías. (Pío X. Motu Proprio Praestantia Scripturae, 18 de noviembre de 1907)
… juzga la idea herética de normas de la Iglesia que tiene Francisco
A la Iglesia, Cristo encomendó su doctrina y los preceptos
Tenemos ante los ojos el camino por el que llegar a Cristo: la Iglesia. Por eso, con razón, dice el Crisóstomo: Tu esperanza la Iglesia, tu salvación la Iglesia, tu refugio la Iglesia: Pues para eso la ha fundado Cristo, y la ha conquistado al precio de su sangre; y a ella encomendó su doctrina y los preceptos de sus leyes, al tiempo que la enriquecía con los generosísimos dones de su divina gracia para la santidad y la salvación de los hombres. (Pío X. Carta Encíclica E supremi apostolatus, 4 de octubre de 1903)
… juzga la idea blasfeman y herética de que la Virgen María sería capaz de rebelarse contra Dios que tiene Francisco
Unión de sufrimientos y propósitos entre Cristo y María
Por la unión de sufrimientos y propósitos entre Cristo y María, mereció convertirse de la manera más digna en la reparadora del mundo perdido y en consecuencia dispensadora de todos los favores que Jesús nos adquirió con su muerte y con su sangre… Sin embargo, porque ella supera en santidad y unión con Cristo a toda criatura humana y angelical por haber sido escogida por Cristo para asociarla en la obra de la salvación humana, mereció por nosotros de congruo, como dicen, aquello que Cristo nos mereció de condigno, siendo ella la principal dispensadora de las gracias que se distribuyen. (Pío X. Encíclica Ad diem illum laetissimum, 2 de febrero de 1904)
No limitándose a contemplar el cruel espectáculo, María se alegraba por la salvación del género humano
A todo esto hay que añadir, en alabanzas de la santísima Madre de Dios, no solamente el haber proporcionado, al Dios Unigénito que iba a nacer con miembros humanos, la materia de su carne con la que se lograría una hostia admirable para la salvación de los hombres; sino también el papel de custodiar y alimentar esa hostia e incluso, en el momento oportuno, colocarla ante el ara. De ahí que nunca son separables el tenor de la vida y de los trabajos de la Madre y del Hijo, de manera que igualmente recaen en uno y otro las palabras del Profeta: mi vida transcurrió en dolor y entre gemidos mis años. Efectivamente cuando llegó la última hora del Hijo, estaba en pie junto a la cruz de Jesús, su Madre, no limitándose a contemplar el cruel espectáculo, sino gozándose de que su Unigénito se inmolara para la salvación del género humano, y tanto se compadeció que, si hubiera sido posible, ella misma habría soportado gustosísima todos los tormentos que padeció su Hijo. (Pío X. Encíclica Ad diem illum laetissimum, n. 12, 2 de febrero de 1904)
… juzga la idea herética de que el clamor del pueblo expresa la voluntad de Dios que tiene Francisco
Solo la doctrina cristiana puede iluminar la razón y rectificar la voluntad del hombre corrompido por el pecado
Mas, depravada por la corrupción del pecado original y olvidada casi de Dios, su Hacedor, la voluntad humana convierte toda su inclinación a amar la vanidad y a buscar la mentira. Extraviada y ciega por las malas pasiones, necesita un guía que le muestre el camino para que se restituya a la vía de la justicia que desgraciadamente abandonó. Este guía, que no ha de buscarse fuera del hombre, y del que la misma naturaleza le ha provisto, es la propia razón; mas si a la razón le falta su verdadera luz, que es la ciencia de las cosas divinas, sucederá que, al guiar un ciego a otro ciego, ambos caerán en el hoyo […] Sólo la doctrina cristiana pone al hombre en posesión de su eminente dignidad natural en cuanto hijo del Padre celestial […] Cuando al espíritu lo envuelven las espesas tinieblas de la ignorancia, no pueden darse ni la rectitud de la voluntad ni las buenas costumbres, pues si caminando con los ojos abiertos puede apartarse el hombre del buen camino, el que padece de ceguera está en peligro cierto de desviarse. (Pío X. Encíclica Acerbo Nimis, 15 de abril de 1905)
… juzga la idea herética de que el Papa no debe juzgar que tiene Francisco
Los pastores del pueblo cristiano tienen la obligación de apuntar el error
A vosotros, Venerables Hermanos, a quienes la divina Providencia ha constituido pastores y guías del pueblo cristiano, incumbe la obligación de procurar resistir con todo empeño a esta funestísima tendencia de la moderna sociedad, de adormecerse en una vergonzosa inercia, mientras recrudece la guerra contra la religión, procurando una cobarde neutralidad e interpretando falsamente los derechos divinos y humanos, por medio de rodeos y convenios, y sin acordarse de aquella categórica sentencia de Cristo: “el que no está conmigo está contra mí”(Mt 12, 30). (Pío X. Encíclica Communium Rerum, 21 de abril de 1909)
… juzga la idea herética de armonía entre bien y mal que tiene Francisco
Falsa concepción sobre el Magisterio: unión como fusión
Muchísimo peor y más pernicioso es lo que opinan [los modernistas] sobre la autoridad doctrinal y dogmática. Sobre el magisterio de la Iglesia, he aquí cómo discurren. La sociedad religiosa no puede verdaderamente ser una si no es una la conciencia de los socios y una la fórmula de que se valgan. Ambas unidas exigen una especie de inteligencia universal a la que incumba encontrar y determinar la fórmula que mejor corresponda a la conciencia común, y a aquella inteligencia le pertenece también toda la necesaria autoridad para imponer a la comunidad la fórmula establecida. Y en esa unión como fusión, tanto de la inteligencia que elige la fórmula cuanto de la potestad que la impone, colocan los modernistas el concepto del magisterio eclesiástico. (Pío X. Carta encíclica Pascendi, n. 24, 8 de septiembre de 1907)
