El Concilio de Trento condena la pretensión de Bergoglio de corregir el Padre Nuestro enseñado por Jesucristo.
Otro anatema recae sobre el heresiarca Bergoglio.
Otro anatema recae sobre el heresiarca Bergoglio.
La pretensión de corregir la Palabra de Dios y reclamar que la versión latina del Padre Nuestro que se usa en cada Misa en Latín es incorrecta y engañosa, cae bajo la condena de Trento, Sesión 22, canon VII:
Can. 6. Si alguno dijere que el canon de la Misa contiene error y que, por tanto, debe ser abrogado, sea anatema.
Can. 9. Si alguno dijere que el rito de la Iglesia Romana por el que parte del canon y las palabras de la consagración se pronuncian en voz baja, debe ser condenado; o que sólo debe celebrarse la Misa en lengua vulgar, o que no debe mezclarse agua con el vino en el cáliz que ha de ofrecerse, por razón de ser contra la institución de Cristo, sea anatema.
Can. 9. Si alguno dijere que el rito de la Iglesia Romana por el que parte del canon y las palabras de la consagración se pronuncian en voz baja, debe ser condenado; o que sólo debe celebrarse la Misa en lengua vulgar, o que no debe mezclarse agua con el vino en el cáliz que ha de ofrecerse, por razón de ser contra la institución de Cristo, sea anatema.
Francisco elogia traducción errónea del Padre Nuestro.
es.news Francisco aprobó una traducción errónea en francés del Padre Nuestro, la cual dice “y no caigamos en la tentación” y que desde el 3 de diciembre se utiliza en la mayoría de las diócesis francoparlantes en todo el mundo.
Al hablar en la red católica italiana TV2000, Francisco afirmó que “no es una buena traducción” decir que Dios “lleva” a la tentación, aunque “no nos dejes caer en la tentación” es la traducción precisa de la versión griega original del Padre Nuestro en el evangelio según san Mateo.
Al hablar en la red católica italiana TV2000, Francisco afirmó que “no es una buena traducción” decir que Dios “lleva” a la tentación, aunque “no nos dejes caer en la tentación” es la traducción precisa de la versión griega original del Padre Nuestro en el evangelio según san Mateo.
- Lc 11,1-4 -
Y aconteció que estando Jesús orando en cierto lugar, cuando acabó le dijo uno de sus discípulos: "Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos". Y Jesús le respondió: "Cuando orareis, decid: Padre: santificado sea el tu nombre. Venga el tu reino. Danos hoy el pan nuestro de cada día. Y perdónanos nuestros pecados, así como nosotros perdonamos a todo el que nos debe. Y no nos dejes caer en la tentación". (vv. 1-4)
Catena Aurea de San Tomas de Aquino:
San Agustín, De verb. Dom., serm. 28
¿Cuál es nuestra deuda sino el pecado? Luego, si no hubieras recibido nada, no deberías al que te prestó; por tanto, eres pecador, porque tuviste dinero, con el que has nacido rico, hecho a imagen y semejanza de Dios, pero perdiste lo que tenías. Así, mientras deseas conservar tu orgullo, pierdes el tesoro de la humildad y recibiste del demonio la deuda que no era necesaria; el enemigo tenía tu resguardo, pero el Señor lo crucificó, y lo borró con su sangre. Puede el Señor defendernos contra las asechanzas del enemigo, que engendra la culpa, puesto que perdonó el pecado y pagó nuestras deudas. Por esto sigue: "Y no nos dejes caer en la tentación"; esta es, la tentación que no podemos vencer; pero quiere que, como atletas, suframos la tentación que la condición humana pueda resistir.
Tito Bostrense, in Matth
Es imposible que dejemos de ser tentados por el demonio y por esto pedimos a Dios que no nos deje caer en la tentación. En la Escritura se dice que Dios hace lo que en realidad El sólo permite. Y según esto, si no prohibe el ímpetu de la tentación que viene sobre nosotros, entonces nos deja caer en ella.