La fraternidad no puede ser tolerancia del error
La doctrina católica nos ensena que el primer deber de la caridad no esta en la tolerancia de las opiniones erróneas, por muy sinceras que sean, ni en la indiferencia teórica o practica ante el error o el vicio en que vemos caídos a nuestros hermanos […]. Porque, si se quiere llegar, y Nos lo deseamos con toda nuestra alma, a la mayor suma de bienestar posible para la sociedad y para cada uno de sus miembros por medio de la fraternidad, o, como también se dice, por medio de la solidaridad universal, es necesaria la unión de los espíritus en la verdad, la unión de las voluntades en la moral, la unión de los corazones en el amor de Dios y de su Hijo Jesucristo. (Pío X. Carta encíclica Notre charge apostolique, n. 22-23, 23 de agosto de 1910)
Es oficio del Papa guardar la tradición de la Iglesia frente a novedades peligrosas
Al oficio de apacentar la grey del Señor que nos ha sido confiada de lo alto, Jesucristo señaló como primer deber el de guardar con suma vigilancia el depósito tradicional de la santa fe, tanto frente a las novedades profanas del lenguaje como a las contradicciones de una falsa ciencia. No ha existido época alguna en la que no haya sido necesaria a la grey cristiana esa vigilancia de su Pastor supremo; porque jamás han faltado, suscitados por el enemigo del género humano, “hombres de lenguaje perverso”, “decidores de novedades y seductores”, “sujetos al error y que arrastran al error”. […] Ciegos, ciertamente, y conductores de ciegos, que, inflados con el soberbio nombre de ciencia, llevan su locura hasta pervertir el eterno concepto de la verdad, a la par que la genuina naturaleza del sentimiento religioso: para ello han fabricado un sistema “en el cual, bajo el impulso de un amor audaz y desenfrenado de novedades, no buscan dónde ciertamente se halla la verdad y, despreciando las santas y apostólicas tradiciones, abrazan otras doctrinas vanas, fútiles, inciertas y no aprobadas por la Iglesia, sobre las cuales —hombres vanísimos— pretenden fundar y afirmar la misma verdad” [8]. […] Los católicos venerarán siempre la autoridad del concilío II de Nicea, que condenó “a aquellos que osan…, conformándose con los criminales herejes, despreciar las tradiciones eclesiásticas e inventar cualquier novedad…, o excogitar torcida o astutamente para desmoronar algo de las legítimas tradiciones de la Iglesia católica”. [Nota 8: Gregorio XVI. Singulari nos]. (Pío X. Carta encíclica Pascendi, n. 1;11;42, 8 de septiembre de 1907)
Error de considerar que la Iglesia evoluciona por un acuerdo entre fuerzas opuestas
Ahondando más en la mente de los modernistas, diremos que la evolución proviene del encuentro opuesto de dos fuerzas, de las que una estimula el progreso mientras la otra pugna por la conservación. La fuerza conservadora reside vigorosa en la Iglesia y se contiene en la tradición. […] Al contrario, en las conciencias de los individuos se oculta y se agita una fuerza que impulsa al progreso […]. Ahora bien: de una especie de mutuo convenio y pacto entre la fuerza conservadora y la progresista, esto es, entre la autoridad y la conciencia de los particulares, nacen el progreso y los cambios. […] Así, pues, venerables hermanos, según la doctrina y maquinaciones de los modernistas, nada hay estable, nada inmutable en la Iglesia. (Pío X. Carta encíclica Pascendi, n. 26-27, 8 de septiembre de 1907)
Obligación del Papa de velar por la integridad de la fe y costumes
Nuestro cargo apostólico nos impone la obligación de velar por la pureza de la fe y la integridad de la disciplina católica y de preservar a los fieles de los peligros del error y del mal, mayormente cuando el error y el mal se presentan con un lenguaje atrayente que, cubriendo la vaguedad de las ideas y el equivoco de las expresiones con el ardor del sentimiento y la sonoridad de las palabras, puede inflamar los corazones en el amor de causas seductoras pero funestas. (Pío X. Notre charge apostolique, n. 1, 23 de agosto de 1910)
… juzga la idea herética de «cultura del encuentro» que tiene Francisco
No hay verdadera civilización sin la Iglesia
No hay verdadera civilización sin civilización moral, y no hay verdadera civilización moral sin la verdadera religión: es una verdad probada, un hecho histórico. (Pío X. Encíclica Notre charge apostolique, n. 31, 23 de agosto de 1910)
… juzga la idea de que no se puede encontrar a Dios que tiene Francisco
La seguridad del cristiano está en la verdad moral de la Iglesia
Al cristiano en su conducta práctica, aun en el orden de las realidades terrenas, no le es lícito descuidar los bienes sobrenaturales; antes al contrario, según las enseñanzas de la sabiduría cristiana, debe enderezar todas las cosas al bien supremo como a último fin; y todas sus acciones, desde el punto de vista de la bondad o malicia morales, es decir, desde el punto de vista de su conformidad o disconformidad con el derecho natural y divino, están sometidas al juicio y jurisdicción de la Iglesia. (Pío X. Encíclica Singulari quadam, 24 de septiembre de 1912)
…juzga la idea de males de nuestro tiempo que tiene Francisco
La ignorancia de las cosas divinas es causa de la debilidad de las almas