San Máximo, in Cat. graec. Patr
O bien manda Dios que pidamos: "Que no nos dejes caer en la tentación", esto es, que no permita que suframos la prueba de las tentaciones voluptuosas y espontáneas. Santiago nos enseña que los que pelean en defensa de la verdad no son culpables en las tentaciones involuntarias y que son causa de nuestros trabajos. Dice lo siguiente ( Stgo 1,2): "Hermanos míos, juzgad como un gran bien el sufrir varias tentaciones".
San Basilio, in Regul. brevior., ad interrogat. 224
No conviene, sin embargo, que nosotros pidamos en la oración penas corporales. En general, Jesucristo mandó que orásemos para que no cayésemos en la tentación; pero cuando alguno se ve en ella, conviene que pida a Dios la virtud de resistirla, para que se cumpla en nosotros lo que dice San Mateo (10,22): "El que persevera hasta el fin, se salvará".
San Agustín, in Enchirid., cap. 116
Pero este evangelista no ha puesto lo que al final dice San Mateo; a saber (6,13): "Mas líbranos de mal". Esto para que comprendamos que se refiere a lo que antes se ha dicho respecto de la tentación. Por esto dice: "Mas líbranos", y no dice: "Y líbranos" demostrando que es una petición; no quieras esto, sino esto; en lo cual debe entenderse que en las palabras quedar libre de todo mal, se incluye el quedar libre de la tentación.
San Agustín De verb. Dom. serm. 28
Cada uno pide ser librado del mal (esto es, del demonio y del pecado); pero el que confía en Dios, no teme al pecado. Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? ( Rom 8,31).
Catecismo Mayor de San Pío X:
10.
¿Cuántas y cuáles son las partes principales y más necesarias de la doctrina cristiana? - Las partes principales y más necesarias de la doctrina cristiana son cuatro: El Credo, Padrenuestro, Mandamientos y Sacramentos.
12.
¿Qué nos enseña el Padrenuestro? - El Padrenuestro nos enseña todo lo que hemos de esperar de Dios y todo lo que hemos de pedirle.
254.
¿De qué se trata en la segunda parte de la Doctrina Cristiana? En la segunda parte de la Doctrina Cristiana se trata de la oración en general y del Padrenuestro en particular.
7º.- De la sexta petición
313.
¿Qué pedimos en la sexta petición: Y NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN? - En la sexta petición: Y no nos dejes caer en la tentación, pedimos a Dios que nos libre de las tentaciones, o no permitiendo que seamos tentados o dándonos gracia para no ser vencidos.
314.¿Qué son las tentaciones? - Las tentaciones son unas excitaciones al pecado que nos vienen del demonio, o de los malos, o de nuestras pasiones.
315.¿Es pecado tener tentaciones? - No, señor; no es pecado tener tentaciones; pero es pecado consentir en ellas o exponerse voluntariamente a peligro de consentir.
316.¿Por qué permite Dios que seamos tentados? - Dios permite que seamos tentados para probar nuestra fidelidad, para darnos ocasión de perfeccionar nuestras virtudes y para acrecentar nuestros merecimientos. 317.¿Qué hemos de hacer para evitar las tentaciones? - Para evitar las tentaciones hemos de huir de las ocasiones peligrosas, tener a raya nuestros sentidos, recibir a menudo los Santos Sacramentos y valernos de la oración. 8º.- De la séptima petición
318.¿Qué pedimos en la séptima petición: MAS LÍBRANOS DEL MAL? - En la séptima petición: Mas líbranos del mal, pedimos a Dios que nos libre de los males pasados, presentes y futuros, especialmente del sumo mal, que es el pecado, y de la pena de él, que es la condenación eterna.
319.
¿Por qué decimos LÍBRANOS DEL MAL y no DE LOS MALES? - Decimos:Líbranos del mal y node los malesporque no hemos de desear estar exentos de todos los males de esta vida, sino solamente de los que no convienen a nuestra alma, y por esto pedimos nos libre Dios del mal en general; a saber, de todo lo que prevé que es mal para nosotros.
EL CATECISMO R0MANO DEL CONCILIO DE TRENTO
4600 Capítulo VII Sexta petición del Padrenuestro
Catecismo Mayor de San Pío X:
10.