Ahora, principalmente, parece haberse cumplido aquélla profecía del Apóstol a los ancianos de la Iglesia de Éfeso: “Sé que os han asaltado lobos voraces que destrozan el rebaño” (Ac 20, 29). De este mal que padece la religión no hay nadie, animado del celo de la gloria divina, que no investigue las causas y razones, sucediendo que, como cada cual las halla diferentes, propone diferentes medios conforme a su personal opinión para defender y restaurar el reinado de Dios en la tierra. No proscribimos, Venerables Hermanos, los otros juicios, mas estamos con los que piensan que la actual depresión y debilidad de las almas, de que resultan los mayores males, provienen, principalmente, de la ignorancia de las cosas divinas. Esta opinión concuerda enteramente con lo que Dios mismo declaró por su profeta Oseas: “No hay conocimiento de Dios en la tierra. La maldición, y la mentira, y el homicidio, y el robo, y el adulterio lo han inundado todo; la sangre se añade a la sangre por cuya causa se cubrirá de luto la tierra y desfallecerán todos sus moradores” (Os 4, 1 ss). (Pío X. Encíclica Acerbo nimis, n. 1, 15 de abril de 1905)
La separación de Dios es un íntimo y gravísimo mal que aflige nuestra sociedad
Luego, dejando aparte otros motivos [para rehusar el Pontificado] Nos llenaba de temor sobre todo la tristísima situación en que se encuentra la humanidad. ¿Quién ignora, efectivamente, que la sociedad actual, más que en épocas anteriores, está afligida por un íntimo y gravísimo mal que, agravándose por días, la devora hasta la raíz y la lleva a la muerte? Comprendéis, Venerables Hermanos, cual es el mal; la defección y la separación de Dios: nada más unido a la muerte que esto, según lo dicho por el Profeta: “Pues he aquí que quienes se alejan de ti, perecerán” (Ps 72, 26). Detrás de la misión pontificia que se me ofrecía, Nos veíamos el deber de salir al paso de tan gran mal: Nos parecía que recaía en Nos el mandato del Señor: “Hoy te doy sobre pueblos y reinos poder de destruir y arrancar, de edificar y plantar” (Jr 1, 10); pero, conocedor de Nuestra propia debilidad, Nos espantaba tener que hacer frente a un problema que no admitía ninguna dilación y sí tenía muchas dificultades. (Pío X. Encíclica E supremi apostolatus, n. 3, 4 de octubre de 1903)
… juzga la idea de claridad y seguridad doctrinal que tiene Francisco
Exponer sin claridad: una táctica de los modernistas
Y como una táctica de los modernistas (así se les llama vulgarmente, y con mucha razón), táctica, a la verdad, la más insidiosa, consiste en no exponer jamás sus doctrinas de un modo metódico y en su conjunto, sino dándolas en cierto modo por fragmentos y esparcidas acá y allá, lo cual contribuye a que se les juzgue fluctuantes e indecisos en sus ideas, cuando en realidad éstas son perfectamente fijas y consistentes; ante todo, importa presentar en este lugar esas mismas doctrinas en un conjunto, y hacer ver el enlace lógico que las une entre sí, reservándonos indicar después las causas de los errores y prescribir los remedios más adecuados para cortar el mal. (Pío X, Encíclica Pascendi Dominici Gregis, n.3, 8 de septiembre de 1907)
El deseo de novedades va siempre unido al odio del método escolástico
Tres son principalmente las cosas que tienen por contrarias a sus conatos: el método escolástico de filosofar, la autoridad de los Padres y la tradición, el magisterio eclesiástico. Contra ellas dirigen sus más violentos ataques. Por esto ridiculizan generalmente y desprecian la filosofía y teología escolástica, y ya hagan esto por ignorancia o por miedo, o, lo que es más cierto, por ambas razones, es cosa averiguada que el deseo de novedades va siempre unido con el odio del método escolástico, y no hay otro más claro indicio de que uno empiece a inclinarse a la doctrina del modernismo que comenzar a aborrecer el método escolástico. (Pío X, Encíclica Pascendi Dominici Gregis, n.42, 8 de septiembre de 1907)
¡Lejos de los clérigos el amor a las novedades!
Con semejante severidad y vigilancia han de ser examinados y elegidos los que piden las órdenes sagradas; ¡lejos, muy lejos de las sagradas órdenes el amor de las novedades! Dios aborrece los ánimos saberbios y contumaces. (Pío X, Encíclica Pascendi Dominici Gregis, n.49, 8 de septiembre de 1907)
… juzga la idea de Iglesia-minoría que tiene Francisco
El principal ministerio de la Jerarquía es la predicación
Conviene averiguar hora a quién compete preservar a las almas de aquella perniciosa ignorancia [de la religión] e instruirlas en ciencia tan indispensable. Lo cual, Venerables Hermanos, no ofrece dificultad alguna, porque ese gravísimo deber corresponde a los pastores de almas que, efectivamente, se hallan obligados por mandato del mismo Cristo a conocer y apacentar las ovejas, que les están encomendadas. Apacentar es, ante todo, adoctrinar: Os daré pastores según mi corazón, que os apacentarán con la ciencia y con la doctrina (Jr 3, 15). […] El principal ministerio de cuantos ejercen de alguna manera el gobierno de la Iglesia consiste en enseñar a los fieles en las cosas sagradas. (Pío X. Carta encíclica Acerbo nimis, n. 7, 15 de abril de 1905)
Nada puede ser más grato a Jesucristo que la evangelización
Cierto es que Dios alaba grandemente la piedad que nos mueve a procurar el alivio de las humanas miserias: mas, ¿quién negará que mayor alabanza merecen el celo y el trabajo consagrados a procurar los bienes celestiales a los hombres, y no ya las transitorias ventajas materiales? Nada puede ser más grato —según sus propios deseos— a Jesucristo, Salvador de las almas, que dijo de Sí mismo por el profeta Isaías: Me ha enviado a evangelizar a los pobres (Lc 4, 18). Importa mucho, Venerables Hermanos, asentar bien aquí —e insistir en ello— que para todo sacerdote éste es el deber más grave, más estricto, que le obliga. […] Porque el pueblo cristiano espera recibir de los sacerdotes la enseñanza de la divina ley, y porque Dios les destina para propagarla. (Pío X. Carta encíclica Acerbo nimis, n. 8-9, 15 de abril de 1905)
Se equivocan los que cuidan del cuerpo y silencian la salvación del alma
Se equivocan por completo los que, dedicándose a hacer el bien, sobre todo en los problemas del pueblo, se preocupan mucho del alimento y del cuidado del cuerpo, y silencian la salvación del alma y las gravísimas obligaciones de la fe cristiana. (Pío X. Encíclica Iucunda sane, n. 26, 12 de marzo de 1904)
… juzga la idea neo-quietista de Francisco
Necesidad de la oración constante para el progreso espiritual
El sacerdote, mucho más que cualquier otro, debe obedecer al precepto de Cristo: Preciso es orar siempre (Lc 18,1) […]. Y ¡cuántas ocasiones se presentan durante el día para elevarse hacia Dios a un alma poseída por el deseo de la propia santificación y de la salvación de las otras almas! Angustias íntimas, fuerza y pertinacia de las tentaciones, falta de virtudes, desaliento y esterilidad en los trabajos, innumerables ofensas o negligencia y, finalmente, el temor a los juicios divinos: todas estas cosas nos incitan poderosamente a llorar ante el Señor para enriquecernos fácilmente, a sus ojos, de méritos y, además, conseguir su protección. (Pío X, Exortación Apostólica Haerent Animo, n. 18, 4 de agosto de 1908)
… juzga la idea herética de amor fraterno que tiene Francisco
Hace daño a los hermanos quien se queda sólo en palabras complacientes
Otra manera de hacer daño es la de quienes hablan de las cosas de la religión como si hubiesen de ser medidas según los cánones y las conveniencias de esta vida que pasa, dando al olvido la vida eterna futura: hablan brillantemente de los beneficios que la religión cristiana ha aportado a la humanidad, pero silencian las obligaciones que impone; pregonan la caridad de Jesucristo nuestro Salvador, pero nada dicen de la justicia. El fruto que esta predicación produce es exiguo, ya que, después de oírla, cualquier profano llega a persuadirse de que, sin necesidad de cambiar de vida, él es un buen cristiano con tal de decir: Creo en Jesucristo.
¿Qué clase de fruto quieren obtener estos predicadores? No tienen ciertamente ningún otro propósito más que el de buscar por todos los medios ganarse adeptos halagándoles los oídos, con tal de ver el templo lleno a rebosar, no les importa que las almas queden vacías. Por eso es por lo que ni mencionan el pecado, los novísimos, ni ninguna otra cosa importante, sino que se quedan solo en palabras complacientes, con una elocuencia más propia de un arenga profana que de un sermón apostólico y sagrado, para conseguir el clamor y el aplauso; contra estos oradores escribía San Jerónimo: “Cuando enseñes en la Iglesia, debes provocar no el clamor del pueblo, sino su compunción: las lágrimas de quienes te oigan deben ser tu alabanza.” (Pío X. Motu Proprio Sacrorum Antistitum, 1 de septiembre de 1910)
Tolerar el error no es caridad
La doctrina católica nos enseña que el primer deber de la caridad no está en la tolerancia de las opiniones erróneas, por muy sinceras que sean, ni en la indiferencia teórica o practica ante el error o el vicio en que vemos caídos a nuestros hermanos, sino en el celo por su mejoramiento intelectual y moral no menos que en el celo por su bienestar material. Esta misma doctrina católica nos enseña también que común de toda la familia humana, y en el amor de Jesucristo, cuyos miembros somos, hasta el punto de que aliviar a un desgraciado es hacer un bien al mismo Jesucristo. (Pío X. Encíclica Notre Charge Apostolique, n. 22, 15 de agosto de 1910)
Conviene cortar un miembro para salvar al cuerpo
Porque, si Jesús ha sido bueno para los extraviados y los pecadores, no ha respetado sus convicciones erróneas, por muy sinceras que pareciesen; los ha amado a todos para instruirlos, convertirlos y salvarlos. Si ha llamado hacia sí, para aliviarlos, a los que padecen y sufren, no ha sido para predicarles el celo por una del igualdad quimérica. Si ha levantado a los humildes, no ha sido para inspirarles el sentimiento de una dignidad independiente y rebelde a la obediencia. Si su corazón desbordaba mansedumbre para las almas de buena voluntad, ha sabido igualmente armarse de una santa indignación contra los profanadores de la casa de Dios, contra los miserables que escandalizan a los pequeños, contra las autoridades que agobian al pueblo bajo el peso de onerosas cargas sin poner en ellas ni un dedo para aliviarlas. Ha sido tan enérgico como dulce; ha reprendido, amenazado, castigado, sabiendo y enseñándonos que con frecuencia el temor es el comienzo de la sabiduría y que conviene a veces cortar un miembro para salvar al cuerpo. (Pío X. Encíclica Notre Charge Apostolique, n. 38, 15 de Agosto de 1910)
Se equivocan los que silencian las gravísimas obligaciones de la fe cristiana
Cuanto se equivocan los que estiman que serán más dignos de la Iglesia y trabajaran con más fruto para la salvación eterna de los hombres si, movidos por una prudencia humana, […] movidos por la vana esperanza de que así pueden ayudar mejor a los equivocados, cuando en realidad los hacen compañeros de su propio descarrío. Pero la verdad es única y no puede dividirse; permanece eterna, sin doblegarse a los tiempos: Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre (He 13, 8).