¿Cuántas y cuáles son las partes principales y más necesarias de la doctrina cristiana? - Las partes principales y más necesarias de la doctrina cristiana son cuatro: El Credo, Padrenuestro, Mandamientos y Sacramentos.
12.
¿Qué nos enseña el Padrenuestro? - El Padrenuestro nos enseña todo lo que hemos de esperar de Dios y todo lo que hemos de pedirle.
254.
¿De qué se trata en la segunda parte de la Doctrina Cristiana? En la segunda parte de la Doctrina Cristiana se trata de la oración en general y del Padrenuestro en particular.
7º.- De la sexta petición
313.
¿Qué pedimos en la sexta petición: Y NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN? - En la sexta petición: Y no nos dejes caer en la tentación, pedimos a Dios que nos libre de las tentaciones, o no permitiendo que seamos tentados o dándonos gracia para no ser vencidos.
314.¿Qué son las tentaciones? - Las tentaciones son unas excitaciones al pecado que nos vienen del demonio, o de los malos, o de nuestras pasiones.
315.¿Es pecado tener tentaciones? - No, señor; no es pecado tener tentaciones; pero es pecado consentir en ellas o exponerse voluntariamente a peligro de consentir.
316.¿Por qué permite Dios que seamos tentados? - Dios permite que seamos tentados para probar nuestra fidelidad, para darnos ocasión de perfeccionar nuestras virtudes y para acrecentar nuestros merecimientos. 317.¿Qué hemos de hacer para evitar las tentaciones? - Para evitar las tentaciones hemos de huir de las ocasiones peligrosas, tener a raya nuestros sentidos, recibir a menudo los Santos Sacramentos y valernos de la oración. 8º.- De la séptima petición
318.¿Qué pedimos en la séptima petición: MAS LÍBRANOS DEL MAL? - En la séptima petición: Mas líbranos del mal, pedimos a Dios que nos libre de los males pasados, presentes y futuros, especialmente del sumo mal, que es el pecado, y de la pena de él, que es la condenación eterna.
319.
¿Por qué decimos LÍBRANOS DEL MAL y no DE LOS MALES? - Decimos:Líbranos del mal y node los malesporque no hemos de desear estar exentos de todos los males de esta vida, sino solamente de los que no convienen a nuestra alma, y por esto pedimos nos libre Dios del mal en general; a saber, de todo lo que prevé que es mal para nosotros.
EL CATECISMO R0MANO DEL CONCILIO DE TRENTO
4600 Capítulo VII Sexta petición del Padrenuestro
III. "NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN"
Para llegar a comprender todo el sentido y valor de esta plegaria será necesario primero conocer qué es la tentación y qué es caer en ella.
1) "Tentar" significa, de una manera general, hacer un experimento (una prueba) para poder conocer lo que ignoramos y deseamos averiguar. Dios no tiene necesidad de tentarnos de esta manera, porque conoce perfectamente todas las cosas: No hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia (He 4,13).
2) Más concretamente, la tentación es una prueba que utilizamos para conocer el bien o el mal.
a) El bien: cuando se pone a una persona en situación de ejercitar la virtud para poder premiarla y presentarla como ejemplo. Y este modo de tentar es el único que conviene a Dios en relación con las almas. El Deuteronomio dice: Te prueba Y ave, tu Dios, para saber si amas a Yave, tu Dios (Dt 13,3).
Así nos tienta el Señor con pobreza, enfermedad y otras adversidades para probar nuestra paciencia y fidelidad. Abraham fue tentado de esta manera con la imposición del sacrificio de su hijo, y por su obediencia vino a ser modelo de fe y de sacrificio (12). Y de Tobías dice la Escritura: Por lo mismo que eras acepto a Dios, fue necesario que la tentación te probase ().
b) El mal: cuando una persona es inducida al pecado.
Y ésta es la misión propia del demonio, llamado precisamente en la Escritura el tentador (Mt 4,3). Unas veces se vale para ello de estímulos internos, utilizando como medios los mismos sentimientos y apetitos de las almas; otras veces nos ataca con medios externos, por medio de las riquezas y bienes terrenos, para ensoberbecernos, o por me dio de hombres pecaminosos, de que quiere valerse para desviarnos. Entre estas criaturas, verdaderos emisarios de Satanás, figuran en primera línea los herejes, que, levantados en la cátedra de la pestilencia. (Ps 1,1), difunden el veneno de sus doctrinas erróneas, induciendo a las almas, ya inclinadas al mal o vacilantes e inciertas entre la virtud y el vicio, a errores frecuentemente fatales.