También se equivocan por completo los que, dedicándose a hacer el bien, sobre todo en los problemas del pueblo, se preocupan mucho del alimento y del cuidado del cuerpo, y silencian la salvación del alma y las gravísimas obligaciones de la fe cristiana.Tampoco les importa ocultar, como con un velo, algunos de los principales preceptos evangélicos, temiendo que se les haga menos caso, e incluso se les abandone. (Pío X. Encíclica Iucunda sane, n. 25-26, 12 de marzo de 1904)
Dios pide cuentas a quien omite la corrección
Debemos inculcar también aquel otro dicho de Anselmo tan noble y tan paternal: “Cuando oigo alguna cosa de vosotros que no agrada a Dios ni os es provechosa, si me descuido en avisaros, ni temo a Dios, ni os amo como debo”. […] Entonces, imitando a Anselmo, debemos nuevamente rogar, aconsejar y avisar “que consideréis con diligencia todas estas cosas, y si vuestra conciencia os manifiesta que debéis corregiros en algo os dispongáis a hacerlo”. Porque no debe descuidarse nada que pueda corregirse, porque Dios pide cuenta no solo de las malas obras, sino también de haber omitido corregir aquellos males que podían enmendarse. Y cuanto mayor es el poder que tienen para corregirlos, con tanto mayor rigor les exige Dios que según la potestad que misericordiosamente les ha sido comunicada, quieran hacerlo y lo pongan en práctica como es debido. (Pío X. Encíclica Communium rerum, n. 26, 21 de abril de 1909)
Si los llamados a dedicarse a la Iglesia no dan buen ejemplo, no arrastran a otros
Por lo tanto, todos los que están llamados a dirigir o dedicarse personalmente a la causa católica deben ser buenos católicos, firmes en la fe, sólidamente instruidos en materias religiosas, verdaderamente sumisos a la Iglesia y especialmente a la Sede Apostólica y al Vicario de Jesús Cristo. Deben ser hombres de piedad auténtica, de virtudes varoniles y de una vida tan casta e intrépida que puedan ser ejemplo para guiar a todos los demás. Si no son formados así, será difícil que arrastren otros a hacer el bien y prácticamente imposible que actúen con buenas intenciones. (Pío X. Encíclica Il Fermo Proposito, n. 11, 11 de junio de 1905)
… juzga la idea herética de Curia Romana que tiene Francisco
La Iglesia es una sociedad en la cual unos presiden a otros
La Escritura nos enseña, y la tradición de los Padres nos confirma, que la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo, Cuerpo dirigido por pastores e doctores (Ef 4, 11), sociedad de hombres en la cual algunos presiden a otros con pleno y perfecto poder de gobernar, enseñar, juzgar (Mt, 28, 18-20 ; 16, 18-19 ; 18, 17 ; Tt 2, 15 ; 2Cor 10, 6 ; 13, 10, etc.). Resulta, por tanto, que la Iglesia, por su naturaleza es una sociedad desigual, que comprende una dupla orden: los pastores y la grey; aquellos que están colgados en los diferentes grados de la jerarquía, y la multitud de los fieles. Estas dos órdenes son de tal manera desemejantes entre sí, que solamente en la Jerarquía reside el derecho y la autoridad para dirigir todos sus miembros al fin de la sociedad. (Pío X. Carta Enciclica Vehementer Nos, 11 de febrero de 1906)
… juzga la idea herética de Papa que tiene Francisco
La Iglesia es una sociedad en la cual unos presiden a otros
La Escritura nos enseña, y la tradición de los Padres nos confirma, que la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo, Cuerpo dirigido por pastores e doctores (Ef 4, 11), sociedad de hombres en la cual algunos presiden a otros con pleno y perfecto poder de gobernar, enseñar, juzgar (Mt, 28, 18-20 ; 16, 18-19 ; 18, 17 ; Tt 2, 15 ; 2Cor 10, 6 ; 13, 10, etc.). Resulta, por tanto, que la Iglesia, por su naturaleza es una sociedad desigual, que comprende una dupla orden: los pastores y la grey; aquellos que están colgados en los diferentes grados de la jerarquía, y la multitud de los fieles. Estas dos órdenes son de tal manera desemejantes entre sí, que solamente en la Jerarquía reside el derecho y la autoridad para dirigir todos sus miembros al fin de la sociedad. (San Pio X. Encíclica Vehementer Nos, 11 de febrero de 1906)
… juzga la idea herética de obediencia religiosa que tiene Francisco
Crecer siempre en la obediencia a los pastores de la Iglesia
Crezca siempre el respeto a la obediencia solemnemente prometida a los que el Espíritu Santo constituyó como pastores de la Iglesia; y, sobre todo, únanse espíritus y corazones con lazos cada día más estrechos de fidelidad, en obsequio tan justamente debido a esta Sede Apostólica. (Pío X. Exhortación Apostólica Haerent animos, n. 31, 4 de agosto de 1908)
… juzga la idea del papel de las religiones no cristianas que tiene Francisco
¡Ojo con las “experiencias religiosas”!
[Para el modernista] en el sentimiento religioso se descubre una cierta intuición del corazón; merced a la cual, y sin necesidad de medio alguno, alcanza el hombre la realidad de Dios […]. Y tal experiencia es la que hace verdadera y propiamente creyente al que la ha conseguido. ¡Cuánto dista todo esto de los principios católicos! Semejantes quimeras las vimos ya reprobadas por el Concilio Vaticano. […] Desde luego, es bueno advertir que de esta doctrina de la experiencia, unida a la otra del simbolismo, se infiere la verdad de toda religión, sin exceptuar el paganismo. Pues qué, ¿no se encuentran en todas las religiones experiencias de este género? Muchos lo afirman. Luego¿con qué derecho los modernistas negarán la verdad de la experiencia que afirma el turco, y atribuirán sólo a los católicos las experiencias verdaderas? Aunque, cierto, no las niegan; más aún, los unos veladamente y los otros sin rebozo, tienen por verdaderas todas las religiones. Y es manifiesto que no pueden opinar de otra suerte, pues establecidos sus principios, ¿por qué causa argüirían de falsedad a una religión cualquiera? (San Pío X, Carta Encíclica Pascendi, n. 13, 8 de septiembre de 1907)
… juzga la idea de formación de las conciencias que tiene Francisco
A los obispos cabe formar la conciencia del pueblo
Vosotros, Venerables Hermanos, proseguid activamente la obra del Salvador de os hombres con la imitación de su mansedumbre y de su energía. Inclinaos a todas las miserias, ningún dolor escape a vuestra solicitud pastoral, ninguna queja os halle indiferentes. Pero predicad también denodadamente a grandes y pequeños sus deberes; a vosotros toca formar la conciencia del pueblo y de los poderes públicos. La cuestión social estará muy cerca de su solución cuando unos y otros, menos exigentes de sus derechos, cumplan exactamente sus deberes. (San Pío X, Notre charge apostolique, n. 39, de 23 de agosto, 1910)
… juzga la idea de Caritas material que tiene Francisco
Grande parte de los condenados al infierno son los que ignoraron los misterios de la fe
Por lo cual Nuestro predecesor Benedicto XIV escribió justamente: Afirmamos que la mayor parte de los condenados a las penas eternas padecen su perpetua desgracia por ignorar los misterios de la fe, que necesariamente se deben saber y creer para ser contados entre los elegidos. (San Pío X, Acerbo nimis, n. 3, 15 de abril de 1905)
La Sagrada Teología debe ocupar el primer puesto
Nadie ignora que entre las muchas y diversas materias que se ofrecen a un espíritu ávido de la verdad, la Sagrada Teología ocupa el primer puesto. […] Trabajad con denuedo en el estudio de las cosas naturales, pues así como ahora causan admiración los ingeniosos inventos y las empresas llenas de eficacia de hoy día, más adelante serán objeto de perenne aprobación y elogio. Pero todo esto sin detrimento alguno de los estudios sagrados. (San Pío X. Sacrorum Antistitum, n. 1, 1 de septiembre de 1910)
Muchos están llenos de erudición pero nada saben de la religión
¡Cuán comunes y fundados son, por desgracia, estos lamentos de que existe hoy un crecido número de personas, en el pueblo cristiano, que viven en suma ignorancia de las cosas que se han de conocer para conseguir la salvación eterna! Al decir “pueblo cristiano”, no Nos referimos solamente a la plebe, esto es, a aquellos hombres de las clases inferiores a quienes excusa con frecuencia el hecho de hallarse sometidos a dueños exigentes, y que apenas si pueden ocuparse de sí mismos y de su descanso; sino que también y, principalmente, hablamos de aquellos a quienes no falta entendimiento ni cultura y hasta se hallan adornados de una gran erudición profana, pero que, en lo tocante a la religión, viven temeraria e imprudentemente. ¡Difícil seria ponderar lo espeso de las tinieblas que con frecuencia los envuelven y —lo que es más triste— la tranquilidad con que permanecen en ellas! De Dios, soberano autor y moderador de todas las cosas, y de la sabiduría de la fe cristiana para nada se preocupan; y así nada saben de la Encarnación del Verbo de Dios, ni de la redención por El llevada a cabo; nada saben de la gracia, el principal medio para la eterna salvación; nada del sacrificio augusto ni de los sacramentos, por los cuales conseguimos y conservamos la gracia. En cuanto al pecado, ni conocen su malicia ni su fealdad, de suerte que no ponen el menor cuidado en evitarlo, ni en lograr su perdón; y así llegan a los últimos momentos de su vida, en que el sacerdote —por no perder la esperanza de su salvación— les ensena sumariamente la religión, en vez de emplearlos principalmente, según convendría, en moverles a actos de caridad; y esto, si no ocurre —por desgracia, con harta frecuencia— que el moribundo sea de tan culpable ignorancia que tenga por inútil el auxilio del sacerdote y juzgue que pueda traspasar tranquilamente los umbrales de la eternidad sin haber satisfecho a Dios por sus pecados. (San Pío X. Acerbo nimis, n. 2-3, 15 de abril de 1905)
La doctrina cristiana nos hace conocer a Dios
Fácilmente se descubre que es así, porque, en efecto, la doctrina cristiana nos hace conocer a Dios y lo que llamamos sus infinitas perfecciones, harto más hondamente que las fuerzas naturales. ¿Y cómo esto? Mandándonos a un mismo tiempo reverenciar a Dios por obligaciones de fe, que se refiere a la razón; por deber de esperanza, que se refiere a la voluntad; y por deber de caridad, que se refiere al corazón, con la cual deja al hombre enteramente sometido a Dios, su Creador y Moderador. De la misma manera, solo la doctrina cristiana pone al hombre en posesión de su eminente dignidad natural en cuanto hijo del Padre celestial, que está en los cielos, que le hizo a su imagen y semejanza para vivir con él eternamente dichoso. Pero de esta misma dignidad y del conocimiento que de ella se ha de tener infiere Cristo que los hombres deben amarse como hermanos y vivir en la tierra como conviene a los hijos de la luz, no en comilonas y borracheras, no en deshonestidades y disoluciones, no en contiendas y envidias (Rm 13, 13); mándanos asimismo que nos entreguemos en manos de Dios, que es quien cuida de nosotros; que socorramos al pobre, hagamos bien a nuestros enemigos y prefiramos los bienes eternos del alma a los perecederos del tiempo. (San Pío X. Acerbo nimis, n. 4, 15 de abril de 1905)