2) Más concretamente, la tentación es una prueba que utilizamos para conocer el bien o el mal.
a) El bien: cuando se pone a una persona en situación de ejercitar la virtud para poder premiarla y presentarla como ejemplo. Y este modo de tentar es el único que conviene a Dios en relación con las almas. El Deuteronomio dice: Te prueba Y ave, tu Dios, para saber si amas a Yave, tu Dios (Dt 13,3).
Así nos tienta el Señor con pobreza, enfermedad y otras adversidades para probar nuestra paciencia y fidelidad. Abraham fue tentado de esta manera con la imposición del sacrificio de su hijo, y por su obediencia vino a ser modelo de fe y de sacrificio (12). Y de Tobías dice la Escritura: Por lo mismo que eras acepto a Dios, fue necesario que la tentación te probase ().
b) El mal: cuando una persona es inducida al pecado.
Y ésta es la misión propia del demonio, llamado precisamente en la Escritura el tentador (Mt 4,3). Unas veces se vale para ello de estímulos internos, utilizando como medios los mismos sentimientos y apetitos de las almas; otras veces nos ataca con medios externos, por medio de las riquezas y bienes terrenos, para ensoberbecernos, o por me dio de hombres pecaminosos, de que quiere valerse para desviarnos. Entre estas criaturas, verdaderos emisarios de Satanás, figuran en primera línea los herejes, que, levantados en la cátedra de la pestilencia. (Ps 1,1), difunden el veneno de sus doctrinas erróneas, induciendo a las almas, ya inclinadas al mal o vacilantes e inciertas entre la virtud y el vicio, a errores frecuentemente fatales.
Caemos en la tentación cuando cedemos a ella. Y esto puede suceder de dos maneras:
1) Cuando, removidos de nuestro estado, nos precipitamos en el mal, al que nos empujó la tentación. En este sentido, ninguno puede ser inducido a la tentación por Dios,porque para nadie puede ser causa de pecado el Dios que odia a los obradores de la maldad (Ps 5,6). El apóstol Santiago dice: Nadie en la tentación diga: soy tentado por Dios. Porque Dios ni puede ser tentado al mal ni tienta a nadie (Jc 1,13).
2) Cuando alguno, sin tentarnos él personalmente, no impide-pudiéndolo hacer-que otros nos tienten ni impide que caigamos en la tentación. De esta manera puede permitir el Señor que sean probados los justos, aunque nunca deja de concederles las gracias necesarias para poder vencer.
A veces el Señor, por justos y misteriosos motivos o porque así lo exigen nuestros pecados, nos abandona a nuestras solas fuerzas y caemos.
Dícese también que Dios nos induce a la tentación cuando somos nosotros los que, utilizando para el mal los beneficios que Él nos concede para el bien, cometemos el pecado, como el hijo pródigo, que despilfarró en una vida lujuriosa la herencia recibida del padre (13).
San Pablo dice: Hallé que el precepto que era pava vida, fue para muerte (Rm 7,10).
El profeta Ezequíel aduce un ejemplo histórico. La ciudad de Jerusalén, enriquecida por Dios con tal cantidad de riquezas y dones que hizo exclamar al profeta: Extendióse entre las gentes la fama de tu hermosura, porque era acabada la hermosura que yo puse en ti (Ez 16,14), lejos de agradecérselo al Señor, tan magnífico con ella, y de servirse de los beneficios divinos para el bien y para la salvación eterna, rechazado todo pensamiento de los frutos celestes, se arrojó desordenadamente a los placeres terrenos y pecaminosos. El profeta la reprocha severamente en nombre de Dios y la amenaza con castigos terribles (14).
Caen en la misma nota de ingratitud a Dios quienes ,colmados de beneficios y bienes divinos, se sirven de ellos para una vida viciosa. Ésto, ciertamente, no sucede sin la permisión del Señor. La Sagrada Escritura lo afirma con palabras tan expresivas, que han de interpretarse muy rectamente para no llegar a creer que Dios obra directamente el mal: Yo endureceré el corazón de Faraón (Ex 4,21); Endurece el corazón de ese pueblo, tapa sus oídos (Is 6,10); Los entregó Dios a las pasiones vergonzosas... y a su reprobo sentir (Rm 1,26-28). Expresiones todas que indican no una acción directa de Dios, sino una mera permisión divina del mal voluntario del hombre.
1) Cuando, removidos de nuestro estado, nos precipitamos en el mal, al que nos empujó la tentación. En este sentido, ninguno puede ser inducido a la tentación por Dios,porque para nadie puede ser causa de pecado el Dios que odia a los obradores de la maldad (Ps 5,6). El apóstol Santiago dice: Nadie en la tentación diga: soy tentado por Dios. Porque Dios ni puede ser tentado al mal ni tienta a nadie (Jc 1,13).
2) Cuando alguno, sin tentarnos él personalmente, no impide-pudiéndolo hacer-que otros nos tienten ni impide que caigamos en la tentación. De esta manera puede permitir el Señor que sean probados los justos, aunque nunca deja de concederles las gracias necesarias para poder vencer.
A veces el Señor, por justos y misteriosos motivos o porque así lo exigen nuestros pecados, nos abandona a nuestras solas fuerzas y caemos.
Dícese también que Dios nos induce a la tentación cuando somos nosotros los que, utilizando para el mal los beneficios que Él nos concede para el bien, cometemos el pecado, como el hijo pródigo, que despilfarró en una vida lujuriosa la herencia recibida del padre (13).
San Pablo dice: Hallé que el precepto que era pava vida, fue para muerte (Rm 7,10).
El profeta Ezequíel aduce un ejemplo histórico. La ciudad de Jerusalén, enriquecida por Dios con tal cantidad de riquezas y dones que hizo exclamar al profeta: Extendióse entre las gentes la fama de tu hermosura, porque era acabada la hermosura que yo puse en ti (Ez 16,14), lejos de agradecérselo al Señor, tan magnífico con ella, y de servirse de los beneficios divinos para el bien y para la salvación eterna, rechazado todo pensamiento de los frutos celestes, se arrojó desordenadamente a los placeres terrenos y pecaminosos. El profeta la reprocha severamente en nombre de Dios y la amenaza con castigos terribles (14).
Caen en la misma nota de ingratitud a Dios quienes ,colmados de beneficios y bienes divinos, se sirven de ellos para una vida viciosa. Ésto, ciertamente, no sucede sin la permisión del Señor. La Sagrada Escritura lo afirma con palabras tan expresivas, que han de interpretarse muy rectamente para no llegar a creer que Dios obra directamente el mal: Yo endureceré el corazón de Faraón (Ex 4,21); Endurece el corazón de ese pueblo, tapa sus oídos (Is 6,10); Los entregó Dios a las pasiones vergonzosas... y a su reprobo sentir (Rm 1,26-28). Expresiones todas que indican no una acción directa de Dios, sino una mera permisión divina del mal voluntario del hombre.
Supuestas estas premisas doctrinales, no será ya difícil precisar el objeto de esta petición.
1) Es claro que no pedimos en ella vernos absolutamente inmunes de toda posible tentación. Porque la vida del hombre sobre la tierra-ha escrito Job-es milicia (Jb 7,1).
Más aún: la tentación es útil como prueba eficaz de nuestras fuerzas espirituales; por ella nos humillamos bajo la poderosa mano de Dios (1P 5,6) y, luchando con energía, esperamos la corona inmarcesible de la gloria (1P 5,4), porque no será coronado en el estadio sino el que compita legítimamente (2Tm 2,5). Santiago añade: Bienaventurado el varón que soporta la tentación, porque, probado, recibirá la corona de la vida que Dios prometió a los que le aman (Jc 1,12). Y cuando más dura nos resulte la lucha, pensemos que tenemos en nuestro favor un Pontífice que puede compadecerse de nuestras flaquezas, habiendo sido Él mismo tentado antes en todo (He 4,15).