… juzga la idea herética de esencia de la divinidad que tiene Francisco
La inmanencia teológica: materia escabrosa y grandísimo error
Aquí ya, venerables hermanos, se nos abre la puerta para examinar a los modernistas en el campo teológico. Mas, porque es materia muy escabrosa, la reduciremos a pocas palabras. Se trata, pues, de conciliar la fe con la ciencia, y eso de tal suerte que la una se sujete a la otra. En este género, el teólogo modernista usa de los mismos principios que, según vimos, usaba el filósofo, y los adapta al creyente; a saber: los principios de la inmanencia y el simbolismo. Simplicísimo es el procedimiento. El filósofo afirma: el principio de la fe es inmanente; el creyente añade: ese principio es Dios; concluye el teólogo: luego Dios es inmanente en el hombre. He aquí la inmanencia teológica. De la misma suerte es cierto para el filósofo que las representaciones del objeto de la fe son sólo simbólicas; para el creyente lo es igualmente que el objeto de la fe es Dios en sí: el teólogo, por tanto, infiere: las representaciones de la realidad divina son simbólicas. He aquí el simbolismo teológico. Errores, en verdad grandísimos; y cuán perniciosos sean ambos, se descubrirá al verse sus consecuencias. […] Qué opinan realmente los modernistas sobre la inmanencia, difícil es decirlo: no todos sienten una misma cosa. Unos la ponen en que Dios, por su acción, está más íntimamente presente al hombre que éste a sí mismo; lo cual nada tiene de reprensible si se entendiera rectamente. Otros, en que la acción de Dios es una misma cosa con la acción de la naturaleza, como la de la causa primera con la de la segunda; lo cual, en verdad, destruye el orden sobrenatural. Por último, hay quienes la explican de suerte que den sospecha de significación panteísta, lo cual concuerda mejor con el resto de su doctrina. (San Pio X, Carta Encíclica Pascendi dominice gregis, n. 18, 8 de septiembre de 1907)
La teoría de la inmanencia divina lleva al panteísmo
Al mismo término, es a saber, a un puro y descarado panteísmo, conduce aquella otra teoría de la inmanencia divina, pues preguntamos: aquella inmanencia, ¿distingue a Dios del hombre, o no? Si lo distingue, ¿en qué se diferencia entonces de la doctrina católica, o por qué rechazan la doctrina de la revelación externa? Mas si no lo distingue, ya tenemos el panteísmo. Pero esta inmanencia de los modernistas pretende y admite que todo fenómeno de conciencia procede del hombre en cuanto hombre; luego entonces, por legítimo raciocinio, se deduce de ahí que Dios es una misma cosa con el hombre, de donde se sigue el panteísmo. (San Pio X. Carta Encíclica Pascendi dominice gregis, n. 40, 8 de septiembre de 1907)
Condenación al panteísmo en el juramento antimodernista de
San Pío X
En cuarto lugar, recibo sinceramente la doctrina de la fe que los Padres ortodoxos nos han transmitido de los Apóstoles, siempre con el mismo sentido y la misma interpretación. por esto rechazo absolutamente la suposición herética de la evolución de los dogmas, según la cual estos dogmas cambiarían de sentido para recibir uno diferente del que les ha dado la Iglesia en un principio. Igualmente, condeno todo error que consista en sustituir el depósito divino confiado a la esposa de Cristo y a su vigilante custodia, por una ficción filosófica o una creación de la conciencia humana, la cual, formada poco a poco por el esfuerzo de los hombres, sería susceptible en el futuro de un progreso indefinido. […] En fin, de manera general, profeso estar completamente indemne de este error de los modernistas, que pretenden no hay nada divino en la tradición sagrada, o lo que es mucho peor, que admiten lo que hay de divino en el sentido panteísta, de tal manera que no queda nada más que el hecho puro y simple de la historia. (San Pio X. Motu Proprio Sacrorum Antistitum. Quo quaedam statuuntur leges ad modernismi periculum propulsandum. Iurisiurandi Formula, 1 de septiembre de 1910)
… juzga la idea herética de paz que tiene Francisco
La paz sólo vendrá mediante la luz de la razón regida por la ciencia de las cosas divinas
La actual depresión y debilidad de las almas, de que resultan los mayores males, provienen, principalmente, de la ignorancia de las cosas divinas. Esta opinión concuerda enteramente con lo que Dios mismo declaro por su profeta Oseas: ‘No hay conocimiento de Dios en la tierra. La maldición, y la mentira, y el homicidio, y el robo, y el adulterio lo han inundado todo; la sangre se añade a la sangre por cuya causa se cubrirá de luto la tierra y desfallecerán todos sus moradores.’ (Os 4,1ss) […] Con razón decía el apóstol San Pablo escribiendo a los de Éfeso: ‘La fornicación y toda especie de impureza o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como corresponde a santos, ni tampoco palabras torpes, ni truhanerías’ (Ef 5,3ss). Como fundamento de este pudor y santidad, con que se moderan las pasiones, puso la ciencia de las cosas divinas: ‘Y así, mirad, hermanos, que andéis con gran circunspección; no como necios sino como prudentes… Por lo tanto, no seáis indiscretos, sino atentos sobre cuál es la voluntad de Dios (5, 15ss) […] Sentencia justa; porque la voluntad humana apenas conserva algún resto de aquel amor a la honestidad y la rectitud, puesto en el hombre por Dios creador suyo, amor que le impulsaba hacia un bien, no entre sombras, sino claramente visto. Mas,depravada por la corrupción del pecado original y olvidada casi de Dios, su Hacedor, la voluntad humana convierte toda su inclinación a amar la vanidad y a buscar la mentira. Extraviada y ciega por las malas pasiones, necesita un guía que le muestre el camino para que se restituya a la vía de la justicia que desgraciadamente abandono.Este guía, que no ha de buscarse fuera del hombre, y del que la misma naturaleza le ha provisto, es la propia razón; mas si a la razón le falta su verdadera luz, que es la ciencia de las cosas divinas, sucederá