2) Pedimos en esta invocación el socorro divino necesario para no consentir, engañados, en las tentaciones ni ceder a ellas por cansancio; pedimos que nos ayude la divina gracia contra los asaltos del mal y que nos reanime cuando desfallezcan nuestras energías de resistencia.
De aquí la necesidad de una constante súplica del auxilio divino contra las fuerzas del mal, y especialmente cuando se presente de hecho la tentación y nos veamos en peligro de caer. David oraba de esta manera contra la tentación de mentir: No quites jamás de mi boca las palabras de verdad (Ps 118,43); contra las de avaricia: Inclina mi corazón a tus consejos, no a la avaricia (Ps 118,36); y contra la vanidad y los halagos de los apetitos: Aparta mis ojos de la vista de la vanidad (Ps 118,37). Y así hemos de orar nosotros para que no condescendamos con los deseos de la carne, para que no nos cansemos de luchar ni nos apartemos del camino de la virtud (15); para que sepamos conservar siempre sereno en Dios nuestro espíritu, lo mismo en la alegría que en el dolor; para que nunca nos veamos privados de la necesaria ayuda divina; para que sepamos superar y vencer todos los asaltos de Satanás centra nuestra vida espiritual.
1) Es claro que no pedimos en ella vernos absolutamente inmunes de toda posible tentación. Porque la vida del hombre sobre la tierra-ha escrito Job-es milicia (Jb 7,1).
Más aún: la tentación es útil como prueba eficaz de nuestras fuerzas espirituales; por ella nos humillamos bajo la poderosa mano de Dios (1P 5,6) y, luchando con energía, esperamos la corona inmarcesible de la gloria (1P 5,4), porque no será coronado en el estadio sino el que compita legítimamente (2Tm 2,5). Santiago añade: Bienaventurado el varón que soporta la tentación, porque, probado, recibirá la corona de la vida que Dios prometió a los que le aman (Jc 1,12). Y cuando más dura nos resulte la lucha, pensemos que tenemos en nuestro favor un Pontífice que puede compadecerse de nuestras flaquezas, habiendo sido Él mismo tentado antes en todo (He 4,15).
2) Pedimos en esta invocación el socorro divino necesario para no consentir, engañados, en las tentaciones ni ceder a ellas por cansancio; pedimos que nos ayude la divina gracia contra los asaltos del mal y que nos reanime cuando desfallezcan nuestras energías de resistencia.
De aquí la necesidad de una constante súplica del auxilio divino contra las fuerzas del mal, y especialmente cuando se presente de hecho la tentación y nos veamos en peligro de caer. David oraba de esta manera contra la tentación de mentir: No quites jamás de mi boca las palabras de verdad (Ps 118,43); contra las de avaricia: Inclina mi corazón a tus consejos, no a la avaricia (Ps 118,36); y contra la vanidad y los halagos de los apetitos: Aparta mis ojos de la vista de la vanidad (Ps 118,37). Y así hemos de orar nosotros para que no condescendamos con los deseos de la carne, para que no nos cansemos de luchar ni nos apartemos del camino de la virtud (15); para que sepamos conservar siempre sereno en Dios nuestro espíritu, lo mismo en la alegría que en el dolor; para que nunca nos veamos privados de la necesaria ayuda divina; para que sepamos superar y vencer todos los asaltos de Satanás centra nuestra vida espiritual.
Contiene, por último, esta petición del Padrenuestro algunos frutos de vida y profunda meditación para nuestras almas.
1) En primer lugar, nos recuerda nuestra inmensa fragilidad y humana debilidad. De esta consideración brotará una profunda desconfianza eri nuestras fuerzas, y una ilimitada confianza en la misericordia de Dios, y una animosa serenidad en los peligros, fruto de la confianza en ese valiosísimo y seguro auxilio divino.
¡Cuántas cosas aleccionadoras nos narra la Sagrada Escritura! José fue librado por Dios de los vergonzosos deseos de aquella mujer impúdica y, por la victoria de la tentación, levantado a la gloria del poder (16); Susana fue defendida de las nefandas acusaciones de aquellos dos viejos procaces porque su corazón estaba lleno de confianza en Dios (Da 13,34); Job pudo triunfar del mundo, del demonio de la carne (17).
2) Pensemos en segundo lugar que es Jesucristo ,nuestro Señor, el divino jefe que nos guía por la lucha a la victoria. Él venció al demonio (18); Él es el más fuerte, que le vencerá, le quitará las armas en que confiaba y repartirá sus despojos (Lc 11,22). Él mismo nos dice por San Juan: Confiad: yo he vencido al mundo (Jn 16,33). Y en el Apocalipsis se le llama el león vencedor... que salió victorioso y para vencer aún (). Y en esta su victoria radica y se funda para todo cristiano la certeza de vencer también con Cristo.
San Pablo, en su Epístola a los Hebreos, enumera las espléndidas victorias de los buenos, que por medio de la fe subyugaron reinos... y obstruyeron la boca de los leones (He 11,33). Y cada día las almas santas, unidas a Cristo por la fe, esperanza y caridad, continúan la serie gloriosa de estos triunfos, internos y externos, sobre el poder de los demonios: triunfos tan espléndidos, que, si nos fuese dado contemplarlos con los ojos del cuerpo, juzgaríamos que el mundo no puede ofrecernos espectáculo más sublime. De estas espirituales victorias escribirá San Juan: Os escribo, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno (Jn 2,14).
3) Las armas de nuestra lucha no son la ociosidad, el sueño, el vino o la lujuria, sino la oración, el trabajo, la vigilancia, la mortificación y la castidad. Velad y orad -nos dice el Señor-para no caer en la tentación (Mt 26,41). Huid al diablo-comenta Santiago-, y huirá de vosotros (Jc 4,7).
4) La fuerza de nuestra victoria está sólo en el poder de Dios. Nadie puede complacerse en los triunfos como si fueran suyos, ni ensoberbecerse con ellos, ni confiar en sus solas fuerzas. No está en nuestro poder la victoria, ni podemos fiarnos para nada de nuestra impotente fragilidad humana. Es Dios quien nos concede las energías para luchar, y es Él quien adiestra nuestras manas para el combate, y nuestros brazos para tender el arco de bronce (Ps 17,36), por cuya virtud rompióse el arco de los poderosos y se ciñeron los débiles de fortaleza (); Él es el que nos entrega su salvador escudo, su diestra la que nos fortalece y su solicitud la que nos engrandece (Ps 17,36); Él es quien adiestra nuestras manos para la guerra y nuestros dedos para el combate (Ps 143,1).
5) De aquí el agradecido reconocimiento que debemos a Dios por la ayuda en la lucha y en la alegría del triunfo. Gracias sean dadas a Dios-escribe San Pablo-, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo (1Co 15,57). Y San Juan en el Apocalipsis: Ahora llega la salvación, el poder, el reino de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo,porque fue precipitado el acusador de nuestros hermanos...,pero ellos le han vencido por la sangre del Cordero (). Y en otro pasaje: Éstos pelearán con el Cordero, y el Cordero leus vencerá ().
1) En primer lugar, nos recuerda nuestra inmensa fragilidad y humana debilidad. De esta consideración brotará una profunda desconfianza eri nuestras fuerzas, y una ilimitada confianza en la misericordia de Dios, y una animosa serenidad en los peligros, fruto de la confianza en ese valiosísimo y seguro auxilio divino.
¡Cuántas cosas aleccionadoras nos narra la Sagrada Escritura! José fue librado por Dios de los vergonzosos deseos de aquella mujer impúdica y, por la victoria de la tentación, levantado a la gloria del poder (16); Susana fue defendida de las nefandas acusaciones de aquellos dos viejos procaces porque su corazón estaba lleno de confianza en Dios (Da 13,34); Job pudo triunfar del mundo, del demonio de la carne (17).