que, al guiar un ciego a otro ciego, ambos caerán en el hoyo […] Solo la doctrina cristiana pone al hombre en posesión de su eminente dignidad natural en cuanto hijo del Padre celestial […] Pero de esta misma dignidad y del conocimiento que de ella se ha de tener infiere Cristo que los hombres deben amarse como hermanos y vivir en la tierra como conviene a los hijos de la luz, no en comilonas y borracheras, no en deshonestidades y disoluciones, no en contiendas y envidias (cf. Rm 13,13); mándanos asimismo que nos entreguemos en manos de Dios, que es quien cuida de nosotros; que socorramos al pobre, hagamos bien a nuestros enemigos y prefiramos los bienes eternos del alma a los perecederos del tiempo. […]Cuando al espíritu lo envuelven las espesas tinieblas de la ignorancia, no pueden darse ni la rectitud de la voluntad ni las buenas costumbres, pues si caminando con los ojos abiertos puede apartarse el hombre del buen camino, el que padece de ceguera está en peligro cierto de desviarse. (San Pío X. Encíclica Acerbo Nimis, sobre la enseñanza de la Doctrina cristiana, 15 de abril de 1905)
El deber más grave del pastor es adoctrinar
Conviene averiguar hora a quién compete preservar a las almas de aquella perniciosa ignorancia e instruirlas en ciencia tan indispensable. -Lo cual, Venerables Hermanos, no ofrece dificultad alguna, porque ese gravísimo deber corresponde a los pastores de almas que, efectivamente, se hallan obligados por mandato del mismo Cristo a conocer y apacentar las ovejas, que les están encomendadas. Apacentar es, ante todo, adoctrinar: ‘Os daré pastores según mi corazón, que os apacentarán con la ciencia y con la doctrina’ (Jr 3, 15). Así hablaba Jeremías, inspirado por Dios. Y, por ello, decía también el apóstol San Pablo: ‘No me envió Cristo a bautizar, sino a predicar’ (1Cor 1,17) advirtiendo así que el principal ministerio de cuantos ejercen de alguna manera el gobierno de la Iglesia consiste en enseñar a los fieles en las cosas sagradas. […] Cierto es que Dios alaba grandemente la piedad que nos mueve a procurar el alivio de las humanas miserias: mas, ¿quién negará que mayor alabanza merecen el celo y el trabajo consagrados a procurar los bienes celestiales a los hombres, y no ya las transitorias ventajas materiales? […] Importa mucho, Venerables Hermanos, asentar bien aquí -e insistir en ello- que para todo sacerdote éste es el deber más grave, más estricto, que le obliga. Porque ¿quién negará que en el sacerdote a la santidad de vida debe irle unida la ciencia? ‘En los labios del sacerdote ha de estar el depósito de la ciencia’ (Mt 2,7). […] Por lo cual, el sacrosanto Concilio de Trento, hablando de los pastores de almas, declara que la primera y mayor de sus obligaciones era la de enseñar al pueblo cristiano (Sess. 5, c. 2 de refor.; sess. 22, c. 8; sess. 24, c. 4 et 7 de refor). […] Por eso escribía el Apóstol: ‘La fe proviene del oír, y el oír depende de la predicación de la palabra de Cristo’ (Rom 10,17). Y para mostrar la necesidad de la enseñanza añadió: ¿Cómo… oirán hablar, si no se les predica? (Rom 10,14). (San Pío X. Encíclica Acerbo Nimis, sobre la enseñanza de la Doctrina cristiana, 15 de abril de 1905)
… juzga la idea herética de enseñar asuntos de moral que tiene Francisco
No esperen buenas obras quienes omiten enseñar la verdad
Si es cosa vana esperar cosecha en tierra no sembrada, ¿cómo esperar generaciones adornadas de buenas obras, si oportunamente no fueron instruidas en la doctrina cristiana? De donde justamente concluimos que, si la fe languidece en nuestros días hasta parecer casi muerta en una gran mayoría, es que se ha cumplido descuidadamente, o se ha omitido del todo, la obligación de enseñar las verdades contenidas en el Catecismo. (São Pio X, Carta Encíclica Acerbo Nimis, n. 12, 15 de abril de 1905)
… Juzgan la idea herética de comunión y divorciados de segunda unión y acceso a los sacramentos que tiene Francisco
Comunión frecuente, pero en estado de gracia y con recta intención
La Comunión frecuente y cotidiana… esté permitida a todos los fieles de Cristo de cualquier orden y condición, de suerte que a nadie se le puede impedir, con tal que esté en estado de gracia y se acerque a la sagrada mesa con recta y piadosa intención. (Denzinger-Hünermann 3379. San Pío X. Del Decreto de la Congregación del Santo Concilio, de 16 de diciembre de 1905)
Necesidad del firme propósito de no pecar para poder comulgar
Aun cuando conviene sobremanera que quienes reciben frecuente y hasta diariamente la comunión estén libres de pecados veniales por lo menos de los plenamente deliberados y de apego a ellos, basta sin embargo que no tengan culpas mortales, con propósito de no pecar más en adelante… (Denzinger-Hünermann 3381. San Pío X, Del Decreto de la Congregación del Santo Concilio, de 16 de diciembre de 1905)
… juzga la idea herética de relectura del Evangelio que tiene Francisco
Condenación de la doctrina que promueve un ajuste de la Revelación a la modernidad
64. El progreso de las ciencias demanda que se reformen los conceptos de la doctrina cristiana sobre Dios, la creación, la revelación, la persona del Verbo Encarnado y la redención (Denzinger-Hünermann 3464, San Pío X, Lamentabili sine exitu, decreto sobre los errores del “Modernismo” de Pio X, promulgado en 3 de Julio de 1907)
… juzga la idea herética de pastoralidad delante de las nuevas costumbres que tiene Francisco
La neutralidad delante de las acometidas del mundo es cobarde
A vosotros, venerables hermanos, a quienes la divina providencia ha constituido pastores y guías del pueblo cristiano, incumbe la obligación de procurar resistir con todo empeño a esta funestísima tendencia de la moderna sociedad, de adormecerse en una vergonzosa inercia, mientras recrudece la guerra contra la religión, procurando una cobarde neutralidad, por medio de rodeos y convenios, en detrimento del justo y honesto, y sin acordarse de aquella categórica sentencia de Cristo: ‘el que no está conmigo está contra mí’ (Mt 12, 30). (San Pío X. Encíclica Communium rerum, 21 de abril de 1909).
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