2) Pensemos en segundo lugar que es Jesucristo ,nuestro Señor, el divino jefe que nos guía por la lucha a la victoria. Él venció al demonio (18); Él es el más fuerte, que le vencerá, le quitará las armas en que confiaba y repartirá sus despojos (Lc 11,22). Él mismo nos dice por San Juan: Confiad: yo he vencido al mundo (Jn 16,33). Y en el Apocalipsis se le llama el león vencedor... que salió victorioso y para vencer aún (). Y en esta su victoria radica y se funda para todo cristiano la certeza de vencer también con Cristo.
San Pablo, en su Epístola a los Hebreos, enumera las espléndidas victorias de los buenos, que por medio de la fe subyugaron reinos... y obstruyeron la boca de los leones (He 11,33). Y cada día las almas santas, unidas a Cristo por la fe, esperanza y caridad, continúan la serie gloriosa de estos triunfos, internos y externos, sobre el poder de los demonios: triunfos tan espléndidos, que, si nos fuese dado contemplarlos con los ojos del cuerpo, juzgaríamos que el mundo no puede ofrecernos espectáculo más sublime. De estas espirituales victorias escribirá San Juan: Os escribo, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno (Jn 2,14).
3) Las armas de nuestra lucha no son la ociosidad, el sueño, el vino o la lujuria, sino la oración, el trabajo, la vigilancia, la mortificación y la castidad. Velad y orad -nos dice el Señor-para no caer en la tentación (Mt 26,41). Huid al diablo-comenta Santiago-, y huirá de vosotros (Jc 4,7).
4) La fuerza de nuestra victoria está sólo en el poder de Dios. Nadie puede complacerse en los triunfos como si fueran suyos, ni ensoberbecerse con ellos, ni confiar en sus solas fuerzas. No está en nuestro poder la victoria, ni podemos fiarnos para nada de nuestra impotente fragilidad humana. Es Dios quien nos concede las energías para luchar, y es Él quien adiestra nuestras manas para el combate, y nuestros brazos para tender el arco de bronce (Ps 17,36), por cuya virtud rompióse el arco de los poderosos y se ciñeron los débiles de fortaleza (); Él es el que nos entrega su salvador escudo, su diestra la que nos fortalece y su solicitud la que nos engrandece (Ps 17,36); Él es quien adiestra nuestras manos para la guerra y nuestros dedos para el combate (Ps 143,1).
5) De aquí el agradecido reconocimiento que debemos a Dios por la ayuda en la lucha y en la alegría del triunfo. Gracias sean dadas a Dios-escribe San Pablo-, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo (1Co 15,57). Y San Juan en el Apocalipsis: Ahora llega la salvación, el poder, el reino de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo,porque fue precipitado el acusador de nuestros hermanos...,pero ellos le han vencido por la sangre del Cordero (). Y en otro pasaje: Éstos pelearán con el Cordero, y el Cordero leus vencerá ().
Una última palabra sobre los premios--"coronas", en frase de San Pablo-que Dios reserva y concederá a los victoriosos.
El vencedor-recuerda el Apocalipsis-no sufrirá daño de la segunda muerte...; el que venciere, ése se vestirá de vestiduras blancas, jamás fcorraré su nombre del libro de la vida v confesaré su nombre delante de mi Padre u delante de sus ángeles...; al vencedor yo le haré columna en el templo de mi Dios y no saldrá ya jamás fuera de él...; al que venciere le haré sentarse conmigo en mi trono, así como uo también vencí, v me senté con mi Padre en su trono ().
Y, descrita la gloria de los santos y los bienes eternos de que gozarán en el cielo, concluve San Juan: El que venciere, heredará estas cosas, y seré su Dios, y él será mi hijo ().
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El vencedor-recuerda el Apocalipsis-no sufrirá daño de la segunda muerte...; el que venciere, ése se vestirá de vestiduras blancas, jamás fcorraré su nombre del libro de la vida v confesaré su nombre delante de mi Padre u delante de sus ángeles...; al vencedor yo le haré columna en el templo de mi Dios y no saldrá ya jamás fuera de él...; al que venciere le haré sentarse conmigo en mi trono, así como uo también vencí, v me senté con mi Padre en su trono ().
Y, descrita la gloria de los santos y los bienes eternos de que gozarán en el cielo, concluve San Juan: El que venciere, heredará estas cosas, y seré su Dios, y él será mi hijo ().
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